Capítulo 15
NILA CLARK
Rompí con Lucas dos meses antes de que el acoso, la mala suerte e invasiones telefónicas empezaran.
No fue una relación tipo: Amor sin Barreras, o, Los Puentes de Madison. No estaba enamorada de él. Teníamos química en la cama; me cogía rico. Pero nunca fue «¡qué bruto, orgullosa intensidad!». La verdad, no.
Lucas me mandó al diablo por Eva Roy dos meses atrás. Mis amigas desmadrosas creían que Lucas me era infiel con Eva desde hacía semanas, cuando las cosas comenzaron a verse rutinarias entre ambos.
Pero no me importaba. Jamás me enamoré de Lucas. Me gustaba, sí que sí, pero no lo amé. Nunca me he enamorado. Y he estado solterita, feliz y sin compromisos.
O eso pensé...
Cometí un error. Dos meses antes de que las cosas terminaran con Lucas, tomé una mala decisión que acabó en desastre.
No los aburriré con los detalles. Para resumir: le debía dinero a un perro que ladraba poco, pero que mordía mucho. Me las ingenié para pagar la mitad de mi deuda vendiendo mis pertenencias; pero cuando me quedé con lo básico, se me agotaron las ideas. Era difícil sostener la mentira.
Mi abuela, Virginia Yang, pese a ser una anciana, tenía un sexto sentido para detectar los problemas. Debí intuir su trampa; no la dejaba acercarse a mi habitación porque sabía que el vacío de mi espacio personal sería el foco de su atención.
Como lo fue la tarde después de regresar de mis clases.
—¿Qué significa esto, Nila? —increpó en medio de mi cuarto—. ¿Y tus cosas?
Antes de que ella me atrapara en mis mentiras, no había considerado revelar mi deuda.
Ni siquiera a mi abuela.
—¡Explicame! —exigió.
No tuve opción. Se lo conté todo.
Cuando le dije hasta el último detalle, su taza humeante resbaló de sus manos. Pedazos blancos del traste dejaron huella en nuestro piso. A la fecha, sigo sin encontrar el mango de la taza. Se la tragó un portal hacia otro universo. Rogaba por encontrar ese objeto perdido; quería escapar a otro mundo.
Por desgracia: mi búsqueda fue en vano.
«¡Sabrá Dios en dónde está la puerta secreta!»
—Mañana vendrás a trabajar conmigo a la casa de la señora Laurie —ordenó mi abuela.
Descubrir mi engaño la volvió fría. Dejó de mirarme. No tenía consideración por mi estado mental.
«Te amo, te hablo, pero no olvidaré esto, el embrollo en el que te metiste», me dijo.
Estaba furiosa, enloquecida, a punto de explotar. Me acordé cuando olvidé mi celular en el auto de camino a la universidad; hacía tanto calor que la batería estalló. Sentí que a Virginia le faltaba poco para alcanzar su nivel.
—Está bien —dije—. ¿Qué dijo el señor Brown?
—Aceptó. Sólo eso debe importarte.
Su intimidación silenciosa, su rabia oculta trás cada plato que secaba con brío después de que yo se lo entregara... Sí, me odiaba.
—Abue...
—No, Nila —me interrumpió, a punto de reventar sus jugos amargos—. No digas nada. Estoy muy triste y muy decepcionada. Yo no te críe de esa manera. A partir de ahora me obedecerás y ahorrarás cada centavo que ganes para pagar tu deuda. ¿Entendiste?
Asentí.
Responder era un riesgo; la voz me abandonó de sopetón. No quería llorar delante de ella. No podía ser débil.
—Iré a dormir. Mañana aprenderás a manejarte dentro de la casa —dictó.
Entendía su enfado. En realidad era miedo, pero disfrazado. La entendía. Pero eso no significaba comprender su distancia cuando deseaba una palabra de aliento.
«Un abrazo basta, ¿saben?»
—¿Abue?
—Buenas noches —se despidió. Se fue sin mirar atrás.
Extrañaba sus besos de buenas noches, y sus abrazos de buenos días. Un frío gélido me invadió cuando me llegó un mensaje de un número desconocido. Me exigía un dinero que no tenía.
«Iba a morir.»
Lo supe en ese momento.
Rezaba para que mi abuela me perdonara antes de que Stuart me degollara.
Nota:
Maratón 2/2.
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