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28. VEINTIOCHO

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A pesar de que cada roce le dolía un montón, Stiles no emitió ninguna queja, ni mucho menos una mueca, mientras Lydia vendaba la herida de su brazo. Ambos sentados en la bañera del cuarto de baño, lugar donde Melissa escondía su botiquín de primeros auxilios.

Ni siquiera se había dado cuenta que la tenía hasta que la sangre había manchado por completo la manga de su chaqueta. Tampoco era muy profunda como para llevar puntos de sutura, pero la banshee le había dicho que no iba a arriesgarse a que pudiera infectársele después de esto.

Él no perdió de vista ninguno de sus movimientos ni por un solo segundo, a la vez que ella parecía muy concentrada en terminar su tarea, con el entrecejo arrugándosele preocupadamente.

—Supongo que esta es otra victoria para agregar a nuestro currículum —murmuró, causando que sus labios se curvaran ligeramente.

—No pienses que nos darán una medalla por cada vez que resolvemos cosas así, pero al menos, espero que podamos tener paz por algo más de tiempo ahora.

Él quiso decirle que eso era una posibilidad remota, pero en lugar de eso, se mantuvo en silencio.

—Oye ¿Recuerdas la promesa que me hiciste la otra noche?

—¿Cual?

—Cuando vomitaste todo el suelo del baño en la Casa del Lago.

Lydia frunció el entrecejo, mostrándose desentendida. Aunque claramente lo sabía.

—Ilumíname.

Dejando escapar una risa, Stiles tomó una de sus manos para llevársela a los labios y dejar un casto beso sobre ella.

—Recuerda que me debes una cita.

Con esto, Lydia se echó a reír, siendo esto como música para los oídos del chico, y se inclinó hacia delante para tomar su rostro entre sus manos y besarlo. Un beso que, de hecho, a ambos les supo a un nuevo comienzo.

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—Nosotros nos encargaremos de todo—Derek puso una mano sobre el hombro de la mujer coyote, al tiempo que ella asentía y observaba al mayor de los Hale cubrir el cuerpo de Lucas con una sábana— Prometo que tendrá un buen lugar donde pueda descansar en paz.

A pesar de que apreciaba su gesto, Malia nunca entendería cual era la necesidad de las personas por hacerle funerales a sus muertos. Al final, aquello era solo un cuerpo vacío. Ya no había vida en su interior. Dentro de poco se marchitaría como lo hacían las plantas en el jardín de su padre, y ni una caja ni un arreglo floral significarían nada para representar a la persona que antes había sido.

Por esa razón detestaba pensar sobre la muerte, era todo demasiado oscuro y deprimente. Así que prefirió tan solo voltear su cabeza y mirar hacia otra parte, como en esos momentos.

A unos metros, ella pudo divisar a Scott sentado en las escaleras del porche con la cabeza agachada, probablemente pensando, como siempre solía hacer después de cada batalla.

Quiso poder acompañarlo esta vez, y cuando estuvo lo bastante cerca, él alzó la cabeza para verla sentarse a su lado sin mirarlo directamente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sentándose a su lado y tocándole la rodilla sutilmente.

—Observo.

—Pues, el panorama no es muy agradable.

—Últimamente, existen pocas cosas que hacen el panorama agradable. —la miró. Los ojos marrones escrutaban cada línea de su rostro, como las comisuras de sus labios que trataban de forzarse en una sonrisa que aspiraba producir calma.

Entonces se fijó en sus ojos. Esos parecían melancólicos; pero con el resto de su rostro, eran armoniosos como las tardes de otoño.

—¿Como cuáles? Tal vez puedas hacer que mi cabeza deje de idear escenarios poco agradables... —rió por lo bajo y Scott balanceó sus manos para donde ella las dejaba reposar.

—Como este.

—¿Este?—frunció el entrecejo—No sé si este me parezca el mejor de todos.

Su voz se redujo unas décimas.

—Es decir... solo mira. Todo es muerte, caos y pérdida. Acabo de oír a Derek decir que enterrarían a aquel que fue mi mejor amigo en un lugar donde pudiera “estar en paz” ¿Y para qué? —cuestionó— Ya no queda nada de él que pueda agradecérselo.

—Malia, el lugar donde los muertos reposan no es para ellos. Una vez que su mente se apaga, no hay nada por recordar. Los momentos que pasó, quedan en el tiempo, pero sobre todo en la memoria de nosotros los vivos. Es por eso que construimos lápidas y dejamos flores. No para hacerles saber que los recordamos, porque ellos no lo sabrán jamás, sino para nosotros. Nosotros somos quiénes sufrimos su pérdida y debe haber algo a lo que podamos aferrarnos.

—Eso suena bastante lógico —Malia asintió, y Scott la detuvo, por fin entrelazando sus dedos con los de ella y llamando su atención por la calidez repentina que produjo.

Él la miró a los ojos y sonrió, como si de pronto hubiese averiguado todos sus secretos en tan solo un minúsculo segundo.

—¿Qué? No me digas que tengo algo en la cara.

—No —negó él con diversión, paseando el dorso de su dedo índice por su mejilla— Tengo una pregunta para tí.

—Claro.

—La nota que todos arrojamos al fuego aquella noche ¿Qué escribiste en la tuya?

La mujer coyote en ese momento sintió que su corazón latía muy rápido, incluso su garganta y su boca se secaron en una brevedad increíble. Parpadeó en distintas direcciones y de pronto solo... lo asumió, era hora de enfrentarlo y correr el riesgo de lo que pasaría si se atrevía a hablar con la verdad.

—No poder besarte.

Y ahí estaba, luego de decirlo, el temido silencio incómodo.

Scott no dijo nada, pero bastó que su sonrisa ladeada se fuera ensanchando de a poco, y la distancia entre ellos se fuera acortando para guardar una mínima esperanza.

—¿Quién te ha dicho que no puedes?

Diciendo esto, terminó con el espacio que los separaba y unió sus labios finalmente, en una caricia que ambos habían echado demasiado de menos.

Una sensación familiar los inundó al instante, y a partir de allí todo fue muy suave, parsimonioso, e incluso irreal.

Las manos de la castaña se elevaron para acunar sus mejillas, como mismo él hacía con las suyas, apartándolas solamente para colocarlas en su cintura a medida que la añoranza y el deseo entre los dos se iba acrecentando en un arrebato provocado por todo el tiempo que habían perdido estando tan apartados el uno del otro.

—Te quiero —se dijeron ambos al unísono, causando que una sonrisa apareciera en sus rostros sin siquiera notarlo.

Más feliz de lo que no había estado en los últimos meses, Malia volvió a besarlo, no queriendo perder ni un solo segundo ahora que lo tenía de vuelta. Al mismo tiempo que Scott pensaba para sus adentros que jamás se cansaría de tenerla cerca. Ni a ella, ni a su olor, ni a su voz...

Ambos habían esperado demasiado para darse cuenta de que no podían imaginar una vida sin el otro, y ahí estaba el resultado de todo: dos corazones atados, atrapados, desgarrados y hechos pedazos. Pero latiendo más rápido y más lento a la vez. Solo por ellos. Porque eran los únicos capaces de hacerlos cobrar vida de nuevo.

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Allison dejó a la pequeña Aimee jugando con algunos cubos en el suelo de la cocina, esta última mostrándose muy entusiasmada mientras los apilaba unos encima de otros para luego volverlos a desorganizar.

Los ojos de su padre sin perderla de vista, orgullosos y brillantes, abriendo sus brazos para que la cazadora se refugiara en ellos a la vez que Chris y Melissa pasaban al interior de la cocina.

—Los druidas estuvieron de acuerdo con dejarnos buscar una alternativa, y Deaton me dió algunos datos sobre la persona que debemos ir a buscar —dijo el mayor— Solo nos queda sacar un boleto hacia Rumanía.

El apellidado Lahey asintió, emitiendo un profundo suspiro tras esto.

—Creo que nunca me detuve a agradecerles por todo lo que hicieron... por Aimee y por mí. Desde el inicio, no se alejaron ni me dejaron solo en esto, y eso es algo por lo que estaré eternamente agradecido.

—¿Qué dices chico? —cuestionó Argent, dándole una mirada divertida— Vosotros sois parte de esta familia, y esa niña —señaló— Debe de estar muy orgullosa del padre que le ha tocado.

—Sin duda alguna —agregó Melissa— y puedo contar con que también se siente muy feliz por su madre sustituta.

Los sonrosados labios de Allison se curvaron con un atisbo de emoción, y por sus ojos, un brillo un tanto singular asomó como una llamarada de fuegos artificiales.

—Bueno ¿Cuando partiremos entonces? —dijo una voz desde el umbral de la puerta, y cuando todos se voltearon, pudieron ver a Scott entrando por la puerta con Malia de la mano.

—Pues si todo sigue en orden, para la próxima semana —anunció Argent.

—No tienes que ir si no quieres, Scott. Todavía tienes la universidad y...

—Eso puede esperar —lo interrumpió— Lo más pronto ahora es ayudarte a salvar a tu hija, eso es todo lo que importa.

Mientras los hombres se dedicaban a discutir sobre su viaje, Allison se colocó disimuladamente a un lado de la mujer coyote, empujándola suavemente por el brazo.

—Huelo a aires de reconciliación —murmuró con travesura— Me alegro que hayan podido solucionarlo.

Malia se giró hacia ella:

—Pues... qué bueno que no te moriste —le dijo, y automáticamente Allison comenzó a reír, abrazándola por los hombros.

Sí, definitivamente esa era su forma de hacerle saber que estaba felíz porque siguiera viva.









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