Capítulo 33: Intercambio
“El problema con los recuerdos es que nunca sabes cuándo aparecerán.”
—¡Les he dicho miles de veces que yo no soy el culpable! —exclamó Alexander, el hermano mayor de Vincent Krood.
Estaba sentado en la sala de interrogatorio, junto al inspector Edgar Slympo y otro caballero más. Escuchaban su confesión con vehemencia y, por más que el hombre proclamaba su inocencia, los inspectores preferían seguir indagando.
Vincent describió que el sospechoso había sido herido en la pierna. Juzgando la herida reciente que Alexander portaba, no era ilógico creer que podría tratarse del culpable. Sin embargo, ¿qué razones podía tener su hermano para ensañarse con él y, sobre todo, para asesinar a su amada? Porque, de ser aquel el despiadado asesino de Villa Lamentos, ya no solo había asesinado a la joven Ivy Varley, sino también a la familia de la pequeña Baby Doe y Katrina Voclain.
—Cuéntenos la razón de su herida en la pierna.
—Anoche escuché el chirrido de una puerta abrirse en el silencio de la penumbra. Eso me alarmó y estuve ojo avizor. Justo después, alguien enmascarado se ensañó conmigo. ¡Quería herirme a toda costa en mi pierna! Lo intentó con ahínco y lo consiguió. Ni siquiera pude atraparlo...
—¿Y por qué estaba despierto a esa hora, señor Alexander? ¿Por qué no llamó a la policía?
—Últimamente tengo problemas para conciliar el sueño. Mi hermano no se digna en aparecer por Hellincult y estoy llevando su puesto de trabajo como puedo. Sé que él no está bien, pero... Todo esto me supera. No llamé a la policía porque cortaron el cable de mi teléfono. Supongo que fue el individuo. Iba a ir a comisaría hoy, pero ya estoy aquí.
—¿Por qué le supera la situación?
—Problemas matrimoniales —confesó.
Slympo prefirió esquivar esa confesión que no venía a cuento.
—A juzgar por cómo ambos se tratan, intuyo qué usted y su hermano no son tan unidos.
—No todas las familias tienen que ser uña y carne. Pero aún así, quiero a mi hermano. No tendría ningún motivo para querer herirle.
—¿Y a Ivy Varley? —interrogó—. ¿Tendría motivos para asesinarla?
—¡No! ¡Jesucristo!
—Katrina Voclain estuvo trabajando como limpiadora en Hellincult. ¿Entabló cercanías con la joven?
—No. Solo crucé dos palabras con ella.
Alexander se frotó los ojos, impidiendo que las lágrimas resbalaran por sus mejillas. Verse en esa situación tan surrealista para él le superaba en exceso. Se podía intuir el miedo y la incertidumbre, la desesperación y la agonía por estar sentado en un lugar que no era el suyo. Aquel lenguaje no verbal tenía interesado al inspector. Aunque prefería no darle el beneficio de la duda, por ahora.
Vincent, que estaba viendo todo tras el cristal, observaba a su hermano sin un ápice de desaliento. Las emociones no parecían querer salir de su interior, o quizá ya comenzaba a ser él mismo.
Un oficial le trajo a la pequeña Baby Doe galletas de mantequilla, a lo que Shaddy giró su cabeza atendiendo el olor que desprendía.
—Tome, señor Krood. Al menos coma algo —le dijo el señor.
—Gracias.
«Si tú comes, Shaddy también», comentó el monstruo.
—Lo sé, lo sé... Te encantan las galletas —musitó él.
El inspector Slympo se levantó de la silla y salió fuera del interrogatorio. Luego se adentró donde estaban Vincent y Baby Doe para comunicarles.
—Dudo que lo haya hecho él, señor Krood. Creo que tratan de inculparlo —dijo observando a Alexander tras el espejo.
—Es posible.
—¿Qué opina de lo que ha visto y escuchado?
Vincent clavó sus ojos azules en los ojos pardos del señor. Luego, respondió.
—Usted, por lo poco que ha hablado con él, ha dudado de que podría ser el asesino. Sin embargo, conmigo estuvisteis meses juzgándome y señalándome como el principal sospechoso del crimen de mi mujer sin pruebas algunas. ¿Quiere mi opinión de lo que he visto? Bien: a pesar de que la herida coincida, mi hermano no sería capaz de matar ni a una mosca. Pero, por precaución, deberían vigilarlo, como hicieron conmigo.
«Qué rencoroso eres, corazón».
—No voy a negarle que lleva toda la razón —admitió Slympo—. La policía también puede cometer errores, señor Krood.
—¿Cuándo nos vamos a casa? —preguntó la niña, cansada de permanecer ahí.
—Ya mismo —respondió él.
Agarró la mano de la niña y, antes de salir de la habitación, el inspector Slympo, dijo:
—Un coche lo acompañará a su vivienda. Después de lo último, no queremos que les ocurra nada malo.
—Muchas gracias.
🗝️
Una vez en casa, Baby Doe se marchó a jugar con sus peluches a la habitación mientras que el adulto se sentó en el chester, dejando escapar un suspiro. La casa se le hacía inmensa y solitaria sin la presencia de Ivy. Aunque hubiera pasado meses de su muerte, aún no podía asimilar el hecho de no ver su presencia en una casa con tantos recuerdos en común. Las paredes enmarcadas con cuadros de pintores famosos parecían observarle con la mirada, especialmente la pintura «La pesadilla», de Johann Heinrich Fussli. Un pequeño demonio sentado sobre el vientre de una joven y hermosa mujer cuyo este mira con mal gesto al espectador.
Vincent estudió la pintura desde su posición y, a los pocos segundos, la situación se comenzó a tornar extraña. Tras el marco, una de las tantas cucarachas de Shaddy, se manifestó caminando por la pared hasta perderse en la penumbra. Ahí entendió que estaba teniendo una alucinación.
—Otra vez... —murmuró.
Siguió al insecto por el pasillo con cautela. Cada vez que se sumergía en una visión así, se mareaba en profundidad y parecía que toda la casa se movía a su compás. En las paredes damasco apareció una frase escrita con tinta negra.
«¡Recuerda de una vez!», decía escrito.
—¿El qué debería recordar? —preguntó en voz alta.
«Todo», se manifestó la respuesta bajo la primera frase.
—¿Quién me está escribiendo?
«Avanza por el pasillo».
Guiado por unas palabras, caminó por el corredor como si aquello jamás tuviera un fin. ¿Qué tan largo era ese pasillo? Dios, no parecía terminar nunca. La tenue luz y los insectos a su alrededor eran su único conductor.
Al final del pasillo, donde una mesita decoraba la soledad, había una receta de cocina que Vincent sostuvo entre sus dedos, curioso. La letra era cuidadosa y elegante.
«Galletas de mantequilla:
Dos huevos.
2½ tazas de harina.
1 cucharada de esencia de vainilla.
1 cucharadita de polvo de hornear.
100 gramos de mantequilla.
1 taza de azúcar».
Y, justo después de leerla, una voz casi demoníaca le gritó en el oído haciendo que se estremeciera.
«¡Recuerda de una vez!».
El hombre despertó de la alucinación y todo volvió a la normalidad.
La receta aún seguía en sus manos. Shaddy se manifestó tras él y su voz lo despertó de su ensimismamiento.
—¿Me vas a preparar galletas? Qué lindo detalle, corazón. Shaddy está contento con eso.
Vincent miró al monstruo. No supo articular palabra, pues no entendía nada. ¿Por qué debería de recordar una receta de galletas de mantequilla? Era una cuestión que se preguntaba. Ni siquiera lo consideraba algo fundamental. Había prioridades más grande que recordar. Sin embargo, a veces las cosas más sencilla son las más importantes.
El hombre estaba dispuesto a preparar al almuerzo cuando notó que la puerta de la habitación de la niña estaba abierta, sin un poco de ruido de su voz aguda en el interior. Eso ocasionó que él la llamara por su nombre, pero la infante no respondió. La había estado escuchando minutos atrás, antes de irse de la realidad. Se acercó al dormitorio y, al observar que Baby Doe no estaba y sus juguetes yacían esparcidos por el piso, ocasionó que Vincent se alarmara y la buscara por la casa.
—¡Baby Doe! ¿Dónde estás? —la llamaba, exasperado.
Empezaba a encontrarse mal. Un sudor frío caía por su frente, no escuchaba con normalidad, su corazón palpitaba con rapidez y todo se le hacía muy lento. El pánico se estaba apoderando de él, otra vez.
Salió al exterior de la vivienda, buscando a la pequeña por las calles. No podía perderla. A ella no.
Era su única fuente de seguir con vida.
—No me hagas esto, por favor. No me hagas esto otra vez... —murmuró él—. No me quites a nadie más.
Los guardias que vigilaban la vivienda del señor Krood se percataron de la situación y salieron del vehículo para atenderlo.
—¿Ocurre algo? ¿Está todo bien?
—Yo... La niña...
—¡Vincent! Mira, una mariposa se ha posado en mi brazo. ¡Mira que bonita! —la voz de la niña en la puerta de entrada hizo que él girase sobre su eje.
—¿Estabas en casa? ¿Dónde? —preguntó, casi sin aliento.
—En el jardín. Jugando con las flores muertas —dijo ella.
—¿Todo bien, señor Krood? —interrogaron los guardias al ver la palidez del caballero.
—Sí, todo bien. Pensé que ella había desaparecido. Siento haberles ocasionado una molestia.
—No se disculpe. Para eso estamos aquí.
Al entrar en el hogar, la pequeña le dijo:
—Cuando estaba en el jardín, alguien ha tirado esto —le mostró ella. Era un sobre sin abrir. Sin ningún remitente.
«Dame a la niña y yo le daré a su mujer. Es un intercambio justo que sabe que no debería rechazar. Ni siquiera pensarlo más de dos segundos. Es su única opción. Sabré que ha aceptado si deja a la niña en la plaza principal».
Vincent sostuvo el sobre mientras la pequeña reía con el insecto posado en su brazo, ajena de la mirada del adulto.
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