13. TRECE
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—¿Qué es lo que estáis haciendo vosotros aquí?
La mano de Malia todavía sostenía la manilla de la puerta, aunque ganas no le faltaban para cerrarla de un solo golpe, que sacudiera toda la casa de ser posible. Todo con tal de desaparecer los rostros de Peter y Derek Hale de su campo de visión.
El mayor de los dos sonreía como si fuese un placer inmenso volver a verla después de tantos meses sin verse las caras, pasando al interior de la casa sin que le invitara primero.
—Vaya ¿Así tratas a la familia, cariño?
—Creía que estaban en Sudamérica con Cora. De hecho, cuando hablé con vosotros hace tres días lo estaban —espetó, sin poder ocultar ese dije de molestia en su voz.
—Digamos que hubo un abrupto cambio de planes cuando nos enteramos de tu nueva condición, y vinimos a pedirte no, a exigirte, que te vayas con nosotros al loft —expresó Derek, aún impasible en su sitio— Allí estarás más protegida y podremos vigilarte de cerca.
Malia tuvo que bufar en respuesta:
—Yo no quiero que me vigilen. No soy una niña para que me estén cuidando. Además, me encuentro muy bien aquí donde estoy.
—No está a discusión, Malia. O vendrás con nosotros a las buenas, o tendrá que ser a las malas.
—Y no creo que estés en condiciones de rebatir, cariño —agregó Peter, solo provocando que su hija se enojara más de lo que ya. Había sido muy cuidadosa en ocultarles a los dos lo que sucedió con Lucas. Entonces ¿Cómo es que pudieron haberse enterado?
—Maldita sea ¿Quién rayos fue y les contó todo? ¿¡Fue Stiles!? Porque si es así ese bocafloja me las pagará caro.
—De hecho, he sido yo —Scott apareció de pronto detrás de ellos, en el umbral, y su expresión era expectante. Quizás porque sabía con anticipación cómo ella reaccionaría—, los llamé hace unos días, cuando te encontrabas inconsciente en mi habitación.
—¿Ahora quién te ha dado el derecho de decidir por mí, McCall? —atacó la ex mujer coyote— Dejen de tratarme todos como si fuera de cristal, joder. Sé cuidarme sola.
—Te convertiste en una humana, Malia —dijo Peter, y esta vez su tono era mucho más serio— Tu desgastado sentido de la autopreservación te llevó a eso. Así que cierra el pico, recoge las maletas y pon tu precioso trasero en mi auto ahora mismo.
—No voy a ir a ningún lado —dijo ella, justo en el momento que Stiles iba bajando las escaleras para encontrarse con la inesperada reunión que se estaba llevando a cabo en el salón de su casa.
Ante su silencio, la castaña pudo suponer que este ya tenía conocimiento de que ellos estarían allí.
—Tú también lo sabías ¿No es así?
—Lia... —Scott trató de intervenir.
—¡Tu no hables! —lo chitó en tono cortante— no tenías ningún derecho a decidir esto por mí.
—Lo hice precisamente porque estoy preocupado por tí.
—A la mierda tu preocupación.
—Mal, por favor —Stiles la tomó por los hombros, obligándola a mirarle— Escucha, sé que lo que está sucediendo es todo muy nuevo para tí. Incluso puede llegar a ser molesto y frustrante. Pero tienes que admitirlo, por ahora no puedes hacer mucho si no aceptas la ayuda que los demás te ofrecen ¿Vale? Necesitas entrenamiento, y quién mejor que los Hale para ayudarte a explotar todo tu potencial.
—Creo que para explotarme el potencial, suficiente tengo con Allison Argent.
—Pues míralo por el lado positivo —exclamó— Derek siempre compra mejor comida que yo.
Malia suspiró con resignación, sabiendo de sobra que ninguno de ellos se detendría hasta convencerla de irse a vivir al loft, así que finalmente asintió y en menos tiempo del que esperó, Peter estaba bajando su maleta por las escaleras para llevarla hasta su auto.
Ella seguía en el salón, con las manos escondidas en los bolsillos de sus shorts, mirando hacia afuera y a Derek, quien parecía inquieto a la vez que hablaba con su hermana Cora por Skype.
Malia solía comunicarse mucho con ella cuando se mudó a San Francisco, pero llevaba varios meses sin llamar. Se preguntaba si Cora estaría tan preocupada por su estado como lo estaban todos, y de ser así ¿Por qué aún no le enviaba ningún mensaje? ¿Estaría enojada?
—Esta es la última —escuchó la voz de Scott a sus espaldas, quien le extendía su mochila de viajes para que la llevara.
Ella se mantuvo viéndola por un momento y luego se la arrebató bruscamente.
—Te odio por esto —le dijo antes de partir, y estas palabras, de alguna forma, hicieron sentir realmente mal al alfa.
Aquella era la primera vez que la escuchaba decir algo como eso, y que fuera dirigido especialmente a él por lo que acababa de hacer le dolía y mucho. Era como si ambos estuvieran más separados que nunca, a pesar de sus intentos por arreglarlo.
Lenta y silenciosamente, Stiles se paró a su lado, suspirando.
—Tío, la has fastidiado —le dijo, provocando que el alfa resoplara.
—No me lo tienes que decir. Lo sé.
—Pero ahora escucha porque sí que tengo otra cosa importante que decirte —agregó, ganándose nuevamente su atención— Lydia y yo hablamos con Deaton, y descubrimos que las muertes recientes se deben a un intercambio forzado para equilibrar el hilo entre la vida y la muerte.
La expresión del alfa se endureció, al tiempo que su entrecejo se arrugaban ligeramente.
—¿Por qué?
—Digamos que todas las sombras escaparon del otro lado, y su lugar tiene que ser suplantado con otras —alzó ambas manos— No me mires de esa forma. Así funciona la muerte.
Scott pareció estudiar esa información por unos segundos, llegando a las mismas conclusiones que probablemente los apellidados Stilinski y Martin debieron sacar el día anterior en la clínica.
Si no se movilizaban, quizás luego sería demasiado tarde para vencer al ejército de las sombras
—Tenemos que decirle a los demás —dijo pasados unos segundos— Saltándonos la parte de Deaton, claro está. No creo que a Isaac le agrade saber que recurrimos a él.
—Vamos a tu casa entonces
Horas después, la mitad de la manada se encontraba en el salón de la casa de los McCall. Lugar que habían adoptado como punto de reunión para cada asunto que se debiera debatir en grupo.
Isaac estaba apoyado en la pared, pensativo y con sus ojos azules puestos en el suelo como si quisiera abrir un agujero en él. Mientras tanto, Allison se encargaba de sostener a Aimee, quien jugaba animadamente con unos cubos de colores en la alfombra delante del sofá. La cazadora, a pesar de estar prestando atención a la conversación, no la perdía de vista ni un solo segundo.
Lydia, por su parte, se había posicionado al lado de Scott y Stiles, compartiendo sus mismas expresiones. Este último se había encargado de explicar todo lo que tenían hasta el momento.
Cuando terminó, el de apellido Lahey soltó un sonoro bufido que, incluso, hizo que su pequeña hija lo mirara con extrañeza desde el suelo.
—Esto tiene que acabar. —declaró.
—Sí. Pero por ahora la única forma de hacer algo al respecto es investigando más sobre el Nigromante —lo interrumpió la banshee— Sabemos que este quiere algo, pero todavía continuamos sin descubrir qué.
—También tenemos que estar atentos a cualquier movimiento de Lucas Gallardi —agregó Stiles— Su objetivo es Scott, y no va a detenerse hasta robar sus poderes como ha hecho con otras criaturas.
—Pues tendrá que ser muy bueno para eso —habló el aludido— No se mata a un alfa tan fácilmente.
Allison desvió la mirada de sus amigos hacia sus manos temblorosas. Desde que había regresado estas no dejaban de hacerlo cuando se sentía nerviosa, y eso realmente comenzaba a preocuparla.
No obstante, se sentía demasiado culpable por formar parte de los fantasmas que habían regresado para perturbar la paz de Beacon Hills una vez más. Y además, causarle tantos problemas a la manada.
—Si al menos pudiera servir de algo para su búsqueda, pero no tengo nada —murmuró— Ni siquiera recuerdo por qué desperté en aquel sitio. Mi mente es como un borrón que no ve nada más que oscuridad.
Isaac se acercó y puso una mano en su hombro. Ella pudo ver algo en su rostro, cierta tensión que había estado allí desde el día que lo había conocido. Sin embargo, ahora era diferente, más suave, y de alguna manera, más vulnerable.
—Oye, tranquila. Lo resolveremos.
—Nada de esto es tu culpa, Allison —habló Lydia— Eres tan víctima de los actos del Nigromante como los demás.
—Pero debería poder ayudar. Yo quiero ayudar —insistió, y finalmente, agachó su cabeza con angustia.
Sentía que era inservible, que su estadía allí solo se resumía en darle más preocupaciones a los demás. Pero entonces una cálida manita se posó en su mejilla y la hizo elevar el semblante hacia arriba.
Aimee le sonrió abiertamente, haciendo un sonido gracioso, como si quisiera llamar su atención con ese gesto y demostrar que se equivocaba.
—Creo que alguien aquí quiere corregirte —esa fue Lydia, quien con sus palabras, hizo que Allie suspirara y rodeara a la pequeña con un brazo para evitar que volviera a caerse.
Aún le causaba algo de contradicción pensar que todo ese embrollo había sido causado por esa pequeña, tan joven y frágil ¿Acaso una persona podría ser tan malvada para aprovecharse de un ángel así? Ella no tenía culpa de nada, así como tampoco Allison. Solo eran piezas sueltas en ese juego de ajedrez.
—Al menos podré proteger a alguien mientras esté viva —murmuró, satisfecha.
Sus amigos trataron de decir algo, pero entonces la niña dió un leve saltito cuando todos los cubos que había apilado se cayeron a la vez, y entonces la cazadora tuvo que volver a tomarlos de sus manos para que no se los llevara a la boca, todavía entre risas.
—Estos no son para comer, tontita.
Isaac las miraba, los ojos de la apellidada Argent eran oscuros como la noche, pero llenos de cariño y entendimiento. Ella no veía nada de malo en Aimee, y por un momento, eso le recordó a Michelle y la alegría que siempre parecía experimentar cada vez que pasaban tiempo juntas.
Con Allison tampoco era distinto.
De hecho, casi que podía ver el mismo brillo en los ojos de su pequeña cuando la veía entrar a la habitación.
Eso era una buena señal, al parecer.
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