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CAPÍTULO 1

1

—¡¿Alguna vez dejarás de ser tan estúpida?! —Reclamó Jungkook a su hermana menor.

La chica bajó la cabeza y no respondió nada. Dejó que su hermano recogiera los trozos de vasos que se le habían caído al perder el equilibrio por culpa del piso húmedo. La mujer encargada de trapear se disculpaba repetidas veces, haciendo reverencias, pero Jungkook le había respondido que no era culpa suya y que sólo estaba haciendo su trabajo.

—Jungbin, ¿cuándo llegará el día en el que ya no tenga que arreglar tus cagadas?

—Lo siento —musitó, todavía con la cabeza gacha.

No se sentía capaz de mirar a su hermano a los ojos, pues sentía que lentamente estaba acabando con los límites de su paciencia. Aquella había sido también la razón por la que sus padres se habían desecho de ella.

—Búscate una universidad en Seúl y ve a vivir con tu hermano. No estoy segura de poderte seguir aguantando —le había dicho su madre cuando ya estaba por terminar el último año de escuela.

El corazón de la chica se había roto en mil pedazos, pero había logrado ocultarlo con un asentimiento de cabeza y escapando lo más rápido posible de la sala en la que su madre se encontraba. No entendía cómo era que su propia madre la apartaba con tanta facilidad, la misma mujer que la había llevado nueve meses dentro de su vientre y que la había criado durante toda su corta vida.

Entonces se había autoconvencido de que era un estorbo.

Y también era un estorbo para Jungkook. Su hermano mayor, la estrella de la familia y la luz de los ojos de sus padres. Se había largado de casa apenas había terminado la escuela porque estaba dispuesto a cumplir su sueño, sin importarle que su madre se pusiera de rodillas en el suelo, rogando que se quedara, diciéndole que podría cumplir sus sueños en Busan. Fue egoísta y se marchó, pero Jungbin no podía sentir nada más que admiración por él, pues aparte de haber sido capaz de dejar todo atrás, había sido un chico muy organizado en su época de adolescente, por lo que logró juntar el dinero suficiente como para irse a donde se le diera la gana.

Y lo hizo.

Primero, llegó a los Estados Unidos, donde estuvo un par de meses. Luego, recorrió cada uno de los países de Europa. Y, finalmente, había decidido volver a su querido continente asiático, llegando a Arabia Saudita. De cada país había salido sabiendo cosas nuevas, cosas que jamás habría llegado a imaginar saber quedándose en Busan, pero lo que le había encantado habían sido las artes culinarias. Por lo que cuando estuvo de vuelta en Corea del Sur, abrió un restaurante fino en el que servía comida árabe y que, claramente, había sido un éxito, como todo lo que hacía Jungkook.

—¡Ya basta de eso! —La regañó él, poniéndose de pie con los vidrios entre las manos—. Ve a atender la mesa doce que todos están ocupados, menos tú que te la andas jalando.

Jungbin acató la orden en seguida. Alisó su delantal negro y salió de la cocina con la tableta que utilizaban los garzones para anotar los pedidos y dos pares de libros empastados en cuero negro entre sus manos. Intentó respirar con calma mientras caminaba hacia la mesa doce, repasando mentalmente lo que debía decir para recibir a los clientes. Aquella frase que todos decían y que ella también había dicho cientos de veces, pero que todavía tenía miedo de olvidar.

—Buenas noches, bienvenidos a Al'iksir. Soy Jeon Jungbin y seré su camarera esta noche... —Susurró para sí misma durante todo el camino.

Había llegado hacía un año al apartamento de Jungkook, sin avisar y con una pequeña maleta que albergaba sus posesiones más preciadas junto con un poco de ropa. Y a su hermano no le había provocado ni un poco de gracia, por lo que había llamado a su madre inmediatamente mientras ella lo esperaba sentada en el gran sofá de la gran sala que había en su gran apartamento.

No podía culparlo, también se convertiría en una carga para él, y había contemplado seriamente la opción de marcharse mientras él todavía estaba en la llamada. Sin embargo, lo único que lograría con eso sería convertirse en una indigente. Sólo quedaba esperar a que su hermano le diese el dinero para volver a Busan en tren y así deshacerse de ella también.

—Bien —le había dicho cuando terminó la llamada con su madre—, puedes quedarte, pero no puedes pasarte toda tu vida viviendo aquí conmigo. Te daré empleo en el restaurante, te pagaré bien, y debes buscar una universidad en la que estudiar. Apenas tengas la estabilidad necesaria, te quiero fuera de aquí.

Y todo había resultado mejor de lo que esperaba. Había logrado entrar a la universidad y trabajaba de mesera en sus tiempos libres, pues Jungkook se había dado cuenta de que realmente no servía para hacer nada dentro de una cocina. Sin embargo, todavía no conseguía la estabilidad para alquilar un apartamento por sí misma.

—Buenas noches —saludó a los clientes de la mesa doce, encendiendo la pantalla de su tableta—, bienvenidos a Al'iksir. Soy... —Dejó la frase a medio terminar cuando levantó la vista hacia los clientes.

Tres hombres vestidos de traje la miraban fijamente. El corazón de Jungbin comenzó a latir con violencia al sentirse observada de esa manera y sobretodo por hombres. Ese tipo de hombres. Tragó saliva y se dio cuenta de que debía terminar de presentarse y ofrecer el menú.

—Soy... —Comenzó, balbuceando—. Soy...

—Jeon Jungbin, ¿no? —La interrumpió uno.

La chica posó sus ojos sobre él y entonces se dio cuenta. Lo conocía y él la conocía a ella. Afirmó la tableta contra su cuerpo y estiró el otro brazo para poner los menús sobre la mesa. Su cuerpo había comenzado a temblar, por lo que las manos le fallaron y los cuatro libros que llevaba cayeron al suelo justo al lado de la mesa.

—¡Lo siento mucho! —Se disculpó, poniéndose de rodillas de inmediato para recogerlos.

—No sabía que trabajas aquí —prosiguió el mismo hombre que la había reconocido.

Ella se puso de pie rápidamente y casi perdió el equilibrio, pero pudo dejar tres de los libros negros sobre la mesa con éxito. Apretó la mandíbula con fuerza al sentir que el rostro se le comenzaba a poner colorado y bajó la cabeza.

—Trabajo aquí desde hace un año, profesor Kim —respondió apenas.

El profesor Kim era un hombre bastante joven como para ser un profesor universitario y a Jungbin no le cabía duda de que era un genio, pues un trabajo como aquel ameritaba al menos haber terminado una carrera universitaria, haber hecho una maestría y luego un doctorado. Sin duda, era el profesor que más le había gustado, y no solo visualmente, sino que por la pasión con la que enseñaba.

Jungbin tomaba materias con él cada vez que se le daba la oportunidad.

Levantó ligeramente la vista y se encontró con los ojos penetrantes del profesor. Le encantaba cuando se peinaba el cabello hacia atrás porque sentía que le daba un aire de superioridad, aunque también provocaba que la pusiera más nerviosa de lo normal.

—Es la mejor alumna que he tenido —le dijo al que estaba sentado a su izquierda, que parecía verse más joven, y luego volvió a mirarla—. Pensé que vivías con tu cabeza metida en los libros, pero veo que eres una caja de sorpresas.

—Si me permiten, consultaré le menú —interrumpió el tercero, que estaba a la derecha del profesor.

Los ojos de la chica se posaron instintivamente sobre él, encontrándose con un hombre de rostro serio. Su cabello también estaba peinado hacia atrás, dejando ver con claridad un rostro que se diferenciaba fácilmente de los de todo el resto, sobretodo por la peculiar forma de sus ojos que a Jungbin le recordaron los de un dragón. Y su postura se veía igual de majestuosa que el de uno. Un hombre como él no podía ser real.

De pronto cayó en la cuenta de que los tres estaban viéndola de nuevo y aplanó los labios antes de hacer una reverencia.

—Les daré un tiempo para que decidan con tranquilidad —y escapó de ahí lo más rápido que pudo.

Volvió casi corriendo a la cocina para esconderse. El corazón le martilleaba contra el pecho y le zumbaba en los oídos, tanto que por un momento pensó que estaba teniendo un ataque de nervios. Se pasó las manos por el rostro repetidas veces y apoyó su cuerpo contra la pared.

No lograba calmarse.

—¡Jungbin, déjate de holgazanear! —Le gritó su hermano desde el otro lado de la cocina.

La chica escapó hacia el baño de empleados antes de que él pudiese volver a regañarla. Se miró al espejo y se mojó el rostro y la nuca. Tenía que aceptarlo: debía volver a aquella mesa llena de hombres atractivos y tomar su orden. Los minutos corrían y Jungkook seguramente la regañaría más por ofrecer una atención que no llegaba al estándar del restaurante.

Se miró una vez más en el espejo, concentrándose en su rostro. Notó sus ojos redondos, iguales a los de su hermano mayor, cansados; su cabello negro y liso atado en una coleta de la que escapaban algunos mechones; y su boca pequeña, que la mayoría del tiempo permanecía cerrada. En vez de tranquilizarse, se sintió mal consigo misma. Se veía desaliñada, sin maquillaje y con un peinado desordenado.

Tomó una respiración profunda y salió del baño para caminar directo a la mesa doce.

—¿Puedo tomar su orden? —Preguntó, enfocando su concentración en la pantalla de la tableta y no en los rostros de los hombres.

Presionó los botones en la pantalla de la tableta según le iban diciendo y nuevamente hizo una reverencia a modo de despedida, evitando a toda costa las miradas que se concentraban sobre ella. Mientras esperaba que el pedido estuviera listo, se encargó de atender otras mesas con clientes recién llegados, pero no podía dejar de sentir una sensación pesada sobre su espalda. En cierto momento se giró, encontrándose con los ojos del profesor Kim y con los que parecían de un dragón. El tercer chico, peinado de manera más casual, dejando caer el cabello rizado por sobre la frente, parecía estar en otro mundo mientras tecleaba en su celular.

Siguió evitando las miradas al momento de entregar los platillos en la mesa doce, pero seguía sintiéndose observada y en una ocasión en la que decidió mirar nuevamente, se encontró al profesor y al otro hombre cuchicheando mientras la seguían observando.

—Jungkook —le dijo cuando volvió a la cocina—, no quiero seguir en la mesa doce.

Él la miró con una ceja alzada y se secó las manos con un paño de cocina antes de acercarse a ella.

—Mira, Jungbin, te he tenido paciencia todo este tiempo. Te mantengo en mi casa, te dejo trabajar menos horas que el resto y te pago más, aguanto tus mierdas todos los días —se acerco lo suficiente a su rostro como para que solo ella le escuchase—. ¿Podrías, al menos, hacer una puta cosa bien y terminar tu trabajo?

La menor apretó la mandíbula. Jungkook no la entendía y jamás iba a hacerlo, él tenía aquel encanto natural que hacía que todo el mundo lo amara. Ella no, no hablaba para nada más que para responder preguntas con monosílabos y eso al resto le parecía raro.

Era un bicho raro.

Terminó por asentir con la cabeza, pues tampoco quería colmar la paciencia de su hermano y provocar cosas que luego lamentaría. Se dedicó a seguir atendiendo las mesas de las que se había hecho cargo, evitando especialmente la número doce, pero hubo un momento en el que ya no pudo, pues los tres hombres habían terminado de cenar hacía un par de minutos.

—¿Puedo retirar? —Preguntó en un hilo de voz, interrumpiendo la conversación de ellos.

Los tres la miraron nuevamente. El profesor Kim le dedicó una bella sonrisa de dientes relucientes y asintió con la cabeza. Parecía ser el mayor de los tres, pues era el que tomaba todas la decisiones en la mesa. Jungbin se acercó y cuidadosamente tomó los platos vacíos, intentando no cometer ningún error.

—¡Oh, Jungbin! —La llamó el profesor justo cuando comenzaba a darse la vuelta para marcharse—. ¿Podrías traerle un postre a mi hermano? —Preguntó, señalando al de su derecha.

Ella asintió con la cabeza lentamente.

—¿Qué postre gustaría pedir? —Le preguntó al recién nombrado.

El hombre de ojos de dragón la miró de reojo por una fracción de segundo y luego miró a su hermano mayor.

—Elige tú, confío en tus gustos —contestó en su nombre el profesor.

Ella se alejó lo más rápido que pudo, aguantando la respiración, y casi tiró los platos sucios al suelo por precipitarse en dejarlos sobre el lavaplatos.

—¡Ten cuidado! —Le regañó Jungkook.

—Lo siento —murmuró.

Siguió atendiendo las mesas restantes y cuando estuvo listo el dichoso postre, volvió a la mesa doce, encontrándose con la grata sorpresa de que el profesor y el chico de cabello rizado se habían marchado. Se acercó a paso lento, dudando en si debía ir o simplemente pedirle a alguien más que le hiciera el favor, pero cuando estuvo a punto de escapar, el hombre se giró hacia ella.

No tuvo más opción que seguir su camino.

Se plantó al lado del hermano del profesor Kim y con la mano temblorosa dejó el postre sobre la mesa. Había algo en él que le inspiraba terror, y no era su rostro severamente hermoso, sino que algo en la presencia que tenía, la manera en la que se veía. Él levantó la vista hacia ella, mirándola a los ojos por primera vez, y Jungbin sintió que las piernas le tiritaban como gelatina.

—Gracias —pronunció en una voz tan grave y varonil que a la chica le provocó un estremecimiento.

Hizo una pequeña reverencia y antes de marcharse dio el mensaje que su hermano le había pedido antes de salir de la cocina.

—La... —Musitó, llamando nuevamente la atención del hombre— La... La cocina ya cerró, por lo que ya no puede pedir nada más. El restaurante cierra a las once en punto.

Él respondió con un asentimiento de cabeza y se inclinó hacia el lado para sacar la billetera de su bolsillo. Jungbin vio cómo la abrió y eligió entre al menos cinco tarjetas de crédito negras, dejándola sobre la mesa.

—Tráeme la cuenta.

Aquella simple orden la había hecho estremecer una vez más y salió despavorida a buscar la máquina de pagos. Se quedó de pie, a una distancia prudente, mientras el hombre pagaba y cuando la transacción había sido aprobada, él levantó la cabeza hacia ella y preguntó:

—Te apellidas Jeon, ¿no es así? —Y Jungbin asintió con la cabeza, provocando un atisbo de sonrisa en los labios del hombre—. ¿Eres familiar de Jeon Jungkook, el dueño del restaurante?

La chica abrió la boca para responder y luego la cerró, sin saber exactamente qué decir.

—Es sólo una coincidencia de apellidos, señor —terminó por responder.

Los ojos de dragón parecieron brillar emocionados por un segundo y finalmente asintió con la cabeza.

—¿Alguna vez has sentido que te hace falta algo en la vida, Jungbin?

Aquella pregunta la tomó por sorpresa, dejándola con los ojos bien abiertos. No sabía hacia dónde pretendía llegar él, pero lo cierto era que a Jungbin le hacían falta muchas cosas en su vida. Cosas que iban más allá de lo material, pues sus padres siempre habían tenido una buena situación económica y el dinero que le proporcionaba su hermano le alcanzaba para darse ciertos lujos de vez en cuando. Lujos que a cualquier persona le parecerían sencilleces de la vida, como un café después de clase, un labial nuevo o un almuerzo en la pequeña y acogedora cafetería que estaba cerca de la universidad.

—¿Qué quiere decir con eso? —Se atrevió a preguntar.

El ladeó la cabeza y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, formándose unos hermosos hoyuelos en cada una de sus mejillas que le dieron un aspecto más juvenil.

—A todo y a nada en específico a la vez.

Ella soltó el aire que sin querer había estado acumulando y se remojó los labios.

—Creo que a todos nos hace falta algo. Nadie puede tenerlo absolutamente todo y quien lo afirme, estaría mintiendo.

La sonrisa se acrecentó en el rostro del hombre y su mano derecha viajó al pequeño bolsillo que había en su camisa blanca. Sacó una tarjeta negra y se la tendió a Jungbin, quien la recibió con las manos temblorosas.

—Ha sido un placer, Jeon Jungbin —dijo antes de ponerse de pie y marcharse.

Había dejado el postre intacto sobre la mesa, casi en una invitación a que ella misma se lo comiera. La chica sacudió su cabeza ligeramente cuando lo perdió de vista y levantó la tarjeta que tenía en la mano para leerla.

«Kim Namjoon
CEO K&A»

Y un número de teléfono.

Primer capítulo! 

Qué pensamos de este Nam? A mí se me mojan los calzones

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