Capítulo 5: Alucinación.
"Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti."
F. Nietzche.
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Shaddy supo de inmediato que el cuerpo de Ivy no estaba enterrado por sus insectos, los cuales no deseaban hurgar bajo tierra para exquisito manjar de alimento que tanto les gustaba ingerir. No había necesidad de que los bichos hicieran su trabajo, pues carecía de cadáver alguno. Ni gusanos, ni larvas, ni siquiera la naturaleza estaba ahí. No olía la muerte. Un ataúd vacío sin el cuerpo de su amada.
Estaba paralizado, sin saber muy bien qué responder. Tuvo pequeñas dudas del por qué Katrina se hallaba en el cementerio a esas horas cuando el funeral ya había sido finalizado. Sin embargo, tardó varios segundos en articular palabras e indagar en ello. El hecho de que el varón hubiera sacado el ataúd bajo tierra era lógico que la muchacha sintiera confusión y temor por su acto. No pudo imaginarse qué quiso hacer con ello, ni con qué fin.
Al principio se atemorizó, pero se acordó que había tenido un accidente y que quizás su estado mental no era el correcto, más con la perdida de su novia. Ella le tenía mucho aprecio al Dr. Krood como para tacharlo de ser quién no era.
Solo con salvarle la vida de su caótica y perturbada mente ya se sentía en deuda con aquel apuesto caballero.
—No es lo que parece —murmuró, levantándose de la tierra—. Alguien me dijo que su cuerpo no estaba ahí abajo.
Al oír su propia frase, sonó más demente de lo que se imaginaba. Soltó un largo suspiro y se sacudió su traje manchado.
—Pero, está usted solo, Sr. Krood. ¿Quién le dijo que no estaba su amada ahí abajo? —indagó ella, con recelo.
Vincent no contestó.
«¿Por qué dar explicaciones a alguien cuando no merece la pena, Vincent? Ya te señalan con sus sucios dedos. Por mucho que expliques tu nombre está manchado.»
De pronto, Katrina se acercó y dejó las flores encima de la piedra. Miró de soslayo el ataúd vacío y dijo:
—¿Cómo es posible que afanen su cadáver, cuando hoy mismo fue su funeral? No logro comprenderlo.
«Alguien debió de ser rápido y conciso, después de que su funeral terminase. Recuerda que había una pala al lado de su tumba», comentó Shaddy.
—Ojalá lo supiera —respondió.
—¿Por qué no le informa a la policía?
—Porque soy el principal sospechoso. Nadie me creería, mucho menos el departamento de investigación.
Ella hizo una pausa de silencio, entristecida.
—Alguien estuvo lo suficiente obsesionado con su novia como para apoderarse de ella, incluso muerta —comentó la joven, con desasosiego.
Si al menos pudiera recordar los enemigos que quizás tuvo Ivy, éstos serían anotados en su lista negra.
—¿Por qué has asistido tarde a su funeral? —formuló él, observando su expresión facial.
—Mi turno de trabajo no me permite salir antes de la hora establecida.
—¿Por qué demonios no me juzgas, Katrina? Me has visto hurgar en un cementerio y no has hecho ningún comentario respecto a mi persona.
—Le dije que creo en usted y su inocencia. Mantengo mi palabra y aunque haya hurgado como cuál demente en un cementerio, sé que tiene sus razones. Me gustaría ayudarlo.
—¿Ayudarme? —repitió, con asombro.
—Usted me salvó del abismo. Siento que, de alguna forma, merece ser ayudado también. Le digo que no soy una mujer que cree a la primera las habladurías que se comentan en los pueblos. Sé que no hizo nada malo.
—¿Y qué pasa si en verdad lo hice?
Quiso ponerla aprueba. Aún desconocía la razón de por qué lo defendía a muerte. Nadie suele involucrarse en tus problemas, más si eres sospechoso de un crimen.
—Sabe que esa pregunta carece de sentido.
Ella le ayudó a quitar parte de la suciedad de su ropa y su rostro. Le apartó algunos mechones de su frente con delicadeza.
—Debería arreglarse y no lucir tan descuidado. Lo único que consigue es alimentar los chismes de las personas de Villa Lamentos. Sé fuerte.
—Haga lo que haga alimentaré las habladurías. No tengo escapatoria de esta prisión mental.
—Entonces, déjame ayudarlo.
Él se alejó de su contacto físico. Le preocupaba que alguien los viera juntos y malinterpretara la situación. La joven solo estaba siendo amable, pero las miradas de los curiosos podían inventar cualquier disparate si se les antojaban.
—Mejor procura centrarte en tu trabajo. No te crees mala fama por juntarte con el psiquiatra que "mató" a su novia.
Vincent se apresuró en sepultar el ataúd vacío, para que nadie sospechase que estuvo allí. Al menos, que el individuo que se llevó su cuerpo no supiese que él lo sabía.
—Sr. Krood, tengo que confesarle una cosa —Vincent la miró de reojo. El hecho de que lo llamase "Sr. Krood" le hacía sentir viejo, cuando sólo le sacaba ocho años de diferencia—. Trabajo de cajera en un súper mercado y hubo un tiempo en el que vi a Ivy actuar extraño.
El muchacho arqueó sus cejas intrigado.
—¿Cómo de extraño?
—Se comportaba como si la siguieran o quisiera escapar de alguna presencia. Parecía no sentirse segura cuando salía de casa, ni incluso al hacer sus recados diarios. Lucía nerviosa y apresurada, justo antes de ser asesinada.
Vincent tragó saliva con dureza.
«¿Alguien acechaba a Ivy?», pensó para sí mismo.
—En cuanto descubra quién arrebató su vida, crearé mi propia justicia —murmuró, apretando su mandíbula con hastío.
«Y brindaremos con la sangre de nuestros enemigos», añadió Shaddy.
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Cuando volvió a Hellincult, se encontró con dos hombres esperándolo en su despacho. A juzgar por sus vestimentas, el varón dedujo que se trataba de dos detectives en el caso de Ivy. Ambos estudiaron con vehemencia su expresión corporal y su lenguaje no verbal. Vincent se mostró pacífico, como bien Shaddy le había enseñado. No dejaría que ningún hombre con aires de superioridad quisiera hundirlo. Ahora le tocaba a él mantenerse fuerte, sin parecer demente o fuera de lugar.
En ocasiones la voz de Shaddy lograba que su mente explotase, sobre todo por comentarios en situaciones incomodas. Pero, gracias a sus consejos y su extraña manera de apaciguar sus demonios internos era algo que muy en el fondo agradecería. Aunque, todavía le costaba asimilar que aquel ser era parte de su vida y que estaba dispuesto guiarlo en todo momento.
—¿Ha estado revolcándose en la tierra, Sr. Krood? —indagó uno de los detectives, con sorna.
—¿Quieren algo ustedes dos, o desean acaso una consulta? —respondió él, con otra pregunta.
—Se especula que usted ha perdido la memoria. Necesitamos un informe médico que pueda aprobar dicho comentario.
—¿No les basta con que yo mismo lo afirme? Hoy en día se necesita cualquier escritura para que un grupo de personas aprueben la verdad. Me parece muy triste. Las palabras no cobran sentido si no están selladas en tinta.
—Está rodeado de médicos dentro de este gran psiquiátrico. Necesitamos que alguno de ellos le haga la prueba, Sr. Krood. La necesitamos para mañana temprano. Como bien sabe, estamos en el caso de Ivy Varley.
—¿Todavía no habéis encontrado ninguna pista?
—Estamos en ello.
—Estáis indagando en mí, ¿no es así? Por eso la necesidad de los informes médicos— No contestaron. Forzaron una mueca en sus labios-. Bien, entonces mañana tendréis la prueba de mi amnesia.
Ambos varones se dispusieron a irse, pero no sin antes decir una frase que enervó su sangre:
—Aunque usted padezca de amnesia, no se libra de ser inocente en el caso. Estaremos muy pendientes de usted.
Dicho aquello, se marcharon sin objetar nada más.
—Si matar de pensamiento fuera posible, ¿cuántas personas habrías asesinado ya, Vincent? Tienes cara de querer fusilarlos —habló Shaddy.
—¿Podrías callarte? Haces que me ponga de los nervios.
—¿Tienes galletas? Podría estar en silencio un par de minutos.
—No, no tengo galletas. Te las comiste todas.
Oyó un suspiro extraño del monstruo, pero no le dio importancia.
El muchacho estaba nervioso. Con la mirada puesta de aquellos detectives debía de tener mucha discreción para que no lo vieran actuar extraño, haciendo gestos inusuales o charlar con un ser que nadie más podía ver.
—¿Qué opinas de Katrina? —indagó su monstruo, jugueteando con algunos libros de su estantería.
—Tanta amabilidad me hace inquietar.
—¿Qué opinas de tu hermano?
—No quiero opinar de él.
—¿Por qué?
—Sé que es mi hermano, mi propia sangre, pero me decepciona que opine igual que las demás personas del pueblo. No puedo recordarle en mi vida y aún así siento amargura cuando lo veo.
Shaddy se acercó a su amigo.
—¿Te apena que tu propia sangre te rechace?
—Sí.
—La familia es complicada en muchas ocasiones. Ya sabes el dicho, «la confianza da asco».
Vincent apartó la mirada. No sabía cómo sentirse. Los consejos de Shaddy eran tranquilizadores. No obstante, el hecho de saber que nadie se percataba de su existencia le hacía creer que se estaba volviendo loco. Era la misma sensación cuando era pequeño y jugaba con sus amigos imaginarios; cada niño tenía su compañero invisible, que ningún adulto podía ver ni tocar.
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Necesitaba aire fresco. Inhalar durante algunos minutos aire puro y concentrarse en su respiración, para que sus nervios no lo atacaran. No era un hombre que soliera perder los estribos, pero estaba en una situación tan anormal y macabra que le era difícil aceptar su realidad. Reconocía que sus grandes ojeras, a causa de todo el drama, le habían dejado un aspecto cansado y pálido. No se reconocía a sí mismo.
Cuando salió al exterior, algo extraño sucedió ante sus ojos. Su corazón se aceleró cuando apreció todo aquello.
«¿Una alucinación? ¿Shaddy?», pensó confundido.
Las personas de la plaza estaban paralizadas, quietas cual maniquíes. Nada se movía, si quiera el viento mecía las hojas de los árboles. Oía extraños susurros y risas ininteligibles, provenientes de Shaddy, que adoraba manipular su realidad. No obstante, cada vez que Vincent sufría una alucinación su cuerpo le pesaba, su corazón salía de su pecho dando fuertes palpitaciones.
El varón se acercó a las personas que parecieran estatuas y las tocó consternado, queriendo asimilar que aquello era real. En el fondo sabía que todo era fruto de su imaginación.
Trataba de buscar a su monstruo con la mirada, deseaba una explicación de todo ese juego macabro y sin sentido.
Acechó a varias cucarachas seguir un camino y de inmediato él las persiguió.
El silencio ensordecedor de la plaza le hacía sentir vacío, flotando en un mundo que sólo él existía. Sus pasos paulatinos era lo único que podía escucharse.
De pronto, las cucarachas giraron a una esquina que indicaba un callejón sin salida. Había varios contenedores con basura desparramada de sus bolsas sin cuidado. El joven tuvo que taparse la nariz ante el hediondo mal olor. Tuvo que controlar soltar varias arcadas cuando se percató que lo que salía de las bolsas eran vísceras, huesos y tripas humanas. Sangre por todas partes.
«¿Qué me quiere decir Shaddy con todo esto?»
Entre todo aquel desastre, pudo discernir una llave ensangrentada.
«Coge la llave, Vincent. Te será útil», le susurró en su oído, con una voz de los más demoníaca.
Entre toda aquella viscosidad, el muchacho la agarró sin poder evitar sentir repulsión.
¿Realidad o ilusión? No comprendió muy bien si aquella llave era tan surrealista como los maniquíes que simulaban ser personas del pueblo. No obstante, palparla en su mano con toda aquella sangre impregnada lo confundió más de la cuenta.
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