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Capítulo 9: Decisiones.

🗝️

Vincent examinó con disimulo la casa de Katrina, mientras ella se disponía a preparar el chocolate caliente que tanto ansiaba que probase su psiquiatra. La joven vivía sola, y la carencia de fotografías familiares eran evidentes. En lugar de aquello, las paredes estabas decoradas con hermosas pinturas abstractas. Era un hogar acogedor, pero a su vez oscuro. El estilo gótico en cada esquina se pronunciaba mucho, conjuntando con la personalidad de la muchacha, a la que le gustaba vestir con vestidos clásicos y victorianos. Poseía gran cantidad de objetos antiguos, como los muebles vintages que había como decoración en el salón. También contenía una estantería llena de libros que en ella habitaban grandes obras literarias de Allan Poe, entre otros autores peculiares.

En una pequeña mesita de madera había una vela blanquecina, que desprendía un ligero aroma a vainilla. Shaddy estaba situado en la vela, esnifando con gusto el humo que se esparcía, como si con ello se alimentase del dulce olor. El monstruo observó a su amigo, que estaba incómodo de permanecer en aquella casa en silencio.

—¿Qué te ocurre, Vincent? —indagó Shaddy.

—No lo sé. Estoy incómodo.

De pronto, Katrina llegó al salón con dos tazas de chocolate caliente. Sonrió al hombre y dejó ambas tazas en la mesa del salón. Vincent se acercó para sentarse en la silla mientras la joven ya había tomado asiento. Sopló al chocolate para que pudiera enfriarse un poco al beberlo.

El cabello de la muchacha caía a un lado de sus hombros cual cascada de fuego. Su cabello cobrizo y la longitud largo de éste lo hacía lucir muy bello. Ella examinó a Vincent, que pretendía esconder su mirada en la taza que se le obsequió.

—Gracias por haberse quedado —dijo ella con una sonrisa.

«Tampoco tenías opción. Te arrastró a ello», murmuró Shaddy con una risa divertida.

—De nada.

—He oído que no dejan que se quede en su vivienda 302.

—Al principio creí que era porque estaban buscando las pruebas del homicidio, pero luego supe que estaba equivocado.

—¿Por qué?

—La familia de Ivy ha rechazado que entre en la casa que ambos vivimos.

—Lo siento mucho. Debe de estar pasándolo muy mal —Él se silenció dando un sorbo al chocolate—. Si quiere, puedo prestarle mi llave y así puede descansar en mi hogar.

Alzó su mirada sorprendido. Le estaba ofreciendo su casa y no supo cómo reaccionar. Por supuesto que se negaría, bastante tenía con las habladurías del pueblo para que encima especulasen cuando lo vieran salir de la casa de una mujer. No estaba dispuesto a manchar su imagen más de lo que ya estaba. Los habitantes le tenían tanta tirria que no quería sufrir los disparates de las personas charlatanas ni que Katrina sufriera por ello. Por mucho que añorase descansar en condiciones en una cómoda cama, prefería abstenerse.

—Te lo agradezco mucho, Katrina, pero prefiero rechazar tu oferta amablemente. No quiero que las personas de Villa Lamentos me señalen al salir de una vivienda que no es la mía.

—Entiendo que usted pueda sentir miedo por lo que la gente opine, pero prefiero que esté descansado en un hogar que vivir en un cubículo como su despacho. A mí no me importa lo que puedan decir de mí unas personas que optan por creerse cualquier chisme en lugar de buscar la verdad.

Él se apresuró en contestar.

—Puede que mi despacho no sea el lugar más cómodo, sin embargo, tengo que rechazar tu oferta por muy tentadora que parezca. Lo siento, no voy a permitirme sufrir más habladurías.

De pronto, Katrina sacó una copia de la llave que estaba escondida en una figura de porcelana. La colocó en el medio de la mesa y miró al psiquiatra a los ojos. Estaba siendo muy insistente.

—Dejaré la llave aquí. Si al acabar la noche usted no coge la llave, no volveré a sacar el tema.

No supo cuánto tiempo pasó desde que llevaba en casa de Katrina, pero de pronto, la muchacha observó el reloj de su pared y exclamó qué tan tarde era. Agarró las tazas para llevárselas al fregadero y dijo:

—Me meteré en la cocina sin querer saber si ha cogido la llave o la ha dejado donde estaba. Le daré su tiempo para que lo piense.

—Pero...

La muchacha sonrió con dulzura y marchó del salón. Él quedó inspeccionando la dichosa llave con la mirada. Pensar que podía disponer de un lugar en el que descansar era muy tentador, pero la casa era de Katrina, una mujer. Las mentes cerradas del pueblo no aceptarían verlo salir de un hogar que vivía una fémina con la reciente muerte de su novia. Era un disparate.

Se carcomía por dentro, queriendo tomar la decisión más correcta. La llave estaba ahí, añorando que sus temblorosas manos la tocasen y se la llevase consigo. Vincent retrocedió el paso, queriendo no hacer ningún contacto más con la dichosa llave.

—No voy a llevármela. No quiero tener más problemas —musitó para sí mismo.

Dicho aquello, caminó en dirección a la puerta de entrada para marcharse. Ni siquiera miró atrás, simplemente se despidió de Katrina y partió rumbo al psiquiátrico. Pudo escuchar la risa juguetona de Shaddy en el silencio de la noche.

En el trayecto a Hellincult, Shaddy caminaba al lado de Vincent en el silencio ensordecedor de la madrugada. Sus grandes cuernos en forma de espiral eran intimidantes, se veían pesados y rígidos. Sus cuencas vacías parecían observarlo, con su sonrisa macabra y lúgubre. No tenía ganas de preguntar por qué lo observaba conforme anduvo hasta Hellincult, estaba tan cansado que su voz no quería salir. El monstruo se decidió en hablarle.

—¿Qué es lo que te preocupa, dormir en un hogar que no es el tuyo, o dormir en un hogar que es de una mujer?

—Ambas.

—Hazte fuerte, corazón. Deja que la gente tenga que hablar de lo que quieran, al fin y al cabo, nadie va a creerte hagas lo que hagas. Vive tu vida y dejan que observen.

—¿Estás insinuando que debería de aceptar la llave de la casa?

—Estoy diciendo que si vas a medir cada paso que des no podrás avanzar en tu investigación. Si vives con miedo serás inútil. Te necesito fuerte. Sé la mejor versión de ti mismo.

—Es muy fácil decirlo.

—Entonces, Shaddy hará de ti todo un hombre sin miedos.

Vincent soltó una risa sarcástica.

—Suerte con ello.

🗝️

Al volver al psiquiátrico, se apresuró en meterse en su consulta para descansar en el tan odiado sofá. Cuando abrió la puerta, bajo sus pies se encontró un dibujo que habían insertado en la sala mientras él estuvo ausente. Agachó la vista y sonrió para sí mismo. Puede que Baby Doe no tuviera los mejores dotes de artista a la hora de garabatear, pero aquel dibujo pudo sacarle una sonrisa enorme por el hermoso detalle que la infante le había dedicado. En dicho papel, estaba pintado a Vincent, sosteniendo la mano de la niña junto a Ivy. Ella había indicado quién era cada protagonista mediante sus nombres escritos encima de sus cabezas. Le resultó similar a los típicos dibujos que hacían los pequeños a sus padres en los colegios.

Él guardó su dibujo en una pequeña carpeta, que había recordado que poseía para los dibujos de los niños. Nunca fue un hombre antipático, jamas rechazaría los dibujos que le dedicaban los pacientes más menores. Vincent siempre guardaba como oro en paño los garabatos que le regalaban, aunque a veces ni siquiera se entendiera qué quería plasmar el infante, pero sabía que se esforzaban por ello, y que rechazar algo tan bonito como el empeño que pusieron sabía que les dolería mucho. Ver el mundo como un infantil lo apreciaba era fascinante. Al menos todavía no tenían formada la mentalidad para entender que, en ocasiones, el mundo daba miedo.

🗝️

A la mañana siguiente, Vincent fue despertado cuando dos golpes a la puerta de su despacho sonaron con ímpetu. Trató de despabilarse tras el repentino despertar, y los rayos solares que impedían que abriera los ojos con normalidad. Cuando abrió la puerta, se encontró con su hermano Alexander, circunspecto. Él entró a la habitación y la cerró ante los curiosos que les gustaba oír conversaciones ajenas para alimentar sus vidas.

—¿Qué pasa? —inquirió él, confuso.

Alexander lo examinó de arriba abajo al verlo tan bien vestido y acicalado -y eso que acababa de despertar-, desde la muerte de Ivy se había descuidado un poco y ahora lucía mucho mejor que unos días atrás. Parecía otra persona totalmente apuesta.

—Esta mañana he salido a la plaza para recoger unos recados y he oído a unos de los detectives comentando que no dejan que entres en tu domicilio porque la familia de Ivy te lo ha prohibido. ¿Por qué no me dijiste nada? Si quieres, puedes quedarte en mi casa. No sabía que estabas durmiendo en tu despacho, Vincent. Siento mucho todo lo que estás pasando, y me disculpo si algún día dudé de ti. No fui un buen hermano.

«¡Casas gratis por doquier!», exclamó Shaddy, con los brazos al aire.

—No pasa nada. Todos dudan de mí, tampoco me sorprendió tanto —mintió.

—¿Entonces, qué decides?

Vincent se metió las manos en los bolsillos de su pantalón para calentarlas ante el frío mañanero, pero abrió sus ojos con sorpresa al palpar algo frío y metálico en su interior. Shaddy comenzó a reírse con diversión cuando éste tocó lo que ya sabía que era.

—Lo pensaré —respondió con nerviosismo.

Alexander lo observó extrañado. Asintió con su cabeza y le dijo que le diera la respuesta cuanto antes. Dicho aquello se marchó de la habitación.

Cuando su hermano salió, se apresuró en coger la llave de su interior y observarla con detenimiento. Maldijo por lo bajo cuando se percató que era la llave del hogar de Katrina.

—¡No la cogí! ¿Por qué está en mis bolsillos! ¡No la acepté!

El monstruo se carcajeó.

—Shaddy toma decisiones por ti —respondió.

Vincent se enfureció, se llevó las manos a la cabeza, dando vueltas por la habitación en círculos. No lo entendía, no podía comprender en qué momento Shaddy le metió la llave en sus bolsillos. Aquel dichoso monstruo se creía tener el derecho para tomar decisiones por él, como si el hombre por sí mismo no pudiera. ¡No quería dormir en casa de Katrina! Sabía que los problemas serían evidentes, no podía lidiar con tanto.

—¡Eso es, Vincent! Enfádate. Saca tu lado macabro y hazte fuerte.


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