19. DIECINUEVE
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El silencio dentro del salón era inmenso, como si un fantasma hubiera pasado para robarles la voz a todos luego de que Scott les contara la verdad sobre lo que habían hecho y descubierto.
Por supuesto, en un inicio Isaac se enfureció mucho. No quería creer que sus amigos habían arriesgado la seguridad de su hija de aquella manera. Pero este sentimiento fue suprimido rápidamente cuando, en un intento por tranquilizarlo, el alfa le pidió que lo dejara terminar.
—Tiene que haber otra manera —Argent negó, caminando como loco por todo el salón mientras Melissa intentaba calmarlo— ¿Pero qué digo? Por supuesto que tiene que existir. Si ella pudo regresar, entonces debe haber una forma de que se quede.
—No la hay —Lydia sollozó. No estaba llorando, pero poco le faltaba— Los druidas fueron muy claros, una vez el Nigromante muera no habrá fuerza sobrenatural que mantenga a las sombras en la Tierra. Todas desaparecerán.
Los miembros de la manada volvieron a quedarse callados, abrazando la desesperación del momento. Malia se sostuvo a sí misma, apoyada en la pared sin decir nada. La señora McCall no sabía qué más hacer, Chris estaba ahora sentado al pie de las escaleras, sosteniéndose la cabeza mientras los demás veían.
Allison quiso acercarse a su padre y consolarlo, pero estaba pegada a su asiento en el sofá. Sin reaccionar del todo.
Suavemente, su mirada temerosa se elevó hasta encontrarse con la de Isaac, quien instintivamente tomó su mano entre las suyas. No quería que se sintiera sola.
—Chris tiene razón. Estoy seguro de que puede existir otra solución. Es solo cuestión de buscar...
—No lo creo, Isaac —la pelinegra se levantó de su lugar, cruzando los brazos por encima de su vestido blanco y liberando un tembloroso suspiro. No lo diría en alto, pero estaba tremendamente asustada.
Siempre había querido creer que el miedo era solo un efecto sobrenatural de su cabeza, y por fuera realmente aparentaba tener la valentía suficiente para enfrentarlo. No obstante, ser valiente no significaba que no estaba asustada.
—Los druidas acordaron que dejarían de cazar a Aimee si los ayudábamos a acabar con el Nigromante y el Ejército de las Sombras ¿No es así? —cuestionó, sin esperar a recibir ninguna confirmación por su parte— Entonces es lo que debemos hacer sin importar otra cosa. Yo estoy dispuesta a morir si de esa forma puedo asegurarme de que ella esté bien.
—¿Y qué hay de nosotros? —Lydia se reincorporó de golpe— No podemos perderte otra vez. Yo no podré soportarlo.
—Lyds...
—¡No! No intentes minimizarlo porque ya estoy harta de tantos sacrificios. No vamos a dejarte morir ¿Has entendido? No voy a perder a mi mejor amiga otra vez.
La banshee ahora movía sus brazos frenéticamente, intentando contener las lágrimas dentro de sus ojos. No era justo que le permitieran regresar para después volver a irse. Aquello parecía una broma cruel del destino.
Todos la vieron dirigirse hacia la puerta sin decir ni una sola palabra más. Estaba demasiado estresada debido a que sus pesadillas habían regresado.
Scott, quien había dejado su lugar en el sillón, fue quien puso una mano en el hombro de Allison para impedir que fuera tras ella. Lydia necesitaba un momento para respirar, y ellos también.
La cazadora se volteó lentamente, haciendo que su vista chocara con el rostro del alfa.
—Sabes que es lo correcto ¿No es así?
—Lo único que sé es que vamos a salvarte —respondió, muy seguro de lo que decía— No importa lo que me cueste, esta vez no vas a morir, Allison. Dejé que pasara una vez, pero no habrá una segunda.
Tras un asentimiento, ambos se abrazaron. Buscando en el otro el apoyo moral que necesitaban.
Malia se removió incómoda en su lugar ¿Era necesario que fueran tan cariñosos delante de todos? Porque eso solo le hacía recordar lo que había perdido, y que ahora más que nunca veía muy lejos de arreglar. No sabía por qué, pero verlos así provocaba que algo en su pecho doliera.
Melissa fue hacia ella con una amarga sonrisa y la invitó a que la acompañara a la cocina para preparar algo. Por otro lado, Isaac subió las escaleras hacia la habitación de invitados donde Aimee dormía plácidamente en su cuna, recogió los juguetes olvidados en un rincón y se quedó observándola.
De vez en cuando la escuchaba soltar un suspiro corto, con su boquita entreabierta y los párpados cerrados, siendo ese preciso instante en el que se dedicaba a admirarla como la cosa más especial en el mundo. Que de hecho, lo era para él.
—¿Se quedó dormida? —Allison llegó poco tiempo después, acercándose hasta el borde de la cuna para sonreír con ternura.
—Si, lo hizo mientras jugaba —dijo el hombre lobo, agregando después:— ¿Es cierto lo que dijiste allá abajo? ¿Estás dispuesta a morir por ella?
Allison apartó la vista y sonrió mientras observaba a Aimee dormir. Sí, lo había prometido —tanto a sí misma como a aquella pequeña—, que si estaba en sus manos, todas las personas que alguna vez le desearon el mal no volverían a perturbarla nunca más.
—Hice una promesa ayer en la noche —murmuró— Que de ser necesario, sería capaz de hacer lo que sea para ayudar.
El rubio tragó grueso después de oírla:
—Michelle y yo hicimos lo mismo el día que Aimee nació. Pero no entiendo ¿Por qué lo harías?
—Hay personas en el mundo que merecen ser salvadas Isaac, otras no. Pero estoy segura que tu hija es del tipo por el que vale la pena sacrificar absolutamente todo.
Ambos apartaron su vista de la pequeña para, ahora, mirarse mutuamente. El hombre lobo notó las arrugas en su rostro que denotaban preocupación, esa que parecía nunca irse. No la culpaba, él se sentía exactamente igual. Continuaba teniendo esa angustiosa presión en el pecho que se hacía más fuerte cuando pensaba en la posibilidad de no volver a verla, y el miedo no lo hacía menos difícil. El miedo de perderla una vez más.
—Lydia tenía razón allá abajo —dijo en un susurro.
—¿Sobre qué?
—No estoy preparado para dejarte ir.
Apenas fue consciente de que había hablado en primera persona. Porque estaba demasiado perdido en la profundidad de sus ojos como para darse cuenta, pero cuando lo hizo, ya era demasiado tarde.
Sin embargo, Allison no prestó atención a su error, sino a lo que esto significaba.
Lentamente, fue acercando su rostro hasta quedar a escasos centímetros. El cabello de Isaac se colaba delante de sus ojos, y él olía a colonia francesa, un aroma que se le hacía extremadamente irresistible.
Ella simplemente se escondió en la seguridad de su pecho mientras lo sentía abrazarla estrechamente, como aquella noche en la bóveda del banco donde la había reconfortado, cuando los dos no eran mas que solo adolescentes.
Ambos habían cambiado mucho, pero Allison todavía sentía una molestia en lo profundo de sí misma. El hecho de que quizás era demasiado tarde para ser algo más que solo la chica que alguna vez rompió su corazón.
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Lydia dió tres toques sobre la madera, pero nadie fue para recibirla. Supuso que ambos Stilinski debían de estar en la comisaría, porque de lo contrario ya habrían respondido.
Suavemente, empujó la puerta hacia adelante para pasar al interior. Vagamente recordaba que el sheriff no solía ponerle el seguro antes de irse a trabajar, más porque el vecindario era bastante tranquilo y rara vez alguien se colaba a robar. O puede que solo fuera porque Stiles solía olvidar las llaves todo el tiempo.
En el piso de arriba, el sonido de la ducha se escuchaba de fondo.
—¿Stiles? —lo llamó, pero él no alcanzó a escucharla.
La rubia fresa se detuvo a pensar que no había recorrido todo el camino desde la casa de los McCall hasta allá por nada, así que subió las escaleras y se sentó en la cama de su habitación decidida a esperarle.
Necesitaba hablarle sobre el mal presentimiento que tenía, como si de un momento a otro algo malo fuera a aparecer de la nada y ellos no sabrían reconocerlo a tiempo. Sabía que quizás estaba exagerando, ya que las visiones no habían vuelto a perturbarla desde la llegada de Allison. Pero no estaba bien. No podía estarlo.
Ringgg
Dió un salto sobre la cama cuando escuchó el celular encima de la mesa de noche, sobresaltada. Al parecer, Stiles seguía con aquel tono de llamada tan exagerado de Star Wars.
Vencida por la curiosidad, y haciendo caso a la insistencia de quien fuera que estuviera llamando, tomó el móvil entre sus manos y miró.
Su alma se vino al piso después de esto.
—¿Lydia?
Ella levantó la cabeza, encontrándose con la persona que menos habría querido ver en esos momentos. Stiles entró a la habitación enfundado en su viejo chándal y secando su cabello con una toalla, sin dejar de mostrar su confusión por la expresión tan herida de la banshee.
Pero todo cobró sentido cuando vió el contacto de la persona que había estado marcando. Su compañera de trabajo, y la chica con la que supuestamente...
—Ella es... —comenzó a decir Lydia, pero él se apresuró en frenarla.
—Lydia no es lo que parece.
— ¿¡Cómo te atreves a decirme eso cuando esa zorra sigue llamándote!? —gritó, sus ojos estaban inyectados en sangre mientras se dirigía a él como un huracán— ¡Dijiste que aún me querías aquella tarde en el coche! Casi creí que realmente lo sentías, pero has estado mintiendo todo el tiempo.
—No es así. Escúchame, puedo explicarlo...
—¡Y le pusiste tu tono favorito de Star Wars!
Él se pasó una mano por la cara. De hecho, ese era el tono que usaba para absolutamente todos, pero eso no venía al caso ahora.
Tenía que decirle la verdad de una vez por todas. No podía permitirse seguirla lastimando de esa forma. Aunque ella después se diera cuenta de que había sido un idiota y decidiera alejarse.
—Chastity no tiene culpa de nada.
—Culpa de acostarse con el novio de otra, eso sí —bramó— ¡Dios! ¿Por qué he sido tan estúpida? Tendría que haberlo sabido. Y tú sin ninguna vergüenza teniéndome tan lejos decidiste que necesitabas a alguien que te calentara...
—¡¡Yo nunca te engañé, maldita sea!!
Lydia contuvo la respiración por lo que fueron unos largos segundos, intentando procesar lo que sea que fuera todo lo que había soltado de un momento a otro. O quizás, eso era lo que ella quería hacerse creer.
—¿Qué has dicho?
—Yo no te engañé ¿Vale? —volvió a decir— Chastity es solo una compañera de trabajo que aceptó formar parte de esto porque yo se lo pedí.
—Pero... las fotos.
—Todo fue montado —habló con dificultad— Un plan para que me dejaras y no te vieras metida en todo el problema con Lucas Gallardi.
Ambos se miraron mutuamente, destrozados, sabiendo que no quedaba mucho más por seguir escondiendo. Al final, la verdad era una de las tres cosas que no podían permanecer mucho tiempo ocultas.
—No es posible.
—Tanto Malia como yo queríamos manteneros a tí y a Scott protegidos, por eso hicimos lo que hicimos —tragó grueso, conteniendo aire como si le costara respirar— Yo sabía que esa era la única forma en que te alejarías de mí. Porque soy demasiado cobarde, y sabía que yo mismo no iba a ser capaz de dejarte a menos que fueras tú quien lo hiciera.
Incapaz de seguir conteniendo las lágrimas, Stiles las dejó salir, sin ningún tipo de vergüenza. Con aquella expresión que denotaba la culpa que todavía lo atormentaba en las noches.
Llevaba tanto tiempo conteniéndola, que en esos momentos sentía como si su corazón volviera a latir finalmente.
El rostro de la rubia fresa, en cambio, era un cuadro de expresiones incomprensibles. Se sentía ingrávida en medio de aquella habitación, pero a la vez las piernas le temblaban tanto que creyó que en cualquier momento se desvanecería.
Decir que estaba completamente desarmada era muy poco para lo que estaba sintiendo en esos momentos.
En el principio de aquella travesía se había jurado a sí misma nunca volver a caer por Stiles, aún aceptando que sería una misión extremadamente difícil estar a su lado y fingir haberlo superado después de un año sin lograrlo del todo. Pero allí estaba, dándole la espalda a lo que había creído, y viendo al chico que la había lastimado, pero también al que amaba a fin de cuentas.
Frustrada emocionalmente, exhausta de las mentiras y sintiendo el peso de sus sentimientos caer sobre su espalda, Lydia solo se vió recurriendo al acto más tonto de todos. Llorar.
Su cara se desfiguró en el momento que las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas, saladas como agua de mar, y ella no sabía qué hacer para que aquella sensación de ahogo la dejara en paz.
—Imbécil —murmuró antes de estrellar su palma contra su mejilla, al tiempo que se volvía sobre sus propios pies.
Stiles quiso frenarla y decir algo que la convenciera de quedarse, pero no hizo falta.
En cuanto ella se detuvo delante del picaporte de la puerta algo cambió, y lo supo cuando la vio aguardar por unos segundos, en duda, hasta finalmente dar media vuelta y dirigirse a él con toda la rabia contenida.
Él aguardó por otra bofetada, un golpe, o incluso un grito. Pero en lugar de eso, recibió lo que menos habría esperado de su parte.
Un beso.
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Había pasado más tiempo mirando aquella maldita foto del que Malia podría contar. La había encontrado mientras revisaba la galería de su celular, y una vez lo hizo, no pudo volver a pasarla.
En esa aparecían ella y Scott durante una de sus incontables visitas a la UC Davis en su primer año, cuando la batalla contra los cazadoras no había sido retomada. Ambos lucían realmente felices, riendo y abrazándose el uno al otro mientras esperaban a que el despistado compañero de cuarto de Scott les tomara la foto.
No sabía que todavía la tenía, y de cierta forma encontrarla la hizo sonreír. Aunque por dentro se sentía miserable.
Lo echaba muchísimo de menos.
Maldita la hora en la que ella y Stiles decidieron acabar con sus respectivas relaciones. Sí, lo había hecho pensando que de esa forma podría ayudar a Lucas mientras mantenía a sus amigos al margen, pero todo fracasó, y ahora era ella quien tenía que cargar con el peso de todos sus errores.
—¿Necesitas un pañuelo? —preguntó Peter Hale de pronto, quien le extendía una toalla de papel delante del rostro.
En silencio, Malia la aceptó sin poner mala cara, y eso fue todo el permiso que necesitó el hombre lobo para quedarse.
—No viniste a almorzar. Derek preparó macarrones con queso.
—No tenía hambre.
—¿Has llamado ya a tu padre?
—Ayer en la noche. Iba a pescar hoy con unos amigos al río y sonaba muy emocionado.
Él asintió, esperando unos segundos en silencio mientras la veía recostar la cabeza en el espaldar del mueble. No lucía bien, y sospechaba cual era el por qué.
—Oye, sabes que no soy el mejor ejemplo para dar consejos, pero... si me dices qué te ocurre, haré mi mejor intento.
Aún dudosa, la mujer coyote pudo notar que había cierto ápice de sinceridad en sus ojos, y eso fue lo que la hizo hablar.
—¿Será que hice bien? Es decir... ¿Realmente valió la pena todo para mantenerlo lejos de mi pasado?
Peter suspiró, analizando cada una de sus palabras.
—Bueno, cariño. Las personas suelen decir que la principal prueba de confianza en una pareja es dejar que tus demonios se conviertan en los suyos también. Pero muchos de nosotros simplemente tememos demasiado —suspiró— Al final, querer a alguien siempre nos lleva a hacer ciertas cosas de las que no estamos orgullosos, pero que hacemos de igual forma solo para garantizar su seguridad...
Cuando terminó de hablar, la castaña ya tenía una expresión de completa extrañeza pintada en cada facción de su cara.
Nunca imaginó que Peter Hale fuera tan bueno con las palabras.
—Wow, eso ha estado... bien.
—¿Impresionada? —sonrió— Todavía no me has preguntado por consejos de moda.
—Tampoco hay que exagerar.
Él volvió a mirarla con fijeza, casi como si pudiera ver lo único bueno de su persona en ella.
—Eres una Hale. No te arrepientes de tus decisiones, las arreglas —espetó— Además, eres mi hija. Tienes la perfección corriendo por tus venas.
Malia dejó que una corta risita brotara por sus labios, sin gracia alguna. Sus pensamientos fueron directamente a Allison Argent, sin poder evitarlo.
—Perfección... ya quisiera.
De pronto, su teléfono comenzó a vibrar con insistencia, y ella se excusó de su padre rápidamente para atenderlo.
La llamada pertenecía a un número desconocido, lo que la hizo fruncir ligeramente el entrecejo. No había recibido noticias de Lucas desde aquella noche en la que se reunieron con Scott en el bosque...
—¿Diga?
—¡Malia! —exclamó una voz femenina de fondo— Soy Allison.
Como si pudiera olvidarlo.
—Oh ¿Pasó algo?
—Solo llamaba porque Lydia me dio tu número y quería pedirte que fueras esta noche a la casa del lago. Allí seguiremos entrenando.
¿Es que acaso aquella chica nunca recargaba las pilas? Llevaban días practicando y la castaña apenas podía sentir las piernas
—Bueno, vale —respondió tras un suspiro— Allí estaré.
Desde el otro lado de la línea, la cazadora sonrió.
—Te estaré esperando entonces.
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Uno más porque mis amigas lo pidieron
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