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Capítulo 16: Dulce Katrina.

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Eran las dos y cuarto de la madrugada cuando Vincent caminaba por las lúgubres calles sucias de Villa Lamentos en solitario. Su mirada estaba perdida en los pocos recuerdos que su mente albergaban. Se sentía fatigado, pero no un cansancio físico, era un agotamiento mental. Las paranoias tan fuertes que constantemente sufría, solía confundirlas con su propia realidad, apenas podía distinguir qué era real y que no. Lo que sí logró saber era que cada vez que veía a los insectos de Shaddy hacer cosas inusuales y atípicas, estaba sufriendo una alucinación, pues incluso el propio monstruo se lo dijo: las cucarachas eran las respuestas a sus preguntas. Pero eso no quitaba el hecho de que cuando sufría unos aquellos extraños episodios, en ocasiones, se le iba la cabeza por minutos.

Shaddy apareció a su lado, tranquilizando sus miedos.

—No te preocupes, Vincent. Todo esto es por tu bien.

—¿Mi bien? ¿Crees que provocándome esas malditas paranoias voy a mejorar en algo?

—Deberías estar acostumbrado.

—¿Estás de broma? ¡Haces que me vuelva loco! Siento náuseas cuando manipulas mi mente, cuando haces que la realidad se distorsione a tal punto que mi cuerpo no aguanta y colapsa. ¡Me explota la cabeza!

—¿Te estás oyendo, corazón? Le estás gritando a algo inexistente para los demás. Alzas la voz a un monstruo que nadie más puede ver. Si sigues así, alguien te observará y te tachará de loco.

Vincent se paró en seco, se acercó a Shaddy a escasos centímetros y le dijo:

—Dime que no eres real.

El monstruo soltó una risa burlona.

—¿Qué es para ti lo real, Vincent? ¿Algo que puedes ver, tocar y sentir con tus propias manos? ¿Algo que puedes palpar con la grata satisfacción de asegurarte que lo que estás tocando es real? Entonces tócame, dime cómo se siente sentirme y palparme. Venga, hazlo. Dime tú mismo si soy real.

Como Vincent no era capaz de tocar al monstruo, Shaddy lo forzó a que tocase su huesuda y siniestra mano. Agarró sus palmas y se las hizo llevar al cráneo de él, haciendo que el varón mirara con asombro los ojos vacíos de su acompañante, esa oscuridad sin fondo, aterradora.

El tacto de Shaddy era frío y compacto. Sus cuernos largos hasta sus hombros en forma de espiral eran rígidos, muy consistentes. La vestimenta era satisfactoria a los dedos, tan real como la suya propia; su cuerpo, esbelto y esquelético. Sentirlo de esa manera le provocó un vuelco en su corazón, seguido de ansiedad y angustia. ¿Quién le aseguraba que Shaddy era tan real como él, si nadie más podía verlo? ¿Necesitaba a alguien que corroborase aquello cuando Vincent podía sentirlo como su propia piel? Sin duda, podía describir a la perfección como era su carismático amigo.

Era increíble para él que algo que habitaba en su cabeza pudiera tener un olor y un tacto. No sabía si sentirse maravillado o aterrado.

Shaddy desprendía una colonia varonil, ligada a sus ropajes. Ese olor dulzón lo había olido antes, pero no recordaba cuándo ni dónde. Se sentía confuso.

—No puedo afirmar que seas real —murmuró—, los demás no pueden verte.

—Que no puedan verme no significa que no esté ahora mismo aquí contigo. Hay muchas cosas que las personas no pueden ver y aún así se aferran en creer en ello.

Vincent guardó silencio y Shaddy continuó hablando.

—La próxima vez que me grites, piensa que Shaddy está aquí para ayudarte, no para matarte. No soy tu enemigo, soy tu esperanza.

Él le dedicó una mirada culpable. No hizo falta que se disculpase por su alterado comportamiento, Shaddy ya sabía todo lo que Vincent sentía.

Vincent continuó caminando hacia alguna dirección sin decir nada. Necesitaba silencio y pensar.

🗝️

Miró la hora que marcaba su pequeño reloj de bolsillo. Había recordado que aquel curioso reloj con un gravado de los más vintage se lo había regalado Ivy en unos de sus cumpleaños. Siempre le habían llamado la atención aquellos pequeños relojes tan bonitos y antiguos, así que cuando soltó en voz alta que desearía tener uno, Ivy le sorprendió regalándoselo. Sonrió para sí mismo cuando aquella memoria surcó su mente.

Alzó la mirada para detenerla en las puertas del cementerio de Villa Lamentos.

«¿Tanto he caminado?», se preguntó así mismo.

Decidió entrar. Sabía que el cadáver de su amada no estaba bajo tierra y que su epitafio iba dedicado a una tumba vacía y desolada, pero ver su nombre en la lápida al menos podia hablar dirigido a ella, aunque ni siquiera lo escuchase.

Caminó por el filo de lápidas y buscó a Ivy Varley. Cuando la halló, se detuvo frente a la piedra y observó que recientemente se le había dejado flores, pues estaban frescas. Tampoco sospechó de ello, pudo ser su propia familia o algún conocido en particular que acudió para darle aquellas tristes flores.

—No puedo imaginarme quién es el depravado que ha robado el cadáver de Ivy.

Shaddy guardó silencio.

El varón comparó la posición de la pala con la última vez que estuvo allí. No estaba correcta, alguien lo había movido de lugar. Pensó que quizás estaba sacando las cosas de contexto y que alguna persona la movió por estorbo, pero dado el robo, sus pensamientos se agravaron cada vez más.

—¿Vas a hacer lo que creo que estás pensando? —indagó Shaddy.

—Voy a ver si el ataúd sigue vacío. Vigila por mí si alguien viene.

—Son las tres de la madrugada, no creo que se atrevan a venir a un cementerio con lo creyentes que son en este pueblo. No vaya a ser que se les presente Satanás queriendo llevarse el alma de cualquiera -comentó con sarcasmo.

—Solo vigila.

Shaddy obedeció y le dio la espalda de brazos cruzados.

Vincent apartaba la tierra que cavaba a un lado, ansioso de ver si el ataúd seguía tan vacío como siempre. Tenía la extraña sensación de que algo no marchaba bien. Las recientes flores traídas y la posición de la pala oxidada le daba a pensar que un intruso hizo algo que no debería. Bastante tenía con sus paranoias para que ahora una nueva corrompiera sus pensamientos. Al visualizar el ataúd, se apresuró en abrirlo, estaba rígido pero pudo ingeniárselas.

Se llevó la mano a la nariz rápidamente, por poco vomitaba ahí mismo. No podía creerse lo que veía sus ojos: había un cadáver de avanzado estado en descomposición. La podredumbre y el fétido olor que desprendía hizo que quisiera echar la comida que había ingerido el resto de su vida. Por la ropa que llevaba supo que era una mujer.

Shaddy giró sobre su eje para observar lo mismo que él. A pesar de las muecas de repulsión de Vincent, estaba atónito de que la mujer que se encontraba en la tumba no fuese Ivy. Alguien había metido aquel cadáver simulando suplantar a la desaparecida.

—¡No es Ivy! —chilló furioso.

—Tranquílo.

—No, no puedo estar tranquilo, Shaddy. ¿Quién demonios está haciendo todo esto? No puedo entenderlo.

—Sigues preguntándome lo mismo cuando no tengo la respuesta.

—¿No se supone que lo sabes todo? Me da la sensación de que mientes.

—No te confundas, Vincent. Una cosa es que sepa todo de ti y otra muy distinta es que sepa la vida de los demás.

Él suspiró.

—Estoy cansado.

—Lo comprendo, pero no desesperes, la verdad siempre sale a la luz.

Él hizo una pausa de silencio, mirando el cadáver de aquella mujer sin identidad.

—Cuando estuve en La Morgue, ni siquiera pude ver el cadáver de Ivy, pues los padres de ella y mi hermano me impedían ver el cuerpo. Tampoco pude acudir al funeral porque me lo prohibieron.

—¿Qué quieres decir con eso?

—No sé lo que quiero decir -Se frotó la cara con frustración—. No quiero hacerme ilusiones de que quizás ella pueda estar viva. No tendría sentido.

—¿Por qué crees que no tendría sentido?

—Porque estuve cubierto de su sangre.

Dicho aquello, cerró el ataúd y lo cubrió con la tierra que había apartado. En ocasiones tenía la necesidad de decirles a la familia de Ivy que su cadáver había sido robado. Sin embargo, si lo contaba, aparte de tener que explicar el cómo lo sabía, la familia lo tacharían aún más por desenterrar el ataúd y mirar si se encontraba dentro. Aquel acto era muy retorcido si se desconocía las intenciones.

Por ahora, se centraría en buscarlo por su propio medio y hacer pagar al culpable de la desgracia.

🗝️

Al volver a la plaza, pudo discernir que no había un alma vagando por las calles, salvo algunos mendigos que se resguardaban en los mugrientos y húmedos callejones. Estaba muy cansando, pero los nervios en su estómago impedía que quisiera dormir con tranquilidad. No sabía si irse a casa a descansar, o investigar en la oscuridad qué se escondían en las paredes de Villa Lamentos.

Un señor mayor, cubierto de cartones para cubrirse del frío, acechó a Vincent y se incorporó en la negrura. Era el mismo anciano al que le ofreció dinero anteriormente. Vincent dio un sobresalto cuando el viejo le habló.

—Este pueblo esconde muchos secretos —comentó mientras observaba los ojos marinos del varón.

—¿Disculpa?

—Eres el único que tiene los ojos abiertos. No dejes que te los cierren.

No supo cómo tomarse sus palabras. Era un simple anciano, quizás con demencia, vagabundo y mugriento. Su ropa desprendía un olor nauseabundo a heces y orines. Cada vez que se acercaba, Vincent retrocedía el paso con disimulo.

—¿Tienes cigarrillos? Dame cigarrillos —dijo el viejo con ansia.

Ya que no aceptaba dinero, prefirió darle los cigarrillos que aguantar sus gritos si le ofrecía algunas monedas. Algunos vagabundos preferían drogas que billetes.

Buscó el paquete de cigarrillos en sus bolsillos y se los dio todos. Tampoco le importaba, la última vez que inhaló el humo de uno de ellos casi se ahogaba.

—Tome.

—Gracias, buen hombre. Que Dios lo bendiga.

Dicho aquello, se escondió en el callejón para disfrutar a solas.

Él soltó un largo suspiro. Quiso poner rumbo a casa de Katrina, pero unos gritos de mujer desesperados hizo que acudiera a las callejuelas.

—¡Suéltame! ¡He dicho que me sueltes! —exclamaba.

Un fuerte estruendo de cristales rotos se pronunció. Él aceleró su paso y se presentó allí, boquiabierto. Un hombre se había desplomado en el suelo y la dulce Katrina sujetaba una botella de cristal rota. Su mano temblaba y los ropajes de la muchacha estaban rasgados, viéndose parte de su abdomen y sus pechos. Vincent se quitó la gabardina que llevaba puesta para cubrir el cuerpo tembloroso de su amiga. La hizo tirar la botella a un lado, conforme la chica respiraba con dificultad.

—Dios mío... ¿Qué has hecho, Katrina? ¿Qué ha pasado?

Katrina no reaccionaba. Ella comenzó a llorar.

«Bienvenido a Villa Lamentos, Vincent. A las personas se les va la cabeza de vez en cuando», comentó Shaddy con diversión.


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