🚬5🚬
El aire era pesado en el oscuro callejón del distrito sur de la ciudad. Suga ajustó el gorro sobre su cabeza y revisó una vez más la pequeña grabadora escondida en el interior de su chaqueta. Todo debía salir perfecto. No podía permitirse errores, no en un lugar donde cada mirada desconfiada podía terminar en una bala perdida.
A su lado, Ryo, su viejo amigo de la infancia, encendía un cigarro con las manos temblorosas. Ryo siempre había sido un tipo nervioso, pero esta vez estaba claramente más inquieto de lo normal.
-¿Estás seguro de esto, Suga? -susurró, echando un vistazo hacia la entrada del almacén abandonado que tenían frente a ellos.
-No tengo opción, Ryo -respondió Suga, su voz firme, aunque por dentro compartía el nerviosismo de su amigo-. Necesito entrar en ese círculo.
Ryo asintió, inhalando profundamente antes de arrojar el cigarro al suelo y aplastarlo con el pie.
-Bien. Pero si algo sale mal, estamos muertos.
Suga no respondió. Solo se ajustó el abrigo y comenzó a caminar hacia la puerta metálica oxidada, sus botas resonando en el pavimento agrietado. El lugar olía a aceite quemado y podredumbre, una mezcla nauseabunda que reflejaba la decadencia del mundo que estaba a punto de enfrentar.
Cuando llegaron a la entrada, dos hombres corpulentos los interceptaron. Uno de ellos, un gigante con tatuajes serpenteando por sus brazos, los miró de arriba abajo.
-¿Quiénes son ustedes? -preguntó con voz grave.
Ryo dio un paso al frente, tratando de parecer seguro.
-Soy Ryo. Tengo... una conexión. Venimos por negocios.
El hombre alzó una ceja, visiblemente poco convencido, pero finalmente apartó la puerta para dejarlos pasar tras inspeccionar rápidamente una mochila que Ryo llevaba.
El interior del almacén era peor de lo que Suga había imaginado. Bajo las luces parpadeantes, varias personas se movían como sombras, intercambiando paquetes y billetes mientras conversaban en voz baja. El olor a productos químicos era casi insoportable. En una esquina, un grupo de hombres armados vigilaba atentamente a los recién llegados.
Ryo los guió hasta una mesa al fondo del lugar, donde un hombre de cabello gris y ojos penetrantes los esperaba. Suga lo reconoció al instante: Tanaka, uno de los principales hombres que trabajaba para su padre. Era un hombre frío y calculador, conocido por su crueldad.
-¿Qué tienes para mí, Ryo? -preguntó Tanaka sin preámbulos, encendiendo un cigarro y exhalando el humo lentamente.
-Algo nuevo -respondió Ryo, sacando de su mochila un pequeño paquete envuelto en papel marrón.
Mientras Tanaka inspeccionaba el contenido, Suga aprovechó para observar a su alrededor. La operación era más grande de lo que había imaginado: había mesas repletas de dinero, químicos peligrosos y armas de fuego. Era un reflejo del poder que su padre había construido a lo largo de los años, un imperio que Suga estaba decidido a derribar.
Tanaka levantó la mirada, fijándose en Suga por primera vez.
-¿Y tú quién eres? -preguntó, sus ojos entrecerrados con desconfianza.
Suga mantuvo la calma, inclinándose ligeramente hacia adelante como señal de respeto.
-Soy solo alguien que busca hacer negocios. Ryo me dijo que este era el lugar indicado.
Tanaka soltó una risa seca, pero su expresión no mostraba humor.
-Aquí no hacemos negocios con cualquiera. Si quieres entrar, tendrás que demostrar que vales la pena.
Suga asintió, fingiendo confianza. Sabía que este momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto.
-¿Qué necesitas?
Tanaka lo observó por un largo momento antes de señalar una caja de madera al otro lado del almacén.
-Ahí dentro hay algo que necesito que entregues. Si lo haces sin problemas, hablamos de negocios.
Ryo palideció, pero Suga no dudó. Caminó hacia la caja y cuando la abrió, encontró un paquete más grande de lo que había imaginado, sellado herméticamente. Pesaba lo suficiente como para hacerle pensar que contenía algo más que drogas.
-¿A dónde tengo que llevarlo? -preguntó, regresando a la mesa.
Tanaka sonrió por primera vez, aunque su expresión seguía siendo siniestra.
-Al otro lado de la ciudad. Hay una tienda de antigüedades en la calle principal. Lleva el paquete al dueño y dile que viene de mi parte.
El desafío era claro: este no era solo un encargo cualquiera. Era una prueba. Una forma de medir si Suga tenía la capacidad de manejar las operaciones más delicadas de la organización.
Suga tomó el paquete y se despidió de Ryo con un gesto breve antes de salir del almacén. Mientras caminaba por las calles desiertas, su mente estaba en constante alerta. Sabía que lo estaban vigilando, que cada paso que daba era una oportunidad para que lo atraparan en un error.
De pronto, cinco hombres emergieron de las sombras, sus rostros endurecidos por la violencia y el desprecio. Cada uno sostenía un arma distinta: cadenas, cuchillos, y tubos metálicos. No había duda de quién los había enviado. Tanaka quería comprobar su valía, y esta no era solo una simple prueba. Era un mensaje. Tanaka le quería decir que aquel mundo no era para cualquiera. Sin embargo, él no era cualquiera, era nada más y nada menos que el hijo de un monstruo...
-¿Así que tú eres el chico nuevo? -dijo uno de ellos, un hombre robusto con una cicatriz que atravesaba su mejilla derecha-. Tanaka dijo que te enseñáramos cómo funcionan las cosas aquí.
Suga ajustó el paquete bajo su brazo, manteniendo una postura relajada. Pero por dentro, cada fibra de su cuerpo estaba preparada para moverse. Había anticipado esto. No era la primera vez que enfrentaba situaciones como esta, y sabía que si mostraba debilidad, no saldría vivo.
El primero en moverse fue el hombre de la cicatriz, lanzando un golpe con la cadena que Suga esquivó por centímetros, girando sobre sus talones. Sin dudarlo, golpeó con su codo directo al estómago del atacante, haciendo que cayera de rodillas, sin aire. Los otros cuatro no esperaron, cargando hacia él al mismo tiempo.
El callejón se convirtió en un campo de batalla. Suga utilizó el entorno a su favor, golpeando la tapa de un contenedor de basura para bloquear el filo de un cuchillo que uno de los hombres blandía. Al mismo tiempo, giró y lanzó una patada lateral que impactó en la mandíbula del segundo atacante, haciéndolo retroceder con un gruñido.
El tercero, más rápido, intentó sorprenderlo con un tubo metálico, pero Suga atrapó el arma con una mano, girándola con fuerza para desarmarlo. Con el tubo en sus manos, lo usó para neutralizar al cuarto hombre con un golpe preciso en la rodilla. El crujido de hueso quebrado resonó en el callejón, acompañado por un grito de dolor.
-¿Eso es todo? -espetó Suga, con la voz fría mientras giraba el tubo en sus manos, sus ojos fijos en el último hombre en pie.
El de la cicatriz se levantó con dificultad, la rabia ardiendo en su mirada. Sacó un cuchillo escondido bajo su chaqueta y se lanzó hacia Suga en un movimiento desesperado. Pero Suga estaba listo. Desvió el ataque con un giro fluido, tomando el brazo del atacante y torciéndolo hasta que el cuchillo cayó al suelo. Un golpe limpio en la sien fue suficiente para dejarlo inconsciente.
Cuando el eco del último cuerpo cayendo al pavimento se desvaneció, Suga se quedó de pie en medio de los hombres caídos, su respiración apenas alterada. El paquete seguía intacto bajo su brazo.
Desde las sombras, un lento aplauso rompió el silencio. Tanaka salió de su escondite, acompañado por otros dos hombres.
-Impresionante, chico. No muchos pasan esta prueba -dijo con una sonrisa torcida-. Pero no te equivoques: esto fue solo el calentamiento.
Suga no respondió. Simplemente dejó caer el tubo metálico al suelo y comenzó a caminar hacia Tanaka, su mirada fija como un filo de acero. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, de dirigió hacia él.
-La próxima vez, manda algo más interesante...-murmuró antes de girar sobre sus talones y alejarse a entregar el paquete. Dejando a Tanaka y a sus hombres entre los cuerpos inconcientes.
Mientras se perdía entre las sombras de la noche, Suga sabía que acaba de escalar un peldaño más hacia su objetivo. Sin embargo, el camino que le esperaba era aún más peligroso. Pero estaba preparado para enfrentarlo, a cualquier costo.
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