17. DIECISIETE
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Para fortuna de Stiles, la cena en casa había marchado bastante bien. Su padre preparó un delicioso filete de pollo, no tan cargado como el asado de la última Navidad, y lo acompañó con algo de ensalada de vegetales cortados en pequeños pedazos.
Nadie nunca pensaría que Noah Stilinski fuera tan buen chef de cocina, ni siquiera su propio hijo. Pero esa noche realmente se había esforzado.
Lydia lo felicitaba cada que tenía oportunidad mientras charlaban en el comedor, tan animada como si aquella velada no le fuera incómoda en lo absoluto.
Stiles solo se dedicaba a observarla, sin apenas tocar la comida de su plato. Lo había estado haciendo desde que la vio llegar, luciendo espléndidamente aquel vestido azul marino y las ondas de su cabello rojo fresa brillando bajo la luz de la lámpara.
Preciosa, era la única palabra que utilizaría para describirla en esos momentos. Pero sabía que sus labios no lo pronunciarían.
Así que dejó que fuera su padre quien la guiara toda la noche, y ella se mostró fresca y sonriente, como la misma chica que él conocía de siempre y a la cual aún no lograba sacar de su mente.
Imbécil, mil veces imbécil.
—No me es extraño que seas la primera estudiante estrella de toda la universidad del MIT. Siempre has sido muy lista ¡Demasiado me atrevería a decir! —exclamó el sheriff, provocando que por la comisura de los labios de la banshee se asomara una tierna sonrisa— Tu madre suele contarme cada vez que tiene oportunidad. A veces salimos a por un café. Me agrada mucho ese nuevo novio que tiene... ¿Cual era su nombre?
—Brad —respondió casi al instante— No hemos podido coincidir mucho por su trabajo, pero es muy agradable.
—Me alegro por Natalie —murmuró Stiles, dándole un rápido sorbo a su jugo— Creo que es muy valiente atreverse a darle otra oportunidad al amor.
La rubia fresa suspiró, asintiendo levemente a la vez que agachaba la cabeza. Automáticamente el chico deseó no haber dicho nada.
—La última cita que tuve fue hace meses ¿Recuerdan a su profesora del instituto? ¿Sally Bowman? —continuó el sheriff— Tenía un gran favoritismo por Stiles en aquel tiempo.
—Me reprobó tres veces...
—Pero le gustabas. Ella misma lo ha dicho —resaltó— A propósito, nunca llegué a saber por qué rompieron vosotros dos...
Stiles tuvo que hacer un gran esfuerzo para no escupir el contenido de su vaso sobre la mesa, tratando de no atragantarse con la bebida mientras intentaba simular que el atrevimiento de su padre no lo había afectado tanto.
Frente a él, Lydia se mordió los labios con nerviosismo, soltando el tenedor y dejando caer ambas manos sobre su regazo.
Noah, sin embargo, continuaba mirándolos como si nada raro estuviera pasando.
—Me resultó tan extraño cuando lo supe. Stiles te amaba muchísimo...
—Sigo aquí, papá.
—Recuerdo que pasé días sin comprenderlo...
—¡Papá! —lo interrumpió, utilizando el tono de voz más amable y cortante que pudiera tener. El sheriff se volteó hacia él confundido— Por favor, no hablemos de eso ahora. Estamos cenando y Lydia... de verdad no queremos tocar ese tema ahora.
Como si pudiera entender la advertencia en las palabras de su hijo y la incomodidad reflejada en el rostro de la chica que estaba al otro lado de la mesa, el sheriff asintió y rápidamente cambió el tema para hablarles sobre su cita con la señora Bowman. Stiles agradeció que esto pasara, o de lo contrario, todo terminaría siendo bastante difícil de sobrellevar por el resto de la noche
Cuando terminaron, Lydia se ofreció a lavar los platos sucios y el pelinegro la acompañó a la cocina para comenzar a secar la vajilla.
Ninguno de los dos dijo nada, pero el ambiente era tan tenso dentro de aquella cocina que podría haberse cortado con una tijera.
—Sé que intentas hacer que las cosas funcionen, y te agradezco por eso. Pero no está funcionando —habló ella cuando, minutos después de haberse comportado como una completa extraña, finalmente se armaba de valor para decir lo que tenía atorado en el pecho.
Stiles terminó de guardar los platos y la observó con la cabeza ladeada hacia un lado.
—¿Te refieres a...
—Nosotros siendo amigos otra vez —lo interrumpió— Puedes decirlo también, sé que piensas igual.
—¿Cómo estás tan segura?
—Que me rompieras el corazón no significa que haya dejado de conocerte, Stiles.
El nombrado apartó la mirada y apoyó las manos sobre de la encimera. Siendo esto una forma de no verla directamente.
—Ya lo has dicho. Tenemos que hacerlo por la manada.
Lydia asintió con resignación, aunque había tenido la esperanza de escuchar otra respuesta por su parte.
—Antes solía pensar que mi vida sería como la de cualquier chica americana destinada a seguir el mismo cliché. Sin demostrar realmente cómo era porque a nadie le importaba realmente —dijo— Pero tú me conocías, incluso mejor que yo misma. Tenías fe en mí, me respetabas...
Su voz se quebró con esa última palabra, obligándola a detenerse antes de decir algo que pudiera afectarlos a los dos, pero necesitaba hablar porque sentía que su garganta quemaba por dentro.
—No eras ni de cerca el príncipe azul que imaginaba en mis sueños, Stiles —murmuró, y sus ojos se encontraron a través del espacio que los separaba— Pero fuiste mucho más que eso y con el tiempo me dí cuenta que eras todo lo que necesitaba y quería... ¿Qué es lo que te hizo dejar de verme como antes?
Él negó, teniendo la necesidad de decirle que estaba equivocada, que las cosas no habían sido así, que el único que tenía la culpa era él... pero no pudo.
—No fue tu culpa, Lydia. Eres perfecta. Yo solo... no creo ser lo que realmente mereces.
—¿Esa es tu razón para haberme traicionado como lo hiciste?
—Fue un error, y lo siento. No existe ni un solo día en el que no me arrepienta de ello —se apresuró en responder, dejando que el silencio volviera a reinar entre aquellas paredes.
Estaban estancados, enterrados en sentimientos rotos, y por más que intentaban aferrarse a la idea de que podían lograrlo sin caer otra vez, se equivocaban.
Ahora, sin embargo, no era cuestión de querer, sino de tener que lograrlo aún si eso los destrozaba.
—Supongo que la naturaleza del hombre nunca cambiará —suspiró— Prometí no volver a tocar este tema entre nosotros para no afectar nuestro trabajo y el trato con la manada. Pero necesito que tú me prometas algo a mí, si es que todavía queda algo de ese chico en tí...
—Lo que sea.
—Promete que después de vencer al Ejército de las Sombras, cuando cada quien siga con su vida como antes, volveremos a ser como dos desconocidos.
Al escuchar esto, algo dentro del pecho del chico se rompió con mayor fuerza que antes. Sus pulmones parecieron fallar, y una capa de lágrimas le cubrió sus pupilas.
Él no dijo ni hizo nada. Estaba demasiado angustiado como para acercarse, pero también demasiado desesperado.
Y entonces, su lado más tonto volvió a tomar el control de sus acciones, haciéndole cometer quizás el error más grande del que se arrepentiría toda su vida.
—Si eso es lo que quieres...
Ella sollozó:
—Es lo mejor para los dos, y quizás así podamos volver a ser amigos en algún momento —ella tomó su mano suavemente, apretándola como si quisiera desaparecer— Aunque ese momento pueda demorar un poco.
«Así que eso será todo» pensó él internamente, odiando la idea de que ni siquiera por ser ellos las cosas pudieran ser distintas. Porque desgraciadamente eso era lo más triste de todo, que el amor a veces no era suficiente, y las relaciones no siempre funcionaban.
Vaya amargo final para algo que comenzó siendo como lo más especial de su vida.
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—Está tardando mucho.
Malia levantó su cabeza del suelo para ver a Scott caminando de un lado a otro, sin parar, batallando internamente contra su propia impaciencia. La claridad de la noche se enredaba en su pelo oscuro, dejando su rostro cubierto por las sombras del bosque.
—Te dije que no era necesario que vinieras. —dijo, sentada encima de la raíz de un árbol, tan solo observando al viejo Nemeton delante de ellos.
El alfa resopló, como si cada segundo que pasara fuera un siglo.
—A veces es como si no me conocieras.
—Lo hago. Sino ¿Por qué crees que me rendí tan fácilmente ante tu insistencia por acompañarme? —cuestinó, provocando que este la mirara— Claramente no ibas a aceptar un no por respuesta. Y de no ser así, me habrías seguido de igual forma.
—¿Entonces todavía piensas que está mal que me preocupe por tí?
—No digo que esté mal. Eres nuestro líder, tu deber es proteger a la manada. Lo que me parece exagerado es que te preocupes tanto.
Scott suspiró, pasando la mano por su rostro con algo de cansancio. La última vez que dejó de preocuparse por lo que los demás hacían terminó envuelto en un tremendo caos, el cual aún no lograban solucionar. No obstante, ya no tenía idea de cómo hacerle entender que no era solo por su deber, sino por ella.
—Vale, sé que este chico fue tu único amigo cuando ambos eran coyotes, pero eso no quita el hecho de que se ha vuelto un asesino y un ladrón. Quizás tú hayas olvidado lo que te hizo, pero yo no ¿Vale? —habló severamente en su dirección. Tanto que Malia sintió que su corazón daba un vuelco de solo escucharlo— Así que sí tengo razones para preocuparme por tí. No dejaré que vuelvas a poner tu vida en peligro, ni siquiera arriesgándote un poco ¿Te ha quedado claro?
Ella se quedó callada, asimilando todas sus palabras como si fueran una avalancha de impacto demoledor. Quería responder algo, pero se sentía tan pequeña que por un segundo creyó que también había perdido su capacidad para hablar. Los ojos oscuros de Scott brillaban como dos diamantes en la oscuridad, haciéndola flaquear. Pero afortunadamente, alguien más llegó para interrumpirlos justo a tiempo.
Un muchacho de tez pálida y cabello negro apareció desde las sombras, simulando aplaudir como si se encontrara delante de una obra de teatro.
—Vaya. Eso ha sido hermoso —dijo, y su voz sonó ronca y peligrosa, como una navaja— Es que en serio, me ha subido el azúcar de tan solo verlos.
—Viniste solo... —Malia habló, sorprendida de no ver al Ejército de las Sombras a sus espaldas. Scott incluso tuvo que mirar hacia todos lados para asegurarse de que nadie más lo hubiese seguido.
—Y tú no lo estás Otra razón por la que no debería confiar en tí —replicó Lucas— Te dejas influenciar muy fácilmente, y tarde o temprano terminarías trayendo contigo al Superman del mundo sobrenatural.
—Hablas como si fueras un experto en eso de seguir las reglas —dijo Scott, cruzando los brazos sobre su pecho mientras ambos se miraban con odio.
El chico coyote se encogió de hombros seguidamente, haciendo una mueca con los labios para mostrar su desacuerdo.
—¿Dónde está lo divertido en seguir las reglas, McCall? Descuida, no traje las garras de Belasko por si eso es lo que te preocupa.
—Ponme a prueba y no me importará borrarte esa sonrisa a golpes ahora mismo, con o sin las garras.
—Pero ella no te dejará hacerlo —le dijo, posando su mirada en la castaña que se encontraba detrás del alfa— ¿O no, Malia?
Ella dió un paso al frente, dejando escapar un pesado suspiro.
—¿Qué es lo que quieres, Lucas?
—El Nigromante quiere proponerles un trato —habló, haciendo que ambos fruncieran el entrecejo a la misma vez— Está dispuesto a dejarlos en paz... incluso a la niña, si vosotros dejan de meterse en sus planes por supuesto.
Malia y Scott se quedaron helados por unos segundos, analizando lo que acababan de escuchar de sus labios. Ambos buscaron sus miradas, y estaba más que claro cual sería la respuesta que le darían después de esto.
—Creí que tendrías un poco más de sentido común y asumirías por tí mismo que vendrías hasta aquí solo para perder el tiempo intentando proponernos algo que claramente no vamos a aceptar —el alfa elevó su semblante, desafiante y decidido— Dile al Nigromante que no hay chance de echarnos para atrás, y lo que sea que esté planeando, no durará mucho.
Las facciones del hombre coyote se endurecieron, pero no mostró su enojo, simplemente tragó grueso y les advirtió:
—No saben con quién se están metiendo.
—Hemos luchado contra cosas mucho peores y nunca nos echamos para atrás ante ninguna amenaza que llegara a Beacon Hills. Esta vez no será diferente.
—Bueno, estoy seguro de que tarde o temprano se acabarán arrepintiendo.
Él dió marcha atrás, sin despegar sus ojos tormentosos de ambos miembros de la manada McCall. Pero antes de que pudiera marcharse, la voz de Malia lo detuvo.
—Lucas... —estaba insegura, pero una vez más, debía intentarlo— Sé que ahora te sientes herido, pero no te conocí como el tipo de persona que recibe órdenes de nadie. Siempre fuiste libre ¿Por qué estás haciendo esto ahora?
—Yo decidí qué es lo que quiero —respondió— Poder. Eso fue lo que me prometió el Nigromante, y tú me lo otorgaste cuando me diste las garras.
—Sabes que eso no fue así.
—¿Lo fue? Oh Malia, sigues siendo tan ingenua.
—Eres mejor que esto y lo sabes —insistió, acercándose lentamente hasta quedar a una distancia considerable— Por favor, ven con nosotros. Si lo haces, yo puedo ayudarte a comenzar desde el principio. Tendrás una manada, un hogar... fue lo que siempre quisiste ¿No es así?
Por un momento, ella pudo ver un brillo anhelante en los ojos del pelinegro, como si los recuerdos de su tiempo en el bosque volvieran de golpe a su cabeza para hacerlo titubear. Ellos habían sido solo dos criaturas solitarias que corrieron con una suerte muy diferente por separado, pero ahora tenían la oportunidad de volver a ser aliados otra vez.
Solo tenía que dar un paso, solo eso. Pero tan rápido como la duda se había instalado en su mente, la mirada de Lucas volvió a ser fría y vacía.
—¿Sabes lo que pienso de tus intentos por hacerme cambiar? —cuestionó— Son ridículos, al igual que tú.
Scott gruñó sonoramente cuando lo vió dar media vuelta y desaparecer en la oscuridad como si fuera un fantasma que, en realidad, nunca había estado allí del todo. El silencio volvió a apoderarse de aquel espacio del bosque, y él solo podía escuchar el corazón de Malia moderando sus latidos hasta que se giró sobre sus propios pies. Su rostro tan inexpresivo como nunca antes lo había visto.
—¿Estás bien? —preguntó, siendo la única interrogante que su cabeza pudo formular.
La castaña asintió levemente, casi sin ganas.
—Supongo que solo estoy un poco cansada —dijo, caminando de vuelta hacia el árbol en el que se había sentado antes de la llegada de Lucas. Scott copió sus acciones, y tomó lugar a su lado en medio de aquella quietud.
Los rayos de la Luna se colaban por entre las ramas, reflejándose en el suelo como motas de plata. Algunas incluso estaban encima de ellos, iluminándolos y proyectando sus sombras como si fueran dibujos sobre la tierra.
En algún momento, ella se movió ligeramente de su lugar para romper el silencio.
—Extraño correr en mi forma animal —dijo, y Scott dejó que sus labios se curvaran en una pequeña sonrisa.
—Sí, solías hacerlo mucho antes.
—La sensación de las hojas bajo mis patas, el viento que corre por los alrededores y la Luna iluminando desde el cielo es lo mejor que hay en el mundo —rió amargamente, hasta recordar algo más— Tú venías a buscarme luego de cada carrera con una muda de ropa ¿Recuerdas?
—Si. A veces me hacías perseguirte porque no dejabas de correr.
—Y te volteabas siempre que me transformaba para no verme desnuda. Incluso siendo tu novia —rió— Siempre fuiste tan tierno e inocente por ese lado.
—Tampoco exageres mucho —la miró con sorna, lo que provocó que ella solo se echara a reír.
—En serio. Te ponías nervioso solo porque me acercaba para darte un beso. Acéptalo —exclamó— Además, apuesto a que si lo hiciera ahora mismo tragarías grueso y luego las mejillas se te tornarían rojas.
Él negó.
—Ha pasado tiempo. Te lo aseguro, ese truco ya no tiene ningún tipo de efecto en mí.
—Veamos si es cierto.
Diciendo esto, la mujer coyote lo tomó desprevenido en el momento que él quiso contestarle, acercándose peligrosamente al rostro del alfa con tal osadía que lo dejó paralizado en su sitio. Scott pudo sentir la calidez de su respiración que chocaba contra sus labios, estando tan cerca que sus narices casi llegaban a rozarse.
—M-Malia ¿Q-Qué estás haciendo?
La nombrada alzó los ojos para que estos conectaran con los suyos, brillando con un toque de travesura, y sonrió ligeramente cuando lo vió tragar grueso.
—Paralizado —murmuró sobre su rostro, haciendo que la piel de sus brazos se crispara por la cercanía— ¿No que no tenía efecto? ¿Dónde dejaste al valiente Scott?
—Está delante de tí.
—No lo parece.
—Ahora que lo pienso, creo que sé de algo que sí que tenía efecto en tí —se atrevió a decir él, en un intento por entrar también en su juego— y si mal no recuerdo, todavía debe de funcionar.
Ella lo observó con suficiencia:
—No lo creo. No soy fácil de superar, McCall.
—Hagamos el intento —le dijo con una sonrisa, desafiándola, y ella estaba completamente lista para lo que sea que intentara probar. Porque tenía la seguridad de que saldría victoriosa.
Sin embargo, las reglas se pusieron en su contra cuando Scott se acercó aún más, dejándola estupefacta ante la fugaz sensación de sus labios rozando los suyos. Pero, contrario a lo que creyó que pasaría, él desvió su camino un poco más hacia abajo, marcando con un ardiente beso aquella zona que sabía, era su punto débil. El cuello.
Malia tuvo que morder su labio inferior para reprimir el sonido ahogado de su voz, pero eso no fue suficiente para detener el suspiro que escapó por su boca.
La sensación de sus labios había traído consigo una corriente electrizante que recorrió su espina dorsal de arriba a abajo. Tan satisfactoria que la hizo cerrar los ojos para disfrutar más de ello, ladeando un poco la cabeza para darle mejor acceso.
Por instante, olvidó dónde estaba, quien era, y lo que habían venido a hacer. Tan solo concentrándose en lo que la hacía sentir, y que hacía mucho no experimentaba.
Pero entonces escuchó cómo alguien liberaba una graciosa risa, y su burbuja explotó.
—Creo que nos ha quedado claro quién de los dos es más vulnerable al otro. —la mirada triunfante de Scott fue lo primero que vió al abrir los ojos, y automáticamente, sus facciones se endurecieron con molestia.
Extendió los brazos para empujarlo lejos, todavía entre risas, y se reincorporó sacudiendo sus jeans como si tuvieran polvo.
—Idiota. —masculló, oyendo como él murmuraba que era una mala perdedora y otras cosas más.
Ni siquiera se detuvo para ver si la seguía cuando comenzó a caminar. Lo único que necesitaba Malia en esos momentos era romperle los huesos a alguien, y una ducha muy fría. Más urgentemente lo último.
Para la próxima, tendría que pensárselo más de dos veces antes de iniciar un juego como ese.
Y a sus espaldas, Scott se mantuvo de pie por unos segundos. Percibiendo algo nuevo en el aire que antes no había notado, pero que seguía allí.
¿Cuanto más tiempo se estaría mintiendo a sí mismo? Si estaba más que claro ella seguía siendo la única que provocaba que su corazón latiera más rápido y más lento a la vez.
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