Capítulo 26: La Familia.
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Vincent quedó estupefacto ante la amenaza recibida en aquella nota. Un vaivén de sentimientos albergaron en su interior, sin apenas saber si debía tener pavor u odio del asesino de su amada mujer. Lo que sí tenía claro era que, por mucho esfuerzo y sacrificio que le costase, iba a descubrir quién estaba detrás de todo aquello. Ningún tipo de carta ni ultimátum podía hacerlo detener. No permitiría que el individuo se saliera con la suya, no merecía si quiera tenerle miedo.
Aún permanecía el gorrión muerto entre sus manos y eso era lo que más le entristecía de toda aquella situación. Un animal inocente e indefenso no mereció ser asesinado por el mero hecho de mandarle una metáfora. Ningún animal se merecía la muerte por seres despiadados.
Salió al jardín y enterró al animal, dándole una digna despedida. Al menos le deseó que su pequeña alma estuviera más feliz en cualquier sitio que se hubiera marchado.
—Eres buena persona, Vincent —murmuró el monstruo—. Estoy orgulloso de ti.
—No muchos me consideran buena persona. Estoy tan cansado de todo... —murmuró, abatido.
—¿De qué?
—De todo esto. De vivir en la incertidumbre, de las amenazas, de no saber qué han hecho con Ivy y su cadáver.
—No te rindas.
—No lo hago. Solo estoy... cansado.
La pequeña Baby Doe apareció en el jardín, confusa de la hora que era. Había tenido una pesadilla y estuvo buscando a Vincent para que espantara a los monstruos de la habitación.
—¿Vincent? —lo llamó, dubitativa. Estaba tras su espalda.
El hombre se giró y la infante observó sus manos manchadas de un líquido rojo, ya seco.
—¿Estás herido? —cuestionó.
—Oh... No. Es solo... ¿Qué haces despierta? —No supo qué decirle ante el espanto que denotaba su rostro. No quería asustar a la niña.
—He tenido una pesadilla. ¿Es sangre? —insistió.
—Pintura —mintió—. Me lavaré las manos. Vuelve a la habitacion, iré en seguida.
Él besó la delicada frente de la pequeña para tranquilizar sus miedos. La niña sonrió para sí misma del gesto cariñoso. Recientemente había conocido la noticia de sus padres asesinados, y, aunque deseaba estar triste, la ayuda de Vincent y su afecto la ayudaba a no ser consumida por la pesadumbre. En parte, la carencia de recuerdos impedía que sintiera más aflicción de la que podía sentir ante una noticia tan devastadora.
Después de haberse lavado las manos y retirar la sangre seca, arropó a la infante entre las sábanas acariciando su cabeza.
—Espanta a los monstruos de la habitación, por favor —suplicó la niña, asustada.
Vincent miró de reojo a sus espaldas la silueta de Shaddy. Luego observó a la pequeña y dijo:
—Esos monstruos feos y caricaturescos que te observan en la noche y viven bajo tu cama, no son tu enemigo. No hay peor monstruo en el mundo que el ser humano.
Baby Doe lo miró curiosa y preguntó.
—¿Los humanos somos malos?
—Algunos de ellos, sí. Tienes que saber diferenciar a un humano malo de uno bueno. A veces puede resultar difícil, porque se camuflan muy bien con sus actos bondadosos, por eso siempre hay que cuestionar todo. Yo te ayudaré a diferenciarlos en tu camino.
La niña asintió.
—Descansa, cariño. Espero que no tengas más pesadillas. Ningún monstruo te hará daño cuanto sepa la dulce niña que eres.
Dicho aquello, ella cerró sus ojos y trató de dormir.
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Vincent salió del dormitorio y cerró la puerta con cuidado. Se sobresaltó cuando oyó la voz del monstruo cerca suya.
«Vincent», lo llamó Shaddy.
En el vestíbulo había un espejo de pared que en este se reflejaba el monstruo, como si el susodicho estuviera dentro, en una dimensión alterna. El hombre se colocó frente al cristal esperando reflejarse, pero solo veía la figura de Shaddy.
—¿Alguna vez te has preguntado si tú eres realmente tú? —le preguntó el monstruo.
—Constantemente —respondió él.
El monstruo posó su huesuda mano a través del espejo, esperando a que su compañero imitase sus mismos movimientos. Su cráneo de carnero era espeluznante, y su traje formal oscuro contrastaba de manera espectacular con la palidez de sus huesos.
Vincent no tardó mucho en imitarle y pegó la palma de su mano con la suya.
—Shaddy sabe que lo estás pasando mal. Shaddy sabe que permanecer a mi lado no es agradable, pero soy el único que puede brindarte un poco de luz en tu oscuridad.
—Te gusta ir con aires de misterio. Te gusta verme en la agonía y en la incertidumbre; te gusta cuando me enfado, cuando me vuelvo loco; te gusta dejarme con las dudas y te satisface las preguntas sin respuestas. Sacas la peor versión de mí mismo cuando me haces todo eso.
—Si saco una peor versión de ti, es porque la tienes, no porque yo la invoque —respondió con sorna.
Vincent escuchó un pequeño ruido proveniente del dormitorio de Katrina, así que, inquieto, dirigió una mirada esperando encontrarla salir, pero no fue así. No le dio importancia.
Cuando observó de nuevo el espejo, ya no se reflejaba el monstruo, sino él mismo.
Parpadeó con fatiga y se separó del cristal. Necesitaba dormir.
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A la mañana siguiente, Vincent preparó a la niña para llevársela consigo, ya que no podía dejarla sola en casa con tan poca edad y a sabiendas que estaban tras ella. No le agradaba que estuviera en Hellincult, pero tampoco tenía dónde dejarla a la vista para poder vigilarla. Por nada del mundo quería que le pasara nada malo.
En el camino al psiquiátrico, Baby Doe agarraba con fuerza la mano del adulto al ver las miradas indiscretas de los habitantes del pueblo. El hecho de que Vincent hubiera adoptado a la niña que cuidaba como paciente y que, sobre todo, sus padres habían sido asesinados, era algo que en sus cabezas no comprendían. Sus mentes no llegaban a algo tan humilde como aquello.
—Míralo, con la niña de la mano. Cuál más loco —opinó un señor.
—Pobre niña en manos de un posible asesino. ¿Qué se sabe de su mujer? Seguro fue él quien está metido en el ajo —murmuró otra señora.
—¡A saber qué hubo oculto en esa pareja! —añadió otra.
«Están murmurando cosas delante de la niña. No tienen descaro ni sentimientos», le dijo el monstruo.
–¡Vergüenza debería daros! —gritó Vincent, señalando a cada uno con su dedo índice—. Decir todas esas cosas delante de una pobre niña. Ya me gustaría verles a ustedes dentro de un psiquiátrico a ver si sois tan cuerdos como decís. Ahora me he dado cuenta que el pueblo no es lo malo, es la gente que habita en el.
Los rostros asombrados de cada uno de los presentes y las muecas de asco generaron que los guardias de alrededor llamarán la atención del hombre. Sobre todo por defenderse.
—Señor Krood, siga su camino. No querrá tener problemas, ¿no?
La impotencia que sintió en aquel momento fue lo más parecido a morir en la horca siendo inocente. Preferían creer al pueblo que a él. Vincent no tenía derecho a decir nada desde que era etiquetado por la muerte de Ivy.
Como no quería tener una trifulca con los guardias, siguió su camino maldiciendo por dentro.
—Yo te creo, Vincent —comentó Baby Doe.
—Lo sé.
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La pequeña infante estaba sentada en el sofá del despacho del adulto cuando observó en la mesa de madera a Míster Boogie, el osito con una grabadora dentro que le dedicó una amenaza. Fue su peluche favorito con anterioridad, pero ahora le daba miedo. Mientras Vincent estaba haciendo su trabajo, Baby Doe fue valiente y agarró al oso para mirarlo con fijación. Justo después, lo intentó partir por la mitad, haciendo que la espuma de su interior emergiera de inmediato.
Vincent se percató de aquel gesto y de los pequeños insultos que le estaba dedicando la niña al osito que en su día fue un fiel amigo.
—¡Estúpido oso! ¡Maldito! ¡Muere!
—Hey, hey... Ya basta —le calmó el hombre.
«¡Eso es, niña! ¡Mátalo!», dijo Shaddy.
Baby Doe sacó toda la espuma del interior con furia, como si al dejarlo vacío estuviera haciéndole daño. No le importó ensuciar el suelo ni el despacho, y, aunque Vincent le estuviera calmando, ella necesitaba desahogarse.
Sin previo aviso, Baby Doe siguió lanzado lo que creyó que fue el relleno del oso, pero no fue así. Una fotografía estuvo oculta en el interior. Al percatarse de ello, dejó de vaciar al peluche. Vicent agarró la fotografía con cierta curiosidad.
En esta se hallaba la niña, junto a una mujer y un hombre que dedujo que fueron sus padres, pero aquello no era lo más intrigante. Sino que, la fotografía estaba cortada de una manera para que el cuarto integrante de la imagen no estuviera. El varón supo aquello cuando en los hombros de la pequeña había una mano que no pertenecía a ninguno de sus padres. Era un retrato familiar, por lo tanto, una persona misteriosa en la familia de Baby Doe era desconocida.
—Baby Doe, ¿erais cuatro miembros en la familia? —Le preguntó él.
La niña guardó silencio.
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