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Capítulo 34: Recuerdo Inoportuno

“Somos la herida, somos ese dolor del que escapamos y somos la muerte con la que la vida nos amenaza.”

No podía creerse que aquel depravado que estaba detrás de todos los asesinados de Villa Lamentos le estuviera pidiendo un intercambio. ¿Cómo podría darle a Baby Doe a cambio de su mujer? Si supuestamente Ivy Varley estaba muerta. ¿Acaso quería entregarle el cadáver que había usurpado de la tumba hacía unos meses? ¿O era muy descabellado pensar que, quizá, Ivy yacía con vida y jamás estuvo muerta? Para Vincent no tenía sentido. Era imposible que su amada estuviera viva y coleando.

—Es una trampa —murmuró el monstruo—. Aunque tú intercambies a la niña, no recibirás nada. Está jugando contigo y quiere verte sufrir.

—¿Y cómo estás tan seguro de eso? Ya no sé qué pensar.

—Te recuerdo que, sea quién sea que esté detrás de esto, tiene una profunda obsesión por la niña. Todo gira entorno a Baby Doe. Shaddy sabe eso.

—¿Debería involucrar a la policía en esto? Quizás si les llevo la carta, pueda fingir entregarle a la niña mientras el asesino no sepa que la policía me está protegiendo. Sería una forma de atraparlo y acabar con todo esto.

—Pero también te arriesgarías a perder a la pequeña si las cosas no salen bajo lo previsto. Es un riesgo. Y no creo que estés en posición de perder a lo único valioso que te queda en la vida, aparte de mí.

El hombre se llevó una mano a la cintura y otra a su mentón, pensativo. La incertidumbre le comía por dentro. No sabía qué decisión tomar. Sí tenía claro en que no quería entregar a la niña, pero necesitaba idear un plan para hacerle creer que sí lo haría y engañar al asesino. Involucrar a la policía era la opción más fiable, pero dado que empezaba a imaginar que tenía micros por toda su casa, sentía miedo de que el culpable le oyera sea donde estuviera. La paranoia comenzaba a hacerle estragos.

«Ir solo y arriesgarme sería peor», pensó.

Por más que pensaba quién era la persona que querría a la niña, más dudas tenía. ¿Por qué Baby Doe? ¿Por qué la pequeña? Tenía pinta de ser un depravado. Una escoria caminando por la sociedad, mofándose de su triunfo en libertad. Debería estar bajo rejas, pero Vincent reconocía que deseaba atraparlo con sus manos y hacerle pagar todo lo que hizo. Tenerlo encarcelado no sería tan satisfactorio como emplear el peor método de tortura que exista y verle ahogarse en su propia sangre y sufrimiento. Ya no tenía nada que perder. No le asustaba acabar con la vida de un ser enfermizo. En otras circunstancias jamás hubiera barajado la idea del «ojo por ojo», pero algo en él despertó. Y no iba a detenerse.

Si quería hacerlo de ese modo, la policía no le dejaría matarlo.

—Tienes una ventaja —añadió Shaddy—. Recuerda que heriste en la pierna al asesino, por lo tanto, si le encontramos cara a cara, no podrá huir más rápido que tú. Podrás embestirle. Pero corres el riesgo de que vaya armado. Es una situación complicada. Siempre tienes la opción de negarte a lo que dice la carta y ver qué pasa.

—Pero, ¿y si no tengo otra oportunidad de atraparlo como esta? ¡Maldita sea! No sé qué hacer.

—¿De verdad crees que tu mujer está viva?

Vincent guardó silencio durante algunos segundos. Luego, respondió.

—No... No lo sé.

—Viste su cadáver, Vincent —le recordó.

—Solo vi sus piernas en la morgue. Igual ni era ella.

—Sus propios padres estaban ahí para confirmarlo.

Tenía razón. La familia de Ivy acudieron a la morgue para confirmar la identidad de su hija. No tendría sentido afirmar que era ella cuando no lo era. Sin embargo, para Vincent las dudas estaban ahí. Ya ni siquiera era capaz de corroborar que era real y que no.

Shaddy continuó hablando.

—No vivas bajo una falsa esperanza. Será peor para ti. Asume que ella no está y que ya no podrá volver, pero puedes vengarte en su nombre.

—¿Y cómo podemos hacerlo? —inquirió.

—Elige: vengarte en silencio o vengarte junto a la policía. Escojas la opción que escojas, yo estaré ahí.

Vincent asintió. Aún tenía dudas de cómo hacerlo, pero no le quedaba mucho tiempo.
No podía pensar demasiado en el asunto, necesitaba escoger una opción.

🗝️

En Villa Lamentos los días nublados nunca parecían tener fin. La espesa niebla bañaba las calles viéndose un pueblo poco acogedor. El hombre observó por la ventana y se percató de que, los policías que vigilaban su vivienda, se habían quedado dormidos en el vehículo. Lógico, dado que descansaban lo mínimo al estar custodiando las espaldas de ambos.

Vincent agarró su abrigo que yacía colgado en la percha de entrada. Baby Doe lo observó curiosa y sintió felicidad de salir afuera y respirar un poco de aire libre junto a él.

—¿Vamos a salir? —preguntó la pequeña.

—Sí —respondieron tanto Vincent como Shaddy, al unísono.

Los agentes no se percataron de la salida de ambos, pues yacían descansando. Vincent los estudió esperando que ninguno se alarmara de su salida. Si tenía que avanzar, debía averiguar quién le mandaba aquellas perturbadoras cartas y por qué deseaban tener a la niña. Era cuanto menos enfermizo. ¿Por qué ella?

Tenía solo ocho años y un adulto añoraba poseer a Baby Doe. No se sabía con qué fin, pero estaba muy claro que ninguna opción era correcta ni sensata. Jamás comprendería la obstinación por una infante huérfana, cuya posibilidad el asesino quería llevársela consigo para fines perversos.

—¿Aún no recuerdas tu verdadero nombre, cielo? —interrogó él.

—No —respondió. Hizo una pausa de silencio y luego, dijo:—. Creo que no quiero recordarlo. Forma parte de mi pasado y «Baby Doe» es mi presente. Me gusta mi nombre ahora.

—Pero «Baby Doe» no es un nombre en sí. Cuando crezcas necesitarás uno.

—Ese nombre me recuerda a la señorita Ivy. Deshacerme de el sería como olvidar a Ivy... Y a ti. Y no quiero.

El hombre de sintió apenado ante su contestación. Era una niña tan adorable que le enternecía el hecho de renunciar a un nombre por tal de no olvidar a quienes la acogieron con tanto cariño en tanta miseria.

Se sabía que la pequeña había pasado una experiencia traumática y que aquella razón la llevó a olvidar todo lo que generó un terrible dolor, de ahí a no recordar a sus padres, su propio nombre o de dónde venía. Entendía que sus verdaderos padres habían sido asesinados, pero no comprendía por qué. Tenía constancia de que «alguien malo» fue la causa. Sin embargo no podía ponerle cara ni nombre. Que una niña estuviera viviendo todo aquello a Vincent le estremecía. Era tan pequeña para asimilar la maldad que habitaba...

🗝️

Una vez llegaron a la plaza principal, la carencia de habitantes le avisó del recelo que habitaba en las calles. Ante la noticia de los crímenes que estaban sucediendo, la gente apenas se atrevía a salir de sus casas. Prefieran observar por las ventanas y refugiarse a penas la noche entraba.

Vincent observó el psiquiátrico Hellincult con sus grandes letras metálicas que anunciaban el mismo. Su hermano Alexander había sido dejado en libertad después de no haber reunido suficientes pruebas que pudieran inculparlo, más allá de una herida en la pierna. Confiaba en ello e intuía que su propio hermano no era el culpable de todo aquello. Carecía de sentido que lo fuera.

A pesar de haber sido siempre unos hermanos poco unidos y falto de cariño, Alexander nunca detestó a su hermano pequeño, nunca sintió celos, ni siquiera después de que su padre le obsequiara el psiquiátrico en su testamento. Para el mayor llevar un psiquiátrico era una responsabilidad inmensa de la que prefería abstenerse y sabía que Vincent lo haría mejor, pues siempre demostró su afición por aquel sitio, incluso antes de pertenecerle ya admiraba el trabajo de su padre y el propio lugar.

Y aún así, su hermano mayor llevaba el psiquiátrico como podía ante la ausencia del menor por no hallarse en sus cabales.

El Alcalde se manifestó en la plaza bajo la niebla. El sonido de su bastón bañó el silencio de las calles.

—Señor Krood. ¡Qué sorpresa verlo por aquí! ¿Ha vuelto a ejercer en Hellincult?

—No. Solo estábamos dando un paseo para despejarnos un poco.

El señor Lovercius se acercó para comentarle con mucha atención:

—Se rumorea que la otra noche intentaron atacarle en su propia casa, ¿en eso cierto? —inquirió asombrado.

—Sí.

—¡Santo Dios! ¿Acudió a la policía?

—Fue lo primero que hice —respondió.

Vincent acechaba su alrededor con ojo avizor, esperando la presencia ajena de algún individuo que cojease. Dado que la carta le había citado en la Plaza Principal, su estado se encontraba en alerta.

Lovercius se percató que miraba a todas partes y le extrañó mucho su actitud.

—¿Sabe? Debería irse a casa. Recupérese cuanto antes para que pueda volver a la normalidad. Estoy seguro que la policía encontrará al culpable y toda esta pesadilla acabará.

Vincent esquivó su consejo y le dijo:

—¿Ha visto a alguien cojear por aquí?

—¿Alguien cojear? —pareció pensar detenidamente—. La verdad es que no. Aunque su hermano, Alexander, parece ser herido en la pierna.

—Más allá de mi hermano, ¿ha visto a otra persona cojear?

—Lamento decirle que no. ¿Por qué lo pregunta? Si puedo saber.

«Déjate de dar información», aconsejó Shaddy.

La Interrupción de la niña ocasionó que Vincent aprovechara para desviar la conversación y no responder al alcalde.

—¿Puedo jugar a la rayuela¹?

—Claro que sí.

La pequeña sacó de su pequeña mochila una tiza blanca y se dispuso a crear el juego.

—Bueno, será mejor que me marche. Las calles últimamente no son seguras. Tened cuidado y marchamos en cuanto oscurezca —comentó Lovercius.

—Gracias. Que tenga un buen día, Alcalde.

—Igualmente.

Pasados algunos minutos mientras Vincent veía a la infante divertirse, el hombre comenzó a encontrarse mal. Todo le empezó a dar vueltas y la paranoia le hizo ver la situación más anormal de lo que era: las casas parecían danzar, la voz de Baby Doe se relentizaba sonando de manera tediosa, risas de niños ajenas, susurros ininteligibles parecían hablarle a pocos centímetros de su oreja; un llanto desconsolado de mujer oía a lo lejos.

Un recuerdo se aproximó a su cabeza:

«—¡Vincent! Cariño, sube por las escaleras y ven para la cocina. ¡He hecho galletas! De esas que tanto le gustan a...»

Y despertó. La paranoia se había ido.

Y Baby Doe también se había marchado.

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Rayuela¹: Según la zona geográfica se puede llamar de diferentes formas. Se dibuja en el suelo con tiza la estructura con los números y por turnos se empieza a recorrer con una piedra que se empuja a la pata coja sin que toque la piedra las rayas que lo dividen.

Quedan poquitos capítulos, así que nos acercamos al final mi gente bonita. Muchas gracias por vuestra paciencia y por seguir leyendo Shaddy. 🖤


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