(10 años atrás) ¡Virgen a los cuarenta!
𖤍 Editado 𖤍
(10 años atrás)
¡Virgen a los cuarenta!
LAURIE
«Me negué a huir, aunque eso significaba el fin de mi libertad.»
Laurie.
Apoyé los antebrazos en el barandal de la escalera de incendios, con el rostro serio, observando el vaho escapar de mi boca en un gesto aburrido. Venir a este club nocturno fue un error. Me sentía más cansada que viva rodeada de tanta gente ebria y danzante; no tenía ningún interés por formar parte de sus costumbres universitarias. No como mis amigas. Ellas pertenecían a sitios como estos, donde las copas volaban y los traseros se agitaban. Era como su segundo hogar. «Pero ¿y el mío?» No lo encontraba aún. Mi querido hermano mayor lo dejó clarísimo cuando terminó de gritarme hacía media hora por vía telefónica.
«Suspiré.»
Ian Wilson no era la mejor de las personas. Tampoco el mejor de los hermanos. No éramos la clásica pareja que se peleaba en los asientos traseros del auto cuando niños, sino la que disputaba la cabecera familiar durante las cenas para demostrar su poderío. Para Ian, ser el mejor implicaba que yo fuera inferior. Y si no estaba lo suficientemente rebajada con un mediocre compañero suyo como novio, entonces no era un ser feliz, cosa que preocupaba a mamá y constantemente volvía a su favor como medio de manipulación.
Ian Wilson no era la mejor de las personas, pero, sin duda, sabía cómo jugar sus cartas.
«Suspiré.»
En ese momento, mi olfato detectó un intrusivo aroma, una combinación de humo, colonia y menta. Cerca de mí. La sensación hormigueó en mi espalda y me enderezó en el barandal. Tuve el presentimiento más inquietante ascendiendo por mis piernas, erizando el vello de mis brazos.
—¿Quién está ahí?
Salté por la impresión. Su presencia ardió en mi columna como el golpe de una fusta.
«¿Quién era él?»
Su sombra absorbió mi silueta cuando se situó a mis espaldas.
—¿Te has enamorado alguna vez? —me preguntó con la exhalación de su boca sacudiendo mi médula.
Mi cuello giró para encontrarme con el dueño de tan atrevidas palabras, pero, choqué de cara contra un sólido pecho vestido de traje y corbata. Me aparté un poco y levanté la vista, descubriendo a un hombre con ojos de cazador. Fríos y oscuros. De belleza etérea, pero diabólica. Con la mandíbula tensa y las cejas fruncidas en un dilema; no sabía si acercarse o alejarse, rechazarme o abalanzarse.
La incertidumbre sólo volvió más atractivo el riesgo.
«Ufff...»
Se me olvidó respirar por quince segundos.
Lo miré y me sentí como si me estuvieran besando desesperadamente en una cama, entregada y desnuda, con su cuerpo pegado al mío debajo de las sábanas, abrazados y con los ojos entrecerrados, respirando el mismo aire.
«¡Virgen a los cuarenta!»
De milagro no me desmayé.
«¡No salgas de la línea! ¡No salgas de la línea!»
Tiré a la basura mi subconsciente, le prendí fuego y lo vi arder.
Me picó la curiosidad. El peligro que se teñía en sus ojos era palpable, pero atrayente. Algo enrevesado que podía comerse, pero no en exceso.
Nos quedamos ahí, plantados como árboles, uno frente al otro, con el viento alterando los mechones de mi pelo y cayendo sigilosamente sobre su pecho. Como si lo hubiese invitado a acercarse, acortó la distancia de nuestros pechos y descendió la mirada a mis labios entreabiertos, dispuestos a aceptar la boca de este hombre.
Le sonreí.
—Hola —dije recuperando lo básico de mis modales—. Soy Laurie.
—James. —Me ofreció la mano y se la estreché, encantada.
—¿James a secas?
—Por el momento, sí.
Me reí.
—Mucho gusto.
—El placer es mío.
No me soltó la mano mientras veía mis facciones libres de maquillaje.
—¿Qué edad tienes? —Quiso saber.
Hice una mueca que delató el problema de la ecuación.
—Soy universitaria. Dejémoslo así.
Su expresión permaneció inescrutable.
—¿Primer semestre?
—¿Se nota mucho? —pregunté produciendo un ruidito de inconformidad con los labios.
—Un poco. Aunque en mi opinión te ves más joven. ¿Como de unos 15?
—Sí. Es una herencia familiar quedarse atrás físicamente cuando eres mujer. Los años no pasan para una —dije en un tono resignado, como si la costumbre fuera parte de la charla explicativa.
—Una mujercita —dijo James, sonriendo de lado. Como si esa hubiera sido la deducción a su conjetura.
«Me gustó.»
Detecté un movimiento corporal: me estaba acariciando con la yema de sus dedos el dorso de la mano. Se me cerró la garganta, pero me sentí extasiada. Como nunca antes me han visto: embelesada y confiada. Era un extraño que hasta hace poco hubiera ignorado. Era el momento y el lugar. Una llamarada del destino que no tenía que ser ignorado.
No existió un espacio de nuestros cuerpos que no quisiera ser ocupado por el otro.
—Te tengo un poco de miedo —me confesó susurrando en mi oído.
No le pregunté ¿por qué?
Su otra mano acunó mi mejilla y presioné ligeramente el cachete contra su palma, sintiendo las mismas emociones que antes pensé producto de mi imaginación, como una segunda piel.
Me dejé llevar.
Giré mi cuerpo y quedé frente al barandal. Pegué mi estómago a la barra oxidada y James se colocó detrás de mí, poniendo ambas de sus manos a los costados de mi trémulo cuerpo. Esperé su contacto, mientras, la presión en mi vientre se volvía menos tolerable. No era una niña, no era inexperta. Sabía lo que sucedería si aplicaba la suficiente presión en el bajo vientre.
Sentí su ingle en mi espina. Calor entre mis muslos. Hizo el largo de mi pelo a un lado y besó tiernamente mi nuca.
Detecté la primaria sensación de un cosquilleo en el centro de mi cuerpo. Me olvidé de respirar por la nariz. Sólo necesité la boca. Hasta que el síntoma preparado para azotar mi vagina, se convirtió en otra cosa a medida que sentía su dureza por detrás, apretada en sus pantalones.
Al parecer, no fui la única que se sintió como una colegiala. «¿Por qué no me asusté?». ¡Era un extraño! Me estaba portando de una manera imprudente, como una Laurie que desconocía lo básico de los secuestros o las violaciones.
«¿Qué me estaba pasando?»
Lo que fuera, no podía detenerlo. No quería. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás. James no desaprovechó su oportunidad y escondió la cara en mi cuello, mordisqueando la piel que aceptó su acoso como muestra de redención.
De un movimiento le dio la vuelta a mi cuerpo. Me miró como si yo fuera su oasis en medio del desierto. Me aferré a su saco. Tomó mi nuca y me acercó a su boca. Rocé sus labios con los míos y olfatee su aroma a cigarrillo y menta. No me dio asco.
—¿Quieres huir? —me preguntó con la voz jadeante y excitada.
Me negué.
Apoyó su frente en la mía y una extraña sensación me invadió el pecho. Me aventuré a lo desconocido dando el primer paso: de puntitas alcancé su labio inferior y tiré de él suavemente. Lo miré durante mi atrevimiento, y me sonrió de una manera que hizo latir mi corazón.
—No te dejaré ir —juró entre dientes como una promesa que aumentó su agarre a mis costillas.
Lo leí en sus pupilas: estaba atrapada.
—¿Por qué presiento que sólo me vas a traer problemas? —le pregunté en un murmullo.
—¿Por qué presiento que no sólo serás el objeto de mi deseo? —me respondió.
«¡Ay, madre!»
Ni siquiera estaba segura de cómo interpretar eso, pero al parecer, mi cuerpo sí. Mis rodillas temblaron. Mis pulmones se volvieron gelatina.
Él acercó su boca a mi oído y susurró:
—¿Crees en las profecías, Laurie?
Me alejé un poco de su tibio aliento y lo miré. No supe qué responder.
El hálito de su boca golpeó suavemente mis labios cuando dijo:
—Yo creo en lo que me provoca tu boca, mujercita. Y sé que tú también lo sientes.
No esperamos más. Colisionamos en un beso urgente, devorando los labios del otro. Me demostró cuán dominante podía ser un hombre hambriento. Cuán férvida se podía calentar una espalda cuando las manos correctas la tocaban. Cuán pesados se volvían tus pechos cuando eran aplastados contra el cuerpo de tu cazador.
Me tomó de ambas piernas y me enganchó a sus caderas. Me empotró contra la pared y volvió a besarme, manteniendo fijo mi cuerpo mientras sus manos ascendían en unas lentas caricias por mis muslos hacia donde se asomaban mis nalgas por el corto vestido que traía puesto.
Sus besos se trasladaron de mis labios a mis mejillas, mentón y cuello. Respiré por unos segundos, con los sentimientos transpirando en mi piel. Me picaron los pezones detrás de la tela por el constante ir y venir de su caricia hasta que, finalmente, se coló por debajo de mi vestido, haciéndome estremecer. Se me atascó la respiración en la garganta cuando sus dedos tocaron el algodón de mi ropa interior. Sentí los músculos contraerse entre mis piernas cuando estaba próximo en sobrepasar todas las barreras.
No lo detuve.
Jadee enloquecida como prueba de mi inexperiencia, cuando sus dedos aplicaron una ligera presión en el centro de mi cuerpo. Quise más. No me bastaba con sentir su mano.
Me miró complacido por mi reacción, y volvió frenético el movimiento de su muñeca, empujándome al orgasmo.
—Estás empapada, nena —susurró con brusquedad, alimentado de mi excitación—. Eres suave y te siento tan caliente... ¡Laurie!
«Diossss...»
—Por favor... Por favor... —supliqué con la voz entrecortada, a punto de gritar su nombre.
Jamás había estado con nadie de esta manera. «¿Adónde se fue mi pudor?» Yo no era así: no me enrollaba con el primer tipo que veía en un antro. «¿En quién me había convertido?» Ni siquiera me estaba penetrando, ¿cómo una palma puede causar tanto placer?
—¡Ya, por favor! —grité presa de un pánico repentino por la sola idea de dejarme como una olla a punto de ebullición.
Estaba a nada de despegar la espalda de la pared.
—¿Quieres venirte, nena?
—¡Sí! —«¿Por qué lo preguntaba?»
—¡Hazlo, carajo!
Frotó la zona palpitante de mi cuerpo hasta que liberé el estrés sujeto a mis hombros con el grito orgásmico que saturó mis pulmones de una peligrosa y adictiva asfixia.
Temí desmayarme, pero, por suerte, él estaba fuerte y podía sostenerme.
—Con una mierda... —masculló al sentir la humedad manchar mi ropa interior—. ¡Carajo!
Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarme a llorar. Tenía la cabeza llena de sentimientos a los que no le encontraba ni pies ni cabeza. Acercando mis manos a su cuello, lo rodeé con mis brazos y lo mantuve cerca de mí. Cuerpo a cuerpo, compartiendo su calor corporal con el mío.
—¿Estás bien? —me preguntó en un proferir preocupado, besando un punto sensible detrás de mi oreja.
Me di un momento y esperé. Regresé en mí.
—¿Siempre dices... malas palabras? —conseguí decir, recuperándome poco a poco.
—Sí. —Soltó una ligera carcajada que me hinchó el corazón—. Ya estás mejor.
—¿Me dices tu apellido? —No supe por qué quise saber aquello en ese momento, pero me pareció adecuado dado el resultado de la noche: acorralada por un extraño que vestía traje y corbata, y del que sólo conocía el nombre.
Me alegró que no se bajara los pantalones cuando planté los pies en el suelo. No deseaba ser desvirgada en una escalera de incendios.
Besó mis labios resecos y dijo:
—Ya te acostumbrarás a mí, nena.
No entré en pánico por lo que había dicho. A veces se dicen cosas en el calor del momento, que no significan nada a la mañana siguiente.
—Quiero un trago —manifesté—. Tal vez una copa de vino blanco.
—¿No te gusta el tinto?
—No. Sólo bebo vino blanco.
—Mmm... Me saliste elitista —comentó con cierta sorna, que me hizo gracia.
—Beber vino blanco no te vuelve elitista, campeón.
James levantó el lado izquierdo de su boca para sonreír.
—¿Campeón? —inquirió.
—Sí. —Los nervios me hicieron dudar del siguiente intento de broma—: ¿O prefieres que te llame goleador?
Se me quedó viendo con los ojos brillantes de un humor contagioso e hipnótico, con su mirada profunda y penetrante, que irradiaba sensualidad y misterio.
Supe en ese momento que las cosas no iban a terminar bien.
NOTA:
Sí, sé que quité demasiado diálogo, pero no estaba convencida de añadirlo. Además, siento que entre más texto, menos probabilidades tengo de que alguien siga la historia. Presiento que los estoy aburriendo con los detalles.
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro