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CAPÍTULO 19

19

El rostro de An Jiwoo se puso tan colorado como su cabello. Había dejado el tenedor a medio camino hacia su boca y sus pupilas contraídas la atravesaban como cuchillos en una silenciosa amenaza de asesinato.

Así que Jungbin había dado en el blanco y aquel era el problema que Jiwoo tenía con ella.

—Creo que tu situación es peor —finalizó la chica y se dispuso a salir de la cocina.

—Lo lamentarás.

Jungbin se detuvo frente a la puerta y giró el rostro para mirar a la mujer por encima del hombro.

—Ya veremos quién lo lamentará.

Jiwoo volvió a soltar una carcajada, provocando que la menor se girase nuevamente hacia ella, con la ceja arqueada, preguntándose qué era lo que había sido tan gracioso.

—No te librarás tan fácil de mí, Jeon Jungbin —dejó la cuchara sobre el plato y se puso de pie para comenzar a acercarse a ella—. Namjoon me ofreció estadía mientras estoy en Seúl.

Jungbin tuvo el impulso de jalarse el cabello y gritar, aunque probablemente hubiese sido mejor descargar aquella rabia contra la pelirroja. Pero no había mucho que pudiese hacer, después de todo, aquella residencia ni siquiera era suya.

—Creí que tenías el dinero para pagarte un hotel, pero creo que no.

—¿Por qué querría pagar un hotel si puedo estar en la habitación continua de Kim Namjoon? —La sonrisa que se dibujó en los labios de Jiwoo le pareció completamente siniestra.

Jungbin aguantó la respiración un segundo al sentir que su rostro también comenzaba a ponerse rojo. Aquella mujer la sacaba de sus casillas, y ni siquiera la conocía, pero había sido lo suficientemente desagradable como para ganarse el desprecio de Jungbin. Incluso le había quitado el puesto a Hyorin.

No era necesario decir nada más, pues Jungbin sabía que Jiwoo haría todo lo posible para meterse en medio. Ya lo había hecho durante todo ese día y durante todo el tiempo que se había encontrado junto al señor Kim.

La puerta de la entrada sonó al ser cerrada y Jiwoo salió corriendo hacia ella. El señor Kim había vuelto de la cena con sus hermanos y la pelirroja había sido la primera en aparecerse frente a él. Detrás de ella, pero sin asomarse hacia el recibidor, había llegado Jungbin, y observaba todo en silencio. Vio cómo él le dedicó una sonrisa y respondió al corto abrazo que ella le dio, provocando que el interior de la chica comenzara a hervir, en una mezcla de tristeza y lo que le parecieron celos.

Por supuesto que se sentiría celosa de An Jiwoo y descubrió que no le avergonzaba aceptarlo. ¿Cómo no podría sentirse celosa si ella era una mujer perfecta? E incluso parecía la mujer perfecta para estar con Kim Namjoon. Y Jungbin apostaría que nadie cuestionaría que eran novios, al contrario que con ella.

Recordó entonces a Hyorin preguntándole cómo había conocido al señor Kim, como si fuera inconcebible que él pudiese siquiera dedicarle una mirada porque ella no era más que Jeon Jungbin. Como si aquello fuese una ofensa.

El susurro que la pelirroja le dio al señor Kim distrajo a Jungbin de sus pensamientos:

—He intentado llevarme bien con Jeon Jungbin, pero es demasiado hostil.

El señor Kim frunció el ceño y terminó por asentir con la cabeza. Dio una pequeña mirada a la chica antes de seguir su camino en dirección a la puerta que se encontraba debajo de la escalera que conducía al segundo piso, la puerta de esa habitación tan extraña en la que había sido castigada días antes. El señor Kim le había creído todo a Jiwoo y ni siquiera le había dado la oportunidad de excusarse, aunque aquello no le pareció algo nuevo.

—Jungbin, ven.

Aquella frase la hizo estremecer, pero no dudó en obedecer y caminó hacia él, sintiendo la mirada llena de burla que Jiwoo le estaba dedicando.

En menos de un minuto se encontró dentro de la habitación con Kim, quien, al igual que la vez anterior, le ordenó desnudarse y ponerse de rodillas. Así que allí se encontraba, mirando el suelo fijamente mientras sentía las pisadas del señor alejarse y volver hacia ella.

—¿Señor? —Susurró, rogando que el hecho de querer hablar no le molestara.

Las pisadas se detuvieron frente a ella y se formó un momento de silencio en el que Jungbin esperó que le pusiera los incómodos brazaletes y el collar de cuero, pero no ocurrió nada.

—Dime.

—Lo dijo An Jiwoo no es cierto.

Nuevamente todo quedó en silencio. Kim se quedó de pie frente a ella sin decir absolutamente nada, pero Jungbin pudo escuchar cómo se subía las mangas de la camisa de esa manera que lo hacía ver tan sensual. Luego se puso en cuclillas frente a ella, sosteniendo los brazaletes frente a los ojos de la chica, y dijo:

—Lo sé —se remojó los labios y comenzó a ponerle los brazaletes—, la conozco. Sé que quiere llamar la atención.

La chica casi sonrió al escuchar aquello, pero miró sus muñecas ser aprisionadas y levantó la vista para encontrarse con la de su amo.

—Entonces, ¿por qué...? —Dejó la pregunta a medias cuando el señor Kim le puso el collar de cuero.

El aire abandonó sus pulmones rápidamente y se le hizo muy complicado volver a respirar, no sólo por el trozo de cuero que aprisionaba su cuello, sino por la mirada de Kim que parecía haberse transformado en algo siniestro. Y se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que aquello no le provocaba miedo.

Algo se removió dentro de ella cuando escuchó la explicación que él le brindó:

—Te castigaré simplemente porque tengo ganas.

Obedeció cuando le ordenó que se recostara de estómago sobre la camilla y sintió su respiración volverse pesada cuando sus muñecas fueron aprisionadas con cadenas a las esquinas de esta. Al igual que la vez anterior, el cuero comenzaba a lastimar su piel con cada tirón que daba, irritándola. Su cuello fue sujetado con una tercera cadena que la obligaba a mantener la cabeza gacha, prácticamente pegada a la camilla. Y aquella vez el señor Kim añadió unas tobilleras que mantuvieron sus pies inmóviles, atados a las esquinas inferiores del mueble que la sostenía.

La conversación que había tenido con Jiwoo momentos antes se repetía una y otra vez en la cabeza de Jungbin, a pesar de encontrarse en aquella situación tan comprometedora con el señor Kim. No le había sorprendido enterarse de que no era un hombre romántico, pero de todas maneras le hizo aterrizar las expectativas que estaba creando en él.

La expectativa de que alguna vez iba a besarla tuvo que ser enterrada bajo toneladas de realismo, aplastada y, quizás en un futuro, olvidada.

Eso no sucedería jamás, aunque le doliera admitirlo. Y ya se lo esperaba.

Pero Jungbin no sabía cómo podía describir lo que veía en él cada vez que estaban juntos, cuando le hacía reír y veía cómo sus ojos se achinaban hasta desaparecer; la sonrisa con hoyuelos que le dedicaba cuando se encontraban completamente solos, como si la estuviera guardando sólo para que ella la viera; o la manera en la que la acariciaba, tan cuidadosamente que pareciera que Jungbin era de cristal.

¿Qué significaban todas esas señales, entonces?

—Me tienes viviendo al borde, Jungbin —la voz ronca del señor Kim llamó su atención—, ¿lo sabías?

La chica tragó saliva al escuchar que él caminaba hacia ella, hacia la parte inferior de la camilla, y se quedaba allí. Su cuerpo tembló, pero no fue de miedo, al no saber con qué iba a golpearla. ¿Sería el mismo látigo de la vez anterior? De sólo recordar cómo se sentía el impacto del cuero con su piel se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No, señor —musitó, muriendo por poder levantar la cabeza para ver qué era lo que cargaba en su mano.

Escuchó la voz entrecortada del hombre a su espalda y se sobresaltó cuando sintió el inesperado tacto de su mano sobre su glúteo, que fue acariciado casi con devoción.

—¿Por qué siento esta necesidad de tenerte desnuda todo el día? —Preguntó, casi para sí mismo.

Jungbin jadeó bajo las caricias y al imaginar cómo sería estar desnuda todo el día para él. Porque si el señor Kim se lo pidiera, ella no dudaría en cumplirlo. Y no pudo evitar preguntarse cómo sería realmente, si la tendría sobre su regazo todo el día para tocarla o si actuaría con normalidad, apenas mirándola.

Por lástima no podía averiguarlo porque An Jiwoo se encontraba todo el día en medio de ambos.

—Qué lindo culo tienes —la mano experta de Kim se perdió entremedio de sus piernas, provocándole un pequeño gemido—. Voy a golpearlo. Muchas veces.

Algo fue reemplazado por la mano, algo duro y frío que hizo a Jungbin pensar lo peor. Una varilla con el grosor suficiente para ser rígida en reposo, pero flexible en cada azote. Un estremecimiento atravesó su cuerpo al imaginar cómo se sentiría ser golpeada con eso.

Primero fue un golpe pequeño, apenas se había despegado la varilla de su piel, pero el cuerpo de la chica saltó igualmente. Seguido de otro que tampoco llegó a lastimarla.

Jungbin apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza, esperando que el tercer golpe sí doliera, pero volvió a abrirlos cuando escuchó la voz del señor Kim:

—Hoy Seokjin me ha preguntado por ti.

Y después de esa frase tan corta que ni siquiera llegó a procesar, llegó el tercer golpe y, como supuso Jungbin, sí dolió. Dolió un montón, pero era un dolor diferente al del látigo. Dolió tanto que soltó un chillido y por reflejo tiró de las cadenas que sujetaban su cuerpo. Otra vez dolor, en otra parte del cuerpo. Y no tuvo tiempo de recuperarse cuando el siguiente golpe la impactó, primero anunciándose por el sonido del aire cortándose a su paso y finalmente por el intenso dolor en su glúteo.

—¡Mierda! —Exclamó en medio de un gruñido—. ¡Cómo odio que miren mis cosas! Y Seokjin... Seokjin siempre quiere mis cosas.

Volvió a golpearla, nuevamente dejándola sin la posibilidad de comprender lo que estaba hablando, sin entender la raíz de su enojo. Quiso levantar la cabeza para mirarlo, pero con ese pequeño tirón el aire dejó de pasar hacia sus pulmones, así que desistió a la vez que volvía a ser golpeada con la varilla y su cuerpo se sacudía por culpa del dolor.

Soltó un sollozo con el siguiente golpe, pues el dolor no cesaba y aumentaba con cada azote. O quizás Kim estaba haciéndolo cada vez con más fuerza. Pero la imagen de su trasero con marcas delgadas y rojas inundó su mente.

Eso era lo que le gustaba Kim Namjoon.

¿Y a ella?

Se ahogó cuando su cabello fue jalado y la cadena que sujetaba su cuello se tensó. Kim había levantado su cabeza para obligarla a mirarlo. Sus ojos oscurecidos en diferentes emociones la dejaron sin aliento, menos del que ya tenía.

—No te irás con Seokjin, ¿cierto?

Pestañeó, confundida. No se esperaba algo como eso y menos formulado en una pregunta, no en una orden.

—No, señor —jadeó.

Entonces él soltó su cabello y, sin dejarle tiempo de recuperarse, volvió a azotarla por última vez. La varilla fue soltada y golpeó el suelo repetidas veces al rebotar.

Jungbin volvió a cerrar los ojos, las lágrimas seguían brotando sin parar, empapándole el rostro y la camilla, pero se sorprendió a sí misma con la respiración agitada. El ardor en su trasero todavía persistía y no desaparecería en un par de horas, pero se sorprendió al notar que había extrañado el ardor que le provocaba cada azote.

No quería que se detuviera, no todavía.

Pero el señor Kim ya se había detenido. En cambio, se posicionó detrás de ella y pegó su pelvis a su trasero. La tela del pantalón impactando contra su sensible piel la hizo sobresaltar y la temperatura a la que se encontraba el miembro que suavemente comenzaba a ser restregado contra ella la hizo jadear.

—¿Lo sientes? Así me pones —soltó él en medio de un jadeo.

Las piernas le temblaron y tiró de las cadenas, pero lo único que obtuvo fue dolor. ¿Por qué su cuerpo estaba reaccionando de esa manera? Soltó un gemido al sentirse desesperada, al necesitar que el contacto entre ellos fuese aún más íntimo. La bragueta del pantalón se abrió con atormentante lentitud. O probablemente era cosa de Jungbin, que moría por tocar al hombre que tenía a su espalda. Y el miembro fue liberado, apoyado sobre su trasero, caliente y húmedo.

El interior de la chica tembló, expectante al siguiente movimiento, con los sentidos en alerta. Escuchó al señor Kim maldecir en medio de su respiración pesada, como si estuviera debatiéndose qué sucedería después. Su mano grande fue en busca de su miembro, lo envolvió con gentileza y comenzó a acariciarlo, de arriba hacia abajo. Y la otra mano buscó la entrepierna de Jungbin, chorreando en fluidos, para introducir dos dedos.

Cerró los ojos cuando escuchó el gemido de la chica y fantaseó con que no eran sus dedos los que la penetraban y la hacían gritar. Era eso lo que necesitaba para acabar, imaginarla sobre sus cuatro extremidades delante suyo y a su miembro entrando y saliendo de su entrepierna incansablemente. Cuando el cuerpo de Jungbin se sacudió fue la señal para dejarse ir, también gimió y abrió los ojos para ver cómo sus propios fluidos embarraban el cuerpo de la chica, llegando hasta su espalda y chorreando hacia los lados.

Jungbin recuperó el aliento mientras Kim la limpiaba cuidadosamente, procurando no cargar el pulso sobre su piel irritada, y fue entonces cuando la confusión llegó a su cabeza. No había entendido nada de lo que acababa de suceder. ¿Cuál era el problema que Namjoon tenía con Seokjin? Él no mencionó nada de aquello, ni siquiera cuando la ayudó a vestirse o cuando la acompañó a su habitación. Y ella tampoco se atrevió a preguntar, pues le pareció un tema algo sensible.

No tuvo más remedio que recostarse de estómago sobre el colchón para que la piel sensibilizada por los golpes no rozara con las sábanas. Había sido completamente diferente a la primera vez, la humillación no había traspasado la puerta de la habitación del castigo, y Jungbin no pudo evitar sentirse extraña por un segundo.

Había disfrutado del castigo, había quedado con ganas de más.

¿Acaso estaba loca?

Una pequeña sonrisa se apoderó de sus labios. Quizás debía de estar agradecida con An Jiwoo, pues ella había facilitado aquel castigo. 

Desearía que este capítulo hubiese sido mejor, pero bueno, fue lo que salió... 

Gracias por leer!

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