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(10 años atrás) Sentencia de muerte [Parte 2]

LAURIE

No lo obedecí.

Pensé: «¡Al diablo con sus estúpidas órdenes! No soy su maldita sumisa».

¿Temí por mi vida?, no. ¿Temí las consecuencias de mi rebeldía?, eso sí.

Ahora era mi esposo. Mi es-po-so. Santa madre del creador, tenía un esposo. Me casó con él sin tener en cuenta mi opinión o mi permiso. «¿Quién se creía?». James era la maldita expresión de: ni corto ni perezoso. Prácticamente me secuestró, me ató a él.

Debí llamar a la policía o a mis padres para informar sobre esto, pero en ambos casos sabía que ninguno de los dos bandos haría nada para detener a James. Mi ex; perdón, mi ahora esposo, era inmoral y posesivo, lo conocía lo suficiente como para saber lo que sucedería si le revelaba a algún pobre inocente mi situación.

Sería inútil resistirse. No me dejaría ir aunque se lo rogara.

Fui a la universidad. Me pasé por mi residencia por un cambio de ropa, estaba harta de lavar siempre la misma blusa, jeans, calcetines y ropa interior en el lavabo del motel. También necesitaba un cambio de suéter. Pronto haría más frío.

El Día de Acción de Gracias estaba a la vuelta de la esquina, después vendría la Navidad, Año Nuevo, y me pregunté si para entonces podría arreglar las cosas con mis padres e ir a casa para las festividades.

Con Ian, las cosas estaban perdidas y sin signos de resucitación. Además, estaba evitando a toda costa la dichosa plática con él acerca de James. Me daba más miedo enfrentarme a mi propio hermano que a James.

Hacía dos semanas que no venía a mi habitación. Por suerte para mí: Susan no estaba. Doble suerte para mí porque ni Holly, Amanda ni Chloe tampoco estaban. No tenía ganas de enfrentarme a ninguna. Tampoco quería hablar con Amanda sobre lo sucedido, no tenía ánimos de contar mi trágica historia de amor sin llorar.

Me duché, arreglé y guardé los libros que iba a necesitar para ponerme al corriente con las clases que falté por mi depresión. Necesitaba regresar a mi antigua rutina de estudios. Faltaba poco para acabar mi primer año en la universidad, no podía rendirme ahora.

Cuando llegué a mi primera materia, los ojos de varios compañeros se posaron sobre mí. Me intimidó ser la atracción del grupo, pero no me dejé acomplejar. Me veían porque sabían que era la novia de James Brown, el empresario más joven en fundar su propio edificio y tener éxito a la primera.

Me apodaron la nueva mascota del magnate James Brown en las páginas amarillas, pero eso no me importaba. Esas revistas nunca me definieron.

Cuando terminé de ir a mis clases, fui a la biblioteca y estudié hasta que me pidieron salir porque ya iban a cerrar.

Me rugieron las tripas mientras caminaba hacia mi habitación. Aunque comí galletitas en mis descansos y a las dos en punto, me agarró un hambre atroz a las ocho.

Ya en la residencia, bañadita y en pijama, ordené por celular una pizza de pepperoni con anchoas que nunca llegó, entonces, pedí una hamburguesa de doble carne que tampoco llegó, pero para cuando pedí que me trajeran algo simple como una malteada de chocolate, de uno de los lugares que jamás me fallaban, supe que algo muy raro estaba pasando. Mejor dicho: algo malo iba a pasar.

Lo curioso era que sólo se me ocurría un nombre para todo esto:

—James...

Justo en ese momento, alguien tocó a mi puerta. Quizá Susan olvidó su llave; o quizá no. Ahora que lo pensaba..., no me encontré a ninguna de mis amigas en todo el día. Miré la hora en mi reloj de pulsera. Fruncí el ceño, algo asustada, ya era tiempo de que llegara a la residencia, era muy noche. ¿En dónde estaba? ¿Será ella?

Pero cuando abrí la puerta, mi celador se encontraba frente a mí.

Lo curioso era que, creí que sí lo tenía cara a cara, arruinaría los esfuerzos que había conseguido de autocontrol contra él.

Suerte que no fue así. Pero eso no significó que doliera menos estar tan cerca, y a la vez tan lejos del hombre que una vez me juró en un susurro jamás lastimarme, nunca abandonarme, y siempre cuidarme, mientras él creía que yo aún dormía encima de su pecho.

James me observó en silencio, quizá estaba evaluando con sus propios ojos a la mujer que ahora era suya, pero que no le pertenecía realmente.

—Hola, nena. —No me sonrió. Bien, me alegró que no hiciera uso de sus encantos para volver a engatusarme.

No le respondí, bajé la cabeza, y miré sus perfectos zapatos negros de hombre poderoso. Un vistazo a sus ojos hubiese sido una sentencia de muerte.

Quise llorar. Por eso no quería verlo, porque su presencia me traería más llanto. Creí haber superado esa fase durante mi recuperación, pero estaba muy equivocada. Es más, ni siquiera estaba segura de que me había recuperado del todo. Rememorar las cosas que dijo mientras golpeaba las paredes con sus puños y lanzaba objetos peligrosos hacia mi cara...

No. Esto era demasiado.

Intenté cerrar la puerta, pero su mano decidida no me permitió esconderme. Aun así, no levanté los ojos del suelo, no quise ver la súplica en sus iris penetrantes.

—No huyas, no de nuevo —me pidió.

Tragué el nudo asfixiante en mi garganta, pero fue mil veces peor, las lágrimas a los costados de mis ojos resbalaron sin aviso.

Harta de sentirme débil, empujé más fuerte la puerta contra la palma de su ruda mano, pero fue como tratar de mover un bloque de cemento.

—Laurie, no hagas esto.

—Vete. Vete, por favor —dije, y no me importó oírme patética.

—No, no me volveré a ir, y tú tampoco vas a huir de mí. Tenemos que hablar.

Mis ojos inyectados en sangre, miraron fijamente el vacío del hombre que aún amaba.

—Yo no quiero hablar contigo.

La hostilidad en mi voz no fue motivo de rendición para él.

—Bien, no hables, sólo escúchame —propuso, y lo pensé—. Por favor, nena. Cinco minutos nada más —negoció conmigo.

Me rendí, además, el estómago me rugía a morir. Tener hambre sólo aumentaba mi ira y desesperación, y si añadía a James a la ecuación sólo conseguiría un maremoto de improperios que terminaría con ambos diciéndonos cosas que, en realidad, no sentíamos.

Me alejé de la puerta y le di la espalda. Si quería hablar, yo no era nadie para impedírselo. Escucharlo era otra historia que no planeaba hacer. Aunque ignorarlo sería una tarea difícil, porque su voz era para mí como la melodía hipnotizadora de una flauta para una serpiente venenosa en la India.

Sollocé en silencio mientras él cerraba la puerta. Oí sus pasos acercarse a mí, pero no puse resistencia cuando me dio la vuelta, detalló la congoja en mi rostro, y me abrazó con una fuerza inhumana tipo Hulk. Hundió la nariz en mi pelo, y aspiró el aroma de mis raíces como si fuera un jardín delicioso de flores silvestres.

Volví a sentirme en casa, amada, segura, cómoda, feliz, como si todo volviera a estar bien. Su pecho era mi lugar favorito en todo el mundo. Él era mi escondite perfecto. Lo amaba, en ese momento lo supe. Y entendí que sin importar adonde huyera, o, a quien conociera después de él, sabía que nadie podría llenar sus zapatos o igualar sus besos, reemplazar sus abrazos, o saborear mi cuerpo.

James Brown era único.

—Te extrañé, mujercita.

—Entonces, ¿por qué explotaste así? ¿Por qué me gritaste que me fuera?

Respiró como si le costara mantener el orden de sus palabras.

—Perdoname...

—No puedo, ya lo dijiste y el daño ya está hecho.

Me apretó más contra su pecho, tanto, que sentí las costillas clavarse en mis pulmones. Pero no me importó, si iba a morir, ¿qué mejor lugar que en sus brazos y de su propia mano?

«Oh, Dios, ¡qué enferma estoy!»

—James... —Me revolví y quise zafarme, pero no pude.

—No —dijo y negó repetidas veces—. No quiero.

—James, por favor, no puedo respirar... —mentí, y ni así quiso soltarme.

—Es tu culpa. Tú me obligas. Me hiciste incapaz de vivir sin ti. —Se escuchó desesperado, casi afónico.

No supe qué responder. Me planteé en contarle la verdad: que yo tampoco podía vivir sin él, pero lo descarté. No estaba segura si decir la verdad fuera a salvarme de su obsesión.

Probar los placeres del amor sólo me volvió dependiente. ¿Así se siente una adicción?

Justo cuando reuní el valor para hablar, él se me adelantó:

—Te amo.

Dos palabras, cinco letras, y entendí a Blair Waldorf a la perfección.

Perdí.

—Te amo —me repitió—. Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo, te amo... —lo dijo una y otra vez con el mismo tono de desespero que la primera vez.

«Amor...»

¿Me amaba? ¿Me amaba antes o después de su exabrupto en el hotel? ¿Me amaba cuando me gritaba esas cosas tan feas... que me hicieron sentir como una puta mierda? ¿Me amó cuando falsificó mi firma para casarme con él? ¿Me amó y quiso decírmelo la noche en donde todo se fue al diablo, o, cuando supo que me había perdido?

Si no hubiera comprimido mi pecho, puede que le hubiese respondido igual. Porque lo amaba, ¿para qué negar lo irremediable?

Extrañamente, debilitó su amarre. Pude respirar un poco.

—Quiero que seas mía...

Como siempre, elegía los peores momentos para soltar una de las mías:

—Ya lo soy. No tengo elección.

Para mi doble sorpresa: me soltó. Me miró, y yo a él. Tuve un vistazo más exacto de sus ojos negros, pero no encontré rastros del vacío que bien conocía de él. En su lugar, tenía frente a mí a un hombre de ojeras y ojos cansados que lucía afligido y realmente arrepentido.

«¿Será posible que pueda... sentir

Sus palmas trémulas acunaron mis mejillas húmedas por las lágrimas.

—Ése es sólo un mísero pedazo de papel, yo te quiero a ti. Quiero que me elijas a mí.

Sabía que estaba mal plantearme la posibilidad de volver con él, pero..., ¿cómo podía seguir negándome? Y eso que no me había besado aún. ¿Estaba esperando mi permiso? Ese sería un gran avance.

«Está bien. Hablando se resuelven las cosas, ¿no?»

—James, ¿por qué lo hiciste?

Por un instante, vi la vergüenza en sus pupilas cuando bajó los ojos al piso.

—Porque te quiero... Quiero que me quieras. Sé que es mucho pedir, pero te juro que no te arrepentirás. Mejoraré, sé que puedo. Te amo, Laurie Rose Brown.

Sonreí, sintiendo la esperanza florecer entre nosotros.

—Es el siglo XXI, ¿sabes? Las mujeres conservan su apellido.

Juro que su semblante cambió en un dos por tres cuando entendió lo que quise decir.

—Entonces, ¿es un sí? —preguntó feliz—. ¿Volvemos a estar bien? ¿Vas a volver conmigo?

Solté un suspiro aliviado. La tensión y la tristeza desaparecieron por completo.

Tomé sus manos entre las mías y me sentí en mi boda. El ambiente de promesas era el indicado, así que empecé con lo obvio:

—No voy a evitarte, tampoco a ignorar tus llamadas, o a ser una de esas ardidas que te estropean los planes si quieres salir, ¿de acuerdo?

Me sonrió. Volvió a ser mi James. Le siguió el juego a mi locura.

—Y yo prometo no presionarte, respetarte mientras decides qué hacer con lo nuestro, y no volver a dejarte marchar.

Le creí.

—Aún estoy muy enojada contigo —le dije, pero sin crudeza en el paladar—. Me dijiste cosas horribles y te volviste en una persona que desconocí por minutos.

—Lo sé... No lo hago a propósito, es sólo que... a veces no puedo controlarme. Me vuelvo en una persona que odio, y tú eres quien está cerca y yo... Por favor, perdóname. Sé que no deberías, pero te suplico que lo hagas.

Debí haberme alejado o resistirme más cuando sus manos fueron a mi cuello, y lo apretó con una precisión que mandó una ligera punzada de placer a mi centro.

—Si fuera una mejor persona, alguien normal y menos dependiente de la mujer que ama más que a sí mismo, te aseguro que nuestra historia sería diferente; quizá más aburrida, pero menos caótica.

—Pero, ¿en dónde estarías tú? ¿En dónde estaría el hombre del que me enamoré?

La ilusión que vi centellear en sus ojos cuando le dije que era perfecto tal y como es fue: sin palabras.

Sus nudillos acariciaron tiernamente mi mejilla.

—¿Puedo besar a mi novia? —me preguntó, y morí de ternura.

Asentí, contenta con mi decisión.

Nos besamos, nos tocamos, nos desnudamos, nos dejamos caer en mi cama e hicimos el amor una y otra vez, hasta el amanecer. Se sintió diferente, más íntimo y nuevo. ¿Quizá porque ahora era mi esposo? Dios, me asustó ser consciente de eso y aún no estar lo suficientemente enojada con él por ello.

Nos observamos en silencio, pero sin perder la felicidad en la mirada. Otra vez volvía a estar con él.

—Te amo —dijo, y fue igual de especial que hacía unos minutos, cuando lo repitió sin descanso mientras entraba y salía de mí. Siempre serían exclusivos sus «Te amo».

Iba a responder, pero mis tripas eligieron ese momento para rugir con furia. «¡Qué remedio!» Me miró con las cejas levantadas, pero sus ojos no mostraron ninguna expresión, en cambio, mi cara se tiñó de un rubor vergonzoso que me transformó en la definición del color rojo borgoña.

—¿Tiene hambre mi amada esposa?

Gruñí, presa de la pena, y me oculté de sus ojos examinadores pegando la cara a su pecho.

—¿Eso es un sí? —preguntó divertido.

—Es tu culpa. Me robaste la comida —gruñí más.

—¡Mierda, es cierto!

—¿Qué?

—Ordené que lo trajeran todo a mi penthouse.

Levanté la cara de sus pectorales.

—¿Cómo?

—Mi plan era venir aquí, disculparme y decirte que te amaba.

—¿Y luego?

—Como sé que te pones de necia cuando tienes hambre y estás estresada, sabía que no vendrías conmigo por tu voluntad, entonces, planeé que la comida que ordenaste fuera enviada a mi penthouse, te lo diría, después cederías para así poder hablar en mi territorio, y tenía la esperanza de que una vez que tuvieras la barriga llena, tu corazón estaría contento y me perdonaras.

No hice más que soltar una carcajada prolongada y llena de gracia.

—¿Pretendías secuestrarme usando la comida como medio?

—Dijiste que es uno de los placeres que más te gustan de estar viva.

—Voy a añadirte a mi lista de prioridades, nene. Me has resultado muy útil.

—Me ofende que antes de hoy no estuviera en tu dichosa lista de prioridades.

—Cálmate, campeón.

Nos reímos sosegados y al mismo tiempo. Lo besé de nuevo, y hubiéramos llegado más lejos, pero... la puerta se abrió y el umbral fue cruzado por Susan. Tenía el aspecto de haber pasado la noche de fiesta en fiesta, porque lucía hastiada, con los ojos cansados, su pelo estaba alborotado, su maquillaje no tenía remedio, y su ropa apestaba a alcohol y a un humo muy extraño.

¿En dónde había estado? Y... ¿por qué me estaba mirando seriamente, y de brazos cruzados?

—Hola —la saludé cordialmente.

Por desgracia, no recibí el mismo trato de su parte:

—¿Qué hace él aquí?

Su voz atronadora, me arrebató la felicidad de los ojos.

Sujeté la sábana a la altura de mi pecho y me despegué del cuerpo tibio de James, cuyo semblante endureció sus facciones divinas.

—¿Por qué lo traes aquí? Éste no es un putero, Laurie.

—Susan, éste no es... —dije, empezando a levantarme, con James a mis espaldas, pero Susan cortó mi intento de ser amable.

—Ahorratelo, amiga —dijo en un tono despectivo que me provocó náuseas—. No te apareces en dos semanas y tampoco llamas. Creímos que te había pasado algo malo.

No solté la sábana, y James se vistió sin reparo detrás de mí, como si no hubiese escuchado las palabras injustas de Susan. Suerte que mi amor no padecía de pánico escénico, y que yo estaba demasiado ocupada pensando en cómo responder a las intromisiones de mi futura ex amiga, como para que me importase a quién le enseñaba sí o no el paquete mi ahora esposo.

—¿Por qué no me llamaste? —exigió saber Susan, aún de brazos cruzados y con el semblante serio—. Soy tu amiga.

Era la segunda vez que me quedaba en blanco. No entendía su enfado o su preocupación, tampoco era que fuéramos las mejores amigas del mundo o que nos hiciéramos pulseritas de la amistad en nuestros ratos libres. Ya ni Amanda me pedía tantas explicaciones cuando salía por ahí o desaparecía.

Gracias al cielo, tenía a James de sparring porque, de lo contrario, me hubiera quedado con la boca abierta por horas.

—Algo muy malo va a pasar si sigues jodiendo a mi mujer con tus pendejadas.

Okey, su voz fría y asesina puso a temblar mis rodillas de miedo; ¿por qué Susan ni se inmutó?

—¿Tu mujer? —preguntó con sorna. Acto seguido, echó la cabeza hacia atrás y soltó una risa irónica—. No me hagas reír, amigo. Lo único que quieres es embarrarla de la misma mierda con la que de seguro le pegas a cualquier chica en un antro.

La fuerte inhalación que escuché a mis espaldas me puso en modo: «muévete o tu esposo mata a la entrometida».

Me volví hacia James, y apoyé mi palma libre de tensión sobre su pecho hinchado de destrucción masiva.

—Mi amor, tranquilo —musité, y él posó sus ojos gélidos en mí—. Nada va a cambiar, así que déjala hablar —le aclaré. Eso pareció funcionar.

Giré mis talones en dirección a Susan, y mis ojos se encontraron con el desafío en ellos.

Su —la llamé acortando su nombre como primera muestra de cariño—, lamento no haber llamado.

Casi sonrió, triunfal, de no ser porque después agregué:

—Pero eso no te da el derecho de insultar a James como si fuera el villano de la película que tú sola te has montado.

La superioridad en sus ojos desapareció, en cambio, la sustituyó la ira que bien conocía de ella desde que James apareció en mi vida.

—Ya soy una adulta —continué—. No tienes por qué comportarte como lo haces. He dejado más que claro que no me gusta que la gente se meta en mi vida privada. Preocúpate por ti, y déjame en paz con mis decisiones. No le hago daño a nadie eligiendo a James.

—¡Me haces daño a mí! —gritó enfurecida.

—Pero, ¿de qué hablas? —La confusión fue evidente en mi voz.

No me respondió. El silencio perpetuó entre ambas hasta que mi amor dijo en un tono seguro y helado al hablar:

—Te gusta.

Fue más bien un susurro certero que congeló a Susan de pies a cabeza, y a mí me calentó las orejas. No supe quién de las dos lució más sorprendida.

Me giré y miré a mi esposo con una cara de «¿qué diablos dices?», pero la expresión de superioridad en su rostro me dejó en claro que de ésta, Susan no se salvaba de una buena humillación.

—¿Verdad? —le preguntó como si estuviera metiendo el dedo en la herida.

El color abandonó el rostro de mi amiga, sus ojos abiertos e impactados observaron a James como si fuera el mismo Jesús vivito y coleando. ¡Y por si fuera poco!, era la primera vez que no la oía replicar contra la acusación de alguien.

No dijo nada, no le reclamó o se defendió.

«Ay, no»

—Sé que sí —continuó James, sin abandonar su curioso tono de voz titulado: «Lo sé todo sobre todo el mundo»—, pero te agradecería que tuvieras los ovarios para decírselo a mi esposa, en lugar de andar victimizante como una perra patética.

Susan palideció aún más. Su tez pudo haberse comparado con la cal.

—¿«Esposa»? —dijo casi sin aliento, sin poder creérselo.

«Carajo, James»

Ella me miró a la espera de una explicación, una que no le di porque, como bien dije, no era asunto suyo. Ojalá ella lo hubiese entendido a tiempo.

—Sí, ahora es mi esposa —James siguió hablando con orgullo delante de las ilusiones rotas de Susan—. Ella es mía, y yo soy suyo —me abrazó por la cintura y sentí su beso posesivo en mi coronilla—. Oh, vamos, no llores, linda Su, ¿qué esperabas que pasara si cojemos a cada nada? Se veía venir que Laurie y yo nos casaramos, ¿no crees?

No me había dado cuenta de las lágrimas retenidas en los ojos de Susan, hasta que James las señaló con burla en sus palabras.

Pero era así: Susan nos veía como si estuviera a punto de expulsar sus órganos por la boca. El color había vuelto a su cara, pero no del modo más sano o adecuado. Tenía el aspecto de una bombilla a punto de estallar, y la crueldad de James sólo empeoró su estado.

—Celebraremos una boda mágica de cuento de hadas. Deberías venir y comprobar con tus propios ojos como mi hermosa mujercita dice el «sí, acepto» frente a todos.

La respiración de Susan iba en aumento, como si estuviera a punto de sufrir un ataque de pánico, estrés o de nervios. O quizá una combinación extraña de las tres que la hiciera soltar un rugido que ni con campanas podríamos callar.

—Ah, sí, ya sé lo que te estás preguntando —dijo James, ignorando a la bestia de ojos asesinos delante de nosotros—, ¿por qué se queda con él a pesar de que es un cabrón hijo de puta? Bueno, honestamente, ni yo mismo lo sé. Pero eso no me importa, lo único que me interesa es que está aquí, vive junto a mí, y siempre me elegirá a mí incluso por encima de su propia familia —me da un beso en la sien, y finaliza con—: Por eso la amo tanto.

Uno creería que después de todo ese restriego de poder, Susan explotaría como un volcán dejando escapar su lava para arrasar con toda vegetación o animal vivo, pero no... Nada de eso, ni siquiera lloró más o espetó algún comentario hiriente contra James o contra mí.

Fue como si se hubiera tragado toda su furia hasta que sólo quedaron cenizas dentro de las cuencas encabronadas en donde habían antes un par de bonitos ojos café.

Fue el fin de nuestra amistad.

—Te odio —dijo, pero no fue dirigido a mí.

Quise decir algo, pero me fue imposible.

Incapaz de soportarnos más, huyó de la habitación despidiéndose de ambos con un azote a la puerta que me petrificó por segundos. De no haber sido por James, mi trasero hubiera golpeado el piso.

Un momento después, cuando sentí que los latidos de mi corazón al fin se tranquilizaron, James habló con voz suave en mi oído:

—¿Seguimos bien? ¿Estás enojada conmigo?

Suspiré. Giré mi cuerpo pegado al suyo, y lo miré sin enojo alguno.

—Estamos bien. Tranquilo.

—No quise molestarte o presionarte.

—En ningún momento me molestó lo que dijiste. Y no me estás presionando.

Su sonrisa de niño bueno me encantó. Su pulgar acarició mi ceño fruncido y relajó mi tensión.

—¿Tú sabías? —le pregunté—. Me refiero a lo de Susan —me expliqué.

Me miró extrañado.

—¿Tú no?

—No me gusta prejuzgar a las personas. Pero admito que desde hace unos meses lo sospechaba.

—Yo siempre lo he sabido —confesó fanfarrón.

—¿Por qué? ¿La investigaste? —bromeé con él.

—Sí. La investigué a ella, y al resto de tus amigas.

Me reí con la lengua para fuera, y él me observó con las pupilas brillantes de diversión.

—¿Ah, sí? ¿A mí también me investigaste, campeón? —le seguí el juego.

—Así es.

—¿Y qué averiguaste sobre mí?

—Tus secretos más oscuros.

Volví a reírme con ganas, y volvimos a la cama.







NOTA: Oh my god, lamento la demora, pero ahorita me dio tiempo de actualizar. He estado ocupada con la uni.

Trataré de actualizar la próxima semana. Promesa.

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