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Prólogo

Nunca debí adueñarme de sus necesidades.

Fue muy raro. Estuve tan excitada que no sentí ninguna gota de dolor, sólo placer.

Gocé. Me divertí. No me resistí.

No le dije que no. Ni cuando me invitó un trago, o me susurró al oído lo mucho que le ponía mi culo de supermodelo. O cuando sostuvo mi rostro para fijar mis ojos con los suyos, firme y dominante, dispuesto a buscar nuestro desenfreno.

—Eres demasiado bonita —me dijo.

Y me besó.

Su lengua se aventuró, enredó y degustó la mía. Se robó el primer jadeo de mi vida. Me tocó por encima de la ropa. Mis piernas se derritieron. Enrosque mis muslos a sus caderas, y elevó mi cuerpo entregado y encendido a su locura, llevándome a una habitación iluminada por velas. Empezó a desnudarme. Cubrí mis senos. Me observó así: vulnerable, como si su intención fuese recordarme eternamente.

—¿Quieres esto, mujercita? ¿Me quieres a mí? —me preguntó con una voz ronca de excitación.

—Sí.

Se desnudó.

Me entró el nervio, pero no tuve miedo. Me empujó a la cama y se encimó en mi cuerpo. Su palma enardeció mi pezón endurecido cuando me masajeó la teta. Sacó un condón de la mesita de noche y se lo puso. Besó tiernamente mis labios mientras se abría paso entre mis muslos resbalosos y... «¡OUCH! ¡Carajooooo!».

Me perdí en él.

Me sentí él.

Me adueñé de sus ojos.

Se adueñó de mi piel.

Corrí por su cuerpo usando mis manos.

Él se deslizó entre mis piernas con cuidado.

Lo mordí.

Me besó.

Y cuando nuestros músculos se relajaron, supe que nada volvería a ser igual.

Todo ha cambiado.

📝📝📝
NOTA:
Capítulo editado.