Capítulo 21: Obsequio
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Baby Doe no dejaba de sollozar ante la amenaza siniestra emitida del oso Míster Boogie. Su pequeño cuerpo temblaba, aterrada de las palabras grabadas. Jamás imaginó que aquel oso, su peluche favorito, pudiera decirle algo tan macabro como aquello.
Vincent se puso a la altura de la infante y la abrazó para consolarla en sus brazos. Le daba tanta lástima verla tan afectada... No merecía algo tan cruel como aquel ultimátum. Se desconocía quién lo había grabado, pero estaba claro que era el mismo que asesinó a Ivy. Sospechó del individuo que estuvo en la casa de la pequeña y que esa misteriosa persona fue quién colocó el oso de manera llamativa para que Vincent se lo llevara.
Shaddy había mencionado que el asesino estaba cerca. Sin embargo, Vincent desconocía quién podía ser. Quizás sí que estaba adyacente, tan presente como en el mismo psiquiátrico.
Eso lo carcomía por dentro.
—Tranquíla, mi niña —habló él acariciando su cabello.
—¡Míster Boogie es malo! —exclamó la pequeña con la voz quebrada.
El varón se separó de ella, agarrando sus hombros para mirarla al rostro.
—¿Tienes idea de quién querría lastimarte? —Ella no respondió, Vincent siguió indagando—Por ejemplo: ¿algún conocido de tu familia, tú papá o mamá? ¿Tienes hermanos? ¿Puedes recordar algo, cielo?
—No...
—¿No qué?
—No recuerdo nada, Dr. Krood.
No quiso forzarla a recordar. Era estresante para una niña tan pequeña someterla a tanta pregunta. El tiempo daría las ansiadas respuestas que deseaba escuchar.
Él sostuvo el pequeño oso de peluche y lo alejó de la niña para llevárselo a su despacho.
La cuidadora de los niños infantes se acercó al oir el desconsuelo de la pequeña y se la llevó para entretenerla con alguno de los tantos juegos que allí albergaba. Le habló con dulzura y calidez, para que así la niña se tranquilizara. Vincent aprovechó aquel momento para dejarla en manos de la mujer e investigar más afondo a Míster Boogie.
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Una vez dentro de su consulta, inspeccionó al oso que tenía tras su espalda una cremallera donde dentro se encontraba la grabadora que emitía el peluche. No hubo nada más raro, aparte de eso. Si al menos la voz de este no estuviera programada para que sonara infantil y juguetona, quizá por su tono de voz se podría averiguar si era alguien cercano, pero no se podía hacer nada.
Shaddy apareció a su lado mirando lo que su compañero estudiaba con ahínco.
—¿Te has preguntado alguna vez por qué a Baby Doe no la dejan ir a ciertas zonas de Villa Lamentos? —formuló el monstruo.
—Por supuesto que me lo he preguntado; algunas de las zonas en las que la pequeña no puede pasar son zonas de prostitución y lugares para adultos.
—Y otras de las muchas zonas son la cosa más simple del pueblo y aún así no puede pisarlas. ¿No es raro, corazón?
Vincent tardó unos segundos en contestar. Finalmente dirigió una mirada a Shaddy y asintió.
—Averigua quién programa la pulsera de su muñeca —añadió.
—Eso haré.
Dejó a Míster Boogie en la mesa de su escritorio y salió de la pequeña sala. Cuando se halló en los pasillos de Hellincult, acechó a su hermano Alexander, charlando con algunos médicos más. Sin apuro, se acercó al hombre esperando a que se diera cuenta que estaba a su lado y cesase la conversación amigable.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó al ver que pareció ignorar su presencia.
—Perdona, Vincent. No te había visto. ¡Eres tan silencioso como siempre! —comentó soltando una risa. Los demás médicos lo imitaron.
Como Vincent no se rio y se mostró sombrío, los demás apagaron sus regocijos con incomodidad y se marcharon a sus quehaceres.
—Hablemos en privado —espetó Alexander.
—Oh, has vuelto en sí —dijo él con fastidio—. ¿Es necesario intentar caerle bien a todo el mundo, Alexander? No hay cosa más estúpida que esa.
«¡Bien, Vincent! Vas aprendiendo», comentó Shaddy con una risa.
Alexander le hizo un ademán para que lo siguiera a una zona más despejada y poder conversar. Ambos hermanos se miraron mutuamente, después Vincent comenzó a interrogar.
—¿Quién programa las pulseras de los niños?
—Nosotros, los médicos. Le aconsejamos que, cuando respiren aire libre de la plaza, no caminen por ciertas zonas perjudiciales.
—Hay algunas zonas que no contienen nada perjudicial y aún así no pueden pasar.
—No pueden caminar más allá de la plaza, si es lo que te refieres. Están en un psiquiátrico, le damos la libertad que necesitan.
«Más que libertad, los encierran en este lamentable pueblo, sin esperanzas de salir», pensó él.
—¿Es posible que alguien con la suficiente inteligencia pueda manipular la pulsera de un infante? Quiero decir, Baby Doe no puede visitar el hogar que vivió en él.
Alexander hizo una pausa de silencio. Luego contestó con firmeza:
—No estoy muy seguro; pero si se pueden prohibir y añadir nuevas zonas para que los pequeños no deambulen, es posible que se pueda manipular. Pero cómo tu has dicho: tendría que ser alguien inteligente.
—¿Cómo uno de vosotros? —espetó.
—¿Estás juzgándome, hermano? —indagó con asombro—. No tengo ninguna necesidad de hacer algo tan cruel y descabellado. Lo que más deseamos es que la niña recuerde qué le pasó para que así pueda vivir tranquila en un lugar más bonito que este.
—¿Un lugar bonito como un orfanato? Qué cínico eres.
Su hermano exhaló.
—Desde que tuviste aquel accidente tu actitud no es la misma. No te reconozco, Vincent.
—Vivo rodeado de gente que me señala con la palabra «asesino», ¿qué actitud tendrías tú en mi lugar?
Alexander desvió la mirada.
—Tengo que volver a mi puesto. Hablamos más tarde, si quieres.
Dicho aquello, se alejó de él con desilusión. Había estado muy frío y cortante. Aquello lo apenó. Pero a Vincent no le importó.
Todos en aquel lugar eran inocentes hasta que demostrara lo contrario.
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Más tarde, después de que Vincent ayudara a unos cuantos pacientes, decidió tomar aire fresco al presentarle la oportunidad de descansar la mente del trabajo. Ya mismo oscurecía y sentía la necesidad de ver cómo se encontraba su amiga Katrina, después del percance. La joven había estado muy apática, sin ánimos si quiera de ingerir comida. Estaba preocupado. Aprovechó para acercarse a la vivienda que vivía muy cerca de Hellincult.
Una vez allí, introdujo las llaves en la ranura y se adentró en casa. El silencio tan ensordecedor lo ponía nervioso, pues la última vez, la pelirroja se había intentado suicidar bajo la oscuridad de su habitación.
La puerta del dormitorio de la muchacha estaba entreabierta, el hombre asomó su cabeza y la vio tendida, como en la mañana, en su colchón. Se mostró melancólico y pasó al pequeño cuarto. Parecía dormir, pero en realidad estaba despierta. Estaba de costado mirando, el gotelé de las paredes, absorta en lo que quiera que rondara por su caótica cabeza. Vincent se sentó a su lado y le avisó que estaba allí tocándole el hombro. Ella no lo miró.
—¿Cómo estás, Katrina?
—He dejado mi trabajo —murmuró llamando su atención.
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque la última vez un hombre intentó violarme. No quiero permanecer por más tiempo en un lugar donde las mujeres somos tratadas como bazofia.
—Siento mucho que hayas tenido que vivir algo así...
—Lo viven día a día millones de mujeres y nadie hace nada. No he sido ni seré la única que un depravado intente abusar alguna vez. Lo maté, y lo sé, fue un error, pero creo que, si no lo hubiera hecho, la que acabaría muerta sería yo. Era violento, Vincent... Agresivo, siniestro...
Vincent guardó silencio, escuchándola.
—Quiero estar a tu lado —añadió ella—. Me aportas seguridad y estabilidad. Te agradecería mucho que me consiguieras trabajar en Hellincult, aunque solo sea para limpiar lo que otros ensucian. Estando a tu lado me siento protegida.
«Si supieras que estoy tan loco como mis pacientes, dudarías en seguir a mi lado»
—Veré qué puedo hacer.
—Gracias.
Ella se inclinó del colchón para dedicarle un tierno abrazo al psiquiatra. Él tardó algunos segundos en corresponder su afecto, pues le había pillado por sorpresa. Finalmente, rodeó su delicada cintura.
—Me salvaste la vida... por segunda vez —musitó la joven—. Te prometo que juntos averiguaremos quién asesinó a tu novia, y por fin podrás darle el castigo que se merece.
Él no contestó.
—Haré la cena. Tú descansa, ¿vale? —dijo él separándose de sus brazos.
—Sí —sonrió.
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Conforme Vincent preparaba la cena, Shaddy iba picoteando las verduras que troceaba. Aquel monstruo nunca parecía tener el estómago lleno... Si es que tenía alguno. Era inútil cortar zanahorias si este se las llevaba a su diabólica boca.
—¿Quieres parar, maldito? ¡Cómete tus galletas! —masculló.
—No me quedan. Ojalá toda la comida supiera a galletas.
—Estate quieto. Ve a jugar con tus bichos o lo que quieras que hagas.
—Eres cruel con Shaddy. No te lo aconsejo —dijo el monstruo, malhumorado.
—Comprende que estoy preparando la cena para dos.
—¿Y yo qué? No piensas en Shaddy. ¿Yo puedo ayudarte, pero tú no muestras misericordia por mí? No puedo creerlo —comentó fingiendo un drama exagerado.
Él lo miró. Su esbelta figura intimidaba a la luz de la lámpara.
—Está bien, te prepararé comida también.
—Que Dios te bendiga —se burló el monstruo, sabiendo que su compañero no era creyente.
Justo en el preciso instante en que los insectos de Shaddy se acercaron a la entrada, el timbre de la puerta sonó de repente alertando al varón. Dejó el cuchillo sobre la encimera y caminó con recelo. Desconocía quién podría ser. Katrina solía ser una chica solitaria y era inusual que esperase visita. Miró a través de la mirilla, pero no discernió a nadie. Confuso, creyó que algún crío estaba jugando a llamar a las puertas y huir despavoridos entre risas. Sin embargo, cuando la abrió, bajo sus pies se hallaba un sobre blanco que decía: «Ábreme».
Miró a ambos lados de la calle esperando encontrar al individuo misterioso, pero allí no se encontraba ninguna figura alarmante. Decidido, se agachó y sostuvo el sobre. Cuando lo abrió, sus ojos brillaron con sorpresa.
—Es una de las cintas de Ivy.
Miró a Shaddy con complicidad y el monstruo le dijo:
—Corre a verla.
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