Capítulo 8: La casa.
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Vincent dejó las gallates de mantequilla encima del escritorio de madera negra. Baby Doe lo miró con recelo, pues su rostro denotaba angustia y no supo qué le pasaba. Desde que había mencionado que Ivy fue su cuidadora la infante se percató que su cara se había empalidecido y sus manos tenían un sutil tembleque. La niña quiso preguntar si estaba bien, pero no quería entrometerse en los asuntos de los adultos, pues en más de una ocasión le habían dado una regañina por curiosear las conversaciones y las actitudes de las personas mayores que ella. Sin embargo, como su psiquiatra era tan gentil, se decidió a formular.
—¿Se encuentra bien? ¿He dicho algo malo?
El joven le miró y esbozó una sonrisa, tratando de calmar sus nervios internos. No quería que la niña se preocupase o indagase en el tema de Ivy por simple curiosidad de su relación, pero también era consciente que tarde o temprano Baby Doe descubriría el por qué la mujer ya no iba a visitarla.
—Estoy bien, Baby Doe. ¿Podrías decirme si Ivy tenía enemigos en el psiquiátrico?
La pequeña alzó sus cejas con sorpresa.
—¿Por qué iba a tener enemigos la señorita Ivy, si es la persona más buena que conozco?
—Baby Doe, incluso si eres la persona más amable del mundo, siempre habrá alguien dispuesto a hacerte daño.
—¿Por qué? —preguntó ella con tristeza.
—Porque algunos seres humanos somos horriblemente malvados con las personas que nunca nos han causado algún mal.
—¿A Ivy le hicieron daño? —indagó.
Los segundos pasaban y no era capaz de responder su pregunta. No sabía si decirle la verdad a una simple niña o mentirle como tantas personas de Hellincult estaban haciendo con los infantes. Tampoco quería crearle esperanzas con que su novia volvería al psiquiátrico para continuar regalando sonrisas a los niños. Nunca fue un hombre que le gustase mentir y jugar con las ilusiones de las personas, por esa razón prefirió decirle la verdad que aferrarla a la angustiada esperanza.
—Sí. A Ivy le hicieron daño.
Baby Doe se entristeció y observó la fotografía que con anterioridad le había obsequiado al psiquiatra. Ver la sonrisa congelada de su cuidadora en aquella imagen le hizo romperse por dentro. Fue la única mujer que no la trató como un estorbo cuando los niños de su edad rechazaban jugar con la pequeña, como si ésta tuviera la peste. Disimuló que las lágrimas no resbalen por sus mejillas, pues se avergonzaba que le viera llorar. Siempre se había dicho que llorar no servía de nada, que lo único que te provocaba era debilidad.
Vincent se sentó a su lado y le dedicó un cálido abrazo. Ella se sorprendió de su reconfortante muestra de afecto, pero de inmediato le correspondió.
—¿Por qué nadie me dijo que la señorita Ivy está herida?
—Porque decir una mentira es mucho más fácil que confesar la cruda verdad.
—¿Volverá ella a Hellincult?
—No... Ella no podrá volver nunca más, Baby Doe.
La niña empezó a sollozar en silencio. Abrazó el delgado cuerpo del hombre con fuerza, desahogándose en su pecho y manchando su traje de las lágrimas de ella. Verla llorar con aquella desconsolación le provocó un sentimiento amargo. No quiso que reaccionase de esa manera, se sentía culpable por haberle hecho llorar, pero era una situación que debía de pasar. Soportar la idea constante de que ella esperase la llegada de Ivy no era algo que una niña mereciera pasar. Vivir en la mentira no era agradable.
Vincent sacó un pañuelo blanco de su bolsillo para limpiar las lágrimas de la pequeña. Le alzó el mentón y pasó la tela por sus mejillas con delicadeza. Ella miró sus ojos celestes con vergüenza.
—No me gusta llorar, señor Krood.
—Llorar no te hace débil, Baby Doe. Llorar te hace humano.
—Se reirán de mí mis compañeros.
—No dejes que te vean así. Si estás triste sólo tienes que venir aquí y te animaré.
Ella sonrió.
—Gracias. Tengo que irme.
La niña se levantó del sofá y se despidió del hombre con su mano. Le dijo que se comiera las galletas que le preparó ya que se habían enfriado. Le agradeció su apoyo y salio de la habitación.
—Hubieras sido un buen padre, Vincent —habló Shaddy, que se había sentado a su lado.
—Ivy opinaba lo mismo. Nunca tuve deseos de tener hijos. Ahora me arrepiento
—¿Por qué no te arreglas un poco ese descuidado aspecto que tienes? No querrás parecerte a los mendigos que rodean las calles.
—Me hablas de aspecto cuando eres tú quien sustituye una cabeza normal por un cráneo de carnero.
—A Shaddy siempre le agradaron los cráneos de carneros. Forman parte de mi vida.
Shaddy se levantó y señaló la bolsa negra que la madre de Ivy le había traído. Dentro contenía ropa formal, más elegante y oscura que la que llevaba puesta. Le insinuó que se cambiara y sustituyera esos ropajes por los otros. También dijo que se recortase la barba y se peinase su cabello castaño, que poco a poco estaba apoderándose de su rostro.
—Eres un hombre atractivo, no dejes que esta situación desagradable te impida hacer tu vida normal. Ser fuerte es tu principal misión, Vincent. No alimentes a las personas de Villa Lamentos con tu desaliñado aspecto.
—Entiende que el cómo me vea no es mi principal preocupación.
Shaddy lo obligó a levantarse del asiento para mostrarle cómo se veía frente al espejo. Él hizo una mueca al examinarse así mismo. Nunca antes se había visto tan abandonado, como si los años le hubieran pasado factura. ¡Era joven! Con toda una vida por delante. Lo único que siempre le agradó eran sus ojos celestes.
—¿Ves? Tu aspecto crea desconfianza. Nunca te has abandonado, Vincent. Haz que tu persona sea la misma que solías ser cuando estabas con Ivy.
Aquella frase hizo que entrara en razón. Bastante tenía con la amnesia para que ni siquiera pudiera reconocerse así mismo. Aquel hombre no era él.
Decidido, se arregló con unos de los trajes que había en la bolsa. Sustituyó su corbata gris por una más oscura, recortó su barba dándole una forma perfecta, y el cabello lo peinó para que luciera decente. Agradecía tener las cosas necesarias en aquel cubículo para dar forma a su aspecto y poder sacar al hombre atractivo y sugerente que solía ser. El chaleco sin mangas resaltaba en la camisa blanca que poseía, con su corbata azabache bien anudada. El brillo de sus zapatos no pasaba desapercibido. Ahora tenía un mejor rostro y una mejor vestimenta. Ahora sí era Vincent Krood, el hombre del que se enamoró Ivy Varley.
Las cucarachas de Shaddy caminaron por el cristal del espejo, tapando el rostro de él. Su dueño hizo un ademán para que los insectos se alejaran de allí y éste pudiera verse. Cuando Vincent se observó no mostró sorpresa alguna, pero algunos recuerdos invadieron su mente al apreciarse así. Memorias felices junto a Ivy, su risa, su adorable simpatía. Las voces en eco dentro de él le provocaba una presión en su pecho, sobre todo al oír la bella risa de su amada. Alucinó de tal manera que pudo ver a Ivy a su lado, en el espejo, sonriendo con aquella dulzura como si fuera la mujer más afortunada de la tierra. Tuvo que parpadear varias veces al verla allí.
Shaddy lo sacó de su ensimismamiento cuando le habló, trayéndole a la realidad.
—Ivy nunca quiso que tú te volvieras débil. Sabes que eres una persona fuerte y que podrás salir de esta situación si posees fuerza de voluntad. Recuerda que Shaddy está aquí para ayudarte.
Abrió su boca, mirando al monstruo a través del espejo. Quiso decir algo, pero las palabras no le salían. Sólo podía mirar su figura, imaginándose que Ivy podía verlo.
—Ahora, descubre quién afanó su cadáver. Vincent.
Shaddy se alejó del espejo para llevarse algunas galletas de la pequeña Baby Doe a la boca.
🗝️
Cuando la noche cayó, Vincent salió afuera del psiquiátrico para poder disfrutar de la tranquila soledad de la plaza, sin la necesidad de observar los burlescos rostros que lo juzgaban. Las luces de las farolas alumbraban las baldosas de las calles, viéndose un tanto lúgubres ante la carencia de personas. Se podía apreciar las viviendas encendidas a través de las ventanas, que pronto comenzarían a apagarse.
El viento mecía las hojas de los árboles, provocando aquel agradable sonido de la naturaleza. Aprovechó para sentarse en unos de los bancos de la plaza y disfrutar de la tranquila noche sin estrellas. Se examinó los bolsillos de su abrigo y pudo notar un bulto pequeño. Cuando metió las manos tratando de agarrar lo que había notado, se figuró que era un paquete de cigarrillos. Lo estudió con la mirada sin comprender muy bien si era suyo o de otra persona. Estaba claro que era de su pertenencia. No recordaba que fumase, ni siquiera en aquellos días había tenido la necesidad de inhalar la nicotina de un cigarrillo. Tuvo la curiosidad de llevarse uno a la boca. En el momento que lo encendió y tragó el humo no pudo evitar que un ataque de tos invadiera su cuerpo. Empezó a toser sin control mientras escuchaba de fondo la risa de su monstruo.
—¿Señor Krood? —preguntó dubitativa una voz femenina.
Vincent arrojó el cigarrillo al suelo para apagarlo. Que una persona presenciara cómo fumaba no era muy elegante. Se aclaró la garganta con repugnancia tratando de hablar a la voz que había dicho su nombre.
—¿Sí?
—¿Está bien? —dijo Katrina. La joven poseía una bolsa de cartón sobre su pecho, con algunas pertenencias para el hogar.
Él apartó el humo que se dirigió a su dirección con vergüenza.
—Estoy bien. ¿Qué haces tan tarde en las calles? Debes de tener cuidado de caminar sola. Siempre debes de ir acompañada.
—Acabo de salir del trabajo. Está usted cambiado. Le veo más... arreglado.
No supo que decir, así que se limitó a forzar una sonrisa.
—¿Vas a casa? ¿Necesitas que te acompañe?
—No, no se moleste. Puedo ir sola.
—No me molesta. No tengo nada mejor que hacer.
Caminó a su lado y Katrina no protestó por ello. Si el hombre quería acompañarla ella no se iba a negar, las oscuras calles en ocasiones le provocaba una sensación de incomodidad e ir sola hasta su domicilio era una proceso lento y desesperante. Sobre todo con el reciente crimen en el pueblo, el pavor era presente en los habitantes.
En el trayecto de ir a casa hubo silencio, pero no incómodo. Ambos anduvieron sin la necesidad de entablar una conversación forzada y que ninguno estaba dispuesto a comenzar. La joven vivía a unos pocos pasos del psiquiátrico así que el camino no se les hizo largo.
Cuando llegaron, Vincent se despidió de ella, pero de pronto, la muchacha le invitó a pasar a su casa.
—Te daré las gracias. Déjeme invitarlo a una taza de chocolate caliente.
—No, no hace falta.
—¡Insisto! Usted siempre me ayuda en todo. Déjeme agradecer todo lo que hace sin pedir nada a cambio.
—Pero...
—¡Ya verá, le va a encantar! —exclamó con alegría, arrastrándolo hasta su vivienda.
Vincent tragó saliva con incomodidad, cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde para negarlo. Katrina cerró la puerta de su casa y sonrió con dulzura.
«Alguien ha caído en las dotes de tu seducción. Vincent. Ivy no estará contenta con eso, corazón»
Él murmuró por lo bajo que se callase. Estaba seguro que la joven sólo quería agradecerle lo que hizo. Ni siquiera era de su edad, no podía enamorarse de un caballero mayor que ella.
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