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Capítulo 1: Shaddy.

"El tamaño del monstruo dependerá del miedo que le tengas."

🗝️

Un gran trueno lo despertó de su larga somnolencia, llevándose un repentino sobresalto. Fue ahí cuando se percató de dónde estaba.

El frío y húmedo asfalto lo rodeó desconcertante del lugar en donde se hallaba. Yacía en la oscuridad de las calles, tirado sobre la carretera cual perro abandonado. No lograba recordar nada.

Algunas pequeñas gotas de lluvia empezaron a pronunciarse en la penumbra. La luz de una pequeña farola alumbraba su delgado cuerpo, siendo visibles en los ropajes grandes manchas carmesíes. Tuvo el instinto de olerlas, de saber si de verdad era lo que creía que estaba imaginando, o se trataba de cualquier líquido oscuro. La realidad golpeó su pecho cuando trató de llevarse algunas gotas secas a la boca.

El ritmo cardíaco aumentó con rapidez, su corazón bombeaba tan fuerte que podía escuchar los compases de los latidos acelerados. Quiso vomitar.

Hizo un instinto de calmarse, de tratar de concentrarse y recordar qué diablos había hecho. Su cuerpo no se notaba dolorido, mucho menos la sangre que yacía en él era la suya propia. Carecía de heridas y hematomas que pudieran dar una pista de lo sucedido. No tenía nada. No había respuestas a sus dudas.

Un pequeño sollozo se logró escapar de su voz. La fuerte respiración y el continuo hormigueo en los dedos le estaban dando el aviso de un fuerte ataque de ansiedad. El hecho de no poder si quiera recordar qué hizo esa noche lo tenía tan atacado por dentro que empezó a cuestionarse la inocencia.

«¿He matado a alguien? ¿De verdad siento la necesidad de hacerlo?»

Era un muchacho joven, con toda una vida por delante. ¿De verdad ansiaba desgraciarse la vida al matar a un ser humano?

«Levanta de ahí, larguirucho.» Escuchó decir a una voz masculina y siniestra.

Observó a su alrededor con desesperación, buscando a la voz parlante que había hablado, pero sólo logró hallar a una esfinge de la muerte, posada en su hombro. Lo miraba con fijación. La tenue luz de la farola alumbraba al pequeño insecto, reflejándose su pequeña sombra en la vestimenta. Algunos insectos más rodearon el cuerpo del joven, como las cucarachas, que quisieron subirse por la espalda, pero se sacudió con rapidez.

—Necesito ayuda... Yo...—balbuceó para sí mismo. Escuchó al insecto agitar sus alas en el silencio ensordecedor.

Nunca le desagradaron los bichos y demás rarezas de la naturaleza, pero tener tanto insecto cerca suyo le hizo figurarse que era fruto de la imaginación, que estaba soñando con simpleza. Los bichos se movían formando un circulo alrededor del varón, como si estuvieran adorándolo.

Nada de lo que veía tenía sentido para él.

Había oído hablar de ese característico bicho, pero su notable calavera en el dorso del tórax de la esfinge era digno de observarla. Sin embargo, se sentía tan real el pánico de su cuerpo, los temblores y el corazón agitado que no pareciera que estuviera soñando con normalidad.

«La policía viene de camino. Te someterán a preguntas; responde con inteligencia y te librarás

—¡¿Quién me habla?! ¡Sal de ahí! ¿Me has hecho tú todo esto?

«Tu psiquiátrico te espera. Acude allí, corazón. Tienes una larga noche por delante.»

Bajo una farola se pronunció una figura humanoide vestido de traje negro. En lugar de una cabeza poseía un cráneo de carnero con grandes cuernos a cada lado en forma de espiral. Sus enormes cuencas vacías le horrorizaron y sus dientes afilados le inquietaron. Su boca pareciera formar una sonrisa macabra la cual hizo que tragase saliva con dureza. Era tenebroso y oscuro.

Se percató que aquel ser controlaba a todo insecto que acariciaba su cuerpo, pues con sólo hacer un ademán con el dedo, los bichos caminaron en fila hacia el individuo.

Lágrimas de agobio se deslizaron por sus sucias mejillas. Estaba paralizado. El cuerpo no le cedía ante los avisos de la voz parlante que se pronunciaba con un fuerte eco irritante. Podría jurar que era el maldito ser horripilante quien le hablaba.

La esfinge de la muerte voló hasta su dueño, posándose en forma de broche en su traje.

Algo asfixiaba la garganta del varón y enseguida intuyó que era el nudo de la corbata oscura la que impedía que respirara con facilidad. La aflojó con nerviosismo, deseando que en algún momento todo lo que veía fuera fruto de su imaginación. Incluso llegó a pensar que el terror y el pánico de la situación le había creado ver monstruos que en verdad no estaban ahí. En ocasiones, el miedo puede jugar con las alucinaciones.

Comenzó a pellizcarse la piel, rogando que aquello fuera nada más que un sueño macabro y sin sentido.

Seguía lucido. No estaba soñando. Deseó morirse.

—¿Es usted el psiquiatra Krood? —preguntó uno de los policías.

—Yo... He... ¿Dónde estoy? —titubeó.

—En Villa Lamentos, caballero —Al ver como los guardias se dedicaron una mirada cómplice, supo que se habían dado cuenta de su vestimenta manchada de aquel fluido.

—¿Qué día es hoy?

—Treinta y uno de Octubre. ¿Se encuentra usted bien?

Para colmo, en su cabello castaño había sangre coagulada, la cual la lluvia aún no le había dado tiempo a limpiar. No dudó en llevarse los dedos a los mechones tratando de difuminarlo sin resultado alguno. El desasosiego en el rostro del joven era muy presente y no pasó desapercibido ante los varones.

«Tranquilízate, hombre. No dejes que ningún humano vestido de uniforme te intimide.»

—Es la noche de los muertos, ya sabe, Halloween. Veo que ya se ha unido al pueblo. ¿Ha bebido? Se le ve algo perdido —comentó con recelo.

Creyeron que el fluido rojo de la camisa blanca de su traje era parte de la noche de los muertos que tanto caracterizaba al mundo entero. No supo si respirar aliviado o darse bofetadas ante la inocencia de imaginar que aquella situación no era real.

Hizo una pausa de silencio. ¿Tampoco recordaba su nombre?

«Te llamas Vincent Krood. Vamos, corazón, no seas tan lento», dijo la voz, con sorna.

—¿Sabe lo que ha sucedido en el domicilio de su pareja? Debería acudir a su centro psiquiátrico.

«¿Centro psiquiátrico?», pensó para sí.

Se mantuvo callado. No porque lo dudase, sino porque trataba de acordarse de qué centro psiquiátrico le estaban comentando. La pausa pareció confirmar la sospecha y ambos varones lo agarraron con fuerza de ambos brazos, obligándolo a levantar del asfalto. Los miró con desconcierto, exigiendo explicaciones de sus inesperadas actitudes.

—¿Adónde me llevan? ¿Qué está sucediendo? —quiso saber con impaciencia.

El comportamiento de ambos hombres era inquietante y atípico. No contestaban sus preguntas desesperadas y cada cierto tiempo se dedicaban miradas cómplices, queriendo decirse algo con la mirada que no pudo entender.

—¡Necesito un médico! ¡No recuerdo nada! —exclamó zafándose de sus agarres.

—El tiempo nos dirá si es usted un asesino —comentó el policía.

—Carecemos de pruebas que puedan incriminarlo. Ha sido muy hábil —conceptuó el otro.

—¡¿De qué hablan?! ¡Exijo una explicación ahora mismo!

Hicieron caso omiso a sus palabras. Era evidente que lo estaban tachando de algo que no era. No quería seguir los pasos forzados, hubiera preferido retroceder y huir, pero resultaba inútil y sabía que solo empeoraría el asunto.
Miró de soslayo, queriendo buscar al extraño Sr. Carnero con la mirada. Sin embargo, sólo halló el asfalto vacío y desolado.

Tuvo la esperanza que una vez le llevasen dentro del pueblo, lo soltarían y podría irse a casa—si es que recordaba alguna—, pero los pensamientos se esfumaron cuando una vez allí, un gran psiquiátrico invadió su mirada. Unas grandes letras negras metalizadas encima de la enorme puerta de entrada le informaron que se encontraba en el centro mental del pueblo que ambos guardias habían estado especulando: Hellincult.

«¿Yo trabajo aquí?», pensó.

El recibimiento que obtuvo por parte de las personas que solían conocerle de vista no fue muy bueno. Pudo discernir algunas caras curiosas, asomadas a la ventana de sus viviendas. Las habladurías y las muecas de desagrado que generó su presencia hizo preguntarse qué tipo de hombre era. No logró comprender las malas caras, sus burlescos rostros parecían señalar con la palabra "asesino".

Pudo ver un periódico desechado en las lúgubres baldosas de la plaza. No alcanzó muy bien a leerlo con perfección, pero logró ver que se había cometido un crimen en la vivienda 302. Por alguna razón, un leve pinchazo en su corazón se había pronunciado al mirar el número del hogar. Los guardias le estudiaron y con la mirada, clavando sus oscuros ojos en su rostro.

«Eso que observas es tu casa. Vives en el número 302. No creo que te agrade saber qué ha sucedido, corazón.» Escuchó decir al individuo muy cerca de él.

Vincent supo que aquel ser monstruoso sólo lo podía verlo él cuando el susodicho estuvo presente en toda la conversación y los guardias lo ignoraban. Fue ahí cuando se asustó y empezó a cuestionarse su cordura. El pavor que tenía era inmenso. No podía si quiera calmar sus temblores.

—¿Mi casa...? —murmuró ignorando la pregunta del guardia. Tenía más presente la voz masculina del susodicho.

—El número 302 es su casa, señor Krood. Su mujer ha sido asesinada y usted es nuestro principal sospechoso —informó el hombre.

Exhaló a la vez que negó con la cabeza. Sus ojos se humedecieron sin poder evitarlo y trató de controlar el llanto, pero fue inútil. Los guardias no mostraron ningún tipo de aflicción por el varón, ni mostraron ningún tipo de apoyo. Prefirieron permanecer en silencio, estudiando su reacción.

Jamás en su patética vida se había sentido tan miserable, cual desecho de basura arrojado en cualquier contenedor. Le costaba discernir qué diablos era la realidad y qué la separaba de la fantasía. ¡Ese hombrecillo con cara de inocente era incapaz de matar a alguien!

A su lado habitaba el monstruoso ser humanoide que fue el único que trató de esfumar sus miedos. Le consoló como si se tratara de un amigo de toda la vida, un padre, o un hermano. Un consuelo que le faltaba en aquellos momentos a nuestro juzgado muchacho.

Finalmente, las puertas del psiquiátrico le dieron la bienvenida.

El personal que allí dentro trabajaba lo observaron de reojo, especulando el tremendo y desgarrador suceso que había ocurrido en la vivienda 302. Las miradas invadieron su figura, sintiéndose horrible e incómodo. Quiso gritar, defender su inocencia. Sin embargo, no estaba en condiciones de abogar cuando desconocía que demonios había pasado.

No quería llamar más la atención de lo que ya lo hacía. Era juzgado de cometer un crimen que él estaba seguro que no cometió. ¡La quería muchísimo! No tenía motivos para asesinar a la única mujer que amó con toda su alma.

Alguien tocó el hombro del varón con una mano de lo más huesuda y de inmediato se percató que fue el extraño ser.

«No te preocupes, Vincent. Shaddy está aquí para ayudarte.»

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