Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4

LAURIE

Me encantaba trenzar mi cabello. No era una profesional, pero me iba bien cuando lo hacía sola. Mi larga melena castaña era lacia, pero a veces se ponía rebelde, por eso lo trenzaba con tres movimientos hábiles y sencillos que relucían aún más mis facciones jóvenes e inocentes.

Peinado: listo.

Me pinté los labios en un tono coral, mientras, mi campeón arreglaba su corbata delante del espejo de cuerpo entero de nuestro armario, el cual era casi del mismo tamaño que el de una recámara pero más pequeña.

Verifiqué la hora en mi reloj de pulsera: aún estábamos a tiempo.

Quería mis waffles con mantequilla y moras decorando mi plato. James me debía un desayuno después de la grosería que hizo esa mañana. Traté de no pensar en ello mientras me ponía de pie y alisaba el vestido veraniego que traía puesto.

Fui con él, lo abracé por la cintura y me pegué a su espalda ancha y maciza. Nuestros ojos se encontraron en el espejo y sonreí.

—¿Listo, mi James Brown?

Sus traviesos ojos me hicieron el amor.

—No me llames así a menos que quieras terminar con el culo en pompa, nena.

Me sonrojé.

Besé una parte de su espalda y aspiré su olor fresco y perfumado. «Mío». Ese traje súper elegante de película me puso emotiva, James jamás salía de casa si no iba bien peinado hacia atrás, con el clásico pañuelo en el bolsillo, y los ojos concentrados en su objetivo; o sea: en mí.

«Siempre he sido yo»

Era su mujercita.

Estaba para comérselo. Mi esposo era muy atractivo, varonil, fortachón y protector. Y lo que más me gustaba de él: era su estilo, su seguridad en sí mismo al caminar, su porte como el de una montaña, entre otras cosas. Era un hombre que ponía mis rodillas a temblar sólo con pararse detrás de mí y besar mi sien. ¡Ah!, y que era dulce, también podía ser inesperadamente caballeroso y amable cuando se lo proponía.

Me pregunté cuáles eran las cosas que más le gustaban a James de mí, mientras, sus manos tomaban las mías y su pulgar acariciaba mis nudillos con ternura. Mis ojos se achicaron cuando sonreí detrás de su espalda. Guió mis pasos delante de él hasta reemplazar mi figura por la suya frente al espejo. Sus brazos me envolvieron con amor, y sus labios presionaron mi sien en un beso sin fin hasta que...

—¿Qué es lo que más te gusta de mí? —le pregunté.

—Mi secreto, nena.

—¿Nunca vas a confiarme tus secretos?

—Te sorprendería las cosas que sabes sobre mí.

—Las que supongo, querrás decir —lo corregí.

—Chiss...

Me distrajo y me tomó por sorpresa cuando tiró hacia abajo las mangas de mi vestido, dejando expuestos mis pechos firmes tamaño naranjas enfrente del espejo de cuerpo entero. Ahogué un suspiro de placer, pero no bajé los ojos de la oscuridad de su mirada.

«No me va a intimidar. No me va a intimidar esta vez», me repetí.

—¿En dónde está el resto de tu ropa, amor?

—No está.

Mi desobediencia le molestó.

La brisa que se coló por la ventana puso mis pezones en punta.

Mi espalda se enderezó con orgullo, mientras, él observaba el rubor de mis mejillas descender peligrosamente por el valle de mis senos. Mi respiración cambió a un ritmo irregular cuando su mano aprisionó y estrujó uno de mis pechos. Ardí en deseo, pero no me atreví a pronunciar las palabras "mágicas" —como las solía llamar James—: «Quiero que me cojas» para poner fin a mi tortura.

—¿Por qué? —le pregunté.

—Haces demasiadas preguntas en una mañana tan agradable, nena.

Reprimí un jadeo aunque no quise, porque su pulgar me estaba llevando a la gloria jugueteando con mi rosado y duro pezón. Mordí mi labio inferior y sentí mi encaje humedecerse. No pude seguir sosteniendo su mirada cargada de lujuria, y me dejé ir reclinando la cabeza en su hombro y confiando el peso de mi cuerpo contra el suyo para sostenerme.

—Sabes que no me gustan los interrogatorios, amor.

Mis músculos internos se contrajeron y lubricaron mi vagina con ansia queriendo más.

De repente, mis manos fueron a parar al espejo cuando me obligó a inclinarme y a abrirme de piernas para él. Me contraje con ganas de palpitar alrededor de su carne, pero volví a contenerme. Sentí mis fluidos caer entre mis muslos, y eso me calentó más de lo que debería un preliminar al estilo James.

Por Dios, estaba a punto, y eso que ni siquiera me penetró el muy maldito.

—¿Querías sacarme de quicio con esta indisciplina, nena?

Negué con la cabeza.

—¿Segura?

Asentí con desesperación.

Supe lo que haría a continuación porque no era la primera vez que me ponía de esta manera cuando le molestaba mi "rebeldía" —o así la llamaba James—. Entonces no, no me sorprendió que su palma ávida por castigarme golpeara con gusto mi vagina hasta poner roja mi hendidura.

Mis rodillas temblaron, mis pezones punzaron, el éxtasis en mi garganta salió de mi boca a borbotones cuando la abrí y grité hasta quedarme afónica. Sentí la tensión en mi vientre más y más fuerte, y yo recé para venirme de una buena vez y dejar de sufrir este martirio que dolía más que cuando me cogía con rudeza.

—¡Ay, ay, ay!

Solté grosería tras grosería entre alaridos y aullidos de dolor hasta que me acostumbré al tormento que su mano me ocasionó. El sudor me entró en los ojos, pero no me quejé por ello. Mis gritos eran una mezcla entre el placer y el sufrimiento, y odié el deleite que mi cuerpo sintió cuando su mano lastimó y quemó mi sensible vulva hasta que consiguió de mí lo que quiso: orgasmo tras orgasmo entre oleadas deliciosas y de dolor.

—¿Te duele? Porque a mí sí, cada vez que quieres abrir la caja de pandora en nuestro matrimonio.

Mi frente se apoyó en el espejo, y por las bocanadas de aire acompañadas de jadeos, terminó por empañarse.

—Las cosas están bien así, nena. Excelentes. Dejalas de ese modo.

Se detuvo de golpe, así como empezó, y dejó caer su mentón sobre mi hombro, pero no apartó la mano de mi férvida entrepierna, es más, me estaba apretando el coño. Hacía tanto calor y sentí tanta humedad que creí que me desmayaría, pero no pasó, y no porque mi amado esposo me desvistió, llevó en brazos a la tina de hidromasaje de nuestro baño y me metió con delicadeza y rapidez dentro del agua fría para apaciguar mi calentura. Me dolían todos los músculos del cuerpo, pero no protesté.

Estaba muy cansada. Y me dolía a horrores la vagina.

Abrí los ojos, y me encontré con el rostro de mi esposo.

—Lo siento —dijo al cabo de unos segundos, cuando ya me encontraba mejor.

—Está bien.

Su mirada tierna y arrepentida me angustió.

—¿Me odias? —me preguntó.

—No, eso nunca.

—Algún día lo harás. Algún día te vas a arrepentir de lo que hemos construido juntos, de todos los años que has pasado a mi lado, de los besos, el sexo, mis caricias y la manera tan peligrosa en la que te amo.

Me llevé las manos a la cara, sintiéndome una inutil masoquista, y me sumergí bajo las burbujas que relajaron mis músculos adoloridos y sensible hendidura. Emergí con el rostro libre de frustraciones, y lo miré con amor. Mis manos acunaron sus mejillas y lo besé.

—No quiero pelear contigo por ya saber cómo eres, James.

—¿Cuándo supiste que soy un monstruo?

—No eres un monstruo. Eres... diferente. —Buscar la palabra más adecuada para James era el mayor problema.

Refunfuñó, pero al menos no me ignoró.

—Eso no responde a mi pregunta.

Me miró con decisión, como si telepáticamente dijera: «De aquí no te vas hasta que me des una respuesta honesta».

Entonces pensé en una. Busqué y hurgue en nuestro pasado hasta dar con algún recuerdo que me fuera de utilidad.

Di con uno.

10 años atrás...

«No estuvo bien...»

Seguía repitiendo lo mismo en mi cabeza, sentada en nuestra cama, en la habitación que se volvió mi lugar favorito, el sitio que me adaptó y, con el paso de los días, me hizo sentir a salvo.

«No estuvo bien», me recordó mi subconsciente, como si la parte aún sensata de mí quisiera mantenerse firme y no tratar de justificar con buenos momentos la barbarie que mi amado prometido hizo hace unos días, pero que yo me terminé enterando por boca de otros el día de hoy en mi universidad.

«No estuvo bien...»

No estuvo bien que James —hace unos días— interrumpiera una conversación profesional que mantenía con mi profesor de Economía con un abrazo invasivo por detrás que rozara lo empalagoso, que sus labios besaran mi sien mientras se le quedaba viendo con ojos asesinos al pobre señor Dawson (mi profesor), que me soltara un apodo digno entre marido y mujer y luego me besara sin ninguna vergüenza delante de mi maestro.

No estuvo bien que después de eso prácticamente le dijera al señor Dawson que yo era suya, que no nos importaba un pedazo de papel para hacerlo oficial y después le dijera que cualquier asunto que quiera discutir conmigo ahora sería algo que a ambos nos competería.

No estuvo bien que James me arrastrara de allí para encerrarme aquí, que me cogiera como si su perversa mente tratara de recordarme que sólo le pertenezco a él.

No estuvo bien que marcara mi cuerpo de esa manera. Sólo le faltó mearme encima como un perro, tatuarme en la frente su nombre o dejarme un chupetón universal en la mejilla para alejar a media población masculina de mí.

No estuvo bien que el señor Dawson fuera despedido después de ese día.

No estuvo bien que James usara sus influencias para provocar su despido, sólo porque el pobre hombre habló conmigo.

No estuvo bien que James no discutiera o hablara conmigo si algo como eso le molestaba a tal grado de comportarse como un maldito celopata.

No estuvo bien que después de enterarme de lo que hizo, a mis espaldas, no le dijera que sabía lo que había hecho, o le reclamara o hiciera algo al respecto como anular la boda.

Porque cuando salí de la habitación para enfrentarlo: no pude. Me quedé ahí, viéndolo, observando sus manos libres de culpa mientras preparaba con amor y dedicación mi platillo favorito: Lasaña. Y lo hacía en nuestra cocina, el lugar que se volvería oficialmente «nuestro» en unos días, aunque en realidad ya lo fuera.

Miré a mi alrededor, y una ola enorme de confusión y tristeza me invadió. ¿En verdad quería decirle adiós a todo esto? ¿Sobreviviría con el tiempo si rompía con James hoy? ¿Encontraría a alguien más que me hiciera sentir como él: como si yo fuera su paraíso, su pedacito de cielo, su única fantasía?

Pero lo más importante: ¿Me dejaría ir tan fácilmente?

En ese momento James se percató de mi presencia. Dejó lo que estaba haciendo, y sus ojos oscuros se concentraron en mí. Me sonrió con fingida inocencia y un latigazo de suposición sacudió mi cerebro y estremeció mi cuerpo.

«Lo sabe»

—¿Qué?

Él sabía que yo lo había descubierto. Y aun así no lució asustado o preocupado por lo que pudiera decir o hacer a continuación. Estaba tranquilo. Su mirada, su indiferencia y cruel actitud hacia mi comprensión: me acongojó. Por primera vez sentí cómo los vellos de mi nuca se erizaron cerca de James. Fue raro tenerle miedo al hombre que amaba.

«¿Mantendrá esa expresión fría e imperturbable durante nuestra conversación? ¿Será capaz de dejarme ir?».

Negué débilmente con la cabeza e hice un intento de sonrisa.

—Nada —le respondí.

Me tembló hasta la conciencia. Supe que no estaba haciendo las cosas bien.

James se acercó a mí, sonriente, y sus nudillos mimaron con delicadeza mi mejilla. Cerré los ojos, y dos lágrimas traicioneras me delataron. Mi amado prometido se mostró impasible ante mis sollozos, lo que sólo corroboró mi sospecha sobre el despido de mi maestro de Economía.

«Lo sabe»

—Ya, hermosa —me abrazó—. Tranquila, ya pasó —dijo, y besó mi pelo.

No dije nada. Mis manos se movieron por su espalda y se unieron cuando lo rodeé con mis brazos.

—Aún te quieres casar conmigo.

Lloré con fuerza cuando mi cerebro me gritó: «¡Te lo está ordenando, Laurie!».

Y aun así, mi respuesta fue:

—Sí.


—Sabía que lo sabías —dijo cuando terminé de contarle mi versión de los hechos.

Lo miré con una cara de «¿Es en serio?».

—Claro que sí, no soy idiota.

—¿Y por qué no me dijiste nada?

—¿Qué querías que te dijera?

Miró el suelo, avergonzado.

—Cualquier cosa menos que me mandaras a la mierda —admitió con voz bajita.

—Porque te iba a mandar a la mierda, fue por lo que no te dije nada desde un principio.

—No ibas a casarte conmigo. —No lo preguntó, lo afirmó.

Asentí en silencio, no tenía caso negar lo obvio.

—Sí.

—Y aun así aquí estás.

—Sí.

—Te sentiste obligada.

—No —contesté con voz firme.

Levantó los ojos del suelo y me miró con esperanza en sus bellas iris negras.

—¿No?

—No me sentí obligada. Jamás me has obligado a hacer nada que yo no quiera, James.

—Entonces, ¿por qué te casaste conmigo?

«Buena pregunta»

Confieso que estuve muy enojada con James cuando me enteré de lo que hizo. Me entró una rabia en el cuerpo que fue casi imposible de ocultar en su presencia el resto del día. Pero no terminé con él o lo amenacé con abandonarlo si lo volvía a hacer porque... yo no era así. Además, mi tío Dexter me dijo una vez que nunca hay que tomar una decisión cuando estás enojado.

Esa noche medité las decisiones que me condujeron a ese momento, todo lo que había hecho para decir que «sí» a su propuesta y jamás establecer un límite para algunas cosas que hacíamos, y la verdad fue porque ni yo misma quise poner topes o señales de alto o advertencia en nuestra relación desde un principio, porque yo me enamoré de James así: sin condiciones.

—Porque sentí los latidos acelerados de tu corazón mientras me abrazabas como si la vida se te fuera en ello. Me di cuenta que sin importar lo insano y tóxico que seas conmigo, o que yo sea contigo (a veces), tú y yo jamás encontraríamos a alguien más que nos hiciera sentir ni la mitad de lo que los dos creamos cuando estamos juntos. Supe que nadie me amará como lo haces tú. Supe que nadie te amará como lo hago yo. Sólo lo supe, nene. Fue muy obvio. Puede que ante los ojos del resto no seamos el matrimonio perfecto, pero a mí lo que piensen de nosotros me importa una mierda. Yo no me casé contigo para complacerte o para complacer a las revistas de chismes, lo hice porque quise y sigo queriendo estar casada contigo.

Me ahorré un único detalle: esa mañana fingí dormir porque estaba muy a gusto en sus brazos, fue entonces cuando advertí un quejido que penetró mi cuerpo. Era James, y estaba llorando. No me atreví a pronunciar ni pío o a girarme para consolarlo. No pude. Sentí que se avecinaba algo más además de sus sollozos.

Y tenía razón:

—Lo siento. Lo siento. Lo siento mucho, Laurie.

Me besó con sus labios temblorosos y llenos de angustia mientras me abrazaba.

—Te amo. Te amo. Te amo —pronunció con temor, como si estuviera atrapado en un bucle de arrepentimientos—. No me dejes. No me dejes. Odiame, despreciame, rompeme o deja de amarme, pero no te vayas de mi lado. Aquí es a donde perteneces. Sólo somos tú y yo.

Pero..., como no quería más secretos entre nosotros respecto a esta conversación, besé sus suaves labios y dije:

—Aquí es a donde perteneces. Sólo somos tú y yo.

James cerró los ojos y descansó su frente en la mía, sabiendo al fin que yo siempre supe sobre su quiebre emocional aquella mañana.

Creerán que después de habernos confesado como lo hicimos él también me soltaría un discurso bien bonito como el mío, pero no. Porque James no era capaz de expresar sus sentimientos a menos que estuviera asustado o a nada de perder el control.

En su lugar, para llenar el vacío que nuestras palabras dejaron, dijo:

—Ponte un sostén, mi amor.

Salí de la tina, envolví mi cuerpo en una toalla y me dirigí a nuestro armario. Busqué la bendita prenda y me la puse antes de cubrir mi intimidad con una tanga que le combinara al encaje de arriba.

Suspiré. No volví al baño porque James se encontraba en la entrada de nuestro armario, reclinando su espalda en el marco de la puerta, con una sonrisa torcida decorando su boca y los brazos cruzados sobre su pecho.

Me di la vuelta, dejé caer la toalla y me planté delante de él con una sonrisa de complicidad en el rostro mientras me señalaba las tetas.

—¿Estás contento?

—No.

Acortó la distancia que nos separaba, su mano rodeó mi cintura y me pegó a su cuerpo. Me dio un beso que en un principio fue tierno, dulce, pero que después aumentó la temperatura de ambos, hasta que se convirtió en este meteorito que consumió el oxígeno de nuestros cuerpos.

—Ahora sí —me dijo el muy idiota, luciendo satisfecho consigo mismo.



NOTA:

Aquí está. Aquí está. Actualizaré mañana también, promesa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro