Capítulo 35: Revelación
“Te arrastré a mis callejones oscuros cuando lo que tú necesitabas eran jardines llenos de luz”.
Cuando Vincent despertó de aquel inoportuno recuerdo, buscó con la mirada a la pequeña Baby Doe, pero no la halló en la plaza, ni en ningún lugar. Presa del pánico, se levantó del banco en el que estuvo reposado y llamó a la infante esperando oír respuesta suya. Solo obtuvo silencio. Se maldijo una y otra vez por no haber estado pendiente de ella. Se martirizó por el hecho de sumergirse en sus propios recuerdos y se sintió egoísta. Pero la amnesia era así: de vez en cuando algunos recuerdos deambulaban por su mente como destellos de luz cegadores, necesitando que su vida volviera a tener sentido y ser el que una vez fue en antaño. Recordar quién era y qué sucedió con Ivy Varley era su prioridad, como también lo era la pequeña niña que, ante sus ojos, había desaparecido.
Shaddy apareció a su lado. El hombre tuvo instinto de empujarlo, cosa que el monstruo soportó. Al ver que el primero no emitió ningún tipo de reacción, Vincent siguió maldiciendo.
—¡Ha sido culpa tuya! —expresó—. Tú me provocaste ese recuerdo y se me nubló la mente.
—Shaddy no te provocó nada —se defendió—. Has sido tú mismo. Siempre eres tú.
—¡Embustero! —Le señaló.
—¿Shaddy en algún momento te ha mentido? No —dijo—. Vincent, tienes amnesia. La amnesia es así de traicionera, algunos recuerdos te llegan de manera inesperada y te pierdes en ellos. Si te sientes mejor echándome la culpa, adelante. Pero estás actuando de manera indebida.
Vincent se tiró al suelo de la plaza, exhausto. Agachó su cabeza y lloriqueó en silencio. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, resbalando por sus desalentadoras mejillas. Shaddy se puso de cuclillas, a su altura, y tocó su hombro dándole consuelo. Su huesuda mano siempre le daba paz, incluso en momentos de locura como lo era aquel.
No entendía cómo podía seguir a su lado, incluso habiéndole gritado y empujado. Por mucho que le insultara o le echase el muerto a él, Shaddy se quedaba escuchándolo sin emitir un ápice de furia. Era demasiado sensato. Un monstruo terriblemente comprensible.
—¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué tú...?
—No me voy a ir. Ya te lo dije. No puedo irme —interrumpió.
—Soy una persona detestable —confesó—. No merezco ni tu buen trato. Todo lo que hago, lo hago mal. Mi vida es un completo desastre. Siempre pierdo... a las personas que me importan.
—Bueno, esa es tu opinión.
Él levantó su rostro para mirarlo. Shaddy pasó su pulgar por su mejilla y limpió la lágrima que caía. Luego, el monstruo comentó:
—¿Vas a seguir lloriqueando o le vas a poner solución a la desaparición de Baby Doe?
—¿Por dónde podría empezar? —formuló.
—Hmm —el monstruo pensó—. Prueba con informárselo al Alcalde de Villa Lamentos.
—¿Por qué a él?
—Porque fue el último que os vio en el parque y el único que quiso brindarte apoyo.
«¿Decírselo al alcalde y no a la policía? ¿De verdad Shaddy sabe lo que dice?».
—Sé lo que digo y lo que hago —dijo como si hubiera averiguado sus pensamientos.
—Está bien. Partiré a su domicilio.
🗝️
Baby Doe observó su alrededor. Se encontraba en una casa antigua en ruinas, desconocida para ella. La pequeña había sido manipulada para que fuese con el individuo que la secuestró. Le había prometido que vería a Ivy Varley, la señorita que más quiso en Hellincult –aparte de Vincent–. Aunque Vincent le hubiera explicado muchas veces que su mujer ya no podría volver, la niña tenía la mínima esperanza en que lo hiciera; pues como no había visto su cadáver ni su tumba, no era entendedora de que ya no estaba.
Empezó a tener miedo. Se aferraba a su único peluche de juguete. Estaba sola y no comprendía nada. Había cucarachas, arañas, moho y escombros. No le gustaba lo que veía y empezó a lloriquear.
—¿Vincent? ¿Shaddy...? —Los llamó, apenada.
Un individuo con un saco en su cabeza la sorprendió por detrás, a la altura de la niña. Ella chilló. Le había agarrado los hombros.
—Shhh... ¡No llores, pequeña! Todo está bien. No voy a hacerte nada.
—Llévame con Vincent. No me gusta este sitio.
—Pero, ¿por qué? Llevo mucho tiempo preparándolo para ti.
—¿Qué? No te entiendo.
—Vas a ser una muñeca muy linda. ¡Como la señorita Ivy! ¿No te gustan las muñecas?
Baby Doe guardó silencio. El susodicho siguió insistiendo.
—¿Te gustan las muñecas o no?
—Sí...
—Pues sígueme. Te prometí mostrarte a tu amiga. Así que lo haré.
La infante lo siguió con inocencia. Se aferró al único adulto que se hallaba allí, esperando que le llevara con algún conocido. Abrazaba a su osito con consuelo mientras caminaba.
El individuo la llevó a una habitación que había pintado y decorado especialmente para que luciera así. Llevaba tiempo preparándolo todo: el cuarto estaba pintado de rosa, con juguetes y muñecas por doquier. Una mesa y dos sillas decoraban el centro, viéndose como una casita de muñecas personificada. En una de las sillas se encontraba una mujer que, por el vestido elegante que portaba, le recordó a la señorita Ivy. En sus ojos tenía una venda que impedía visualizar su alrededor.
El individuo la estuvo alimentando conforme la tenía encerrada, pero eso no ocasionó que la mujer luciera sana. Estaba debilitada y tenía muy pocas fuerzas para alzar su cabeza.
—¿Ella... respira? —preguntó la niña.
Al oír la voz de la infante, la mujer levantó su mentón, atónita.
—¡A ella no! —rogó—. Hazme lo que quieras, pero a ella déjala libre. Por favor...
—No seas ilusa. Ella es la razón de mi casa de muñecas. He estado esperando tanto tiempo este momento... ¡Estoy entusiasmado!
El misterioso integrante se quitó el saco que cubría su rostro y la niña retrocedió dos pasos de su persona. Lo había reconocido. Le recordó.
—Tú... Tú venías a casa todos los domingos. Mis papás te invitaban.
Él la miró, ceñudo.
La niña estaba en lo cierto. Todos los domingos aquel depravado iba a comer a casa de la familia, ganándose así su confianza y su cariño para que el día menos pensado, planeara la masacre de asesinarlos y llevarse a la niña consigo. No contó con que aquel día la pequeña huyó de la vivienda al ver semejante crimen, hasta que un señor la encontró y la trasladó a Hellincult. Su plan se vio fallido. Tan malogrado que incluso Ivy Varley pagó las consecuencias por verse inmiscuida en averiguar quién asesinó a los padres de la infante.
Quería a la niña para él solo. Poseía una enfermiza obsesión por ella a tal punto de imaginarla como una muñeca... Su muñeca personal.
Pero ya no solo aquello era descabellado y macabro: sino que, la mujer que se encontraba en la silla era nada más y nada menos que Ivy Varley, la mujer de Vincent. La misma mujer que todo el pueblo se pensó que estaba muerta, yacía en una silla con la esperanza de salir un día del pozo en el que estaba metida. Nunca murió. Jamás lo estuvo.
El individuo se aseguró para que en la Morgue, el señor que examinaba los cuerpos, fuera chantajeado con una suma de dinero con el fin de declarar en el pueblo que la mujer desfigurada que una vez se encontró en la camilla, era Ivy Varley cuando en verdad fue una mujer sin techo con la misma complexión y color de cabello que ella.
Tenía el poder suficiente para que un acto tan retorcido fuera aceptado a cambio de una suma de dinero.
Porque Villa Lamento carecía de riquezas y todo aquel que le proporcionara dinero, lo aceptaba con el fin de vivir mejor que el resto.
🗝️
Vincent Krood llamó a la casa del alcalde Lovercius, pero no halló respuesta. Insistió varias veces e, imaginando que quizá podía estar dormido, prefirió darse media vuelta, pero Shaddy se lo impedió.
«Tienes que entrar».
—¿Por qué? Es muy tarde. Estará descansando.
Fue ahí cuando se percató que la puerta no estaba bajo llave, cosa que era muy extraño dado los crímenes que estaban surgiendo en el pueblo. Todo habitante se había acostumbrado a tener seguridad por sí mismos. ¿Por qué el alcalde no velaría por su seguridad?
Entró. Quizá se arrepentiría después por hallanar una vivienda, pero solo necesitaba informarle. Pensó en escribirle una nota, notificarle aunque sea de la desaparición de la niña. Necesitaba una mínima ayuda. Tenía poder en el pueblo, pues creyó que aquel señor podía tener la suficiente palabrería y convencer a los habitantes para que colaboraran.
A Vincent nadie lo escucharía.
La casa estaba muy oscura, no veía nada.
Se percató que unas escaleras conducían al sótano, cosa que Shaddy le incitó a bajar. No preguntó al respecto, prefirió obedecerlo.
Con sumo cuidado bajó y lo que encontró allí no fue una grata sorpresa: una habitación apartada del resto de la casa se encontraba abajo. Un cuarto infantilizado, con gran cantidad de muñecos decoraban el lugar. Un cuaderno con las iniciales «E.H», llamó su atención. Inspeccionó dichas páginas y entre ellas leyó:
«¡La niña pronto será mía! Lo tengo todo pensado. Sé lo que hacer. Nadie se interpondrá entre nosotros. La casa en ruinas, a las afueras del pueblo será nuestro destino. Seremos ella y yo para siempre».
—¿Qué diablos...?
Un fuerte golpe contundente percutió la cabeza de Vincent sin previo aviso. Él gimoteó y se arrastró por el piso.
—¡Nunca debió entrar ahí! —se manifestó el alcalde con un bate de béisbol entre sus manos.
Lo que el alcalde no imaginó es que aquel golpe en la cabeza hizo que a Vincent le vinieran de golpe todos los recuerdos que había olvidado. Uno por uno, como luces malditamente cegadoras invadieron su mente.
«... —¡No dejes que entre! —exclamó Ivy—. Ese chico es Evan Huxley, es el hijo secreto del alcalde. Está obsesionado con la niña, ¡nuestra Baby Doe!
Las manos de Vincent se encontraban ensangrentadas, pues era la noche de Halloween y estuvo decorando con sangre falsa algunos objetos del porche.
—¿Cómo lo sabes, cariño? ¿Por qué dices eso? —quiso saber, impaciente.
Los sonoros golpes de la puerta de entrada avisaban de la desesperación de Huxley, quién deseaba maltratar a Ivy por haber descubierto el secreto.
—El Alcalde lo protege porque su hijo tiene una enfermedad mental. Se avergüenza de que sepan que lleva su sangre. Lo tiene encerrado en el sótano de su casa. Jamás se medicó. Ni cuando estuvo en Hellincult. Fue puro teatro. Le permite todos los deseos que tenga, incluso su obsesión por Baby Doe.
—¡Santo Dios! —exclamó—. Llamaré a la poli...
Su frase se quedó en el aire cuando el joven lanzó una piedra a la ventana y se aventó por ella. Llevaba un disfraz de la parca, digno de la noche de Halloween. En sus manos poseía el bate de béisbol de su padre.
—Te vienes conmigo, pequeña puta —le dijo señalando a Ivy.
—¡Corre! ¡Llama a la policía!
Pero Vincent no tuvo ocasión de hacerlo ya que lo golpeó en la cabeza y siguió insistiendo los golpazos hasta verlo ido e inconsciente. Ivy lo protegió ensañándose con el chico.
Vincent oía los gritos desesperados de su mujer. Escuchó como proclamaba su nombre, pero era incapaz de incorporarse ni tener consciencia. No podía defenderla.
Cayó inconsciente.
Y unas horas más tarde, apareció Shaddy en el frío y oscuro asfalto».
—Es su hijo... —masculló—. ¡Todo este tiempo ha sido su maldito hijo!
—¡Mi hijo está enfermo! —le defendió—. Tiene que entenderlo. Debo tratarlo como debe.
—¡¿Cómo debe?! Me ha hecho creer todo este tiempo que yo pude haber matado a mi mujer. Me han inculpado de algo que no cometí y usted se quedó de brazos cruzados. He sido humillado, despreciado, desterrado por la gente del pueblo. ¡Qué retorcido! ¡Qué injusticia!
—No lo entiende, señor Krood. Un hijo siempre será un hijo, tenga lo que tenga, haga lo que haga o cometa lo que cometa.
—¡Cállese, vejestorio! —vociferó. Ni él mismo se reconoció. A pesar de que el señor Lovercius tenía un bate en sus manos, eso no le ocasionó un impedimento para agarrar del cuello al hombre y amenazarlo.
El agonizó ante la asfixia. Vincent siguió hablando.
—Un padre debe reconocer cuando un hijo hace las cosas mal. Cuando un hijo no está bien, se le pone remedio y se le ayuda, no se le incita a que cometa actos diabólicos. ¿Qué clase de padre dice ser? ¿Tiene miedo de su propio hijo? La policía y mi puto psiquiatrico sirven para algo, alcalde. Pero, ¡no! Usted prefirió que no se tomara su medicamento.
Al ver que se estaba poniendo morado, Vincent lo soltó. No era su objetivo. Quiso irse de la casa, pero Lovercius lo detuvo al decirle.
—¡Déjale en paz...! —dijo en un hilo de voz.
—¿Alguien dejó en paz a Katrina Voclain? ¿Alguien dejó en paz a Ivy Varley? ¿Alguien dejó en paz a Baby Doe? ¿Alguien me dejó... en paz? No habrá paz, alcalde. La paz ya no existe.
Dicho aquello, se marchó de la vivienda. Sabía dónde tenía que dirigirse.
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El siguiente capítulo será el final definitivo. Sabréis la verdad y descubriréis el misterio de Shaddy. Muchas gracias por la paciencia y por continuar leyendo esta historia. ✨
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