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26. VEINTISÉIS

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—No —Isaac Lahey negó, mostrándose renuente ante la orden que los druidas habían dado— De ninguna manera dejaré que hagan algo así.

Derek puso una mano en su hombro, pero él la apartó de un solo movimiento.

Todos continuaban escondidos en el salón de la casa McCall, a la vez que los minutos iban pasando y Lucas Gallardi se encontraba ya impaciente en el exterior.

Deaton se había tomado un minuto para explicarles lo que debían hacer a continuación, y de cómo con una gota de sangre de la niña podrían matar al Nigromante y acabar con el ejército de las sombras de una sola vez. Pero al tocar la parte en la que las almas que habían vuelto regresarían al Inframundo, el hombre lobo se echó para atrás entre negaciones.

Stiles observaba nervioso desde la ventana.

—Nos estamos quedando sin tiempo —habló.

—Isaac no tenemos otra opción —Argent se acercó a él, intentando persuadirlo con sus palabras— Si no hacemos algo pronto, nos atacarán.

—Pero si yo acepto, entonces volveremos a perderla, y no voy a dejar que eso pase. No otra vez. No mientras esté vivo —negó, mirándolo como si no pudiera dar crédito a lo que decía— ¿Acaso no quieres salvarla?

—¡Por supuesto que quiero salvarla! Es mi hija, maldita sea. Daría mi vida a cambio de que ella pudiera seguir viva, pero si esto es lo que tenemos que hacer para acabar con este mal, entonces tendré que resignarme porque no me queda nada más.

—Siempre hay una salida.

—No, no la hay, joven —habló uno de los druidas. Este era alto, musculoso, y de piel morena— En la Biblia pone que cuando gane la luz, las tinieblas desaparecerán. Por lo que una vez que el Nigromante sea vencido, no quedarán más sombras sobre la tierra.

Los rasgos de Isaac se endurecieron tras escuchar esto. Quería acercarse a ese sujeto y gritarle a la cara que no tenía idea de nada, que eso que decía era una mentira, pero bien sabía él que estaría perdiendo los estribos en un momento donde debía ser firme. Porque es lo que Scott le había enseñado a ser, incluso en las peores situaciones.

Debía ser firme por todos. Por él, por Aimee... e incluso por Allison.

Ella se encontraba sentada al lado de Malia en el sofá, intentando servirle de apoyo aunque su mirada estaba, claramente, fija en el hombre lobo.

—Isaac ¿Podemos hablar un momento?

Había esperado esa conversación, desde hacía mucho tiempo, pero no se sentía preparado emocionalmente para afrontarlo.

Cuando ambos estuvieron solos en el comedor, la pelinegra tomó sus manos entre las suyas y lo obligó a alzar la mirada para que pudiera verla mientras le decía:

—Sabes que es la única forma —Isaac intentó protestar, pero ella lo calló poniendo un dedo sobre sus labios— Hablo en serio. Si solo así podremos salvar a Scott y al pueblo, entonces estoy más que dispuesta a morir otra vez.

Él quiso decir algo, pero sus palabras se cortaron con el nudo que se instaló en su garganta. Volvió a negar repetidas veces, sin poder creer que eso realmente estaba sucediendo.

—No es justo que tengas que arriesgar tu vida de nuevo.

—Todos arriesgamos nuestras vidas. Ese es el mundo en que vivimos —le dijo, y por un instante, también sintió que no podía seguir hablando— Está bien, Isaac. Ya estoy muerta de todas formas.

Él no respondió. Ni siquiera volvió a mirarla, pero Allison le acarició las mejillas y le acunó la cara entre sus manos.

—Habría amado poder tener esto contigo, pero no fue así, y ahora necesito que me ayudes a hacer lo correcto —susurró, mirándolo con cariño— Una vez te dije que, mientras más tiempo paso aquí, más recuerdo de dónde vengo, y eso es todo lo que me gustaría llevar conmigo a donde sea que vaya.

Lo besó, y al hacerlo, sintió en los labios el sabor de sus lágrimas.

—No puedo —sollozó el rubio cuando se separaron— No puedo...

—Es lo mejor que harás por Aimee y por todos.

Ella se alejó un poco y extendió su mano a esperas de que él la aceptara. Si lo hacía, entonces estaría dando el mayor paso de toda su vida. Estaría dejándola ir.

Pero Isaac no se movió.

—No quiero perderte —le rogó con voz ahogada.

—Nunca lo has hecho.

Con una pequeña sonrisa por su parte, el chico terminó cediendo y los dos caminaron de regreso al salón donde todos los esperaban. Allí, él le dió un asentimiento a Melissa, y esta fue en busca de la aguja con la que más tarde pincharían la punta del dedo anular de Aimee, y así, bañarían con una gota de su sangre el filo de la daga.

Viendo cómo todo comenzaba a marchitarse, Stiles y Lydia se acercaron, entrelazando sus manos significativamente.

—Muy bien, creo que es tiempo de mostrarnos ahora —murmuró este, girándose en dirección a los Hale— Nosotros vamos afuera. Melissa, Allison y Isaac subirán a la habitación de invitados, y en cuanto a ustedes... —se dirigió a los druidas— Esperen a mi señal.

El gran grupo de desconocidos asintió al unísono, cosa que le resultó un poco espeluznante, pero Stiles igual lo ignoró para ir en dirección al porche con el resto de la manada.

Allí, todos fueron saliendo de uno en fondo, hasta detenerse delante de la edificación y frente al ejército del Nigromante.

Los ojos de Malia chocaron directamente con los de Lucas, sintiéndose profundamente decepcionada de que él hubiera decidido quedarse en el lado equivocado. Pero segura de que esta vez no lo dejaría marchar sin darle la zurra que se merecía por todo el daño que había causado.

—Que comience la fiesta —murmuró Peter Hale, frotándose las manos como si no pudiera esperar a que todo estallara.

El de apellido Stilinski carraspeó:

—Me parece que eso no podrá ser aún, Peter.

La multitud se abrió como las aguas del mar Rojo, y entonces, ellos alcanzaron a distinguir a Annie Jensen apareciendo de la nada. Detrás de ella, dos hombres traían a un moribundo Scott, al cual dejaron arrodillado ante sus pies mientras sus amigos no podían hacer otra cosa que mirar.

—¡Hola, manada! ¿Me extrañaron? —los saludó agitando una mano— Veo que todos han decidido venir a la fiesta ¿Dónde está la pequeña monada?

—Lejos de tí —masculló Lydia, lo suficientemente alto para que pudiera escucharla.

La pelinegra hizo una mueca de inconformidad.

—Una lástima. Yo pensaba intercambiarosla por este paquete —señaló a Scott— Pero ya que no va a haber intercambio, creo que deberíamos ir directo a la parte divertida ¿A que sí?

Malia sintió que su corazón se detenía cuando la vio sacar el arma y apuntar directamente a la cabeza del alfa.

—Dí adiós a tus amiguitos, McCall.

—¡No! —los pies de la mujer coyote actuaron por sí solos, apartando a todos para poder llegar hasta su ex novio. No obstante, la chica desvió el arma hacia ella rápidamente.

—Quieta ahí, salvaje ¿Quieres ver cómo terminas siendo tú a quien le vuelo la cabeza con una bala de acónito?

Nervioso, Lucas se separó del resto de las sombras y se acercó lentamente al hombro de Annie, recordándole:

—Prometiste que no le harías nada a ella.

—Pues si sigue molestándome, te aviso que no me lo pensaré tanto antes de darle un tiro —refunfuñó con enojo— ¡Por Dios! ¿Que le ven? ¿Qué tiene ella que la hace tan especial?

—Era mi mejor amiga cuando no tenía a nadie más, Annie, y si me amas, entonces la dejarás vivir.

Lentamente, ella se volteó hacia el hombre coyote, y de un segundo a otro, empezó a reírse a carcajadas.

—¿Amarte? —preguntó, con su pecho subiendo y bajando debido a su interminable risa— ¿Qué edad tienes? ¿Quince años? —Luego, cuando logró calmarse finalmente, sus rasgos volvieron a tornarse afilados y carentes de cualquier sentimiento—Yo nunca te he amado, Lucas. Solo recurrí a tí porque eras fácil y manipulable. Todo este tiempo has sido un peón en mi juego para darme más fuerza. Yo nunca... jamás... me enamoraría de tí.

Durante un momento, Lucas se quedó mudo y sin resuello. Fue como si la tierra se hubiera abierto bajo sus pies. Antes pisaba suelo firme, y de repente, había un abismo que amenazaba con tragárselo.

—¿Cómo fuiste capaz de jugar conmigo de esa forma? —le recriminó— ¡Yo te creí! ¡Confié en tí!

—Pues ya no me sirves ¿Y sabes que hago con las cosas que ya no me sirven? —dijo Annie, apuntando la boca de la pistola hacia su pecho— Las saco de mi camino.

Se escuchó el resonar de un disparo detrás de otro, y Malia gritó.

El cuerpo del hombre coyote cayó de rodillas, sujetándose la parte del pecho donde las balas habían impactado. Por su boca corrió una fina línea de sangre, espesa y oscura, antes de dejarse caer por completo.

Entonces, todo se salió de control.

Scott aprovechó ese momento para ponerse en pie y empujar a Annie con todas sus fuerzas, de forma que esta trastabilló en sus tacones hasta caer de cueces al suelo.

—¡Ahora! —gritó Stiles, haciendo movimientos bruscos con sus manos en dirección a la casa.

—¿Qué está haciendo? —preguntó uno de los druidas a sus compañeros.

—¡La señal, por el amor de Dios! ¡La señal! —volvió a gritar el humano, sacando su pistola del cinturón para comenzar a disparar a diestra y siniestra.

La Nigromante se puso en pie como pudo, señalando con su brazo hacia delante.

—¡Atacad! ¡Aniquílenlos a todos!

Las sombras fueron a por ellos, al mismo tiempo que los druidas llegaban para ayudar.

Scott escuchó dos rugidos a su lado. Eran Derek y Peter, quienes ya estaban listos para lanzarse a luchar. Ambos mostraron sus colmillos en señal de amenaza, alertando a varias de las sombras que se acercaban con francotiradores. Aunque estos no contaron con el tiempo suficiente para apuntar en su dirección.

El verdadero alfa se abalanzó sobre uno de ellos, dejando su código de no muertes a un lado para hundir sus garras bajo la fina piel de sus brazos, provocando que este gritara de dolor.

Malia iba apartando a los demás de su camino valiéndose de su única fuerza humana, siendo apoyada más atrás por Lydia, quien lograba derribar a varios de sus atacantes con sus gritos.

A pocos pasos, Argent chocó su espalda con la de Stiles, y ambos fueron retrocediendo hasta cubrir la entrada de la casa. De esa forma, nadie lograría pasar al interior.

Scott alzó la cabeza, notando que tres hombres tenían a la mujer coyote rodeada por todos lados, momento que aprovechó para ir hacia ella y apartarlos. Malia no se quedó muy atrás, usando las habilidades que había desarrollado con los entrenamientos de Allison para noquear a dos de ellos. Uno, sin embargo, logró golpearla en el estómago, y habría caído al suelo de no ser porque alguien la agarró por la cintura y no permitió que su debilidad le ganara.

—Lo siento —comenzó a disculparse Scott, pero ella lo tomó por las mejillas y lo interrumpió.

—Ya tendrás tiempo para disculparte después. Ahora luchamos.

Con una media sonrisa, este asintió, dejándola marchar para continuar con la batalla.

—¡Lydia, la daga! —gritó Argent, y la banshee alzó su mano para que este la lanzara.

Apenas la tuvo en sus manos, comenzó a alejarse en dirección de uno de los hombre lobo.

—¡Derek! —le hizo una señal, dejando el arma en sus manos antes de emitir un sonido insoportable con su voz y con tanta potencia que mandó a varias de las sombras lejos de él.

Este le agradeció con la mirada y ambos se separaron.

Mientras Scott intentaba pasar por entre el la multitud sin ser lastimado por una bala o algún cuchillo, no se percató de que las sombras se habían mezclado y una de ellas estaba vigilando todos sus movimientos. Por eso, no se percató de que esta le apuntaba con un rifle directamente a su frente.

—¡Cuidado! —escuchó un grito a lo lejos, alguien a quien pudo reconocer al instante.

Un objeto pasó a la velocidad de un rayo por su costado, y para cuando se volteó, el cuerpo del hombre que había estado al punto de matarlo se retorcía en el suelo con una flecha incrustada en el hombro.

Cuando miró hacia arriba, se alegró de ver el rostro de Allison desde la ventana de su habitación, sosteniendo su arco mientras le sonreía.

Ella y Isaac estaban protegiendo a la pequeña Aimee en el piso de arriba, al tiempo que Melissa la protegía agachada en un rincón donde los gritos y los disparos no pudieran escucharse.

Los ojos de la infante estaban muy abiertos, pero no lloraba. Algo grande estaba sucediendo en esos momentos fuera de aquellas cuatro paredes, y ella lo sabía, por eso se mantenía callada.

—Está muy fría —tartamudeó Melissa McCall, acariciando la espalda de la bebé a pesar de que sus propias manos temblaban— Creo que está asustada.

Los ojos de Isaac chocaron con los de la cazadora desde su lugar en la puerta.

—¿Realmente creen que vayamos a lograrlo?

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Melissa de sopetón— Mi hijo es un verdadero alfa, por el amor de Dios. Esto está más que ganado.

Desde su lugar, Allison pudo divisar a los miembros de la manada enfrentándose sin miedo al ejército de las sombras, uno que otro también pertenecientes al grupo de los druidas. Derek, Peter y Chris estaban entre ellos, tratando de proteger a todos como les fuera posible mientras el resto se las arreglaba para permanecer en pie delante del enemigo.

Minutos después, y luego de recobrar por completo sus fuerzas, Annie Jensen recogió su pistola del suelo y se abrió paso por entre todo el gentío hasta divisar a lo lejos una cabellera castaña. Aquella que pertenecía a una chica a la cual detestaba con creces, y que en esos momentos, luchaba como una gran guerrera en medio de la arena.

«Hasta aquí llegaste» pensó para sus adentros, y cuando Malia se giró sobre sus talones, no pudo hacer otra cosa que quedarse helada en su sitio cuando la vio apuntarle.

—Creíste que podrías conmigo, pero no —masculló la pelinegra— Tu, pedazo de zorra, nunca llegarás a ser ni la mitad de lo que yo soy. Por eso me escogió a mí.

La mujer coyote la observó con falso asombro:

—Estás realmente loca.

—¡Y es algo de lo que deberías asustarte! —gritó— Ahora, si no será mío, entonces tú tampoco podrás tenerlo.

Pero cuando estuvo a punto de disparar, alguien golpeó su muñeca y el tiro se escapó hacia arriba.

Annie miró y vió a Scott inmovilizándola de un brazo.

—Podríamos haberlo tenido todo ¿Sabes? Pero tenías que ir y arruinarlo —le recriminó— No te dejaré ganar, Scott. Tú y toda tu pandilla de monstruos vais a perder ante mí.

Ella alzó un brazo para golpearlo, pero se vió siendo detenida por Malia, quien la sujetó con toda la fuerza que le era posible para mantenerla quieta.

—Créeme, Annie —murmuró el verdadero alfa— no soy yo quien perderá esta vez.

Ella abrió la boca para protestar, pero en su lugar, un aullido desgarrador fue lo que emergió de su garganta. Tan fuerte que todos allí podrían haberlo escuchado.

Las cejas de Annie se arrugaron ligeramente, a la vez que su cuerpo se doblaba por el dolor punzante y desgarrador de la daga atravesando su estómago.

—Lo siento, hija mía —murmuró la señora Jensen, siendo su mano la que presionaba el filo de la hoja contra su cuerpo.

Scott y Malia se apartaron, dejando que los brazos de la mujer fueran los que sostuvieran a su hija mientras la sangre comenzaba a derramarse sobre la hierba del jardín.

—Yo... creí que me querías —las facciones del rostro de la joven se relajaron, al tiempo que una solitaria lágrima corría por el rostro de su madre mientras le decía:

—Tu te has hecho esto a tí misma —le  dijo, acariciando su mejilla con delicadeza— Te amo, Annie.

Y finalmente, ambas cayeron al suelo de rodillas, una delante de la otra. Sus rostros comenzaron a descomponerse lentamente hasta desaparecer en el aire, como si nunca hubieran estado allí.

El alfa y la mujer coyote intercambiaron miradas con los labios entreabiertos. Las palabras de Deaton habían sido ciertas, estaba sucediendo realmente...

Atónitos, los miembros de la manada observaron desde sus posiciones como, poco a poco, el resto de las sombras también comenzaban a desvanecerse. Convirtiéndose en motas de polvo que se confundían y desaparecían delante de sus ojos, entremezclándose con el viento fiero del amanecer.

Allison sintió que su cuerpo le fallaba y se desplomó en los brazos de Isaac como una muñeca rota.

—Oh no —maldijo el hombre lobo, acomodándola como podía entre sus  brazos— No, no, no puede ser.

Angustiada, Melissa tomó a la pequeña Aimee entre sus brazos y salió de la habitación para que esta no fuera testigo de lo que estaba a punto de pasar.

Suavemente, la cazadora fue alzando su cabeza hasta que sus ojos oscuros atraparon los azules del hombre lobo.

—Creí que cuando llegara la hora estaría lista, pero lo cierto es que tengo mucho miedo —susurró en apenas un hilo de voz, elevando su pálido semblante para que estuviera más cerca del suyo— Le hablarás a ella de mí ¿No es así? ¿Le dirás que la quise a pesar de que no era mía?

Con lágrimas en los ojos, Isaac asintió:

—Lo prometo.

—Bien —sonrió débilmente— Al menos... esta vez estoy donde realmente pertenezco.

Él la miró con angustia, le apartó de la frente un mechón de pelo, y acarició sus labios antes de besarla suavemente, como si con eso fuera a salvarla.

Allison tomó otra bocanada de aire cuando se separaron. Se le escapaba la vida, y realmente la sentía irse. Era como perder la conciencia poco a poco, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo.

El frío le subió por el cuerpo, una sensación helada que nacía en su vientre e irradiaba desde allí. Cuando empezó a tiritar, Isaac la estrechó con más fuerza contra sí, como si no quisiera dejarla ir.

—Ojalá pudiera hacer algo más para salvarte.

—Solo abrázame fuerte y, por favor, no me sueltes. —le pidió.

—No lo haré.

El sol se alzó en el horizonte, colándose por la ventana, y Allison sintió que los rayos la golpeaban mientras cerraba los ojos y se aferraba con fuerza a Isaac.










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Una lloradita y a seguir existiendo...

😭😭😭

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