CAPÍTULO 14
14
—¡Qué desaparecida has estado últimamente!
Jungbin se giró lentamente hacia el dueño de esa voz, sabiendo que se trataba de Minhyuk.
Había estado evitándolo, concentrada en llegar y salir de clases a la hora correspondiente porque el señor Kim era muy estricto con los horarios. Además, no quería que la viera con ese chico, aunque probablemente eso era un problema que su misma cabeza estaba creando.
—Hola. Lo siento —respondió con una pequeña sonrisa.
Quería marcharse, la hora de salida estaba acercándose, lo que significaba que el señor Kim llegaría en cualquier momento.
—¿Y cómo has estado? —Le preguntó, comenzando a caminar con ella—. Vi que subiste aún más tus notas, debes estar esforzándote mucho...
Ella respondió con un asentimiento de cabeza. Realmente no estaba esforzándose mucho más, simplemente tenía más tiempo para estudiar, cosa que era imposible al trabajar en el restaurante de su hermano. En eso gastaba sus ratos libres: estudiar y pensar en el señor Kim, que era algo inevitable, sabiendo que le había dicho explícitamente que quería hacer más cosas con ella. Y además sabiendo que él se encontraba a un par de metros de distancia, dentro de su oficina.
—¿Tienes algo que hacer ahora? —Volvió a escuchar la voz del chico después de unos segundos de silencio.
Jungbin había estado caminando hacia el estacionamiento de la facultad, donde siempre la esperaba el señor Kim. Pero desde su posición no alcanzaba a ver todos los autos que estaban estacionados. Maldijo para sus adentros, sabiendo que no debía retrasarse, pues aquello rompería el esquematizado día de Kim.
—Me iré a casa, debo estudiar para el viernes.
—¡Oh, cierto! —Minhyuk se golpeó la frente—. Me había olvidado, gracias por recordarme.
—Debo irme —dijo Jungbin, intentando encontrar con la mirada el auto del señor Kim—. Fue lindo verte, ¡adiós!
Caminó rápido hacia el lugar donde él siempre la esperaba, pero después de un par de metros una mano la sujetó por la muñeca, haciéndola parar.
—Espera, Jungbin —dijo Minhyuk y comenzó a buscar algo dentro de su mochila—. Quería darte esto —tendió un envase metálico que la chica pudo identificar como una mezcla de vitaminas que los estudiantes consumían para estudiar mejor—, no vayas a enfermarte por tanto esfuerzo. Te veo luego, te debo un café.
Y se alejó de ella después de despedirse, dejando a Jungbin estática en el suelo, sin entender qué era lo que acababa de suceder. ¿Por qué Minhyuk se molestaría en darle algo como eso? Ni siquiera eran amigos como para que le demostrara preocupación.
Volvió a emprender su camino, todavía con el envase en la mano, y se dio cuenta de que el auto de ventanas polarizadas del señor Kim se encontraba donde siempre, así que se apuró para subirse, mientras dibujaba una sonrisa en los labios.
Esa era su parte favorita del día: cuando volvía a verlo después de tantas horas.
—Llegas cinco minutos tarde, Jungbin —fue lo único que dijo el señor Kim cuando la chica estuvo a su lado.
Ella se encogió en el asiento del copiloto y agachó la cabeza, la sonrisa se extinguió inmediatamente. Esa emoción que sentía momentos atrás se había convertido en miedo, pues cuando el señor Kim estaba enojado, parecía otra persona.
—Lo siento, señor.
Él encendió el auto y se puso en marcha de forma brusca, por lo que el cuerpo de la chica se apegó al asiento gracias a la inercia.
—Un "lo siento" no me devolverá el tiempo que perdí esperándote. El tiempo es valioso, Jungbin, y él mío lo es aún más.
No respondió nada, por su propio bien, aunque eso no pareció dejarlo contento. El auto aceleró más, lo que obligó a la chica a afirmarse de la puerta, y cada vez que frenaba, lo hacía de golpe, como si quisiera provocar a propósito que el corazón de Jungbin latiese desbocado.
Gracias a la velocidad del auto, llegaron rápidamente a casa y lo primero que dijo el señor Kim cuando salieron del vehículo fue:
—Ve a tomar una ducha y cámbiate de ropa —su voz sonó dura y brusca—. Te esperaré en la sala. Tienes diez minutos.
Jungbin subió corriendo las escaleras y se apresuró a hacer lo que había pedido, por lo que antes del tiempo límite ya se encontraba en la sala.
El rostro del hombre se mostraba severo, diferente al de otras veces, que simplemente estaba serio o incluso le sonreía. Sin decir nada, la tomó por la muñeca y la arrastró hacia una puerta que Jungbin jamás había abierto, que se encontraba justo debajo de las escaleras y que conducían hacia unas escaleras que descendían medio piso, terminando en una puerta metálica que estaba cerrada.
La chica tragó saliva en seco cuando el señor Kim prendió la luz de la habitación. No era tan amplia como el promedio de las habitaciones de la mansión, pero lo suficientemente espaciosa como para albergar varios muebles diferentes. Nunca había visto algo como aquello, pero a lo que más lo podía asociar era a un quirófano debido a la camilla de cuero que había en el centro. La puerta se cerró detrás de Jungbin, en un estruendo que le caló hasta los huesos del miedo.
¿Por qué nunca se había fijado que había una habitación como aquella en la casa del señor Kim? ¿Y por qué no la había llevado allí antes?
—Quítate el vestido y ponte de rodillas.
La voz del señor Kim fue tan seca que le hizo sentir miedo. Miedo por lo que podría pasarle, tanto si obedecía como si no lo hacía.
En menos de diez segundos se encontraba desnuda y de rodillas en el suelo. Vio los pies de Kim avanzar por la habitación y detenerse frente a uno de los tantos muebles. No levantó la mirada para ver qué había en él por miedo a disgustarlo más de lo que ya estaba.
—Creo que he estado siendo demasiado blando contigo, Jungbin —el eco de su voz se escuchó en la habitación—. Es momento de que comience a disciplinarte como corresponde.
Ella cerró los ojos con fuerza mientras sus manos se apretaban en dos puños. Los pies del hombre volvieron a caminar y se plantaron frente a ella, se quedó un momento sin hacer nada para finalmente arrodillarse también. El cuello de Jungbin se vio abrazado por un collar de cuero lo suficientemente grueso como para cubrirle toda la piel de la zona. En la parte frontal tenía una argolla metálica que parecía bastante resistente. Luego, puso unos brazaletes exactamente iguales en sus muñecas.
—Aquí dentro serás mi mascota —murmuró él, con un tinte de maldad—. Harás lo que yo diga, sin cuestionar, ¿entiendes?
—Sí, señor.
Una sonrisa macabra se extendió por sus labios antes de ponerse de pie.
—Recuéstate sobre la camilla.
Jungbin obedeció y notó que sobre esta colgaba una cadena metálica que finalizaba en un gancho. Kim llegó a su lado y pasó el gancho por las argollas del cuello y las muñecas, dejándola con las manos completamente inmovilizadas y pegadas a su cuello.
Era una posición incómoda. Por reflejo, Jungbin intentó quitar sus manos, pero el collar le apretó el cuello.
—No tiene sentido tirar, no te librarás —dijo él.
Le separó las piernas y por instinto ella intentó cerrarlas, recibiendo entonces un golpe fuerte en el muslo. El señor Kim le había golpeado con la palma abierta con tanta fuerza que la piel le escoció. Sus tobillos fueron atados a cada extremo de la camilla con algo que Jungbin no pudo ver.
Y se encontraba completamente inmovilizada, con el corazón martilleando como loco contra su pecho. Aquello era totalmente diferente a lo que habían hecho antes y no podía negar que comenzaba a asustarse, sobretodo teniendo en cuenta el estado emocional del señor Kim.
Escuchó a Kim caminar nuevamente hacia uno de los muebles y cuando volvió tenía un látigo de cuero negro en sus manos, cuyas tiras delgadas terminaban en nudos.
El corazón de la chica pegó un salto y nuevamente tiró de las amarras, causándose un poco de dolor.
Sabía que ese tipo de cosas estaban en el contrato que había firmado, pero, por como iban las cosas, no creyó que se le aplicaran ese tipo de castigos. Qué equivocada estaba.
—Estoy un poco cabreado, Jungbin —la voz del señor Kim sonaba profunda y a la vez fría mientras acariciaba los flecos del látigo con una mirada parecida a la devoción—, y cuando estoy cabreado no soy muy gentil.
La chica cerró los ojos por un momento, sabiendo que era culpa suya que Kim estuviese enojado. Se había demorado más de lo que debía al salir de la universidad, haciéndole perder tiempo.
—Voy a azotarte —siguió hablando—, pero no puedo decirte dónde ni cuántas veces lo haré porque voy a golpearte hasta que me harte.
Jungbin sintió un nudo en la garganta. Las ganas de llorar estaban apareciendo, aunque no tenía claro el por qué. Tenía miedo, pero sabía que Kim no había a hacerle nada que dañara su integridad, o eso quería creer. Y no quería averiguarlo.
Abrió la boca, con la mandíbula tiritando, para decir algo, pero el señor Kim se adelantó:
—Ni una palabra. Puedes gritar, llorar y suplicar todo lo que quieras, pero no me detendré hasta que se me dé la gana.
El labio inferior de la chica tembló levemente cuando lo vio levantar el látigo en el aire y decidió que era mejor cerrar los ojos. Escuchó el sonido del cuero cortando el aire y su cuerpo pegó un salto al sentir un ardor que se extendió por su muslo. No había terminado de soltar el grito de dolor, cuando el látigo impactó en su otro muslo.
Por reflejo tironeó nuevamente de sus amarras. Estaba incómoda, con las manos inmovilizadas y las piernas abiertas, dejando su entrepierna al aire. Quería llorar, en parte por el dolor incesante que estaba infligiéndole el señor Kim, y también por lo humillada que se sentía estando tan expuesta.
Los latigazos se iban intercalando entre sus dos muslos y cada uno le dolía más que el anterior. Jungbin se había quedado con los ojos cerrados, pues el sólo hecho de imaginar cómo el cuero le dejaba la piel enrojecida le revolvió el estómago. Las lágrimas corrían por los lados de su cara y se depositaban sobre el cuero de la camilla.
De pronto Kim se detuvo, movió su cabeza en forma circular para destensar los músculos de su cuello y dijo:
—¿Sabes por qué estoy enojado, Jungbin?
Ella apretó los párpados y asintió con la cabeza.
—Sí, señor —respondió con la voz temblorosa por culpa de las lágrimas—. Me tardé más de lo que debía y le hice perder tiempo.
Kim chasqueó la lengua.
—Incorrecto.
La chica abrió los ojos, sin entender, y entre las lágrimas que se sostenían en sus pestañas, pudo ver el cuerpo del señor Kim, a los pies de la camilla todavía con el látigo en las manos. Sus nudillos se encontraban blancos debido a la fuerza innecesaria que estaba haciendo al sostenerlo, como si aquello ayudase en algo a controlar su ira.
En un movimiento brusco que Jungbin no pudo prever, volvió a golpearla, esta vez en la cintura. Había golpeado más fuerte que todas las veces anteriores porque la chica sintió cómo la piel se le abrió debido al impacto de los flecos del látigo.
Soltó un sollozo, quitando la vista e intentando poner su atención en otra cosa para atenuar el dolor, mientras Kim se le acercaba por el costado.
—Mírame —demandó y ella obedeció al instante—. Creí que sólo querías mi atención, pero me equivoqué.
Ella abrió la boca, sin entender de lo que le estaba hablando.
—No me pongas esa cara, Jungbin. El chico que te acompañaba en el estacionamiento de la universidad babeaba por ti y debo aceptar que eres bastante buena para hacerte la tonta.
—¡No, señor! —Exclamó mientras negaba con la cabeza frenéticamente—. Yo no...
Su frase se vio interrumpida por un nuevo latigazo.
—No tienes permiso para hablar.
Ella apretó la mandíbula. Todo era un malentendido. Minhyuk jamás la miraría de esa forma y podía apostar a que solo le hablaba por pena. Ni siquiera llegaban a ser amigos.
—Tenemos un contrato, Jungbin —Siguió él mientras acariciaba el vientre de la chica con las yemas de los dedos de manera desinteresada—, y ya no sé de cuántas maneras más debo dejarte en claro que eres sólo mía.
El cuerpo de Jungbin se estremeció bajo su toque y tuvo el impulso de cerrar los ojos para disfrutarlo, pero temió no predecir un nuevo latigazo.
—Eres mía —enfatizó mientras sus dedos subían por su abdomen, llegando a la altura de las costillas—. Y no quiero que nadie mire, huela, toque o pruebe mis cosas.
Un jadeo salió inesperadamente de sus labios. Las caricias sutiles que Kim le estaba dando estaban provocando ciertos efectos en ella que le parecían un poco peculiares, debido al contexto en el que se encontraban.
—¿Te gusta? —Preguntó, mirándola estremecerse mientras se mordía discretamente el labio inferior.
Jungbin asintió con la cabeza lentamente, sintiéndose confundida por la manera en la que su cuerpo estaba reaccionando.
El señor Kim apoyó una rodilla sobre la camilla para darse impulso y terminar sentado a horcajadas sobre la pelvis de la chica. La tela de sus pantalones le tocaron los muslos que anteriormente habían sido castigados, provocándole un dolor intenso que intentó esconder reprimiendo un gemido.
—Eres una perra, Jungbin. Mi perra.
La chica no podía explicar cómo el simple hecho de tenerlo sentado encima, provocándole dolor, le había agitado la respiración de aquella manera. Su pecho subía y bajaba de manera pesada con cada bocanada que tomaba. La entrepierna le cosquilleaba y pronto sus jadeos ya no eran solo de dolor.
Kim volvió a azotar su cintura y con los ojos borrosos de tantas lágrimas, Jungbin pudo ver la mirada del hombre que tenía encima: dos cuencas encendidas al rojo vivo, como si de un dragón de fuego se tratase. Ya no era el mismo señor Kim que la había llevado de compras, ni que le pedía que se sentara sobre sus muslos. Era otra cosa, otra persona, si es que así se le podía llamar.
Pero Jungbin no estaba aterrada, no del todo. Se había dado cuenta de que temía por las heridas que podría causarle el látigo, pero no de él. Confiaba en él, a pesar de que la furia lo tuviese controlado y que gracias a eso la dejara explicarse.
Los azotes siguieron llegando y ninguno dejó de dolerle, pero sí pudo aprender a interiorizar el dolor que estaba sintiendo, a aceptarlo como propio y guardarlo muy bien en su memoria para que la próxima vez no la tomara tan desprevenida. Sin embargo, no pudo seguir soportando el dolor que sentía su corazón al saber que había hecho que el señor Kim se sintiera traicionado.
¿Cómo siquiera podría pensar eso?
Jungbin le pertenecía, física, espiritual y emocionalmente desde que había firmado su contrato. O incluso antes, desde que él le había tendido la mano. ¿Cómo no podía entregarse al primer hombre que la había visto de una manera diferente?
—Señor Kim —susurró entre jadeos.
Los latigazos se detuvieron, sólo para que su mejilla recibiera una bofetada que le dio vuelta la cara.
Y todo quedó en silencio.
Las cejas de Jungbin se fruncieron de aquella manera que siempre hacían cuando estaba a punto de comenzar a llorar y un jadeo tembloroso escapó de sus labios. Aquello había sido diferente a todos los golpes que había recibido, pues lo había sentido como si le hubiesen enterrado un puñal en el pecho.
¿Por qué había sido diferente?
No había sido el dolor en sí, sino que la manera en la que él le había golpeado y cómo se veían sus ojos, encendidos todavía por la rabia injustificada que estaba descargando en Jungbin.
La chica giró su rostro hacia adelante, encontrándose con la mirada expectante del señor Kim, que la observaba casi sin saber si es que debía darle la debida atención a esa expresión que se adueñaba del rostro de Jungbin.
Y entonces ella rompió a llorar.
Nam se pasó o Jungbin no soportó? 💋
Este es el primer capítulo de la maratón de fin de año. En total serán 3, así que disfruten mucho. Mañana nos volvemos a leer!
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