CAPÍTULO 8
8
Jungbin cerró la puerta del apartamento detrás de sí y lo primero que vio fue el fornido cuerpo del señor Kim, apoyado contra la pared mientras se dedicaba a mirar su celular. La chica mostró con cara de pocos amigos el par de bolsos, que contenían todas sus pertenencias, y agradeció en silencio cuando él los cargó por ella.
—¿Estás bien?
Ella se mantuvo con la cabeza gacha, sin responder, lo que inmediatamente encendió la llama de la ira en Kim. Llama que se extinguió al momento en el que vio que los hombros de la chica se sacudían al ritmo de su sollozo. El hombre levantó las manos, intentando hacer algo para confortar a la muchacha, pero se quedó allí, sin saber si es que debía volver a abrazarla como la noche anterior.
—¿Por qué, señor Kim? —Susurró ella, con su voz de siempre, como si no estuviese llorando en ese mismo momento—. Me gustaría que las cosas fuesen diferentes, pero lo único que hago es lastimarme a mí misma por desearlo... —Finalmente, su voz se quebró—. Yo... estoy muy cansada de esto.
Kim se quedó un segundo observándola, deseando que ella levantase la cabeza para poder ver su rostro completamente, pero aquello no sucedió, por lo que tuvo que él mismo levantarla suavemente del mentón. Los ojos gigantes y redondos de Jungbin se encontraban enrojecidos por el llanto, y Namjoon sintió algo dentro de él removerse. Había visto mujeres llorar por distintas cosas, como el placer y el dolor, y pese a que ya era la segunda vez que veía a Jungbin llorar de dolor, se trataba de algo completamente diferente. Sabía que él veía la situación de una manera más fría por estar desde afuera, por lo que decidió no dar su opinión al respecto.
—Jungbin —susurró él, dejando los bolsos en el suelo para dar un paso hacia ella y ponerle las manos sobre los brazos—, a veces las cosas no salen como queremos y lo único que podemos hacer para no desgastarnos es seguir adelante.
Ella asintió con la cabeza y sus ojos se abrieron más de lo normal cuando las yemas de los dedos del señor Kim le limpiaron las lágrimas que tenía en las mejillas, pasando rápidamente desde la decepción y tristeza que Jungkook le había provocado a un estado de confusión en el que sus pensamientos pasaban demasiado rápido por su cabeza como para siquiera saber cómo se sentía. Se quedó de pie, con las mejillas enrojecidas, viendo cómo el señor Kim recogía nuevamente los bolsos y la invitaba a seguir su camino en dirección al auto.
Como había dicho él más temprano, fueron al centro comercial en busca de ropa nueva para Jungbin y la chica se sorprendió cuando se encontró a sí misma siguiendo al señor Kim hacia una de las tiendas de ropa de mujer más exclusivas que podrían encontrar allí.
¿Cómo se suponía que ella vestiría ese tipo de ropa?
—Cierra la tienda, queremos privacidad —dijo él a la vendedora, que lo miró boquiabierta, y luego se giró hacia Jungbin—. Elige lo que quieras, lo llevaremos.
La chica, que había quedado igual que la vendedora: boquiabierta, comenzó a rebuscar entre la poca ropa que había en exposición. Por supuesto, se trataba de una marca exclusiva, por lo que solamente había un par de ejemplares por modelo. A pesar de que todo le parecía excepcionalmente hermoso, no se veía a sí misma utilizando ese tipo de ropa.
No porque no le gustase o porque no fuese su estilo porque, no podía negarlo, siempre había soñado con tener ese tipo de ropa, sino que porque presentía que algo de ese talle no se le vería bien.
—¿Te gusta? —Se sobresaltó al escuchar la voz del señor Kim a su espalda.
Se dio cuenta de que se había detenido por más tiempo a mirar una falda tubo a cuadros, icónica de la marca. Sí que le gustaba, pero ni siquiera se atrevía a tomarla.
—Yo... —Murmuró torpemente.
—¿Sí o no? —La cortó él.
La chica se encogió en su lugar y terminó por asentir con la cabeza. La mano grande de Kim pasó por su lado, rodeándola, y tomó uno de los colgadores para fijarse que la talla fuese la correcta. Luego se giró y le tendió el colgador a la vendedora.
—Quiero todo lo que tengas en esta talla.
Jungbin se volteó al escucharlo, alarmada, y negó con la cabeza rápidamente cuando él la volvió a mirar.
—Señor, no creo que sea buena idea —se apresuró a hablar—. No sabemos si toda la ropa es de mi gusto y sería un malgasto de dinero...
Su nervioso monólogo se vio interrumpido cuando uno de los dedos de Kim se enganchó en la argolla que llevaba colgada al cuello y tiró de ella hacia adelante. Una simple acción que podría haber pasado desapercibida para cualquier persona, menos para ellos dos, pues se trataba de una mezcla de advertencia y recordatorio.
Jungbin levantó lentamente la mirada hasta encontrarse con la del señor Kim, que parecía brillar por la oscuridad de sus pupilas dilatadas.
—No recuerdo haber preguntado tu opinión, Jungbin —susurró tan bajo que la chica recién notó lo cerca que se encontraban y su respiración se entrecortó instantáneamente, pero aquella cercanía duró esa pequeña fracción de segundo porque el anillo cayó nuevamente a su posición al ser soltado—. No te preocupes, si algo no te gusta puedes tirarlo —resolvió, buscando con la mirada a la vendedora.
La chica tragó saliva y decidió que lo único que podía hacer era obedecer, por el bien de su acelerado corazón. Aunque de una cosa estaba segura: sus acciones tenían consecuencias directas.
Cuando estuvieron nuevamente en casa, Kim la arrastró de la muñeca y la dejó sentada sobre uno de los sofás de la sala.
—Quédate aquí —le había ordenado antes de dejarla.
Y Jungbin había obedecido sin rechistar, sin siquiera pensar hacia dónde se dirigía él o qué era lo que iba a sucederle a continuación.
No tuvo que esperar mucho para verlo regresar, esta vez sosteniendo una caja que dejó sobre otro de los sofás. Las puertas de la sala fueron cerradas, dándoles una privacidad que únicamente podría significar algo.
El señor Kim se plantó frente a ella, mirándola desde arriba de una manera tan extraña que a la chica le provocó un estremecimiento que no supo si interpretar como bueno o malo.
—Desnúdate.
Jungbin lo observó con los ojos bien abiertos desde su lugar en el sofá. Aquella era una orden inesperada, aunque en realidad no sabía qué era lo que estaba esperando. Cuando notó que habían pasado un par de segundos, y que Kim había cambiado su semblante, se puso rápidamente de pie y con las manos temblorosas se quitó la sudadera, la camiseta, los tenis y los pantalones.
Kim Namjoon recibió toda su ropa y la dejó doblada sobre otro de los sofás mientras Jungbin bajaba la cabeza avergonzada porque jamás se había mostrado con tan poca ropa a alguien que no fuese ella misma en el espejo, y ni siquiera contaba, porque evitaba tener cualquier tipo de contacto visual con su propio cuerpo.
—Quítatela toda.
Ella tomó aire profundo y asintió con la cabeza. Cerró los ojos con fuerza mientras se bajaba las bragas y se quitaba el sujetador.
No había mucha gente que la hubiese visto desnuda a lo largo de su vida, por lo que el hecho de sentir los ojos penetrantes del señor Kim sobre su cuerpo le hacía sentirse inquieta, pero no incómoda.
—Abre los ojos —ordenó él de golpe, sobresaltándola.
Se tardó dos segundos en obedecer y se mantuvo mirando hacia el piso mientras Kim la rodeaba, mirándola de arriba hacia abajo. Luego, caminó hacia dónde había dejado la caja y sacó el dichoso vestido negro que tendría que utilizar dentro de la residencia. No se trataba de nada más que eso: un simple vestido negro, pero no por eso dejaba de verse elegante.
—Tendrás, al menos, siete vestidos como este, lo sabes —le explicó mientras veía cómo ella se lo ponía—. Debajo no puedes llevar absolutamente nada, ni siquiera bragas.
Ella se terminó de acomodar la prenda y se sintió extraña, pues sabía que era lo único que vestía. No sabía si iba a lograr acostumbrarse a aquella sensación tan extraña.
Era como sentirse más desnuda que estando totalmente desnuda.
El señor Kim dio un paso hacia ella y puso los dedos delicadamente sobre el mentón de la chica.
—Mírame —le ordenó.
Y ella obedeció, encontrándose con unos ojos brillantes detrás de las gafas redondas. Se sentía acechada por un depredador. Ella era la presa. Una presa que rápidamente debía obedecer ante lo que el depredador le pidiera, incluso si aquello significaba que tenía que ponerse dentro de sus fauces voluntariamente para que él pudiese probarla.
—¿Sabes algo, Jungbin? —Murmuró con la voz ronca—. Hay disciplinas que requieren práctica intensa y la sumisión no es la excepción. Para ser mi sumisa debes actuar como tal en cada momento y... no me considero un hombre piadoso, así que no aguantaré que no respetes el acuerdo que tú misma firmaste.
Miró hipnotizada cómo los labios deletreaban cada una de las sílabas pronunciadas. Quería probarlos y no iba a seguir engañándose a sí misma. El señor Kim era un hombre extremadamente atractivo y ella recién comenzaba a notar que, a pesar de conocerlo hacía tan poco tiempo, estaba volviéndose adicta, a su olor, a su voz, a su tacto, a él por completo.
Con pesar vio como se alejó de ella y se sentó sobre uno de los sofás grandes, con las piernas bien abiertas. Se palmeó los muslos, de la misma manera que había hecho en la mañana, y dijo:
—Levántate el vestido hasta la cintura y pon tu estómago aquí.
El corazón de la chica se disparó y tuvo que armarse de valor para obedecer. Se levantó el vestido mientras la cara se le comenzaba a poner roja y apoyó su abdomen sobre los fibrosos muslos del señor Kim, los mismos que la habían acogido temprano, como si le hubiesen hecho mimos.
Pegó un salto cuando sintió los dedos largos recorrerle la parte trasera de los muslos, llegando hasta el inicio de sus glúteos. Un estremecimiento que le recorrió la columna y viajó hacia su entrepierna, erizándole la piel.
Cerró los ojos, disfrutando del inesperado tacto, cuando el señor Kim volvió a hablar:
—Voy a castigarte, Jungbin, por dos razones. ¿Sabes cuáles son?
Ella tragó saliva y apenas fue capaz de murmurar una respuesta negativa.
—Me diste tu opinión cuando no la he pedido —le respondió, al parecer muy concentrado en acariciarle el trasero con la yema de los dedos— y porque cuando nos conocido negaste a tu hermano. Eso es una mentira y yo no tolero las mentiras...
¿Una mentira?
Su voz sonó tan grave que retumbó dentro del cuerpo de Jungbin. Rápidamente el ambiente había cambiado, pues el señor Kim se escuchaba extremadamente serio, pero en su voz había un pequeño tinte de gozo escondido, algo que la chica no pudo detectar, por lo que simplemente tuvo miedo por lo que él iba a hacerle.
—Voy a nalguearte quince veces y tendrás que contarlas en voz alta. No puedes moverte, no intentes escapar o te ataré y tu castigo será duplicado —murmuraba mientras seguía acariciándole el trasero—. Puedes gritar y llorar todo lo que quieras, pero no voy a detenerme.
Antes de que la chica tuviera la oportunidad de responder, el primer golpe ya había llegado, causando un estrepitoso chasquido que resonó en toda la sala de estar y un ardor instantáneo en la piel de su trasero. Jungbin soltó un pequeño grito en una mezcla de sorpresa y dolor.
Se formó un momento de silencio antes de que el señor Kim volviese a hablar:
—Cuenta.
—Uno —dijo inmediatamente, con la voz temblorosa.
El segundo golpe llegó enseguida, en otro sector de su trasero, haciéndole nuevamente escocer la piel. Jungbin apretó los puños y arrugó el rostro al notar que aquella nalgada había sido más fuerte que la primera.
—Dos.
La tercera fue dada muy cerca de la primera, pero no exactamente en el mismo lugar. En esa ocasión un grito escapó de sus labios, pues el señor Kim iba agregando más fuerza con cada nalgada de daba.
—Tres —murmuró entre dientes.
—No escucho.
—¡Tres! —Gritó.
El señor Kim la agarró del cabello con su mano libre y tiró de él con fuerza hacia atrás. La cabeza de Jungbin se levantó forzosamente y pudo ver el rostro del hombre que la observaba severamente. El cuarto golpe fue dado con rabia, con tanta fuerza que a la chica se le formaron lágrimas en los ojos y tuvo que ahogar un jadeo.
—No te atrevas a levantarme la voz otra vez —dijo él entre dientes—. Ahora te lo voy a perdonar, pero sólo por ser la primera vez.
El labio inferior de la chica tembló y por un momento quiso ponerse de pie para escapar. Ya no quería seguir con aquel castigo, pero Kim le había dejado claro que sí intentaba aquello, su castigo de duplicaría.
—Sigue contando —le soltó la cabeza de golpe.
—Cuatro.
Los golpes siguieron llegando y Jungbin siguió contando. Tuvo que cerrar los ojos y morderse los labios para evitar echarse a llorar como una niña pequeña. Le dolía tanto el trasero que pensó que al siguiente día probablemente se pusiera morado, pues nunca había recibido tantos golpes como en ese momento.
—Quince —soltó en medio de un sollozo.
Las lágrimas caían por sus ojos sin poder impedirlo y su mandíbula temblaba por haberla tenido tanto rato tensa. El señor Kim la dejó reposar en la misma posición sobre su regazo, dándole un pequeño momento para que terminara de vaciar sus lágrimas, y luego le acarició la cabeza suavemente.
—Buena chica.
Jungbin cerró los ojos ante las caricias del señor y un confortable fuego se apoderó de su interior. Se remojó los labios con la lengua, quitando también las lágrimas que habían llegado hasta allí y le respondió:
—Gracias, señor.
¿Estaba loca por sentirse a gusto recibiendo cariño después de que él mismo la había hecho llorar producto de sus golpes?
El hombre la tomó por la cintura y la puso de pie frente a él. La tela del vestido cayó con el movimiento y a Jungbin le escoció la piel del trasero debido al roce. Kim se sacó un pañuelo blanco del bolsillo del pantalón para limpiarle las lágrimas que habían caído incesantemente durante el castigo.
La chica se quedó congelada mientras él la limpiaba con delicadeza. Jamás nadie había hecho algo así por ella, nadie se había preocupado de esa manera porque era más fácil tenderle el pañuelo para que ella misma se limpiara, pero el señor Kim se estaba tomando la molestia.
Al cabo de unos segundos, él también se puso de pie y amablemente le pidió que lo siguiera. Salieron de la sala de estar y subieron por las grandes escaleras blancas y brillantes. La condujo por un par de pasillos, todos de puertas blancas iguales. Jungbin volvió a impresionarse por lo grande que era la residencia y se dedicó a seguir admirando la decoración de las paredes, cuadros pintados delicadamente a mano que cada vez iban poniéndose más y más extraños. Detuvo su caminar cuando se topó con uno en que salía una mujer completamente desnuda, atada de manos y pies a una plataforma metálica, y con los ojos vendados. Su piel se veía magullada, oscurecida por diferentes hematomas de diferentes tamaños.
—Ese fue el regalo de una amiga —Jungbin se sobresaltó al escuchar la voz del señor Kim a su espalda—, ¿te gusta?
Ella se giró hacia él y se dio un momento para examinar su rostro. Se preguntó qué tipo de amiga era aquella, probablemente se tratase de una muy cercana si es que sabía de los gustos del señor Kim. Muchas preguntas rondaron su cabeza, pero no fue capaz de pronunciar ninguna, y Kim siguió su camino. Abrió una de las tantas puertas, dando a conocer una amplia habitación de baño. El suelo y las paredes eran de mármol blanco, al igual que todos los muebles. Había una ducha y una tina tan grande que podrían caber fácilmente dos o tres personas. Kim avanzó hasta la tina y comenzó a llenarla con agua.
El corazón de Jungbin saltó, emocionado y alarmado. ¿Sería que iban a darse un baño juntos?
—Desnúdate y métete —le ordenó cuando terminó de juntar agua.
Ella obedeció. Primero el agua caliente le hizo arder la piel enrojecida, pero finalmente su cuerpo se acostumbró a la temperatura. El señor Kim se quedó afuera, de rodillas a un lado de la tina con las mangas de la camisa arremangadas, y tomó una esponja con la que esparció un jabón con aroma floral por el cuerpo de la chica.
Jungbin abrió los ojos más de lo normal, en una mezcla de sorpresa y vergüenza. Tenía claro que el señor Kim acababa de verle el culo y darle las nalgadas más fuertes de su vida, pero se sentía extraña siendo la única que estaba completamente desnuda y dentro de la tina. El agua de la tina le cubría el cuerpo hasta debajo de los pechos, pero de todas formas podía verse todo abajo. Por otro lado, no se cansaba de pensar en que nadie jamás le había dado ese tipo de atención como la que el señor Kim le estaba dando.
—Este es un pequeño premio por haber obedecido —murmuró él y su voz sonó mucho más relajada y juvenil que antes—. Sé que probablemente este mundo es nuevo para ti, pero si me obedeces en todo lo que te diga las cosas saldrán bien.
Quiso preguntarle un montón de cosas, pero algo le dijo que, si lo hacía en aquel preciso momento, arruinaría todo el ambiente de tranquilidad que se había formado entre ellos. Así que simplemente cerró los ojos y se dejó mimar por los masajes que le daba el señor Kim con la esponja y aquel exquisito jabón.
Luego de varios minutos en los que se habían quedado en absoluto silencio, el señor Kim la ayudó a salir, le secó el cuerpo con una toalla y luego le puso una bata de color blanco. Le indicó nuevamente que lo siguiera y la condujo a la que sería su habitación, que era mucho más grande que la que tenía en casa de Jungkook, con una cama gigante en medio y muebles de madera clara.
—Ponte cómoda. En el armario están todas tus cosas y todo que acabamos de comprar —señaló con la mano la extensión de la habitación—. Debo irme a atender asuntos de trabajo, así que estaré fuera un par de horas.
Le dio una última mirada mientras la chica observaba con curiosidad la habitación y ahogó una sonrisa.
—Adiós, Jungbin.
Ella se giró hacia él. Su estómago cosquilleó al verlo de esa manera, con la camisa arremangada y luciendo tan juvenil. ¿Cuántos años tendría? No sabía absolutamente nada acerca de él, pero él parecía saber todos los eventos importantes de su vida.
—Adiós, señor —respondió.
Lo prometido llegó! Sólo espero no haberles decepcionado...
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