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La ciudad de Seúl se extendía ante Suga, como un reflejo borroso en el cristal empañado de la ventana. La lluvia había comenzado a caer con fuerza, pero eso no podía desvanecer la tormenta que rugía dentro de él. Regresar había sido difícil, pero lo que había encontrado en su vuelta a Corea lo había dejado más que confundido: lo había destrozado.
Ken. Su padre. El hombre que había sido su único lazo de sangre. Su progenitor no solo había abandonado a su familia, sino que había elegido el camino del crimen, uno de los más oscuros posibles. Un policía de alto rango que, con el tiempo, se había convertido en el líder de una red de tráfico de drogas, un asesino sin escrúpulos que se había mezclado con los peores delincuentes del país. Era un verdadero monstruo que no se merecía su perdón y que ni siquiera lo pedía, pues este no mostraba remordimiento alguno de todas las atrocidades que cometía...
A lo largo de su rehabilitación en Estados Unidos, Suga había tratado de olvidar todo eso. El dolor de la separación de su familia adoptiva, la incomprensión de un padre que no lo había querido, la incapacidad de encontrar respuestas. Había intentado reconstruir su vida, alejarse de las sustancias ilícitas y el sufrimiento que siempre lo había rodeado. Pero el regreso a casa no había sido el reencuentro esperado. El reencuentro había sido con una realidad aún más retorcida de la que pensaba que podría soportar.
Años atrás había descubierto, casi por accidente, a través de contactos en el submundo, que su padre no solo se había sumergido en el crimen, sino que lo había abrazado por completo. Ken, el hombre que alguna vez fue policía, que alguna vez había jurado proteger la ley, había encontrado su verdadera vocación en la oscuridad, en la muerte. Él era un completo asesino y lo sabía desde que tenía memoria. Es por eso que había aceptado su destino, había aceptado el hecho de que su padre no lo quería en su vida. También había comprendido que no lo necesitaba en su vida tampoco y que se encontraba feliz y cómodo con su familia adoptiva.
Sin embargo, lo que provocaba que su sangre hirviera era el hecho de haberse metido con su única familia, de haber destruido lo único que tenía...
Había seguido el rastro de las pistas con una meticulosidad que solo él conocía. Había accedido a archivos secretos de la policía por medio de su ordenador, había escuchado conversaciones grabadas en la sombra, había hablado con personas dispuestas a hablar en sus espaldas. Todo lo que encontró le confirmaba lo que ya sospechaba: Ken se había aliado con los peores criminales del país, formando una red de tráfico de drogas, prostitución y asesinatos.
Al principio, había intentado buscar una salida. Había tratado de ignorar las pistas, de convencerse de que todo eso debía ser una mala interpretación, que Ken no podía ser el monstruo que parecía ser y que no tenía nada que ver en lo que le había sucedido a NamJoon. Pero la realidad fue más cruel de lo que había imaginado. Su padre no solo estaba involucrado en crímenes, sino que estaba liderando la operación. Él era el cerebro, el hombre detrás de los carteles de drogas, y el que orquestaba asesinatos de aquellos que se atrevían a traicionarlo.
Sabía que él hombre era un monstruo pero no estaba consciente del grado que podría ser capaz de llegar. Hasta que descubrió una verdad que tanto temía...
Aquel maldito que se decía ser su padre, había intentado asesinar a su padre adoptivo, SeokJin. Si no hubiera sido porque JiMin había llegado justo a tiempo, SeokJin hubiera muerto a manos de su propio padre...
¡¿Por qué lo hizo?!
Se preguntaba una y otra vez al recordar que su padre malnacido había estado involucrado en el coma de SeokJin. Sentía que esa pregunta lo ahogaba...
Ken había preferido la vida de crimen y sangre que a su propio hijo. Había abandonado todo lo que alguna vez podría haber sido normal en su vida, y se había dedicado a ser un asesino. Un hombre que ya no tenía principios, ni moral, solo el ansia por el poder y el control. Sin embargo, no era suficiente para él, pues había destruido lo poco que su hijo tenía, sin remordimiento alguno.
-¡No te metas en lo que no entiendes, hijo!-
Esa fue la última amenaza que le había hecho Ken cuando Suga se enteró del turbio mundo en el que estaba su padre. Porque quiso salvarlo de ahí, convencerlo de que acabaría muy mal en ese lugar. Y lejos de hacerle caso, fue la primera vez que probó las drogas... Ofrecidas por su propio padre, diciéndole que no pasaría nada si las probaba, que podía confiar en él...
Cuan iluso fue...
Ahora lo entendía todo. Ken había visto a su hijo como una amenaza, alguien que podía desenmascararlo, alguien que podía destruir su reino de sombras. Fue por eso que para evitar este tipo de errores, lo adentró a su propio mundo para poder vigilarlo y controlarlo a través de los vicios.
Su padre lo quería ver muerto...
Respiró hondo y dejó que la rabia se apoderara de su cuerpo. Estaba atrapado en un círculo vicioso. Si quería detener a su padre, tenía que entrar en su mundo, sumergirse en ese abismo y jugar su juego. No podía quedarse al margen. No podía quedarse como un espectador mientras Ken continuaba su reinado de terror sin remordimiento alguno de lo que le había hecho.
La única manera de detenerlo era destruir su imperio desde adentro.
Sabía lo que tenía que hacer. Entrar en el mundo de Ken, infiltrarse en la red de tráfico, convertirse en parte de ella. Tenía que ser más astuto, más frío, más calculador que su padre, y manipular el sistema de la misma manera que Ken lo había hecho. Sabía que cada paso lo acercaría más a la confrontación final, a ese momento en el que tendría que enfrentarse a Ken cara a cara, con la vida de su familia y su propio futuro en juego.
Y no podía fallar.
Sin embargo, mientras planeaba cada movimiento a realizar, una figura aparecía constantemente en su mente: JiMin. El chico con el que había compartido el verdadero amor, el único que realmente había importado. Las imágenes de su amor perdido, de los momentos compartidos antes de que todo se desmoronara, lo atormentaban.
Eso era lo que más lo dolía: la sensación de haber perdido a JiMin. Le dolía haber perdido al amor de su vida por culpa de sus malas decisiones y las de su padre.
JiMin era lo único que quedaba de su vida anterior, la única persona que lo había amado de verdad, y lo único que quería salvar...
Sin embargo, en este momento, no había espacio para sentimientos. El único objetivo era derribar a Ken. Y para lograrlo, tendría que convertirse en lo que su padre siempre había querido que fuera: un monstruo, frío y calculador.
Era la única forma de ganar.
Y mientras Suga avanzaba hacia ese abismo, una única certeza lo mantenía en pie: lo haría por su familia. Lo haría por SeokJin, por JiMin, por todos los que había perdido...
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