Capítulo 12: Oscuridad.
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Anduvo tras las cucarachas, persiguiendo a los insectos con cautela. Podían oír sus pequeñas patas caminar por la madera del piso, siendo lo único que allí dentro se escuchaba. Echaba vistazos hacia su alrededor, observando si Shaddy lo estaba acompañando, pero el monstruo ya caminaba a su lado incluso antes de que él se percatase de ello.
El silencio ensordecedor lo ponía nervioso. Permanecer en una casa tan extraña y solitaria le hacia estar inquieto , sobre todo con las alucinaciones y los bichos de Shaddy. Aún no se acostumbraba a sufrir aquellos cambios de realidad, ni a la voz gutural ininteligible de su acompañante cuando éste estaba sumergido en su juego. Sin duda, el ser humanoide con cabeza de carnero era todo un misterio difícil de descifrar.
Las cucarachas se adentraron en una habitación entornada, que supuso que sería el cuarto de la muchacha. El hombre deslizó la puerta de madera con cuidado, acechando en la negrura de la sala dónde se habían metido los insectos. Buscó el interruptor y prendió la luz.
Una simple decoración fue lo que pudo juzgar a primera vista, el estilo minimalista se pronunciada en cada esquina, a diferencia del gótico del salón principal. La sencillez de las paredes provocaban una sensación cálida, sin la necesidad de la excesiva decoración llamativa. Por lo arrugada que estaban sus sábanas supuso que antes de marcharse se había echado sobre el colchón para descansar.
Oyó las patas de los insectos corretear por la habitación. Él buscó las cucarachas con la mirada, inspeccionando con detalle lo que éstas indicaban. Se habían metido bajo la cama. El varón tragó saliva con dureza.
Shaddy señaló con su huesudo dedo índice la cama de Katrina, esperando a que Vincent se pusiera de cuclillas y contemplase qué se hallaba bajo ella.
Vincent se agachó con lentitud al piso. Al mismo tiempo que asomó su cabeza bajo la cama, la habitación se tornó oscura. El hombre dio un leve respingón seguido de una pequeña exhalación de sorpresa. Llamó a Shaddy, pero no contestó.
Palpó con su mano el piso, tratando de encontrar algún objeto que Katrina custodiaba bajo su colchón. De pronto, una fuerza impulsó al varón a introducirse en la penumbra. Fue tan fuerte el agarre que notó un quemazón en su antebrazo. Bramó de temor, haciendo fuerzas por tratar de no sumirse en lo que Dios sabía que era eso. ¿Aún seguía en la alucinación, o era la misma realidad? ¿El Coco existe? ¿Era Shaddy quien lo arrastró? Aquellas fueron las tantas preguntas que se cuestionó en pocos segundos.
—¡Viiiinceeent! —Lo llamó una voz demoníaca y gutural proveniente de la oscuridad del interior.
—¡Suéltame! ¡Socorro! ¡Ayuda!
—¡El diario! ¡Toma el diario!
Jadeaba con pánico, queriendo zafarse de la fuerza paranormal que lo impulsaba a la negrura. Desconocía si era Shaddy, o las malditas cucarachas quienes le estaban hablando.
Acto seguido, la luz se prendió y Vincent se impulso hacia atrás, arrastrando su trasero lejos de la cama. Su corazón acelerado parecía decirle que colapsaría en cualquier instante. ¡Fue horrible lo que presenció! Se percató que en sus manos sostenía un cuaderno que en ningún momento recordaba haberlo agarrado.
—Léelo —murmuró Shaddy, de pie, a su lado.
Vincent alzó la mirada, buscando respuestas de lo que acababa de ocurrir.
—¿Qué demonios era eso?
—Tus miedos.
—¿Qué?
—Tuviste miedo en mirar bajo la cama, ¿verdad? De pequeño también pensabas que El Coco te visitaba todas las noches. De alguna manera, te sigue inquietando ese pequeño espacio y no puedes evitar pensar que presenciarás algo horrible bajo el colchón. Si vives con miedo, tus miedos se convertirán en realidad. Si eres valiente, tus miedos desaparecerán.
—¿Por qué me haces todo esto?
—Shaddy te enfrenta a todo lo que un día le tuviste miedo. Crees que las peores cosas pasan en la oscuridad.
—La oscuridad siempre asusta.
—Todos temen a la oscuridad, pero cuanto más te acerques a la luz, mayor será tu sombra.
Vincent se mantuvo en silencio, mirando el rostro macabro de su compañero. Repitió que leyese el diario. Sin darle muchas vueltas al asunto, se apresuró en espiar las letras de Katrina.
En el diario contaba lo mucho que detestaba visitar a su familia y lo poco que le aceptaban en ella. Narraba que le hastiaba que la tratasen como a una enferma de manicomio, midiendo cada palabra para que ella no tuviera una reacción nerviosa y enfurecida, como si su trastorno impidiera que su persona careciera de credibilidad o cordura. Que cada vez que comía en casa de sus padres, ellos vigilaban los cubiertos por si a ella se le iba la cabeza.
Al pasar unas pocas páginas, narró que gracias a la insistencia de su padre en acudir a una consulta de psiquiatría había conocido al Dr. Krood, ese hombre que la salvó del abismo y de sí misma. Que sus buenos consejos y la psicoterapia le había funcionado gratamente. Su gallardía era digna de ser apreciada y su personalidad risueña le inspiraba confianza en valorar las cosas buenas que tiene la vida. ¡La mejor persona que había conocido! El Dr. Krood se esmeraba tanto en sus pacientes que eso a ella le encantaba. Gracias a su trabajo, ya no veía con tan malos ojos a los psiquiátricos.
Vincent ignoró las alabanzas de la joven hacia su persona, apreciaba que pensara eso de él, pero parecía estar hablando de un Dr. Krood que no conocía. Se sentía muy diferente.
Más adelante, Katrina narró la escena justa en la que apreció a Ivy en el supermercado.
«Aquella mujer era la novia del Dr. Krood, la que trabaja para los niños en el psiquiátrico», decía.
«La vi comprar un par de cartones de leche junto a varios alimentos más de desayuno, pero su actitud lucía nerviosa, apresurada y parecía meterle prisa a la cajera de la tienda para que se apurase y poder entregar el dinero. Nunca la vi tan nerviosa, miraba a través de los cristales de la tienda como si afuera alguien la estuviera siguiendo. No comprendo qué le pasaba. No tuve el gusto de articular palabra con ella, pues huyó despavorida del supermercado. Quizá sólo tenía prisa en sus quehaceres.»
—Dijo la verdad —murmuró para sí mismo.
Siguió leyendo las siguientes páginas de distintos días diferentes.
«Odio estar tomando el tratamiento de mi TLP. Sé que es beneficioso para mí, pero odio los medicamentos. Odio depender de un miserable bote de pastillas el resto de mi vida. Las pastillas de una loca. Mis padres tienen razón, soy una loca. ¡Una jodida loca! Odio las pastillas, odio las pastillas, odio las pastillas, odio las pastillas...»
Y así hoja entera con la misma frase. Por cómo estaba escrito, se podía apreciar que había empleado fuerza para escribir la tinta sobre la hoja. Varios garabatos sin sentido hubo en un par de páginas.
Katrina estuvo varios días sin escribir en el diario y cuando volvió a retomar el cuaderno, ya estaba trabajando en el club nocturno.
«En el club varios señores me intimidan. Trato de no mostrar mi vulnerabilidad y no ser débil, pero dado en el sitio que estoy, los caballeros se creen con el derecho de hacer con la mujer lo que quieran. Quiero escupirles en el rostro, mandarlos a la mierda. Pero debo morderme la lengua. Creen que un fajo de billetes me hará bajar de la barra de danza para irme con ellos a algún oscuro lugar. Ojalá todos los pecadores paguen por sus actos, algún día.»
Las siguientes páginas estaban llenas de garabatos sin sentido. Katrina había dejado de escribir.
Vincent guardó el cuaderno bajo la cama.
—Tú, que eres psiquiatra, ¿qué crees que le sucede a tu amiga Katrina?
—Por lo que juzgo, no se está tomando el medicamento que se le recetó y eso la está llevando a no poder controlar sus emociones. Debe de estar emanando en un estado de irritabilidad que ni ella misma puede sobrellevar.
—¿Crees que sus emociones la pueden llevar a cometer un crimen?
—No lo sé. Todo es posible, ¿no?
—A Shaddy le gusta eso.
—El Club donde trabaja debe de soportar cada degenerado...
—Cierto. Muchos se creen que aquel trabajo les da el derecho a tratar a las damas como basura —Vincent se mantuvo en silencio—. ¿En qué piensas? ¿Quieres ir?
—No. Solo... Tengo sueño.
Shaddy soltó una risa.
—Ya, claro. Busquemos tu nueva habitación.
La segunda habitación era tan acogedora y blanquecina como la primera. La cama se veía demasiado cómoda, a diferencia del incómodo sofá de su consulta de psiquiatría. Fue tirarse al colchón y soltar un suspiro relajado. Vio a Shaddy acercarse al cuerpo del varón y con sus huesudas manos colocó sus dos dedos en una «V» para cerrar los ojos de Vincent.
—Es hora de dormir, corazón. Shaddy te cantará la canción de El Coco.
—Las nanas infantiles siempre resultaron ser tan macabras...
—Tan macabra como la vida misma.
Trató de quedarse dormido. Ni siquiera le costó, estaba tan fatigado y abatido que el sueño vino en camino.
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A la mañana siguiente, despertó recordando que tenía que irse a Hellincult. Se arregló el cabello con sus dedos, se ajustó su traje que se había arrugado de dormir y partió fuera de la habitación. Al pasar al lado de la habitación de Katrina, vio la puerta entornada. La joven estaba acostada con las sabanas tapando su delgado cuerpo. No supo a qué hora llegó pero dado su horario nocturno, no debió de ser pronto. La inspeccionó durante algunos segundos y se marchó de la casa sin ocasionar ruido.
Era demasiado pronto, tan temprano que le daría tiempo en desayunar en cualquier lugar. Su estómago rugía, pidiendo que de una buena vez se alimentara como Dios manda. Al menos, en Hellincult se podía desayunar en los comedores. Necesitaba un buen café que lo despabilase de su fatiga.
Al llegar allí, se fue directo a desayunar viendo a los infantes alimentarse como buenos angelitos. Baby Doe sonrió al hombre y él le devolvió la sonrisa.
Su hermano Alexander lo miró de soslayo. Había leído la nota que Vincent le dejó, informando que dormiría en casa de otra persona. Sentía curiosidad por saber quién era, ya que desde lo sucedido el varón había perdido prácticamente el contacto con sus conocidos —y no porque él quisiera —. Todos lo juzgaban del crimen de Ivy.
Cuando el desayuno finalizó, Baby Doe se acercó al psiquiatra y le dijo:
—¡Hola, Dr. Krood! Tengo que hablar con usted. He recordado algo.
Dada la amnesia de Baby Doe era muy bueno que la infante recordara su pasado, así que la llevó a su consulta para escucharla.
La niña se apresuró en hablar, sin rodeos.
—He soñado con la señorita Ivy y eso me ha hecho recordar una cosa que no le conté. Ella estaba averiguando qué había pasado con mis papás, me dijo que los iba a encontrar para que en un futuro no me llevasen a un... orfanato —confesó con tristeza —. ¿Cree que le pasó algo por buscar a mis papás?
Vincent quedó absorto. Su vista se perdió por unos segundos. Baby Doe tenía la misma amnesia que Vincent. ¿Estaba todo conectado a la pequeña infante?
«Te dije que Baby Doe sería igual de interesante que el crimen de Ivy, Vincent», le dijo Shaddy, a su lado.
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