Capítulo 17: Sonrisa macabra
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Los sollozos de Katrina fueron lo único que allí se oía. No era capaz de sostener la mirada en la persona que había intentado abusar de ella. Aquel individuo estaba tirado en el suelo, sin saberse muy bien si mostraba signos de vida. La muchacha temblaba sin poder controlarlo, su respiración sonaba entrecortada, quizás por los nervios y el pánico de la situación, o por el aire frío de la madrugada.
Vincent examinó el cuerpo del caballero que había querido acosarla, no supo en qué momento la sangre empezó a brotar de su traquea, pero por el cristal roto que sujetaba la muchacha entre sus dedos supo que lo había matado segundos antes de que él apareciera allí. Se quedó perplejo, asombrado de la situación en la que estaban sumergidos. El varón se separó del cuerpo inerte y alzó sus brazos al aire. La reacción asustada de él hizo que el pulso de Katrina aumentara sobremanera. ¡Había un hombre muerto! Bastante tenía Vincent con lo suyo para que también fuera juzgado de otro crimen que no cometió. No, no permitiría eso.
—Katrina... ¿Qué ha sucedido? —preguntó, tratando de sonar afable para no juzgarla.
Sabía que la chica odiaba tomarse su medicamento, que no quería depender de unas pastillas para que sus emociones no estuvieran a flor de piel, no quería imaginar que ella lo había matado tras alterarse en algo que quizás no era para sacarlo de contexto. No obstante, por los indicios de su ropa resquebrajada, su maquillaje corrido y el carmín de sus labios esparcido por toda su barbilla también podía pensar que fue en contra de su voluntad, que fue en defensa propia. Pudo tener motivos para defenderse de un hombre que quiso violarla.
—Vincent... Yo... Yo... —titubeó con la voz quebrada.
—¿Intentó abusar de ti sexualmente? Por favor, dime la verdad. Es una situación complicada.
—¿Dudas de ello? —inquirió con tristeza —¿En serio puedes dudar de que ese bastardo ha intentado violarme? ¡Me defendí! Traté de protegerme con lo único que tenía a mi alcance. No podía pensar con claridad, Vincent. Yo... Simplemente me defendí de ser abusada.
—No he dudado de ti, Katrina, pero tampoco he estado presente y desconozco qué diablos ha sucedido. Por los detalles de tu ropa puedo discernir que esta escoria sí ha intentado hacerte algo, pero debes entender que no podemos ir a la policía. Yo, por lo menos, no puedo meterme en esto. Sabes muy bien que soy sospechoso del crimen de Ivy.
Ella se sentó en el suelo con la mirada perdida en algún lugar. Sus lágrimas caían sin control por sus sucias mejillas. En aquella situación deseó morirse. No pensó la repercusión que conllevaba informar del crimen a la policía. Esos hombres vestidos de uniforme no creerían las palabras de una bailarina de los clubes nocturnos, pues en un pueblo de mentes retrógradas y cerradas era difícil que escuchasen su versión sin ser juzgada en menos de un segundo.
Comenzó a lloriquear en silencio, tapando su rostro con sus palmas. No podía creerse lo que había cometido. La ansiedad se estaba apoderando de ella, el mal de sentimientos que invadieron su estomago se le hizo imposible controlar las ganas de vomitar. Se hizo a un lado y expulsó el vomito por su boca, sobre todo al observar el cuello rajado del hombre.
Vincent acudió a ella y le sujetó su cabello cobrizo para que no se lo manchara. Sintió mucha lastima de la muchacha. En cierto modo le recordaba a sí mismo. La chica seguía sollozando sin control. Debía tranquilizarla de algún modo, pero, ¿cómo le prometería que todo saldría bien, cuando era mentira?
«¿Quieres ayudarla? Recuerda que tú también estuviste solo, Vincent. Ella te ha brindado su apoyo en todo momento. ¿Qué harás tú por ella?», le comentó Shaddy.
—Es un asesinato... —murmuró hacia Shaddy. Katrina tembló al oír aquella frase que tanto temía.
«Sí, Vincent, ha sido asesinado una escoria humana que quiso abusar de tu amiga. ¿Qué más da? El mundo continúa.»
Ella comenzó a hiperventilar. Vincent la agarró de ambas mejillas para que sostuviera la mirada en su rostro y poder calmarla hablándole.
—Escúchame, Katrina. ¡Escúchame! Todo va a estar bien. Vamos a solucionar esto. Nadie sospechará nada, ¿de acuerdo? Ha sido en defensa propia.
—Lo he asesinado... Lo he asesinado...
—Repite conmigo: Fue en defensa propia.
—Lo he matado...
—¡Katrina! Repite conmigo: Fue en defensa propia —su voz varonil hizo que despertara de su ensimismamiento y mirara sus ojos marinos.
—Fue en defensa propia —repitió.
—Una vez más.
—Fue en defensa propia.
—Bien. Ahora, vamos a deshacernos del cuerpo.
—No, no, no. Tú no harás nada. Esto es asunto mío. No puedo dejar que te involucres en esto.
—Tú te involucraste en mi vida, ahora yo te pago con el mismo favor. No puedes hacerlo tú sola.
—Vincent, te lo pido por favor, no hagamos esto. Iré a la policía y les informaré de todo.
—La policía no va a creerte, Katrina. Los hombres de este pueblo ven a las mujeres de los clubes nocturnos como simples meretrices. Seamos realistas, chica, si vas a la policía te cavarás tu propia tumba.
Ella guardó silencio. Tenía razón, no la creerían, defenderían al muerto y la juzgarían con cualquier disparate.
—¿Tienes vehículo? —inquirió él. Ella alzó la mirada.
—Sí, un Peugeot 403. Está a unas manzanas de aquí.
—Bien, vamos.
Antes de marcharse, Vincent agarró el arma del crimen y se la llevó consigo. Si aquel cristal roto permanecía en el callejón con la sangre de la víctima cualquiera podría llamar a la policía.
—¿Qué va suceder con la sangre del suelo? —indagó ella, nerviosa.
Un relámpago iluminó las calles. Vincent alzó la mirada al cielo oscuro y dijo:
—La lluvia se encargará del resto.
Dicho aquello cargó con el cuerpo para meterlo en el maletero del coche.
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Se aseguró de que nadie los vieran caminar a altas horas con el cuerpo inerte de una persona. Sin embargo, cualquiera podría pensar que se trataba de un borracho que ni siquiera podía mantenerse en pie y disponía de la ayuda de un amigo. Los vagabundos yacían dormidos sobre los cartones que protegían sus cuerpos del frío. Nadie estaba despierto.
Metió el cadáver en el maletero y lo cerró. Ambos se miraron algunos segundos sin emitir palabra alguna. Vincent estaba pensando lo próximo que haría y Katrina lucía turbada.
—Necesitamos una pala. En el cementerio hay una; la tomaré prestada.
—Sabes lo que haces, ¿verdad? —dijo ella, dubitativa.
—Perfectamente.
«¡Ese es mi chico!», habló Shaddy con orgullo.
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Cuando ya disponían con lo necesario para sepultar un cadáver, Katrina condujo hacia las afueras de Villa Lamentos. Vincent observaba por la ventana del asiento de pasajeros la visibilidad de un bosque. Con la amnesia no recordaba qué había más allá del pueblo ni tampoco conocía la existencia de un bosque. Tampoco quería que ella sospechase de la carencia de memoria. Hubo un silencio ensordecedor donde lo único que se oía era el motor del vehículo.
La lluvia comenzó a empañar los cristales y Vincent se quedó aliviado. Nunca había deseado tanto un diluvio como en aquel entonces. No obstante, no podían sepultar el cadáver del susodicho hasta que parase de llover. Era inútil cavar una tumba si el agujero se comenzaba a inundar.
—Hay un bosque por aquí cerca —comentó Katrina—. Cuando era pequeña, mi familia solía ir allí y hacíamos pícnic. ¿Lo enterramos allí?
—¿Suele ir gente por ese bosque?
—No, no mucha. Quedó desolado cuando se especuló que había animales salvajes.
—Entonces ese bosque estará bien para deshacernos del cadáver.
La naturalidad que empleaba Vincent contra la muerte de una persona escondida en el maletero logró que Katrina se sintiera desconcertada.
—¿Estás bien? —indagó ella—. Estás muy serio.
—¿Y cómo quieres que esté? No puedo sentir aflicción por la muerte de un bastardo que quiso abusar de ti por no ser capaz de respetar a una mujer ni reprimir sus instintos sexuales.
Ella nombró a Dios por lo bajo, atemorizada.
—Tienes razón —murmuró ella—. Nadie tiene el derecho de tratar a la mujer como trozos de carnes andantes.
Vincent guardó silencio, observando el asfalto por la ventana.
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Permanecieron en el auto por largos minutos, esperando a que la lluvia menguara para poder cavar la tierra. Pronto amanecería y debían de darse prisa antes de que los coches empezaran a pronunciarse en la carretera. Por ahora no había un alma dispuesta a madrugar tan temprano.
—Gracias por ayudarme —dijo ella observando su perfil.
—De nada.
—Ojalá pudiera agradecerte esto de alguna otra forma.
—No importa. Con darme las gracias es suficiente.
—Lo sé, pero nadie se involucraría en enterrar un cadáver con las sospechas de crimen que tú tienes. Es arriesgado.
Vincent la miró.
—Ya que he cometido un pecado, pecaré fuerte —respondió adusto—. Haga lo que haga seguiré siendo «El hombre que asesinó a su novia», hasta que se demuestre lo contrario. Dime una cosa, ¿qué crees que haré una vez encuentre al que asesinó a Ivy?
—¿Decirle la verdad a la policía?
Vincent soltó una risa sarcástica y acto seguido negó con la cabeza.
—El que a hierro a mata, a hierro muere. Siempre se ha dicho, Katrina.
Ella lo observó durante algunos segundos, su sonrisa cínica le resultó inquietante.
—¿No te asusta la cárcel, los manicomios, cualquier pena de muerte?
—Ninguna de esas cosas duele cuando ya estás muerto por dentro.
Paró de llover. Vincent salió del coche, agarró el cuerpo con desprecio y miró a Katrina, que seguía dentro.
—Agarra la pala y vámonos.
—De acuerdo.
Caminaron bastantes minutos por el frondoso bosque. Vincent tenía muy claro que lo enterraría en una zona alejada de la carretera, contra más lejos, mejor.
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Examinó el lugar que pisaba, cada tierra, cada piedra y cada hojas desparramadas. Las ramas de los árboles arrojadas por la tierra crujían cuando caminaban por encima de ellas. El aire se respiraba húmedo con la repentina tormenta. El frío gélido enrojecían sus narices y mejillas.
No supo cuánto caminaron, pero, de pronto, el varón se detuvo en seco.
—Aquí estará bien.
—Vale.
Él arrojó el cuerpo inerte a un lado y cavó con fuerza. Shaddy estaba a su vera, observando la situación con aquella sonrisa macabra en su dientuda boca. Si la pobre Katrina supiera lo que los ojos de él podían ver estaba seguro que acabaría huyendo. Nadie se apaciguaba tanto con aquel monstruo como Vincent. No le atemorizaba, ya no sentía miedo de su violento cráneo de carnero. Shaddy era la única familia que tenía. Empezó a ser muy importante para él, tan importante que poco a poco se iba haciendo fuerte gracias al monstruo que habitaba en su cabeza.
«A Shaddy le gusta verte fuerte, Vincent».
Vincent sonrió.
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