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CAPÍTULO 6

6

El camino a la casa del señor Kim se realizó completamente en silencio. Jungbin se había hundido en el cómodo asiento de cuero negro del lado del copiloto y se había abrazado a sí misma para protegerse del frío de la noche, puesto que únicamente vestía el uniforme de mesera del restaurante de Jungkook. Sus párpados comenzaron a pesar cuando, luego de que Kim hubiese dedicado una mirada para disculparse porque respondería una llamada entrante con los parlantes del vehículo, el hombre encendió la calefacción y el cuerpo de la muchacha comenzó a relajarse lentamente.

—Señor Kim —dijo un hombre al otro lado de la línea—, recibí su mensaje. ¿Necesita algo?

—Jimin —respondió y nuevamente dio un vistazo Jungbin, quien yacía con los ojos cerrados en el asiento a su lado—, retira toda la inversión hecha al restaurante Al'iksir.

Hubo un momento de silencio.

—Creí que le había gustado ese restaurante...

—Ya no —lo interrumpió Kim, comenzar a girar el manubrio del auto, adentrándose en la calle donde se encontraba ubicada su casa—. Retira todo, ¿sí? Debo irme. Adiós.

Se detuvo frente a su residencia y dio una última mirada a la muchacha. ¿Debería dejar que su mayordomo se encargara de llevarla a la habitación de huéspedes? Se pasó las manos por el rostro, intentando encontrar la opción menos atrevida, aunque ya había sido lo suficientemente atrevido con Jungbin, y terminó por bajarse del auto cuando el hombre que se encargaba de la mantención de sus autos apareció. Le hizo una seña para que esperara un momento mientras se quitaba la parte de arriba del traje y rodeó el vehículo para abrir el auto del copiloto.

El cuerpo de Jungbin lucía tan pequeño, tan frágil, que sintió la necesidad de hacerse cargo él mismo. Puso la chaqueta del traje sobre ella y, de la manera más cuidadosa que pudo, pasó uno de sus brazos por detrás de su espalda y el otro por la parte trasera de sus rodillas.

—Prepara la habitación de huéspedes —pidió al mayordomo que le abrió la puerta— y trae una de mis camisetas y unos pantalones cortos deportivos.

Los ojos de la muchacha se abrieron lentamente cuando el señor Kim la dejaba cuidadosamente sobre el amplio colchón, echando en falta inmediatamente el contacto con su cuerpo, con el calor que le entregaba su cercanía. La tenue luz dorada de la lámpara de la mesa de noche los rodeaba y probablemente esa era la razón por la que él no pudo ver que ella ya se encontraba despierta, y menos que sus mejillas habían adquirido un tono rosado.

Pudo observar cómo se quitaba la corbata y quitaba el primer botón de su camisa para seguir en su trabajo de ponerla cómoda. Desabrochó los zapatos de la chica y los dejó a un lado de la cama, sus dedos hábiles le cosquillearon la piel de los tobillos cuando comenzó a sacarle los calcetines, que dejó dentro de los zapatos.

—¿Señor? —Preguntó, ligeramente alarmada, cuando las manos de Kim se habían dirigido al botón de sus pantalones.

Sólo entonces él pudo notar que se encontraba despierta y con más que las mejillas sonrojadas. Alejó lentamente sus manos de ella y retrocedió para mostrarle la ropa que su mayordomo le había facilitado.

—Tranquila, no pensaba hacerte nada.

Ella lo sabía, pero la sola idea de imaginarse que él la vería en ropa interior la abochornaba, sobretodo teniendo la terrible combinación que había hecho con las bragas verde pistacho y el sujetador azul claro. Su rostro enrojeció aún más y rápidamente se incorporó sobre el colchón para recibir la ropa deportiva que el hombre le tendía.

—Gracias —murmuró.

La sonrisa que el señor Kim le regaló la derritió y la hizo estremecer. La luz daba un toque especialmente íntimo al ambiente, un ambiente que ciertamente duró poco porque él inmediatamente se dio media vuelta para darle privacidad.

—Señor —lo llamó en voz baja, interrumpiendo su camino—, gracias.

Él giró el rostro para verla de reojo con esa mirada que la había vuelto loca desde el primer momento y dio un asentimiento con la cabeza.

—Mañana iremos a buscar tus cosas, ¿entendido? Y también firmarás mi contrato.

Ella pestañeó un par de veces, aunque no tuvo tiempo de hacer ninguna otra consulta porque Kim Namjoon ya había salido de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí. Decidió que lo mejor sería no darle tantas vueltas al asunto y concentrarse en lo que acababa de suceder: había aceptado la propuesta del señor Kim y, además, este la había defendido de su hermano mayor, renunciando por ella. Y que actualmente se encontraba en una de las tantas habitaciones de su gran casa, quitándose su uniforme para ponerse una cómoda camiseta deportiva que olía a él y que le llegaba hasta la mitad del muslo.

Su estómago cosquilleó al sentir ese aroma tan agradable porque le hacía pensar constantemente en él y en cómo se lo había imaginado en esa fantasía mientras se tocaba un par de noches atrás. Dejó su ropa doblada junto con los pantalones cortos del señor Kim porque le quedaban demasiado anchos como para utilizarlos y se metió entre las sábanas que olían a detergente.

A la mañana siguiente tuvo que tomar valor para salir de la habitación, a pesar de estar a punto de morir por inanición. Era sábado, por lo que era muy seguro que el señor Kim se encontrara en casa a la hora del desayuno, aunque no había logrado escuchar ni un solo ruido que le confirmara su presencia.

Se peinó el cabello con los dedos antes de abrir la puerta y salir de la habitación, vistiendo únicamente aquella camiseta que le había prestado Kim la noche anterior y sus bragas. Caminó dudosa por el pasillo, aunque cuando se encontró en la entrada de la mansión no supo realmente hacia dónde debía caminar.

—El señor Kim la está esperando en la cocina —se sobresaltó al escuchar la voz de un hombre a su espalda.

Cuando el mayordomo la dejó en la cocina, Jungbin ya había perdido todo el valor que había juntado al salir de la habitación. Frente a ella, dándole la espalda, se encontraba el señor Kim bebiendo de un tazón lo que parecía ser café. Estuvo a punto de devolverse sobre sus pasos, pero su estómago la traicionó, rugiendo al sentir el aroma del café y los huevos que Kim comía con tanto deleite.

El hombre se giró lentamente hacia ella y sus ojos la recorrieron de arriba hacia abajo, sin mostrar expresión alguna. La chica tuvo el impulso de tirar de la camiseta hacia abajo para poder cubrirse más, pero tuvo que aguantarse y caminar hasta la isla donde él desayunaba para tomar uno de los taburetes.

—Buen día, Jungbin —le dijo, siguiendo el movimiento de sus piernas descubierta con los ojos.

Ella se sonrojó y apenas pudo murmurar una respuesta coherente. Kim Namjoon, que vestía una camisa blanca y unos pantalones de tela cafés, ligeramente más informal de lo que lo había visto siempre, le regaló una pequeña sonrisa y le acercó un plato de huevos estrellados, un par de tostadas, un vaso de jugo de naranja y un tazón con café.

—Come.

Esa fue la única orden que recibió por parte del señor Kim y no bastó más que eso para que comenzara a comer lentamente todo lo que tenía frente a ella, incluso si ya su estómago no tenía más capacidad. En media hora ya se había terminado todo, siempre acompañada de la abrumante presencia del señor Kim, que leía las noticias desde su celular.

—¿Cuántas veces comes al día, Jungbin? —Le preguntó cuando ya había finalizado, mientras se levantaba para retirar los platos sucios y meterlos dentro del lavavajillas.

Ella vaciló, estirando el labio inferior hacia afuera, pero finalmente respondió con un hilo de voz:

—Dos..., a veces una.

Ciertamente, no era algo de lo que se sintiese orgullosa y era el reflejo de lo que sus tiempos le permitían. Muchas veces no podía desayunar en casa por haberse quedado metida en la cama unos minutos más, por lo que tenía que irse a la universidad con el estómago vacío y llenarlo con agua hasta la hora del almuerzo. Luego, se iba al trabajo y no le daba el tiempo para cenar, así que comía un pastelillo, dando un pequeño mordisco en cada momento que iba a buscar una orden a la cocina, pero Jungbin sabía que eso último no contaba como una comida y que era algo que netamente hacía para no desmayarse.

Kim Namjoon apoyó su cuerpo contra la encimera y se cruzó de brazos, observándola con una ceja alzada. La chica sabía que aquella respuesta no le había agradado, por lo que ya se encontraba preparada para recibir un regaño. Un regaño que jamás llegó. Después de un par de segundos, el hombre caminó y se plantó frente a ella, al otro lado de la isla.

—Ve a darte una ducha, ¿sí? Mandé al señor Song a comprar una muda de ropa para ti, así que úsala. Si no te gusta, puedes desecharla en la noche, no hay problema con eso.

La chica tragó saliva al darse cuenta de lo extraño que había sido tan siquiera pensar en botar ropa nueva simplemente porque no le gustaba. A pesar de que había tenido una vida acomodada, su madre no acostumbraba a gastar demasiado dinero en ella, por lo que siempre había tenido que aceptar la ropa que le compraba cada navidad y cumpleaños, incluso si no era de su total gusto.

Pero el señor Kim se encontraba en otro nivel, él tenía el poder adquisitivo para poder cambiar absolutamente todos los muebles de su casa simplemente porque ya no le gustaban o porque verlos todos los días le generaba tedio. Incluso podía comprar otra casa si se le daba la gana.

—Te esperaré en la sala —le dijo antes de salir de la cocina y dejarla sola.

La muchacha se apresuró en volver a la habitación que le habían brindado y meterse en la ducha, dándose cuenta de que hasta la manera en la que el agua corría por su cuerpo era diferente a la que estaba acostumbrada, aunque no sabría decir el porqué. Se metió rápidamente en la camiseta blanca de estampado y en los jeans negros que habían dejado sobre la cama en la que había dormido y caminó rápidamente en dirección a la sala, la misma en la que Kim la había recibido la primera vez que había ido a esa casa.

Él se encontraba en el mismo sofá, esta vez hojeando el grueso contenido de un archivador como el que había utilizado la vez anterior para mostrarle que había investigado acerca de su pasado. Jungbin entró en silencio y se sentó frente a él, quedándose con las piernas juntas y las manos aferradas a sus rodillas, evitando así cualquier rastro de temblor en ellas.

—Debo admitir que eso fue bastante rápido —dijo Kim, sin levantar la vista de los papeles.

—Siempre es así, no hay mucho que pueda hacer por mí misma.

Los ojos de dragón se fijaron en ella a través de los cristales redondos y una pequeña sonrisa le fue dedicada.

—Eres muy linda, ¿lo sabías?

Jungbin no supo qué responder, pues ella no estaba de acuerdo con aquello. Sin embargo, no se atrevía a contradecir al señor Kim.

Pasados unos minutos él cerró el archivador y se acomodó sobre el sofá, sentándose con las piernas bien abiertas, como quien sabe que tiene el control de absolutamente todo lo que le rodea y no tiene que preocuparse porque las cosas salgan de otra manera diferente a la que quiere. La miró, con la cabeza ladeada, como si quisiera leerle la mente, cosa que puso aún más nerviosa a Jungbin. Más nerviosa de lo que permanentemente se encontraba con él rondando a su alrededor.

—Bien, discutamos las cosas como adultos.

Ella asintió con la cabeza, sin estar realmente segura con qué se encontraba de acuerdo.

—Aquí —siguió él y levantó el archivador que había estado hojeando— tengo un contrato. Para que podamos llevar a cabo lo que te ofrecí, debes leerlo con atención y firmarlo.

—¿Un... contrato? —Repitió.

El señor Kim se levantó y dio un par de pasos hacia ella para dejar el montón de papeles enfundados en cuero negro sobre la mesa de café que los separaba.

—Aquí están especificados todos los detalles de nuestra relación. Los derechos, deberes y exigencias del amo. Los derechos, deberes y tareas de la sumisa. Cómo debes hablar, cómo debes actuar, cómo debes vestirte tanto dentro como fuera de la casa, todo. Al firmarlo, inmediatamente pasas a ser de mi propiedad.

La boca de Jungbin se secó. Quiso encogerse ante la demandante y profunda voz del señor Kim, aunque, diferente a la vez anterior, no sintió el impulso de salir corriendo. Estiró su mano temblorosa para tomar el archivador, pero antes de poder siquiera abrirlo, la mano de Kim Namjoon se posó sobre la tapa.

—Recuerda, Jungbin, esta no será una relación como las que acostumbras a ver en los dramas. Si me das tu consentimiento pasarás a ser mía, un objeto que utilizaré para satisfacerme a mí mismo, pero que, por consecuencia, saldrás beneficiada de aquel placer. Serás mi mascota y, cuando sea el momento, voy a tratarte y a cuidarte como tal. No esperes otra cosa de mí.

La chica se remojó los labios y lentamente levantó la cabeza para mirar directamente a los ojos al hombre que se cernía sobre ella como una bestia hambrienta. Tenía que reconocer una cosa y se la iba a hacer saber a Kim:

—Señor, realmente no hay nada que espere de usted y me muero por saber si es que podrá hacerme más daño del que ya me han hecho.

Quizás me estoy haciendo de rogar y voy demasiado lento? Sí. Pero ya les prometo que se viene lo bueno... o que está recién por comenzar jiji

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