Capítulo 32: ¿Verdad o mentira?
Eran las una de la madrugada cuando Vincent deambulaba por las calles de Villa Lamentos de la mano de la pequeña Baby Doe. Buscaba la casa del inspector Edgar Slympo con ahínco, pues dado el allanamiento de morada y el intento de asesinato, necesitaba contarlo de inmediato antes de que fuera más tarde. El individuo que quiso asesinar a la niña, ahora cojeaba con la defensa propia del hombre y eso era un gran paso para descubrir quiénes del pueblo estaba herido en una de sus piernas.
Halló una vivienda y, gracias a la información del buzón, supo que ahí vivía Edgar. No sintió pudor en aporrear su puerta para que lo recibiera. Necesitaba con urgencia contarle lo sucedido.
—¡Inspector Slympo! ¡Abra, por favor! ¡Es urgente! —llamó.
Las luces del hogar se prendieron de inmediato. El señor no tardó mucho en recibirlo, ya que su voz le había sobresaltado de la cama.
—¿Señor Krood? ¿Qué hace a estas horas en la calle? Son las una de la madrugada.
El inspector vio el rostro asustado de la niña y sus ojos humedecidos de haber estado llorando minutos atrás. Aún conservaba el tremendo susto en su pequeño cuerpo.
—¡Nos han atacado en la noche, inspector! —informó—. ¡Querían matar a la niña!
—Espere, espere, más despacio. ¿Qué ha ocurrido? Cuénteme con detalle.
El inspector le invitó a pasar a la vivienda.
Una vez dentro, el señor Slympo ofreció una taza de té caliente y un chocolate para la infante. Vincent no dejaba de estar nervioso y turbado por lo ocurrido en casa. Sus manos temblorosas agarraron la taza para darle un sorbo.
Edgar se sentó en el sofá de enfrente, estudiando su comportamiento.
—Alguien enmascarado se metió en casa. Me desperté al oír un ruido creyendo que la niña se había despertado con una pesadilla, pero cuando entre en la habitación, el individuo quería matar a Baby Doe con un cuchillo. Se abalanzó a mí y pretendió acuchillarme por interrumpirle, yo me defendí con todas mis fuerzas y, afortunadamente, logré herirlo con su propia arma en su pierna izquierda —contó él.
—¡Jesús! —exclamó el inspector, pasmado—. ¿Por dónde huyó?
—Cojeó con dificultad hasta la puerta de entrada. No sé cómo lo hizo, pero cuando traté de alcanzarlo, ya no estaba en la calle. Seguro que se ocultó en algún lugar. Pero con esto quiero decir que hay una persona cojeando en Villa Lementos y con ello podrá saber quién es el asesino.
—Hizo bien, señor Krood.
—¿Podrá atraparlo? Temo la seguridad nuestra. Creo que... no estamos seguros en casa.
—¿Le parecería bien si un grupo de mis hombres hicieran guardia en el exterior, cerca de su vivienda? Estará vigilado todas las horas del día y la noche —sugirió Slympo.
«¿Gente poniéndote el ojo encima? Bueno, no es ninguna novedad. Aunque he de admitir que así estaremos más seguros», dijo Shaddy.
—Sería... Sería estupendo, inspector —comentó Vincent.
—Genial, pues. Irán lo más pronto posible.
—¿Señor...? —manifestó la pequeña, de pronto. No había hablado en toda la noche.
—¿Sí?
—Me dijo que merecía morir por todo lo que hice —confesó Baby Doe.
Aquella respuesta ocasionó que Edgar Slympo mirara con complicidad a Vincent, quien se quedó absorto ante el comentario de la niña.
—Dijo que todo era mi culpa y que las cosas sucedieron así por mi existencia —añadió ella.
Por más que intentara buscarle alguna razón a aquello, no podía imaginar qué pudo hacer la infante para que un adulto le echara la responsabilidad de un crimen. Era solo una niña, ¿quién podía ser tal cruel como para culparla?
—¿No recuerdas nada de tu vida pasada? ¿Ni siquiera tu verdadero nombre? —insistió el inspector.
—No...
—¿Reconociste la voz del que entró en casa?
—No.
—¿Era hombre o mujer?
—Era delgado —respondió Vincent, por ella—. Llevaba ropa oscura y, bajo la penumbra, no podía visualizarle bien. Sin embargo, por el gruñido que soltó al herirle, yo diría que es hombre.
Edgar asintió.
—Es una información valiosa. Volved a casa. Estaréis vigilados.
—Gracias, inspector.
🗝️
A la mañana siguiente, Vincent estaba tomándose un café mientras observaba por la ventana el vehículo policial que custodiaba la vivienda del señor Krood. Ver cómo ahora los agentes estaban de su parte le hacía sentir más esperanzado de lo normal. Aún recordaba cómo hacía unos meses le señalaban con el dedo y lo prejuzgaban.
—Cómo cambian las cosas, ¿eh, corazón? —murmuró Shaddy, a su lado—. Pasaste de ser el principal sospechoso a ser el protegido por la policía. ¡Qué delicia!
—Ya iba siendo hora de que me creyeran.
Baby Doe se levantó de la mesa donde había estado desayunando y llevó los platos al fregadero.
—¿Nos vamos a quedar hoy también en casa? —formuló la niña.
El hombre giró sobre su eje para mirarla.
—¿Quieres que salgamos?
Ella se encogió de hombros, avergonzada. Quería decir que sí, pero no lo admitía por la mirada del adulto.
—Bien, entonces salgamos. Te compraré algo rico, ¿te apetece?
—¡Sí!
«¿No deberías de volver a Hellincult?», sugirió Shaddy.
Cierto. Llevaba días en los que no pasaba por el psiquiátrico. Su hermano Alexander se encargaba bien del lugar y consideraba que podría apañarsela solo, ya que poseía los mismos conocimientos que Vincent, o incluso mejor, ya su cordura no se veía afectada.
—Debería ver cómo van las cosas, supongo —murmuró.
Aunque no tenía ganas de ir, entendía que, al ser el dueño del sitio, tenía que observar que todo estuviera bajo control. Muchos niños que eran sus pacientes empezaban a echarle en falta y a preguntar por él. Sin embargo, el hombre comenzaba a aborrecer Hellincult y cada vez le era más pesado armarse de valor y volver a su puesto de trabajo.
«¿Por qué tuvo mi padre que heredarme el psiquiátrico? Soy el hermano menor. Podría habérselo dado a Alexander», pensó, malhumorado.
La relación familiar de la familia Krood nunca fue muy unida: Vincent siempre se consideró la oveja negra, aquel niño al que repudiaron en antaño. Jamás fue especialmente cariñoso con sus cercanos. Fue bastante uraño. Le gustaban cosas que nadie entendía y, llegó a tal punto, en el que su propia madre sintió recelo de su hijo.
«¿Por qué juegas con cadáveres de animales» ¡Deja de hacer eso!», recordó la vocecilla de su madre, regañándole por traer a casa cráneos putrefactos.
«Déjalo. Es solo un niño, Marianne. Solo siente curiosidad», añadió su padre, Abraham.
«Esto no es curiosidad. Es siniestro, Abraham. Todos los días me trae algo nuevo. ¡Incluso me lo da como si fuera un obsequio! Me trajo un cuerno de...»
—¿Estás recordando? —le interrumpió Shaddy de su ensimismamiento.
No pudo responder ya que sintió un horrible dolor de cabeza haciendo que incurvara su espalda mientras se agarraba la sien. Luego una memoria llegó a su mente junto a la voz melosa de Ivy:
«A mí me gustan tus rarezas, querido mío. Todos tenemos algo de extraños en nosotros mismos, así que no temas en mostrarte tal y como eres. Sé siempre tú».
Él gimoteó, recobrando el sentido. ¿Cómo podía doler tanto recordar? Eran como agujas punzantes en su cabeza.
—¿Vincent? —lo llamó la niña, dubitativa.
—Estoy... Estoy bien. Vámonos, pequeña.
🗝️
Cuando llegaron a la plaza, la niña tenía antojo por una manzana, así que el adulto no tuvo reparos en comprarla para ella, si así al menos podía hacerla sonreír unos pocos minutos. No quería que fuera Infeliz ni que tuviera presente el intento de asesinato en casa. Ya había pasado demasiado.
—¡Qué rica! —dijo, dándole un pequeño mordisco.
Frente a la plaza se hallaba el psiquiátrico y Vincent pudo notar que mucha gente se estaba comenzando a apiñar, como si hubiera algún drama en el interior. Los murmullos eran sonoros y no pasó desapercibido para él.
—¿Qué le ha pasado en la pierna al doctor Alexander? —preguntó una señora a otra.
Aquella pregunta levantó la alarma en él.
—¿Pierna? —repitió.
«¡Uh, empieza lo bueno!», añadió Shaddy.
El hombre anduvo a paso ligero con la niña de la mano, apartando a la gente de alrededor hasta aproximarse dentro de Hellincult. La gente se quejó de la brutalidad de Vincent, pero él hizo oídos sordos.
Una vez dentro del psiquiátrico, visualizó a su hermano con una expresión que denotaba dolor por la herida de la pierna. Parecía asustado.
—¿Qué demonios te ha pasado? —formuló, analizando su expresión.
Alexander no dijo nada de su tono de voz al emplear la pregunta, pero se percató que parecía juzgarlo.
—Anoche entró alguien e intentó atacarme en la pierna. No pude detenerle ni saber quién era, pero me llevé una apuñalada. Parecía que necesitaba acuchillarme en esa zona en concreto. Yo...
—Doctor Alexander —interrumpió el inspector Edgar Slympo, de repente.
Vincent giró sobre su eje para mirarlo.
—¿Sí?
—Tiene que acompañarnos.
El desconcierto en el rostro de Alexander era elevado. No entendía por qué aquel inspector junto a dos guardias más lo observaban como si hubiera cometido algo horrible. Buscó alguna respuesta en el rostro de su hermano, pero Vincent prefirió apartar la mirada.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué es todo esto?
—Venga con nosotros, por favor. No se lo repetiré tres veces.
—Pero, ¿qué decís? No entiendo nada, por Dios. ¿Por qué debería acompañarlos? Esto es absurdo.
Los dos guardias ayudaron a Alexander a salir del psiquiátrico bajo la mirada del personal y la gente de la plaza. Alexander siguió defendiéndose y plocamando que él no había hecho nada. Incluso algunas lágrimas empezaron a bañar sus ojos.
—¿Le crees? —le preguntó Shaddy.
—¿Le crees tú? —respondió él con otra pregunta.
Y los dos guardaron silencio.
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