CAPÍTULO 9
9
La semana de Jungbin había comenzado con normalidad, dentro de lo que podía describirse como "normal" en su nueva. Todavía no podía acostumbrarse a su nuevo guardarropa, a su nueva habitación, a que cada mañana hubiese desayuno preparado para ella y que siempre hubiese alguien con quién compartir ese tiempo, pues el señor Kim se aseguraba de que comiera todo antes de irse al trabajo.
El lunes por la mañana él había puesto una tarjeta negra frente a ella y había dicho:
—Es tuya. No tiene límite, confío en que la utilizarás de manera consciente —se puso de pie y de su bolsillo sacó un juego de llaves que parecían ser de un auto que puso a un lado de la tarjeta para finalmente decir: —. Estas son las llaves de tu auto, puedes preguntarle al señor Song cuál es o averiguarlo tú misma
Luego, con una media sonrisa en los labios, le había dado unas palmaditas sobre la cabeza y se había marchado.
La chica, que aquella mañana se había vestido con un pantalón negro y una blusa blanca con detalles negros, y se había maquillado para verse decente, no se atrevió a tomar las cosas estaban frente a ella, sobre la mesa. ¿Cómo era que el señor Kim podía darle una tarjeta sin límite? ¿Por qué malgastaba su dinero de esa manera? ¿Por qué decidía confiar de esa manera en ella?
A pesar de quedar completamente boquiabierta al darse cuenta de que su auto era un Audi A5 del año, ni siquiera quiso desbloquearlo para subirse.
Jungbin no sabía conducir.
Nadie se lo había enseñado ni tampoco había tenido el dinero para pagar una escuela de conducción. Así que simplemente se apresuró en correr hacia la calle principal más cercana a su nuevo hogar para poder tomar el transporte público hacia la universidad, como siempre había hecho.
Sólo que ya no se sentía como de costumbre. Cuando estuvo dentro del bus se dio cuenta de que un chico la estaba mirando por un instante más del normal, como si el simple hecho de que ella hubiese cambiado su manera de vestir lograse hacerla menos invisible. En el campus ocurrió lo mismo, sus compañeros de clase la miraron, como si nunca la hubiesen visto dentro del aula del profesor Kim, y Minhyuk se había sentado a su lado durante la clase.
—Jungbin —la llamó el profesor cuando ya había dado por finalizada la clase—, ¿podemos hablar un momento?
La chica, que se encontraba a medio camino de la puerta, asintió con la cabeza y se quedó allí hasta que todos se fueran. Como siempre, su profesor favorito se veía impecable, luciendo siempre como el académico más guapo de toda la facultad.
—¿Ya te vas a casa? —Le preguntó cuando se encontraron solos, mientras tomaba el maletín en el que llevaba sus pertenencias.
Inmediatamente Jungbin se sintió estúpida. Su cabeza había estado tan ocupada pensando en el señor Kim que había olvidado por completo que estaba evitando a su hermano mayor. Ciertamente, había algo con los hombres de esa familia, pues Jungbin no podía bajar la guardia cuando se encontraba a su alrededor.
Se encogió en su lugar, sin encontrar una excusa al sentirse tan acorralada, y terminó por asentir con la cabeza.
—Te daré un aventón, sólo pásame tu dirección —dijo él cuando se habían subido a la gran camioneta Range Rover Sport de color grafito y prendía la pantalla de esta para teclear la dirección.
¿Cuál era su dirección? Esa era una buena pregunta que Jungbin no se había hecho. Simplemente sabía dónde estaba su nueva casa y sabía llegar a ella, pero no tenía idea de cuál era la dirección exacta del lugar. Se aferró a su bolso, intentando encontrar las palabras correctas para decirle al profesor Kim que ahora vivía en la casa de su hermano, el impaciente.
—¿O te vas al restaurante?
—Yo... —Tartamudeó cuando él la observó con la ceja alzada, casi como si estuviese perdiendo la paciencia—. Yo no sé la dirección, pero... creo que usted de todas maneras sabe llegar a la casa de su hermano, el señor Kim.
Las cejas del profesor Kim se alzaron y lo único que respondió fue:
—Oh.
Y entonces echó a andar el vehículo.
¿Quizás había dicho algo malo? Que ella supiera, en ningún lado estaba especificado que no podía hablar sobre su relación con el señor Kim ni tampoco él le había pedido que no hablara sobre ella. Tampoco había mencionado a su hermano, el profesor Kim. De todas maneras, no sabía cuál era la razón de la reacción del profesor al escuchar aquello, pues él mismo le había pedido que llamara a Kim Namjoon.
—¿Estás viviendo con Namjoon? —Le preguntó de pronto, sacándola de golpe de sus pensamientos.
Ella asintió con la cabeza, sabiendo que el profesor la miraba de reojo mientras conducía.
—Escucha, Jungbin, no estoy seguro de lo que es capaz mi hermano —se giró para mirarla a los ojos en un semáforo en rojo—. Sé lo que hace con las mujeres que lleva a vivir a su casa, pero no tengo detalles. Así que quiero que sepas que, ante cualquier emergencia, puedes contar conmigo.
El cerebro de Jungbin se desconectó por un segundo de la conversación al escuchar que el señor Kim supuestamente hacía a las mujeres. Eso significaba que ella no había sido la única a la que había propuesto ese tipo de relación. Tampoco había sido la única que se había mudado a su casa. Ni tampoco era la única a la que trataba de la manera en la que lo hacía con ella.
Se giró hacia la ventana, sin saber qué debería pensar al respecto.
Por supuesto, el señor Kim podía mantener las relaciones que quisiera con las personas que se le antojaran, pero, tan solo por un momento, había sentido que él la trataba de manera diferente.
Se giró a mirar a su profesor cuando el auto se detuvo frente a la residencia. De pronto, ya no quería bajar.
—Te acompañaré dentro —dijo él.
Antes de dejarle tiempo de responder, ya se había bajado de la camioneta, por lo que ella lo imitó y se dirigió a la puerta principal que inmediatamente fue abierta por el señor Song, quien avisó que anunciaría al señor Kim que su hermano se encontraba de visita.
Así que el señor Kim ya había llegado.
—Traje a Jungbin a casa —le dijo Seokjin a su hermano cuando este apareció por el pasillo y los miró a ambos con una ceja alzada.
Los ojos severos del señor Kim se posaron sobre la chica, que se encogió en su lugar.
—Creí que habías utilizado tu auto hoy. ¿Hubo algún problema? —Extendiendo su mano para ella la tomara.
Ella negó con la cabeza y abrió la boca para decir algo que jamás salió de sus labios. Le daba vergüenza admitir delante de Kim Seokjin que no sabía conducir. Como no supo qué decir para excusarse, simplemente tomó la mano del señor Kim, avanzando un par de pasos hacia él cuando jaló de ella suavemente.
—Gracias, Seokjin, no tenías que preocuparte —le dijo y luego se giró hacia la chica—. Ve a cambiarte, ¿sí?
Ella respondió con un asentimiento de cabeza y comenzó a caminar en dirección a su habitación, pero se vio interrumpida por la voz del profesor:
—Sí que tenía que preocuparme, no podía permitir que llegara sola aquí, ya que tú no te habías percatado de que no había utilizado el auto... Por cierto, Namjoon, debo hacerte una advertencia: ten cuidado con lo que haces.
Jungbin notó cómo la espalda del señor Kim se tensaba y tuvo el impulso de poner sus manos sobre sus músculos para masajearlos, pero se quedó expectante a lo que respondería:
—Gracias, Seokjin, no tenías que preocuparte —repitió.
Se formó un momento de silencio en el que el ambiente rápidamente se había vuelto tenso. Kim Seokjin y Kim Namjoon se miraban directamente a los ojos, uno esperando a que se dijera algo más y el otro esperando a que su hermano se marchara.
—Nos vemos, Namjoon —finalizó entonces el profesor y antes de darse media vuelta buscó a Jungbin con la mirada para hablarle: —. Recuerda lo que hablamos, Jungbin.
El señor Kim no volvió a prestar atención a su hermano, sino que se giró hacia ella con mirada severa, como si le estuviese advirtiendo el castigo que se avecinaba por no cumplir su orden, por lo que Jungbin inmediatamente subió las escaleras en dirección a su habitación y se metió dentro del vestido negro después de haberse quitado absolutamente toda la ropa.
Quiso quedarse encerrada en su habitación, pretendiendo hacerle entender a Namjoon que estaba estudiando, pero al cabo de unos minutos escuchó la voz del señor Song al otro lado de la puerta:
—Señorita Jungbin, el señor Kim dice que vaya a verlo a su oficina.
La chica acató la orden inmediatamente, sin saber por qué se sentía tan nerviosa o por qué tenía la sensación de que Kim se encontraba enfadado con ella.
¿Había hecho algo mal como para que el señor Kim estuviese molesto con ella?
Golpeó suavemente la puerta de la oficina, con la esperanza de que no la oyera y pudiese irse sin ningún tipo de consecuencia. Sin embargo, escuchó cómo él la hacía pasar, utilizando un tono de voz seco. Dentro se encontraba el señor Kim, sentado frente un escritorio de color caoba, concentrado en teclear incesantemente en el teclado de su computador.
—Cierra la puerta y ven aquí —le ordenó sin despegar la vista de la pantalla.
Las piernas de la chica temblaron mientras se acercaba y descubría que nuevamente quería que se sentara sobre sus muslos. Se escabulló entre él y el escritorio para tomar asiento con el cuerpo tenso, pues el señor Kim no le había dado ninguna facilidad para llegar hasta allí al no dejar de teclear ni correr la silla hacia atrás para darle espacio. Se encontraba aprisionada entre el mueble y el cuerpo fornido que tenía a su espalda.
—¿Por qué no utilizaste el auto? —Comenzó a interrogarla.
Jungbin tragó saliva en un intento de calmarse y respondió:
—No sé conducir, señor.
Hubo un momento de silencio en que sólo se escuchaban las teclas siendo apretadas por los dedos diestros de Kim.
—¿Por qué te trajo Seokjin?
—Porque no encontré la manera de seguir evitándolo —respondió inmediatamente con sinceridad.
Él se detuvo en su labor y la mano derecha abandonó el teclado para posarse sobre el muslo enfundado en el pantalón gris que llevaba puesto. Jungbin siguió el movimiento con sus ojos, sintiéndose decepcionada por un momento al creer que la tocaría.
—Corre tu cabello hacia el lado.
Las manos de Jungbin temblaron ligeramente en su camino a cumplir la orden. Estaba ansiosa, quería saber qué era lo que sucedía, qué era lo que había hecho mal, pues él era el único que podía decírselo.
Se estremeció al sentir la yema de uno de los dedos del señor Kim delinearle el camino que conducía desde su cuello hasta su hombro. Uno de los tirantes del vestido fue desplazado mínimamente hacia el lado, provocando que el corazón de Jungbin se disparara.
—Te ves hermosa hoy —escuchó la voz grave de Kim casi en su oído.
Los labios de la chica se entreabrieron al necesitar soltar aire de golpe en forma de suspiro y sus mejillas se pusieron ligeramente rosadas al recibir ese cumplido.
—Y por eso es que voy a marcarte, para que sepan que tienes dueño.
El calor corporal del señor Kim la abrasaba como si de fuego se tratase y la hipnotizaba hasta el punto de hacerla sentir drogada. Pronto sintió un par de labios húmedos que se posaron sobre su cuello y se cerraron sobre su piel para comenzar a succionar. Jungbin soltó un jadeo y sus piernas se cerraron instintivamente, ejerciendo presión en su entrepierna. La lengua del señor Kim la acariciaba de manera dolorosa, dejándole claro que no saldría de allí sin una marca violeta.
Los labios chasquearon cuando se separaron del cuello de Jungbin y la chica inmediatamente sintió su piel arder al estar en contacto con el aire, aunque ni siquiera tuvo tiempo para pensar en ello porque el señor Kim se acomodó sobre la silla, tirando las caderas levemente hacia adelante, y la tomó por la cintura para posicionarla justo sobre su pelvis. Jungbin apretó sus manos en un par de puños al sentir cómo, debajo de su entrepierna, rápidamente comenzaba a crecer un bulto duro y caliente.
—¡Oh, Jungbin! —Susurró él, rozando los labios con su piel—. Hay tantas cosas que quiero hacer contigo y me cuesta demasiado ir con calma.
Los labios nuevamente atacaron su piel mientras que las grandes manos se dedicaban a recorrer su cintura y estómago de manera bruta, como si estuvieran desesperadas por tocarla, pero a la vez reprimidas porque no se atrevían a llegar más allá. Un pequeño gemido escapó de los labios de Jungbin, que, sin poderse creer cómo había cambiado la situación desde que había llegado a casa hasta ese momento, en el que el señor Kim volvía a acomodarla sobre él, nuevamente generando fricción entre sus sexos.
Nuevamente escuchó el chasquido de los labios y cuando creyó que volvería a succionar sobre su piel, le clavó los dientes, ocasionándole un segundo gemido por la mezcla del dolor, la sorpresa y el gusto. Su entrepierna comenzaba a palpitar, anunciándole necesitar atención, más fricción que el señor Kim poco a poco iba brindándole.
Besos húmedos fueron dejando rastro desde su hombro hasta el lóbulo de su oreja y el cuerpo de la chica se estremeció cuando escuchó que le susurraba:
—Has sido una buena chica, mereces un premio.
Esa frase fue la que destruyó lo poco que le quedaba de cordura. Si no hubiese estado abrumada por el placer, en sus cinco sentidos, jamás se hubiera atrevido a hacer lo que estaba a punto de hacer: una de sus manos tomó por la muñeca al señor Kim y lo condujo hasta uno de sus pechos. Acción que, lejos de ser repudiada por el hombre, fue premiada al dejarle escuchar una especie de jadeo justo antes de que su mano se apoderara de la totalidad del pequeño pecho, apretándolo con tal fuerza que le provocó dolor y a la vez placer.
—Muévete —le ordenó, marcando el ritmo al moverla por las caderas.
Jungbin obedeció y comenzó a balancearse de adelante hacia atrás, rozando su parte más sensible justo sobre el miembro hinchado y duro del señor Kim mientras que él, todavía masajeando su pecho, ponía su mano libre sobre su cuello para tirar de ella hacia él con la fuerza precisa para hacerla gemir.
La chica tiró su cabeza hacia atrás, dejándose llevar, a la par que cerraba los ojos. Sus manos se aferraron a los brazos de la silla, buscando la estabilidad necesaria para poder continuar con su tarea de moverse sobre el señor Kim sin perder el equilibrio. Los pequeños gemidos se habían apoderado de su boca, siendo el único sonido que era capaz de emitir, y por su cuerpo serpenteaban las maravillosas oleadas de placer que viajaban directo a su entrepierna, que cada vez se encontraba más húmeda.
—Vamos, Jungbin—la voz del señor Kim sonó en medio de un susurro, con la respiración acelerada—. Córrete para mí, sé buena chica.
Las piernas de la muchacha temblaron, sabiendo que no bastaba más que él lo pidiera para llevar a cabo aquella orden. Su cuerpo, extremadamente sensible a todo estímulo, se encontraba a punto de llegar a la cima y no tuvo que hacer mayor esfuerzo para finalmente acabar. Sus caderas temblaron con cada espasmo que daban los músculos de su vientre, que se contraían una y otra vez al haber alcanzado el orgasmo.
Dejó reposar su cuerpo sobre el del señor Kim, necesitando recuperar el aliento después de haberse corrido con tanta fuerza, y él la dejó, dispuesto a sostenerla el tiempo que fuese necesario y poco importándole que su miembro seguía palpitando, buscando todavía la fricción que necesitaba para acabar.
—¿Señor? —Se sorprendió al escucharla hablar.
—¿Sí?
—Siento mucho haberle hecho enojar.
Él se quedó en silencio e inmediatamente Jungbin deseó no haber dicho eso. Debería haberse quedado callada para no perder ese ambiente tan cómodo y tranquilo que había quedado entre ambos.
Era una estúpida, siempre tenía que arruinar todo.
—No me has hecho enojar —murmuró, acariciando desinteresadamente la piel del brazo de Jungbin—, es sólo que no confío en Seokjin.
Les gustó el smut? Espero que no haya quedado tan mal porque lo escribí con ganas jeje
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