(10 años atrás) Pérdidas y Ganancias
LAURIE
Metí mis pertenencias en la maleta que utilicé para empacar mi ropa y libros cuando llegué a esta habitación.
El por qué lo estaba haciendo, era la misma razón que me impulsaba a meter mi equipaje sin orden y con apuro dentro de la maleta. Quería irme de aquí, huir, correr a los brazos de James, y quedar atrapada debajo de su cuerpo calentito y libre de tensión. Me urgía estar a su lado, ser su Laurie, su mujercita, su pedacito de cielo como a veces lo oía llamarme en sueños.
«¿Estoy convirtiéndome en una necesitada de atención?»
La verdad era que jamás había querido tener una relación formal tipo novela rosa con ningún hombre. Siempre fui la chica que se cuidaba sola, que estaba sola, que le gustaba estar sola, y que nadie perturbara su paz mental o sus planes personales con cualquier bobada que me implacara más tiempo del necesario.
Pero... ¿Por qué James? ¿Qué tenía él que lo hacía tan especial? La verdad era ésta: ¿quién sabe? Pero, ¿no se suponía que desconocer lo que amaba de James era lo que me mantenía tan cautivada?
¿Qué era el amor, de todas maneras? Nadie lo sabía con certeza. Leía a diferentes autoras de novelas rosas y eróticas escribir acerca del deseo y la obsesión de los hombres hacia las protagonistas fuertes e independientes de mis libros favoritos, pero lo cierto era que en ningún momento me sentí totalmente convencida del amor que se supone que se debe sentir entre líneas o en los diálogos que había entre los personajes principales.
Quizá..., así como en la perfección de un libro bien escrito con palabras únicas, en el amor resultaba igual, porque..., si comparaba una de mis novelas favoritas con otra, sabía que no podría decidir cuál de las dos era mejor, porque ambas tenían lo suyo a pesar de que eran tan diferentes.
James y yo éramos como esos libros que no sabías que necesitabas en tu estantería hasta que ya los encuentras conviviendo en una misma repisa: diferentes, separados, y a la vez, tan complementarios.
Nadie nos entendía aunque lo intentaran.
Estaba segura de que mi madre me diría algo como: «¡Eres demasiado joven, Laurie!», o, «¡Estás siendo una inconsciente!». Creo que por eso no le dije que iba a mudarme con mi novio a las semanas de haberlo conocido. ¡Ah!, y que ya no era mi novio, sino mi esposo. Gracias al cielo convencí a James de que no me comprara una sortija de compromiso o de casada; no quería darle explicaciones a nadie en el campus por mi nuevo accesorio en mi dedo anular izquierdo, o, peor aún, tener que ver una imagen de ese anillo en la portada de una revista cuando mis padres o mi hermano ni siquiera sabían que me había comprometido en primer lugar.
No podía hacerle eso a mi familia, o a mis amigas; bueno, las que aún eran mis amigas. Honestamente, Chloe y Holly nunca me cayeron bien y eran irrelevantes en mi vida. No negaré que me gustaba escucharlas hablar y eran fuentes jugosas de chismes, pero nada más. Amanda fue la única que se quedó conmigo y me apoyó en todo momento, y Susan, bueno, ella... no la había visto en días.
Estaba evitando a mi ex amiga por el modo en cómo terminaron las cosas la última vez que hablamos. Pensé que sería muy incómodo volver a vernos, así que decidí no intentar arreglar las cosas con ella. Tampoco es que me importara demasiado, la verdad. ¿Qué le iba a decir? ¿Por qué debería disculparme, si yo jamás le di ninguna señal o hice algo malo? Además, ella fue hostil conmigo las últimas semanas e incluso perdió la cabeza en cuanto supo que ya no era virgen.
Yo no era la que debería ofrecer una disculpa.
Suspiré, y dejé de pensar en Susan y en sus delirios. Mejor me concentré en sentir la emoción de comenzar una nueva vida al lado del hombre que amaba. Las puntas de mis dedos hirvieron, y mi cuerpo se electrificó de alegría.
«¡Ay, madre! ¿Voy a mudarme con James? ¿Estoy haciendo lo correcto?», pensé.
Lo amaba, lo amaba demasiado. Y sabía que él me amaba. La manera en cómo me veía era sorprendente, le prestaba atención a los detalles de mi vida como a los de mi cuerpo. Me adoraba, veneraba, hasta reverenciaba cuando me complacía con lo que fuera que le pidiera. La conexión que teníamos a veces me asustaba, pero también conseguía que mi corazón saltara.
Sí... Lo amaba.
Y... quizá eso sería suficiente.
Cerré la maleta, y metí todos los libros de la universidad en mi mochila.
No era una mujer de guardarropa en números rojos, o de coleccionar zapatos debajo de su cama. Contaba con unos cuantos jeans, blusas y un par de tenis. Recogí mis cosas del baño y las guardé en mi neceser. Decidí meter mis sábanas en una bolsa negra de basura porque estaban sucias.
Revisé los cajones de mi escritorio uno por uno, cerciorándome de que no me faltara nada por recoger. «Todo en orden». Necesitaba ir a la casa de mis padres por el resto de mis cosas, pero luego resolvería eso.
Honestamente, también estaba evitando a mis padres y hermano. Tenía miedo de que me hicieran elegir entre ellos o James, porque no estaba segura si elegiría a mi familia a pesar de que ellos siempre habían estado para mí en todo momento.
«¿Soy una estúpida o una egoísta?»
¿Quién era? ¿En quién me estaba convirtiendo? ¿Así se sentía el amor? ¿Era esto estar enamorada?
Alguien hizo ruido a mis espaldas. Volteé el cuerpo y miré a la última persona con la que me apetecía hablar sobre mis sentimientos: Susan.
Se veía... bien, incluso más guapa. Habían pasado tres días desde la última vez que nos vimos, ¡y vaya cambio!, en especial el de su cabello, ya no era la chica de pelo moreno que conocí, ahora lo traía pintado de un rojo vivaz como el de Ariel la Sirenita.
—Hola —la saludé por educación.
Ella miró con una cara de amargada la maleta en mi cama, mi escritorio vacío, los ganchos sin ropa de mi lado del armario, y el colchón en donde antes dormía sin sábanas.
Fácil deducción: iba a irme.
Aun así me lo preguntó:
—¿Te vas a ir?
Ignoré su acusación y terminé de empacar.
—Contéstame, Laurie —me ordenó.
Cerré mi mochila y la encaré a una distancia segura.
—Voy a irme a vivir con James —dije sin miedo o arrepentimientos.
Se me quedó viendo con ojos afligidos.
—¿Sigues casada? —me preguntó con una nota de tristeza en la voz que me dio pena.
—Sí.
—No traes anillo.
—No quiero uno por el momento.
Su amago de sonrisa torcida, hirió mi orgullo.
—¿Crees que él va a dejar que andes por ahí sin un anillo en el dedo por mucho tiempo? —me preguntó con ironía, casi riéndose, mientras dejaba su mochila en el suelo, y se sentaba en su cama con las piernas cruzadas en una postura cómoda—. Amiga, sé que te he dicho esto hasta el cansancio, pero, por el bien a tu futuro, te lo diré una vez más. —Su sonrisa condescendiente me molestó, y el que me mirara como si fuera una estúpida, lo empeoró—. Eres una mascota para él. No te ama. No te respeta. Eres una distracción. Una cama más para practicar sus habilidades sexuales, cariño. Sólo está fingiendo porque tu coño le gusta demasiado.
Inhale despacio, y me colgué la mochila en el hombro. Susan no merecía ni que la escuchara o le hiciera caso en primer lugar.
«¡A la mierda con ella!»
Quise ignorarla, pero su hocico de perra no me la puso fácil.
—¿Lo saben tus padres? —volvió a la carga sin abandonar su sonrisa fingida de víbora.
Susan se había convertido en un grano en el culo. Odiaba pensar en ella de ese modo, pero era difícil seguir viéndola como Susan, la chica que me dio la bienvenida, porque ahora se había convertido en una piedra en mi zapato.
—No, no lo saben —sostenía su mirada con una seguridad en mí misma que me impresionó.
—Laurie, ¿qué es esto? Honestamente, dimelo, amiga, ¿qué es esto?
—No te queda la falsa amabilidad, Susan.
—Ni a ti el papel de patética, Lau.
Al parecer, su plan era sacarme de la habitación con una bota imaginaria en la espalda porque... eso fue lo que presentí de su descarada sonrisa y ojos gatunos. «Cobarde». Si tenía algún problema conmigo que me lo dijera en la cara. Pero no podía, y no porque ella sabía, así como todos en la universidad, que yo era la mujer de James Brown, el hombre a quien nadie le decía que no, al que todos temían porque sabían que las traiciones se las cobraba con creces.
El problema no era la muerte, sino la tortura.
Todos sabían lo que él hacía, pero nadie podía comprobarlo.
Además, los cuerpos jamás aparecían y nada lo vinculaba con ninguna víctima.
«Él era intocable»
Todos eran amables conmigo, pero yo sabía que no era por respeto, sino por miedo, y ni siquiera hacia mí, sino gracias a James.
No me daba miedo averiguar lo que sucedería si ahora sabían que él era mi esposo. ¿Para qué? Hasta un niño de ocho años podría saberlo.
—Mis padres sólo necesitan tiempo para aceptar que James es mío, y que jamás se irá.
Soltó una carcajada molesta que mandó su cabeza hacia atrás.
—¿En serio quieres que tu vida sea de esta forma? —preguntó con su sonrisa de superioridad intacta—. ¿Vivirás siempre con el temor de que James e Ian quieran partirse la cara?
—Ian empezó esa pelea —aclaré con voz severa—. Mi propio hermano estaba lastimándome, me dijo cosas horribles y me trató como a una cualquiera sólo porque tuve relaciones sexuales con mi novio. ¿Ya se te olvidaron las marcas que te enseñé en mis muñecas? Eso me lo hizo Ian. James me protegió y trató con tanto amor y gentileza que casi me quiebra el corazón; en un buen sentido, obvio.
Susan bufó.
—No me importa si no me crees. Yo sé lo que pasó, sé que no fui violada y que Ian mintió porque odia a James.
—Ian estaba protegiendo tu honor, Laurie —lo defendió ciegamente—. Reacciona: para James sólo eres su juguete, no eres nadie para él. Te atrapó con el asunto del matrimonio para que estés atada a él. Te quiere cerca para desgastar sus energías contigo. ¡Te trata como a una puta! —gritó con la cara al rojo vivo.
Yo también exploté.
—¡¿Por qué a todos les molesta que tenga sexo con mi novio?! —La verdad, no buscaba una respuesta para semejante pregunta.
—¡Está obsesionado, Lau! ¡No te ama!
—Yo lo elijo a él —dije sin gritar; no había necesidad.
Susan me miró con asco.
—¿Eliges a un imbécil que golpea a tu hermano y le falta al respeto a tu hogar de hace dieciocho años?
La bilis subió por mi garganta a una velocidad peligrosa.
Estaba harta de contar la verdad.
—Lo golpeó porque él me estaba lastimando, ya te lo dije. Me llamó zorra y, además, ni James ni yo le faltamos al respeto a mi casa. Hicimos el amor, yo lo incité y quise que me cogiera. ¿Cuál es el jodido problema cuando hay respeto y fidelidad de por medio?
Ella negó con su cabeza como una maldita idiota.
—Eres demasiado...
—¿Qué? —espeté, interrumpiendo su ignorancia—. Y si dices que soy demasiado joven, te arranco ese cabello pelirrojo con mis propias manos —la amenacé, y no, mi ex amiga no se lo tomó muy bien.
Me miró como si me desconociera, y yo a ella. Susan nunca fue mi amiga, es más, ella jamás me consideró como tal.
—Ahora suenas como él —dijo, levantándose y viniendo hacia mí con los ojos muy abiertos por la ira—. ¿También empezarás a golpear a cualquiera que te diga que no son el uno para el otro? Vas a echar a perder tu vida por un hombre. ¡Reacciona!
Temblé de rabia. Nunca había sentido un odio de esta magnitud por nadie.
Me atacó más:
—Estás decepcionando a tus padres con tus estupideces.
«Golpe bajo»
—Lo que estás haciendo está mal, muy mal. Te vas a arrepentir de esto, Laurie. Ésta no eres tú. Mira nada más en lo que te ha convertido ese hombre tóxico que sólo busca alejarte de tu familia. ¿Es así cómo quieres vivir, Laurie? ¿Esto es lo que realmente quieres, amiga?
Estábamos frente a frente, cara a cara. Por un momento, fue como mirar los ojos del diablo.
—Si mi familia decide alejarse de mí, será porque ellos así lo quisieron, no porque yo los haya dejado de querer. Yo jamás les he rogado que me pongan atención. Tampoco lo he hecho por James, ni por nadie. Soy independiente, aunque no lo parezca, y tengo amor propio. Sólo porque me enamoré de alguien que es cinco años mayor que yo, no me convierte en una puta o en una tonta que sólo piensa con la vagina.
—Te desechará en cuanto dejes de parecerle interesante. —Me barrió de pies a cabeza con sus ojos de hierro, y añadió—: No le falta mucho para descubrir lo aburrida que eres, ¡puta desconsiderada! —berreó.
Una ola roja se apoderó de mi alma.
No respondí con palabras: la abofeteé tan fuerte que gritó por el impacto, y yo igual. Me llevé las manos a la boca, y ella cubrió su mejilla roja con las suyas.
La sorpresa en ambas fue evidente. Yo jamás había golpeado a alguien en mi corta vida, ni siquiera a mi hermano.
«Ay, madre»
«¿Por qué hice eso?», me pregunté cuando entré en razón, y me reprendí de inmediato.
Me apresuré a pedir perdón:
—Lo siento.
Susan me miró con terror mientras sostenía su cachete adolorido.
«¿Yo hice eso?»
—Lo siento, lo siento mucho —dije, y mis ojos se llenaron de lágrimas culpables. Estaba muy arrepentida por mi comportamiento, yo no era una persona violenta—. Perdón, Susan —dije de corazón, pero también lo que agregué—: Fue muy horrible lo que me dijiste, eso no lo justifica, lo sé, pero tampoco iba a seguir permitiendo tus insultos. Lo siento.
Sus ojos fijos y patidifusos me destrozaron.
Tomé mis cosas y me fui sin mirar atrás.
♡♡♡
Lloré mientras conducía hacia el penthouse de James, pero tuve que detenerme para respirar, gritar y seguir con la lloradera antes de continuar.
Jamás había sentido un dolor de este tamaño. Se me hincharon los ojos y hasta creí que perdería uno por la irritación que mis pestañas me provocaron con cada lágrima que dejé ir. Me sentí helada. No podía más. Ni siquiera supe por qué me dolió tanto lo que le hice a Susan, cuando ya antes le había hecho cosas mucho peores y atemorizantes a otras personas, a personas malas, a quienes se lo merecían.
Me detuve otra vez, y llamé a James. ¡Estaba sufriendo un maldito ataque de pánico!
Sonó sólo una vez, y su voz me reconfortó:
—Laurie.
Respiré apresuradamente mientras seguía llorando.
—¿Laurie? —repitió preocupado.
Yo no podía hablar, no podía dejar de llorar, no podía hacer nada. ¡Hasta se me olvidó cómo usar mi voz para pedir algo tan simple como que viniera por mí!
—Laurie, amor, dime en dónde estás —ordenó/pidió/suplicó. Quizá su angustia fue lo que motivó a la mía a salir a la luz.
—No puedo... —mi voz se rompió.
—Nena, ¿qué sucedió? Dimelo —su voz suave estabilizó mis nervios.
—Yo..., la golpeé... Le pegué, James...
Lo oí inhalar, y entonces me ordenó casi en un tono dulce:
—Quédate ahí, voy para allá.
Asentí, a pesar de que él no podía verme.
—Es en serio, Laurie. Haz lo que te pido, nena.
Si no fuera porque me estaba concentrando en normalizar mi respiración, le hubiera puesto los ojos en blanco. Ni siquiera me preocupé por mandarle mi ubicación, o me preocupó el hecho de que llegara casi derrapando sin conocerla. ¿Cómo me encontró? ¡Ja!, era James, él siempre me encontraba. Seguramente rastreó la llamada.
Salió de su vehículo a todo pulmón y se apresuró a ir en mi encuentro. Abrió la puerta de mi lado del conductor, tomó mi rostro empapado entre sus manos, me besó una vez antes de apresarme en sus brazos y apretarme contra su pecho latiendo de alivio y amor.
Todos sus miedo se disiparon, y también los míos.
«¡A la mierda si éramos tóxicos! Este hombre me amaba, y yo a él»
—Mi pedacito de cielo está temblando —musitó.
Fue una magia muy bella la que ocurrió entre los dos. Dejé de llorar, de lamentarme e incluso hasta de suplicar perdón. James lo hizo todo por mí sin decir nada.
—Tú también, mi amor.
—¿Qué sucedió? —pidió saber.
—Golpeé a Susan —confesé—. Es que, no paraba de hablar estupideces y me enfurecí. La abofetee.
Su mano acarició mi cabeza en una constante relajación.
—Chsss... Está bien, bonita. No te preocupes por ella. Yo me encargo de que jamás vuelva a soltar mierda hacia ti.
Quise levantar la cabeza de su pecho, pero él no me lo permitió.
—James...
—Eres mi vida, Laurie. Siempre voy a protegerte —dijo más como un juramento que como una promesa.
No me reprendió o dijo algo que pudiera hacerme sentir peor de lo que ya me sentía, pero, aun así, supe lo que significaba para James decir «Yo me encargo», porque sabía que no eran palabras vacías o algo que pudiera tomar a la ligera.
Estaba consciente de lo que mi amado esposo haría a continuación, y lo que me asustó de verdad fue saber que no haría nada para impedirle hacer lo que mejor se le daba. Bueno, sólo una única petición:
—Que no sufra.
—Chsss... Ya, bonita, ya va a pasar.
Me permitió salir de mi escondite, me miró con una sonrisa cálida que secó mis lágrimas, acunó mi rostro y besó la punta de mi nariz en un gesto cariñoso que me hizo sonreír.
—Eres una mujercita valiente e inteligente.
♡♡♡
No le pregunté aunque quise saber qué fue lo que sucedió con el cuerpo de Susan. James estaba como si nada, y yo igual.
«¿Eso era normal? ¿No se supone que uno debe estar destrozado cuando sabe que es el responsable de una muerte inocente?»
Estaba igual de loquita que él si no sentía un gramo de culpa en el pecho. ¿Verdad? No me alegraba saber que Susan ya no estaba, pero tampoco me carcomía la conciencia.
«¿Yo ya era así antes de conocer a James, o él despertó mi oscuridad?»
Tomados de la mano, nos dirigimos a la casa de mis padres. Quería terminar de recoger mis cosas, y James quiso acompañarme. Además, quería decirles en persona que íbamos a vivir juntos. Gracias al cielo lo convencí de no gritarles en sus caras que ahora éramos marido y mujer, porque si no...
—Estaremos bien, nena.
—Creo que voy a sufrir un ataque de nervios —hablé en serio, estaba temblando como un perro chihuahua.
Hicimos una pausa. James me tranquilizó y me abrazó. Cuando mis signos vitales se estabilizaron, continuamos. Llegamos a la puerta de mi casa, tocó el timbre, y yo me morí internamente cuando mi madre fue la que se presentó en nuestras narices para recibirnos.
«Genial»
—¿Laurie? —le extrañó verme frente a ella.
Miró a James con una serie de emociones mezcladas cuando terminó de analizarme. Por un lado: la sorpresa inicial de verlo conmigo; por el otro: vi el repudio y el odio en sus ojos destellando al rojo vivo.
—Laurie, ¿qué haces con este hombre? —exigió saber sin dejar de mirarlo con saña.
—Mamá...
Su ira fue dirigida hacia James:
—¡Te dije que te alejaras de mi hija!
—¡Mamá, por favor, ya basta! —pedí en un alzamiento de voz—. Queremos hablar con ustedes, por favor. Hagámoslo como los adultos que somos.
Mamá iba a replicar conmigo, pero en ese momento la voz de papá sonó desde el interior de la casa:
—¿Laurie? Cariño, ¿eres tú?
Fue un respiro saber que al menos él sí quería verme con o sin James junto a mí.
—¡Aquí estoy, papi!
Vi su figura al final de las escaleras, y en cuanto me vio, vino hacia nosotros con una sonrisa sincera en sus facciones.
—Cariño, estás aquí. Qué alegría me da verte.
Hizo a mamá a un lado con cuidado, y me abrazó con todo el amor que tenía para ofrecer. James no soltó mi mano en ningún momento, y papá reparó en ello.
—Hija, me da gusto que hayas venido a vernos —dijo, y besó mi coronilla.
Cuando nos separamos, nos invitó a pasar; sí, también a James, quería platicar seriamente con él y conmigo. Mamá se quedó callada ante la orden de su esposo, y nos siguió a los tres hacia el comedor rechinando los dientes y cruzada de brazos.
Ella sabía que esta casa era tan suya como la de mi padre.
Nos sentamos en las sillas del comedor. Mis padres se encontraban de un lado de la mesa, y nosotros del otro. Para mi mala suerte, no había ningún árbitro que pudiera ayudarnos. Para mi buena suerte, mi hermano se encontraba a un vuelo de distancia de los cuatro, y de esta necesaria conversación.
Aún me dolía recordar lo que Ian hizo. ¿Cómo pudo hacerme eso? Encendió la mecha de la discordia en la familia, y nos puso a James y a mí como los villanos de la historia.
«Menudo mentiroso»
Dejé de concentrarme en mi hermano, y mejor me preocupé por lo que sucedía aquí y ahora.
Mi papi me estaba mirando, sonriente, pero sin utilizar los dientes. Se le veía agotado a pesar de que trataba de encubrirlo.
—Me alegra que sigas en la universidad, hija.
Oh, de seguro pensó que, ahora que tenía quien me mantuviera, iba a abandonar la escuela.
No me molesté con él o con mamá por haber pensado en eso. A esas alturas sabía que seguramente fue Ian el que les metió esa idea absurda en las cabezas.
Me aclaré la garganta, y puse la espalda recta como una regla sin bajar la mirada.
Hablé claramente y sin rodeos:
—Quiero terminar mis estudios. Saben muy bien que para mí obtener mi título ha sido mi sueño desde los quince años. Jamás pondría mi carrera en riesgo por nada ni por nadie.
—Yo lo sé, hija —Miró a James, y su sonrisa paternal se desvaneció. Sus ojos se convirtieron en unos prudentes y recelosos, y le preguntó—: ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones con mi Laurie?
Rogué para que James no revelara que ahora era mi esposo.
Afortunadamente no lo hizo:
—Le he pedido que venga a vivir conmigo, y ella aceptó.
Papá asintió, comprensivo, y mamá escandalizó su rostro.
—¡¿Cómo?! —exclamó. Me miró a los ojos, y dijo seriamente—: Laurie Rose Wilson, aún eres demasiado joven para irte a vivir con alguien.
—Robin...
—¡No, Walter! —lo calló, y volvió sus ojos furibundos hacia mí—. Laurie, no puedes hacer esto. Tienes que quedarte en la residencia, ahí podrás concentrarte mejor y terminar tus estudios en paz. ¿No dices que tu único objetivo es conseguir un título universitario? —me recordó—. Quédate en la residencia, por favor, hija, te aseguro que es lo mejor para ti.
—Mamá... —empecé a decir, pero no me dejó terminar.
—¿Qué necesidad tienen de irse a vivir juntos? —nos preguntó a los dos, pero su atención recayó sólo en James—. ¿Por qué no la dejas que experimente adecuadamente sus estudios? ¿Por qué quieres alejarla de nosotros?
Parpadeé con la esperanza de que eso disminuyera mis ganas de llorar. James apretó con cariño mi mano en un gesto de apoyo; eso me tranquilizó y me puso firme de nuevo.
—Ella es mi hija, y no voy a permitir que tú me la arrebates sólo porque eres su primer amor —continuó mamá.
Al parecer, algo en sus palabras hizo que papá se molestara, porque el orden que puso fue contundente:
—¡Robin, basta ya! —alzó la voz—. Nada de lo que digamos hará que Laurie cambie de opinión. Ya conoces a nuestra hija, cuando se le mete una idea en la cabeza no hay quien la pare. Siempre que ha querido algo lo logra. Y lo mismo pasa con él, por eso los dos son el uno para el otro, para mala suerte tuya y mía.
—Walter...
—Déjame terminar. —Levantó la mano en señal de alto, y prosiguió—: La expresión en los ojos de James dice más de lo que debería de ti, hija. Así se miraban mis padres, y así es como miro yo a tu madre. ¿Qué más puede pedir un padre? Y entiendo que unos recién enamorados como ustedes quieran aprovechar cada oportunidad que tengan para... hacer eso —dijo, sonrojado y sin querer entrar en detalles—. Lo entiendo. Ambos lo entendemos, ¿cierto, Robin?
Mamá bajó los ojos, avergonzada, y sin decir nada.
«Oh, oh, creo que alguien tiene unos cuantos secretos», pensé.
—Y entiendo que tomaste una decisión, Laurie. Pero como padre debo preguntarte esto: ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?
La pregunta del millón.
Y el que mamá me pusiera contra la espada y la pared no ayudaba:
—Ten en cuenta que si lo haces, probablemente pierdas a tu hermano.
La palma molesta de papá impactó contra la mesa del comedor sin aviso en un instante. Fue como si hubiese visto una cucaracha y la hubiera matado con su mano, así sin más.
James se tensó a mi derecha, y su agarre en mi mano se volvió protector. Se puso en estado de alerta, y a mí me entró el nervio.
—¡Ya, Robin! Deja de comportarte como una niña berrinchuda. Si Ian quiere perder la relación que tiene con su hermana será decisión suya, no de Laurie.
Mamá se quedó callada, fúrica, y hasta vi su orgullo quebrado.
Papá volvió su atención hacia mí:
—Hija, no te detendré si esto es lo que quieres. Así que te lo preguntaré una vez más: ¿Esto es lo que realmente quieres, Laurie?
Suspiré relajando los hombros, antes de responder con honestidad:
—Sí.
Papá asintió. Mamá lloró y se puso dramática. James me abrazó y me ayudó a recoger el resto de mis cosas en silencio.
Nadie me detuvo, tal y como papá prometió.
♡♡♡
Ian me llamó al día siguiente. No me sorprendió, de hecho, me extrañó que no me llamase al segundo de salir de la casa de nuestros padres. Lo que significó que mamá esperó para decírselo; bueno, eso me alegró. Me brindó algo de paz, por un tiempo. Pero era hora de afrontar la realidad.
James durmió a mi lado cómodamente. Era la primera vez que no lo sentía temblar al dormir. Me pregunté si fue por mi causa o una coincidencia. Una parte muy oscura y casi perturbadora de mí creyó que quizá fue porque había matado recientemente a alguien.
Me alejé de la habitación con el celular vibrando en mi mano, y me senté con las rodillas pegadas al pecho en el sofá.
Inhalé por la nariz, y respondí con voz bajita y miedosa:
—¿Hola?
Mi hermano no tardó en hacerse notar:
—¡¿Qué mierda crees que estás haciendo, Laurie?!
Bueno, que se enojara sin duda estaba en mi lista de «Prepárate para la bronca de tu vida»; por eso no me sorprendió oírle tan iracundo por vía telefónica.
Pero eso no significaba que nuestras constantes batallas no me debilitaran, porque sí lo hacían.
Suspiré, y me llevé los dedos al entrecejo con el propósito de relajar la tensión con un improvisado masaje... que no funcionó.
—Ian, por favor... —le pedí con voz agotada por saltar de discusión en discusión con él. Ya me estaba hartando de excusarme con todos, todo el tiempo.
Amaba a James. Quería estar con él. Quería ser libre junto a él. ¿Por qué mi hermano no podía alegrarse por mí como papá o Dexter o la abuela Sabrina?
—¿Te fuiste a vivir con un hombre que te maltrata físicamente? ¡¿Acaso eres estúpida, Laurie?! —bramó con la voz chillando y ardiendo en su garganta—. ¡¿Tienes un puto problema en la cabeza, niña tonta?! ¡¿No te importa tu futuro?! ¡¿Qué pasó con la independencia soñada que tanto querías?! Laurie, no vas a vivir con él, ¿lo tienes claro, niña? Ahorita mismo te sales de esa casa y vuelves a la residencia en donde perteneces —ordenó/humilló/maltrató. El mandato en su paladar fue casi intimidante, pero no era nada que pudiera atemorizar mis decisiones. A esas alturas, ya estaba más que acostumbrada a la rabia y los coléricos berridos de un hombre.
James me hizo fuerte con sus duras lecciones. Esa era otra de las muchas cosas que amaba de mi marido: su capacidad de convertir en piedra mi corazón.
—¿Ya estás empacando, Laurie? —Su pregunta fue un desafío que no me tomé a la ligera, pero tampoco me dejé espantar.
—No, y no lo voy a hacer —decreté segura de mí misma.
Oí su respiración trémula y el crujir de su mandíbula a través de la línea. Un estremecimiento me recorrió la espina dorsal.
—¿Qué dijiste?
Me lo imaginé como un toro en busca de su captura.
No me detuve:
—James es mío. Yo soy suya. Nos amamos y nadie nos podrá separar por mucho que lo intente —me prometí—. Ian, no quiero pelear más contigo sobre esto. Él me hace feliz, y nadie podrá convencerme de lo contrario. Me pone triste que no estés feliz por mí, y lamento que las cosas hayan ocurrido así, pero no fue algo que planee o quise que sucediera.
Jamás había hablado con tanta seriedad y claramente en mi vida como ahora.
Quizá por eso mi hermano se sintió amenazado.
—Eres una burra, Laurie —bramó.
Suspiré; sabía que se lo iba a tomar mal.
—Ian...
—Te vas a arrepentir —profirió como un juramento, y después colgó.
NOTA: Aquí tienen un poco de drama, jejeje.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro