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CAPÍTULO 13

13

Jungbin abrió los ojos a la mañana siguiente, sintiendo inmediatamente aquella sensación de vacío que le provocaba el saber que el señor Kim se encontraba en la habitación de al lado y no en la misma cama que ella.

¿Siempre serían así las cosas estando con él?

Se sintió embargada por la desolación al imaginarse siempre de aquella manera, tan distante y a la vez tan cercana del único hombre que la había tratado bien, pues ni su propio hermano mayor se había preocupado tanto por ella como lo hacía Kim Namjoon.

¿Acaso realmente no era más que una mascota para él?

La chica se sentó sobre el colchón, siendo azotada por la desesperanza y las repentinas ganas de llorar.

¿Quería eso para su vida?

Todas las interrogantes desaparecieron de su mente cuando el olor a tocino llegó a sus fosas nasales. El señor Kim estaba preparando el desayuno, él mismo y no un empleado, lo que hizo que su corazón comenzara a saltar desbocado.

Quizás esa era la manera que él tenía de demostrar cariño...

Se levantó de la cama y salió de la habitación después de haberse arreglado un poco el cabello negro y desordenado. Para dormir se había puesto una de las tantas batas de seda negra que ofrecía la suite presidencial y, al estar completamente desnuda debajo de eso, se sintió un poco más reconfortada porque la sensación se le hacía familiar.

Kim Namjoon estaba vestido con ropa limpia, tan elegante como siempre. Camisa blanca arremangada y pantalón de vestir beige. No se había puesto todavía los anteojos y lucía como una persona diferente, pero igual de atractivo que siempre. Le regaló una sonrisa a Jungbin y le dio los buenos días mientras colocaba un plato de huevos con tocino frente a ella, que acababa de tomar asiento en la mesa.

A pesar de lo feliz que se veía, el ambiente se sentía tenso y Jungbin sabía que era culpa suya.

—Hoy conocerás a Jimin —dijo él después de varios minutos de absoluto silencio— y te enseñará a conducir.

Ella le dedicó una mirada fugaz, recordando lo que había dicho Seokjin acerca de Jimin. No pudo evitar sentirse triste porque el hecho de aprender a conducir significaba que el señor Kim ya no se daría el tiempo de dejarla y recogerla en la universidad todos los días.

—Sí, señor.

Pasado un momento, él echó su silla hacia atrás y, como ya había hecho un par de veces antes, se palmeó los muslos:

—Ven aquí.

Las piernas de Jungbin temblaron mientras caminaba los pocos pasos que los separaban y se instalaba sobre los muslos que ya tan conocidos se le hacían. Su corazón inmediatamente comenzó a saltar como loco cuando sus rostros se encontraron a una distancia más corta de lo habitual, provocando un intenso sonrojo en las mejillas que el señor Kim admiró de manera casi imperceptible.

Tener su rostro así de cerca no la dejaba pensar con claridad, pues no podía pensar en nada más que no fuese el embriagador olor de su perfume amaderado y en cómo se sentiría besar aquellos labios gruesos y brillantes. Jamás lo había besado, a pesar de ya haber compartido momentos íntimos, en los que él la había visto completamente desnuda y ella le había hecho sexo oral. Jamás. Y quizás era eso lo que la ponía tan nerviosa y ansiosa, pues no le costaba nada inclinarse ligeramente hacia adelante y hacerlo, pero no se atrevía por miedo a que él se disgustara.

La mano cálida del señor Kim acarició las clavículas de Jungbin y luego bajó hacia la argolla que, como siempre, descansaba sobre su cuello.

—Me gusta cuando no me obedeces, Jungbin —susurró, mirando el anillo entre sus dedos—, ¡no sabes cómo me pone! Pero no estoy contento con la situación de ayer —levantó la vista y la fijó sobre los brillantes ojos de la chica—. No quiero que vuelva a repetirse.

Ella asintió lentamente con la cabeza. De cierta manera, se encontraba arrepentida de su reacción del día anterior, pero había sido algo que se salió de su control. ¿Cómo podía explicarle al señor Kim que la multitud le había puesto los nervios de punta y que su amiguita pelirroja no había ayudado a mejorar la situación?

Él no se pondría en contra de su amiga.

El simple hecho de recordar a esa mujer hizo que volviera a hervirle la sangre. Jamás creyó que llegaría a desagradarle tanto otra persona, pues siempre había entendido las acciones poco amigables del resto, queriendo creer que no habían sido a propósito, pero An Jiwoo había llevado la hostilidad a niveles personales.

—Y quiero que tengas clara una cosa —continuó—: eres mía y yo soy tu dueño.

La manera en la que había pronunciado aquella frase la dejó sin aliento, a pesar de que no supo qué fue lo que quiso decir exactamente con ella.

El cosquilleo en su entrepierna se hizo más intenso y agradable, notificándole que se encontraba preparada para cualquier cosa que el señor Kim quisiera. Sus ojos le recorrieron el rostro, aunque aquel podría haber sido un gran error, pues nuevamente el deseo de besarlo se había hecho presente, tan urgente como una gota de agua en medio del árido desierto.

Besar a Kim Namjoon probablemente podría ser comparado con beber ambrosía, tan glorioso y magnífico que lo único que podía sentir Jungbin era desdicha.

Se obligó a quitar la mirada y poner su atención en otra cosa que no pusiera en riesgo a su frágil corazón, pero su atención fue puesta en la juguetona mano que había dejado la argolla en su lugar y serpenteaba hacia el límite de su piel que dejaba de ser tapado por la bata, justo entre sus pechos.

—¿Sabes algo, Jungbin?

Los ojos de dragón del señor Kim se levantaron para encontrarse con los de Jungbin, inocentes, brillantes y redondos, como los de un pequeño conejo. Ella soltó un suspiro tembloroso y se relamió los labios, sabiendo que sus mejillas se encendían aún más porque ya le comenzaba a arder el rostro.

—A menudo siento la necesidad de premiarte, aunque no te lo merezcas —susurró, ya que de pronto sus rostros se encontraban más cerca. Bajó la vista hacia sus labios y luego se inclinó, para dejar un casto beso en su cuello, justo donde estaba la marca que él mismo le había dejado la noche anterior—. Quiero tomarte de todas las maneras que existan, en todas las posiciones... Pero eso no sería correcto.

La entrepierna de Jungbin tembló de tan sólo imaginar lo que él le había dicho, simplemente de fantasear cómo sería tener al señor Kim dentro, escuchar sus jadeos y sus caricias. Ya se había puesto en esa situación, pero solamente en sus fantasías mientras se tocaba.

—¿Y por qué debemos hacer siempre lo correcto? —Soltó ella en un jadeo.

Los ojos brillantes de Kim Namjoon la miraron sorprendidos. Había cosas que era mejor callar y se reprendió a sí mismo por hablar de más, pues no debería haber comenzado a pensar en voz alta. Dio un último recorrido a su rostro y con cierto pesar quitó sus dedos que picaban por colarse debajo de la bata que la chica llevaba puesta.

—Jimin llegará en media hora —dijo mientras le palmeaba con suavidad el muslo—. Ve a darte una ducha, dejaré un bolso con una muda de ropa en tu habitación.

La chica obedeció inmediatamente, aunque no quería despegarse de él, pues no había conseguido una respuesta a su proposición. No quería que dejara de tocarla ni de mirarla, pero quizás también necesitaba un momento para estar solo.

Park Jimin era una especie de secretario y asistente personal del señor Kim, le había parecido a Jungbin un hombre, como menos, encantador. Y ciertamente compartía el pensamiento de Seokjin al no entender cómo el señor Kim confiaba en Park para estar tanto tiempo a solas con ella, y no en su propio hermano.

No era que Jimin fuese un descarado que coqueteara con la mascota de su jefe, sino que el coqueteo parecía ser parte de su personalidad, desde la manera en la que miraba hasta en la manera que caminaba con tan estilo grácil que sólo un nato seductor como él podría tener.

Lo primero que había hecho fue darle una mirada de arriba hacia abajo bastante sutil, pero que Jungbin notó y tuvo que fingir no haber visto. Y luego su sonrisa acompañada de un par de ojos que la observaban como si estuviese a punto de cometer una travesura, la había hecho sonrojar ligeramente.

Mientras él le explicaba la manera en la que funcionaban los cambios y los pedales del auto, Jungbin sentía una extraña sensación que distaba de la incomodidad, pero que le hacía querer salir corriendo para escaparse de aquel hombre.

—¿Estás poniendo atención?

El tono de voz divertido del chico la hizo sonrojar aún más y tuvo que responder con un asentimiento de cabeza porque supo que la voz no iba a salirle.

Una sonrisa que a Jungbin le pareció pícara se dibujó en sus labios.

—Bien, entonces creo que estás lista para intentarlo.

Jungbin tragó saliva, sin tener el coraje de decirle que no, y obedeció cuando él le dijo que cambiaran de asientos. Ahora ella se encontraba en el asiento del conductor, frente al volante, la caja de cambios y tres pedales que no recordaba para qué eran exactamente.

—Enciende el auto, Jungbin —le dijo Jimin, siguiendo con atención los movimientos de sus manos.

Ella apretó el botón de encendido y el auto comenzó a ronronear bajo su cuerpo.

—Adelante.

La chica bajó la vista hacia sus pies, sin saber dónde debía ponerlos, y luego posó los ojos en la palanca de cambios, encontrándose con esos números tan extraños. Estiró la mano y la posó sobre la palanca, pero no pudo hacer nada más por miedo a hacer algo mal.

Entonces la risita de Jimin la distrajo.

—¿Por qué no dices que no entendiste y ya? No hay nada de malo.

Ella esbozó una sonrisa incómoda y dejó que él volviese a explicarle cómo funcionaba todo, los pedales que debía apretar y cómo funcionaba la palanca que había a su lado derecho. No parecía molesto y su voz sonaba igual que todas las veces que le había hablado, lo que la hizo comenzar a relajarse de a poco.

Si hubiese sido Jungkook el que le enseñara, ya la habría regañado tres veces por no haber entendido a la primera, y la hubiese insultado por ser tan estúpida.

—No hablas mucho, ¿cierto? —Dijo él luego de que ya llevaran un par de horas intentando que Jungbin pudiese echar a andar el auto.

Sin mucho éxito.

—Lo siento —murmuró en respuesta.

Él volvió a reírse, provocando que sus ojos desaparecieran por un momento.

—No te disculpes, no hay nada de malo —ladeó la cabeza mientras la observaba—. Oye, creo que tu rostro se me hace conocido, ¿cuál era tu apellido?

—Jeon.

Él reprimió una sonrisa y se relamió los labios mientras quitaba la vista y asentía con la cabeza.

—Creo entender por dónde va el asunto...

—¿Qué asunto? —Preguntó interesada Jungbin.

Jimin volvió a mirarla, encontrándose con los ojos redondos y curiosos de la chica. Le pareció bastante joven para estar con el señor Kim, ¿cuántos años tendrían de diferencia? Unos diez, quizás. Definitivamente Jeon Jungbin era más joven que él mismo, que tenía veinticinco, por lo que quizás tenía unos veinte.

Parecía seguir siendo una niña en algunos aspectos y eso le asustó, pues el señor Kim ya había tenido varias chicas con él, todas esclavas, y ninguna había durado demasiado tiempo. Todas se marchaban a los pocos meses con lágrimas en los ojos y la nariz enrojecida luego de haberse confesado y él haberlas rechazado. Y le causó lástima pensar en que Jungbin pasaría por lo mismo siendo mucho más joven que las demás.

—No es nada, es sólo que el señor Kim es demasiado hermético y a veces debo ser un detective para entender algunas cosas.

Ella asintió con la cabeza, estando de acuerdo.

—Nunca sé lo que está pensando —respondió.

Él entendía esa sensación después de haberse pasado un par de años trabajando con él, pero había logrado descifrar ciertas expresiones faciales que le indicaban su estado de ánimo. Kim Namjoon era un hombre difícil de entender, podía parecer un hombre callado por fuera, pero realmente era alguien mucho más complicado que eso, llegando muchas veces a rozar la neurosis.

—El señor Kim no ha tenido una vida fácil, a veces sólo hay que dejarlo explotar y confortarlo —finalizó él, sin querer entrar en mucho detalle.

Unos golpes en la ventana de Jungbin los hizo dar por terminada la conversación. El señor Kim se había inclinado para que lo vieran a través del cristal, como nunca teniendo una cálida sonrisa en los labios.

—¿Cómo han estado esas lecciones? —Preguntó, mirando a Jungbin.

Ella se encogió en su lugar.

—No creo servir para esto.

Él posó su mano sobre el hombre de la chica, para tranquilizarla, y respondió:

—Podrás, sólo debes practicar.

Jimin observó minuciosamente el comportamiento poco habitual que su jefe estaba teniendo con la muchacha, quedándose bastante sorprendido. La sonrisa, el contacto físico y las palabras de ánimo no eran cosas que estuvieran dentro del diccionario de Kim Namjoon.

—Ya fue suficiente por hoy —lo escuchó hablar nuevamente—. Vamos a cenar, quiero llevarte a un lugar.

Ambos se despidieron de Jimin, que se quedó el auto, viendo cómo su jefe posaba la mano en la espalda de la chica para guiarla ahora a su propio auto. El bicho de la curiosidad le picó, dándose cuenta de que ese comportamiento no era habitual, pues jamás lo había visto hacer ese tipo de cosas con las otras mujeres que había tenido.

He vuelto, después de varias semanas. Espero que me perdonen y que este capítulo les haya gustado 


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