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(10 años atrás) La familia

LAURIE

A esas alturas, ya me había dado cuenta de que James era un poco... diferente. Mi mayor temor: «¿Qué pasará cuando mi familia lo averigue?». Si los hombres Wilson tienen algo de lo que sentirse orgullosos: su intuición. Si las mujeres Vega tienen algo de lo que sentirse orgullosas: su inteligencia. Combinar esas dos es tener una bomba nuclear. Por eso mis primos y primas eran de temer. Pero Ian era harina de otro costal, él —por desgracia, y también una dicha— tenía a las dos trabajando en sintonía con el resto de sus pensamientos.

Por esa razón, mi hermano era el más peligroso de los Wilson, le tenía miedo porque jamás le he podido ocultar nada por demasiados días.

Cómo no: a las dos semanas de salir con James, se enteró de nuestra relación.

Aún recordaba sus aporreos en la puerta de mi habitación...

Estaba sola en mi cuarto de residencia, estudiando. James y yo nos veríamos esa noche. Aceptó darme la tarde libre para ponerme al corriente con mis clases cuando, de repente, alguien —al otro lado de mi puerta— golpeó con exigencia para dejarlo entrar.

No creí que fuera Susan porque ella tenía su llave, tampoco creí que fuera James porque él jamás se presentaría con esa desesperación en mi habitación.

Pese a todo: jamás me hizo un escándalo en la universidad.

Imaginen mi sorpresa cuando abrí con indecisión, y descubrí el rostro empapado en sudor y apestando a licor de mi hermano mayor.

—¿Ian?

Se veía bastante mal, como si hubiese conducido a lo Flash Gordon por un terreno libre de campos, con las ventanillas abajo porque su cabello estaba en punta y torcido. ¿Bebió? Lo olí de lejos, y desde mi posición me llegó el hedor que su ropa y piel emanaba.

Estaba asqueroso.

—Ian, ¿qué pasa? ¿Por qué estás aquí? —le pregunté, temiendo lo peor. Por un momento creí que a mamá o a papá les había pasado lo inimaginable.

Parecía que un tumulto en su interior estaba a punto de emerger.

—Recoge tus cosas, nos vamos —dijo y, sin invitación, se metió a mi cuarto, buscó mi maleta y empezó a meter sin orden mi ropa y libros. ¡Lucía como un loco!

Aunque me congelé al principio, no me quedé de brazos cruzados. La antigua Laurie lo hubiera hecho, se habría quedado ahí de pie y hubiese aceptado las absurdas órdenes de su hermano por... por... ¡Sabrá Dios por qué!

Pero yo no. Ésta Laurie no. Un mes fuera de casa, y dos semanas libres de mantener las apariencias con James, me ayudaron a encontrar la fuerza para caminar con autoridad y decisión hacia mi hermano, quitar de sus manos mi ropa, tirar mis demás cosas al suelo y, encararlo al fin, después de tantos años siendo una dócil hermanita.

«Esto se acaba aquí», pensé con determinación.

—No —dije, algo a lo que Ian no se esperaba. El muy idiota creyó que lo iba a obedecer como siempre lo hacía.

—¿Cómo dices? —me preguntó como si no me hubiera oído bien la primera vez.

—Ya me oíste, Ian. Dije que no.

Su expresión confusa y un poco consternada, me dio alas para seguir:

—¿Quién crees que eres para venir aquí en ese estado y ordenarme que me vaya del lugar en donde ahora vivo?

—¡Tú vives con nosotros, Laurie!

—¡No, Ian! Ésta es mi casa ahora. Ésta es mi vida ahora. No puedes presentarte aquí cuando se te dé la gana y decirme que ahora no es mi sitio. ¿Sabes lo arduo que he trabajado para llegar aquí? ¿Tienes idea de cuánto he tenido que soportar?

—Oh, por favor. ¡Eres una estúpida! —me gritó viéndome a los ojos.

Lo miré sin intenciones de irme. Mi corazón furibundo latió con fuerza dentro de mi caja torácica. Con los brazos en jarras negué con mi cabeza.

—¿Por qué estás aquí, Ian? ¿Conduciste así? ¿En qué diablos estás pensando? ¡Pudiste haber sufrido un accidente!

Me moriría si a mi hermano le pasara algo malo. Pese a todo: lo quería.

—¿Por qué estoy aquí? —me preguntó con insolencia—. Bien, te lo diré, como el buen hermano que soy le dije a Sebastian que te diera otra oportunidad porque, yo sé, tanto como tú que, él es un buen chico y te hará muy feliz.

Me esforcé en no romper el contacto visual.

—Pero, imagínate mi sorpresa y decepción, cuando el pobre Sebastian viene a tu universidad con un bonito arreglo de rosas para entregarte y... te encuentra de zorra ¡besándote con un hombre mayor que tú! —aulló prácticamente en mi cara.

«Oh, mierda»

Se acabó. James no era más mi secreto. James ahora era asunto de mi hermano, y conociendo lo chismoso que era, no duraría ni una hora sin contarles a mis padres o al resto de mi familia lo que estaba pasando con la ilusa de Laurie Rose Wilson.

Gracias al cielo que la encargada de vigilar el pasillo llegó con su pisapapeles y silbato a mi habitación.

Tocó la puerta antes de anunciarse con su voz:

—Disculpen, ¿tenemos algún problema por aquí?

—¡Sí! —gritó mi hermano, justo cuando yo estaba negando con la cabeza. Entonces, Ian añadió con alaridos—: ¡Pasa que mi hermana está de zorra en la universidad! ¡Eso es lo que pasa!

Si para la vigilante fue una situación incómoda, imagínense cómo debió lucir mi cara.

Por suerte, ella era una experta en su trabajo y supo manejar con una actitud profesional la situación.

—Joven, no sé quién es usted, pero yo soy la encargada de la seguridad de estas chicas, y déjeme decirle que por su tono de voz, postura y estado, no me fío de que esta muchacha se quede sola en su compañía. —Ella me miró y preguntó—: ¿Está bien, señorita?

Asentí.

Mi hermano resopló y, como si yo no estuviera presente, dijo con desdén:

—Pero, claro que está bien. Se está cogiendo a un anciano.

—Ian —dije con la esperanza de detenerlo, pero se fue—. ¡Ian!

Transcurrieron dos horas después de su escándalo en mi habitación. A la tercera, mi madre me llamó, histérica, para exigir que volviera a casa. Obvio: no le hice caso. A pesar de su amenaza respecto a presentarse en mi residencia, si no volvía por mi voluntad a casa, ella no fue la que vino, sino mi padre. Me sorprendió verlo sentado en los escalones que conducían a mi edificio, cuando volvía de mi última clase por el campus.

Lo saludé, y él a mí. Me abrazó, y yo a él. Cuando nos separamos, me sujetó por los hombros e inspeccionó de la cabeza a los pies, quizá porque Ian le había dicho alguna mentira sobre mi aspecto; al parecer, no encontró nada que fuera para ponerse en estado de pánico, y pronunció con voz amable: «Estás preciosa.» Le sonreí de vuelta, dándole las gracias.

Le pregunté por qué estaba aquí, y él me dijo que Ian les contó lo que estaba pasando. Me dijo que consiguió tranquilizar a mamá, que vendría él en su lugar para ver con sus propios ojos cómo me encontraba.

Le agradecí por su intervención.

Me preguntó si estaba saliendo con alguien, y yo le dije que sí.

Me dijo que quería conocerlo, y yo no tuve de otra que aceptar.

♡♡♡

Estaba perdida. Me prohibirían volver a ver a James, si se enteraban sobre su padecimiento. Así como también sabía que James jamás se quedaría de brazos cruzados, si esa opción se presentaba por x o y razón. Peor: si se reunían para conocerlo en uno de sus malos días: era causa perdida. No es que no confiara en James, en que no se comportara o dijera algo inapropiado, sólo era algo que estaba evitando porque quería mantenernos a ambos alejados de la sociedad en la que ninguno de los dos encajaba.

Pero no podía seguir posponiéndolo.

Mi pecho se comprimió por los nervios, la angustia y ansiedad de los escenarios que no podía predecir, por lo tanto, no podía preverlos. Sufrí del síndrome de la pierna inquieta durante el trayecto a casa de mis padres. El ambiente dentro del auto se sintió pesado y hostil. Mi labio inferior estaba súper mordisqueado.

Qué bueno que no me puse brillo labial. Qué bueno que compré las galletas favoritas de mamá. Qué bueno que no era yo quien conducía esa mañana a la casa de mi infancia.

—Tranquila, Kinder. Me van a adorar —me aseguró Don arrogante.

—No como yo —le respondí, presa de un miedo mortal.

Le sonrió al camino.

—Eso es obvio.

Tomó mi mano, besó mis nudillos y entrelazó nuestros dedos.

—No quiero que se asusten por...

—... el tema de mi edad —completó mi pensamiento.

—Sí, y...

—... que estoy loco.

—No te refieras a ti de ese modo. Sabes cuánto lo odio.

—Perdona, pero sabes que es verdad.

—Estás enfermo, eso es todo.

—¿Cuándo les dirás que estoy... insano? —se corrigió.

—Yo... No lo sé.

—¿Te da miedo cómo vayan a reaccionar?

—No conoces a mis padres, o a mi hermano.

—No, por eso estamos haciendo esto, para que los conozca, Kinder.

—Sí... —suspiré—. Tienes razón.

—Siempre, amor mío —dijo, llevándose mis nudillos a sus labios.

—No te pongas en un pedestal, sólo te daré la razón por esta única vez.

Y no, no fue la única vez que le di la razón a mi James Brown.

Llegamos a mi casa, en donde estaban estacionados los autos de mis familiares y hermano.

«Ay, madre mía»

Me mordí las uñas y arruiné mi manicura. Estaba inquieta, nerviosa, y con un dolor agudo a punto de reventar mis intestinos.

—Tranquila, Kinder. Todo va a estar bien —me repitió siendo atento conmigo y mi angustia.

James me repitió que me calmara, o si no podría sufrir un ataque de pánico. Odiaba cuando tenía la razón.

Cuando me tranquilicé, bajamos del auto, se puso sus gafas de sol, alise mi vestido, y juntos caminamos a la casa de mis padres. Busqué su mano, y él tomó mis dedos índice y el de enmedio. Tenía las pulsaciones a tope en mis muñecas y cuello. Me tensé con fuerza, y James me miró. Él era todo seriedad y serenidad, no entendí cómo el invitado de honor podía ser un bloquecito de hielo sin sudor, y yo una gelatina de mal sabor a punto de sufrir un paro respiratorio.

De hecho, sí sabía por qué, pero traté de no pensar en ello ese día. Bastante tenía ya con lidiar con la presión que me hundía.

Me detuve justo cuando James quería tocar el timbre. Mi novio me miró, y yo me sentí como una masa de plástico descompuesta.

—¿Qué pasa? —me preguntó.

Esperó mi respuesta, pacientemente.

—Mañana, vengamos mañana —dije, más nerviosa de lo que me sentía—. El plan era que conocieras a mis padres y hermano, no a toda la familia de una sentada.

—Laurie...

—Por favor, vámonos. Vengamos mañana. Quiero ir al hotel, quiero que estemos juntos, quiero que me hagas el amor y después ordenar montañas de comida. Por favor —lo miré con ojos vidriosos.

James suspiró, se relamió el labio inferior, lo pensó y pensó, pero no aceptó mi propuesta. Hice un puchero, y él me atrajo a su cuerpo, provocando ese dulce calor en mi pecho que conseguía estabilizar mis pesadillas.

«Calor... Adoraba su calor»

Besó mi coronilla, levantó mi mentón, buscó mis ojos y yo los suyos. Bueno, hubiese podido, si sus gafas de sol me lo hubieran permitido.

—¿Confías en mí?

—Claro que sí —no dudé en responder.

—Entonces, no te preocupes. Todo saldrá bien.

Y no, no salió para nada bien. No le tomó tres horas al universo tratar de decirnos que nuestra relación no iba a ser nada fácil.

Recosté mi mentón en su pecho mientras hacía otro puchero. James me miró desde arriba y me dedicó una sonrisa torcida. No pude contener las ganas de ponerme de puntillas y besarlo. Le susurré que me gustaba, y él me repitió que le encantaba.

A pesar de que sabía que estaba enamorada de él, no quería ser la primera en decirlo.

Lo abracé, la ropa empezó a ser un estorbo para nosotros. Ahí en pleno vecindario respetable, quería que me arrancara la ropa, se masturbara delante de mí y se viniera en mis tetas. Perdía todo rastro de sentido consciente o pudor cuando James me ponía las manos encima.

El beso se intensificó y contaba con buenos preliminares para una noche de pasión. «Si tan sólo no estuviéramos en el umbral de la casa de mis padres», pensé, y fue como un baldazo de agua fría. Lástima que no pude detener el beso a tiempo.

¡Tenía que verlo mi madre!

¡Vaya primera impresión de nuestra parte!

La puerta se abrió y reveló el bello rostro de mi madre. Su expresión amorosa y feliz, cambió a una confusa e impactada, cuando sus ojos color avellana capturaron la escena —obvia— delante de ella.

«¡Carajo!»

Me recompuse de inmediato.

—¡Mamá, holis! —la saludé con los nervios a flor de piel.

—¿Cariño? —No pudo formular una oración coherente para romper el hielo.

¡Y para acabarla de amolar!, Ian estaba detrás de Robin Wilson, luciendo su ceño fruncido molesto y serio. «Oh, no.» ¡Presenció mi candente beso con James!

—Cariño, ¿quién es él? —preguntó mamá, recomponiéndose del imprevisto.

—Ah..., yo... —No pude decir nada; me sentí avergonzada.

Mis mejillas estaban hirviendo, pude haber freído huevos con ellas.

Me alegró que James pudiera arreglárselas para decir:

—Buenas tardes, señora Wilson. —Extendió su mano en dirección a mamá, y se presentó—: Soy James Brown, el novio de su hija.

Mamá no tuvo de otra que estrechar su mano.

♡♡♡

Era mi tercera copa de vino blanco en la comida, la bebí con apuro y el corazón latiendo en mi cabeza. Me sentí mareada y rosada por el alcohol en mis venas, pero no quise parar. No podía apartar los ojos de la escena surrealista que James estaba montando con algunos de mis familiares.

En ese punto de la comida, ya sabían que James manejaba un club nocturno, era dueño de la torre Adriel, y contaba con una suma importante de dinero y acciones. Ah, y que iba muy en serio conmigo.

Me tomé mi cuarta copa de vino.

—Disculpa la pregunta personal que te voy a hacer, muchacho —dijo mi tío Dexter, el hermano mayor de mi padre.

—Adelante —accedió mi novio.

—¿Cuántos años tienes?

Bebí más. James respondió sin miedo a su pregunta:

—Veinticinco.

Mamá apartó la mirada, incómoda. Papá se atragantó con su trago. Ian me miró, molesto y decepcionado, texteando con quien sea que se estuviera comunicando.

Tío Dexter fue más discreto con su primera impresión. Le di las gracias por eso.

—Vaya, veinticinco años y ya eres todo un millonario. ¡Qué bien!

—Deberías presentarnos a tus padres, James —habló tía Alex, la hermana menor de mi madre—. Me encantaría conocerlos.

—Muy amable de su parte, señora, pero me temo que eso no será posible.

—¿Por qué? —le preguntó, cortando su carne—. ¿Están de viaje?

—No, están muertos. —Él también cortó su filete.

No supe si fue por causa del alcohol, pero de repente un calor asfixiante empezó a extenderse por toda la mesa y sus presentes.

—Oh, lo siento, James —se disculpó con él, apenada por la noticia.

James sonrió con ligereza, como si le divirtiera recordar que sus padres yacían en tumbas que él nunca iba a visitar. Lo sabía porque me lo confesó.

—Está bien, no eran muy felices que digamos. Se odiaban, se gritaban, se insultaban, fue lo mejor para mi hermana y para mí que se murieran —dijo.

La tía Alex palideció, como su esposo e hijos. Que alguien fuera capaz de hablar de la muerte de sus padres con esa... indiferencia en la voz, no les pareció normal. Se asustaron, pude verlo en sus caras. Incluso mis primas y primos me miraron con caras de «¡¿Qué carajos, Laurie?!».

—¿Cómo murieron? —le preguntó mi hermano.

Me lo quedé viendo con una mirada de reproche.

—Papá enloqueció y se suicidó, y después mamá se mató. —Un silencio sepulcral se instaló en el comedor—. Sólo quedamos mi hermana y yo, pero ella murió cuando dio a luz a Ciro, mi sobrino. Y ahora sólo quedamos los dos.

—Guau, ¿tu hermana también, eh? —intervino mi tía Alex.

—Sí, fue... fatídico —demoró en completar su oración. Quizá porque él sabía tanto como yo que él no se sentía de ese modo cuando pensaba en sus padres.

A James le alegraba que sus padres estuvieran muertos, lo sabía. La única muerte que lamentaba era la de su hermana.

—¿Estás casado? —le preguntó Ian.

Mi padre lo miró con un regaño en el paladar, y yo igual. ¡Trataba de que James se sintiera incómodo!

—No estoy casado.

—Ah... —dijo con fingida inocencia—... ¿Cómo se conocieron?

—En una fiesta —me apresuré a responder. James era como un niño o un borracho: siempre diciendo la verdad.

—¿Qué clase de fiesta?

—Ian, querido —lo interrumpió la abuela Sabrina, la madre de nuestra madre—, deja que el novio de tu hermana disfrute del exquisito platillo de Robin. Está para chuparse los dedos —comentó con entusiasmo.

—Gracias, mamá —dijo su hija, mi madre.

—Oh, pero James. —Mi hermano volvió a la carga. Miró a mi novio, y añadió—: dijiste que sólo eran Ciro y tú.

—Es correcto.

—Pero, ¿y el padre de Ciro? ¿Él no mantiene ningún contacto con su hijo?

Casi me desmayé. Las facciones de James se endurecieron un poco.

—Se fue cuando supo que Alicia estaba embarazada —respondió con calma y seriedad.

Ian no supo qué decir.

—Oh, ¿Alicia era el nombre de tu hermana? —le preguntó mi abuela.

James asintió.

—Oh, era un nombre muy hermoso. Apuesto a que era una jovencita muy bonita.

Mi novio sonrió.

—Sí, lo era.

Me prohibí poner los ojos en blanco. Cerré mi mano en un puño y sentí el vino correr por mis venas, junto con mi furia.

«Maldito James»

♡♡♡

Paré con el vino antes de que se completara la primera hora de la comida. Me estaba mareando un poquito y mis tacones me pesaban al caminar.

Fui al baño y me eché agua en la cara y nuca. Odiaba beber agua del grifo, pero necesitaba ingerir líquidos que no fueran un riesgo para mi cerebro achispado.

«Bien. Todo está bien», me dije.

«Nada malo va a pasar. Nada malo va a pasar»

La verdad es que todo iba a pedir de boca. Pese a ese corto e incómodo silencio sepulcral, mis padres y el resto de mis familiares creían que James era un buen tipo. Mi hermano seguía comportándose como un maldito idiota, pero él ya no me preocupaba. Quizá papá compartió con él algunas palabras para ponerlo en cintura.

Cuando salí, música de violonchelo llegó a mis oídos. Seguí el camino del melancólico sonido, y descubrí a mi abuela Sabrina, al tío Dexter y a su novia Ariel, a la tía Alex y su esposo Christian, junto a sus dos hijos y tres hijas, a mis padres y hermano, observando a James con súbita tristeza en sus rostros, mientras, él seguía tocando el violonchelo en la sala de estar de mis padres.

Su mente estaba centrada en la canción que estaba interpretando. Esa música se me hizo... muy familiar.

Escuché un ahogado sollozo a mi izquierda, era mi abuela. La vi de reojo, secándose las lágrimas con un pañuelo. La escena me puso emotiva, sentí el nudo en mi garganta y la alergia en mi nariz. Miré a los demás, y el llanto seco en las mejillas de mamá, los ojos vidriosos de papá, y las mordidas en los labios de mis primos para contener las inminentes lágrimas... Fue... Fue...

—¿Abue? —logré articular, no queriendo ver más el efecto que la música de James causó en mi familia.

—Oh, amor mío —se giró hacía mí y me miró con emoción—. Era la pieza favorita de Robert, creí que jamás la escucharía de nuevo en su violonchelo.

Robert era mi abuelo, murió hace casi cinco años. Sí, cuando falleció, mi abuela cerró su corazón a la música y no toleraba que las personas hablaran o tocaran su fiel violonchelo. Y ahora estaba aquí, escuchando la pieza favorita de su fallecido esposo, y lo que era más sorprendente aún, permitiendo que alguien ajeno a la familia pusiera sus manos en el viejo Austin —así lo nombró mi abuelo—.

Tragué, y un ligero suspiro escapó de mis labios traicioneros. Estaba temblando, nostálgica, por los años felices que vivimos antes de que su corazón se detuviera al final de una presentación de violonchelo.

«Fue tan hermoso»

Cuando James terminó, mi familia le aplaudió —incluso mi hermano, de mala gana, pero lo hizo—, la abuela fue hacia él y le dio un beso en la mejilla. Hablaron a escondidas de los demás por un tiempo, en el que él asintió a sus palabras, sonrió como un caballero, y al final le devolvió el beso. Los demás se acercaron y lo ovacionaron. Cuando nuestros ojos se encontraron —entre la multitud que había a su alrededor—, di media vuelta, puse mis manos detrás de mi espalda y, en un gesto de dedos sutil, le pedí que se acercara mientras continuaba caminando hacia una habitación de la segunda planta.

Se excusó con mis familiares, me siguió, y ambos nos encerramos en mi antigua habitación.

Apenas cerró la puerta de mi cuarto, me abracé a su cuello y lo besé con desespero. Estaba en un bucle de emociones que martilleaba mi corazón, los sentidos lógicos de en donde nos encontrábamos y quienes estaban en la primera planta esperando por nosotros. Pero ellos no me importaban, no ahora. Amaba a mi familia, pero —qué Dios me perdone— a James lo amaba aún más.

No le permití responderme, me quité el vestido por arriba de la cabeza y quedé en ropa interior de encaje delante de él. Sabía que no existirían los juegos previos al deseo que nos embargaba. Mis padres o hermano nos buscarían, por eso nos apuramos. Me empujó a la cama, me impulsé con mis codos para no terminar del todo echada boca arriba, y lo vi desnudarse frente a mí con apuro. Cuando su bóxer fue hacia abajo, su erección saltó como un resorte y mi vagina se contrajo.

Mis codos se apoyaron en el colchón y le permití contemplarme.

«Chao pudor»

Me quitó los calzones, miró con hambre mi sexo empapado cuando separó mis rodillas, bajó la cabeza y fue directo al grano, lamiendo, chupando y degustando mi hinchado clítoris. Ahogué mis jadeos mordiendo la palma de mi mano.

—Carajo —musité—. Oh, amor... Por Dios...

Mordí mi labio con furia, mis pezones se inflamaron, mis manos fueron a su cabeza y tiré de sus raíces hasta que le oí gemir contra mis labios vaginales. Entró en mí usando su lengua, rozó con sus dientes mi clítoris, y me dio leves golpecitos en mi punto de placer hasta que consiguió mi orgasmo. Jadeé una última vez, él besó mi pelvis bañada en sudor, mi abdomen y el valle de mis senos, hasta alcanzar mis labios entreabiertos por mi corta respiración de recuperación.

—¿Sigues preocupada? —me preguntó.

Negué usando mi cabeza.

—No, y ahora bésame. Quiero tenerte.

Se rió con esa sonrisa que detenía ejércitos, y musitó en mis labios:

—Siempre vas a tenerme, nena mía.

Absorbió mi cuerpo con su sólido tamaño. Me besó con ternura antes de entrar en mí poco a poco, con cuidado, porque sabía que entrar en mí de una vez era una condenación de gritos por mi parte. Aun así, mi espalda se arqueó y mordí su labio inferior sin hacerle daño. James soltó un gruñido de placer, me dejó acostumbrarme a su tamaño, y me pregunté si algún día podré adaptarme a su largo y ancho tronco un día de estos.

—Laurie... —gimió mi nombre—... Laurie...

Solté exhalación tras exhalación, mientras, sus embestidas bamboleaban mis senos de arriba abajo, y mantenían mis pezones en punta. Mis caderas y las suyas se acoplaron a la perfección. Le besé el cuello y mordí su clavícula, me aferré a él y le arañé la espalda. Estaba a punto... Lo quería, lo amaba demasiado como para no querer terminar nunca.

«¡Carajo, estuve a punto de decirle que lo amaba!»

Y entonces... sucedió lo inimaginable.

James se apartó de mí de golpe, dejando expuesto y frío mi cuerpo sudado y aún oliendo a mi amor. Me tomó un momento volver en mis cinco sentidos, darme cuenta del por qué, pero de nada hubiera servido, ya que mi hermano me incorporó a la fuerza de la cama y me encaró con gesto iracundo y la vena en su cuello a nada de reventar.

—¡¿Qué mierda te pasa, Laurie?! —gritó, fuera de sí—. ¡¿Cómo se te ocurre coger en casa de mis padres con este hombre?! ¡¿No tienes respeto por ti o qué carajos te pasa?!

—Ian, yo... —dije, y el rubor ascendió de mi pecho a mis mejillas.

«¡Estás desnuda!», gritó mi subconsciente.

—Ian —le pedí, zarandeándome para que me devolviera mis brazos, pero nada—. ¡Ian!

Quería cubrirme y charlar con él como un adulto, pero el agarre a mis muñecas aumentó y yo hice una mueca de dolor. Le pedí que me soltara, pero él sólo estaba concentrado en dejarme en vergüenza por zorra. Y ese fue el detonante que James necesitó para rugir a sus espaldas:

—¡No la toques!

No sé cómo lo alejó de mí, si lo golpeó o lo empujó, pero sea lo que haya hecho, agradecí que la sangre volviera a fluir por mis muñecas.

James acunó mi rostro con sus manos, y sus ojos preocupados me analizaron con detenimiento. Después, cuando se aseguró de que mi rostro estuviera libre de golpes, sus ojos se concentraron en donde más me dolía. Se me escapó una lágrima cuando tomó con gentileza el área afectada de mi cuerpo, y acarició con sus pulgares mis muñecas enrojecidas hasta que le confesé un débil «me duele». Se me estaban formando unas marcas muy feas en mi piel de leche.

Su mirada se convirtió en una asesina, y en sus ojos negros pude leer un claro y sin vacilación «Voy a matarlo». Y que Ian no lo conociera tanto como yo, por vez primera, me disparó el corazón, porque mi ingenuo hermano no sabía en lo que se estaba metiendo con un sujeto como James Brown. Él no era un simple empresario, ¡él era el jodido diablo! Yo sabía de lo que era capaz, y sí, matar sin dejar rastro estaba en su lista.

Las venas en su cuello casi rompen su piel de lo marcadas que estaban. Giró con una cautela extrema hacia el lugar en donde yacía mi hermano, y sus ojos de fuego por poco incendiaron la alfombra de mi cuarto.

Me asusté mucho, de verdad.

Pero, y de inmediato recordé la promesa que le hice cuando me contó de su enfermedad: nunca darme por vencida.

Tenía que ser fuerte. Tenía tatuadas las letras de nuestro amor en mi nuca. Era irreversible la naturaleza de nuestra relación.

—James —lo llamé, su cuerpo seguía conmigo, pero su mente no, y era eso lo que más me preocupaba—. James, amor. Mi amor, por favor.

Lo supe, supe que lo haría. Porque así era James: si alguien demuestra ser una amenaza para mí lo elimina. No podía permitir que mi hermano sufriera las consecuencias de mis actos. Lo quería a pesar de todo.

—James, mírame —le rogué—. Mírame, James —dije, esta vez, más exigente. Pero ni así me hizo caso. Entonces, se me ocurrió algo, pronuncié las palabras que dolía más pensar que decir porque significaban un final—: James, si no me miras ahora mismo terminamos, ¿me oíste?

Me miró. Fue inmediato. Sus ojos rabiosos en mí me erizaron la piel, pero no le temí. Bien, al menos lo distraje de sus planes. Mi hermano estaba a salvo, o eso creí.

—No. No vas a dejarme —dijo, convencido, y con una pizca de diversión en los ojos.

No discutí más con él. Su arrogancia era una de las muchas cosas que odiaba, pero también que más amaba de James. Claro, si lo llegara a saber sería mi fin. Y no, ése no era el lugar ni el momento adecuado.

Tenía que alejarlo de Ian.

—Sácame de aquí —le pedí.

Me respondió cubriendo mi desnudez con una sábana. Me acercó mi ropa interior, y él se puso su bóxer negro.

En ese momento, mi hermano se levantó del suelo con las aletas nasales agitadas como un toro, temblando de ira, y con los puños apretados a los costados de su pronto cadáver.

«Oh, Dios»

—¡Maldito cabrón! —lo insultó otra vez—. ¿Cómo te atreves a denigrar a mi hermana? ¡Es sólo una niña!

—¡Ian, ya basta! —le supliqué al borde del llanto.

—¡Tiene dieciocho años, imbécil! —Me miró con asco y espetó—: Deberías sentirte avergonzada, Laurie. ¡Mira en lo que te ha convertido este hijo de puta!

—¡Cierra el hocico! —bramó James, furioso.

Ian lo ignoró, y concentró su ira en mí.

—¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Estúpida! —chilló mi hermano—. Te va a preñar como a una vaca y después se irá con una más bonita que tú. ¿Cómo puedes ser tan imbécil, Laurie?

No, me equivoqué, James ahora sí estaba furioso.

Ahí de pie, casi cara a cara con mi hermano, la mandíbula de mi amor se endureció. Una colérica sensación hormigueó mis pies. Era hora de correr.

«¿Ian no puede presentir lo que yo?, ¿no ve la bomba nuclear que hincha el pecho delante de él? ¡Aquí el único estúpido es él!»

—Besa sus pies —masculló James, a punto de perder el control.

—¿Qué? —espetó Ian. Yo también lo miré.

—Besa sus pies y suplica su perdón. Sólo así te dejaré vivir.

Lo amé más que a mí misma desde ese día.

—¿Te has terminado de complacer ya de su coño? —preguntó Ian con ironía, ignorando su advertencia—. Porque si es así entonces, ahí está la puerta, lárgate de mi casa y de la vida de mi hermana. Ahora que la has preparado, puede cogerla quien se le dé la jodida gana. Ya no te necesita.

Ni tiempo le dio a mi hermano de esquivar el golpe que lo tiró al suelo de nuevo. Fue un puñetazo duro y siniestro. Me cubrí la boca, y observé con impotencia la escena que se desarrolló en mis narices. Ian se irguió y regresó el golpe, James lo esquivó —me alegró ver eso, no quería que James saliera herido— y volvió a arremeter contra la cara de Ian no una sino dos, tres, cuatro, cinco veces más. Cada golpe fue más fuerte que el anterior.

Aunque se lo mereciera, no iba a permitir que lo matara con sus propias manos, no valía la pena que mi amor fuera a la cárcel por mi hermano. Con esos trancazos tuvo suficiente.

—¡James, por favor!

Mi voz, en medio del caos, lo detuvo. Fue como si le hubiera puesto pausa a la película en plena acción de espadas entre el protagonista y el antagonista. James lo soltó y dejó que su cabeza impactara contra la alfombra.

Miré a mi hermano, pero mi atención se centró en James cuando vi que sus nudillos estaban sangrando. Uno tenía un pequeño corte, y el otro estaba peor porque su piel se había levantado un poco.

—¡Mi amor, estás herido! —exclamé realmente angustiada, tomando su muñeca.

Mi hermano escupió una mezcla de sangre y saliva mientras seguía revisando la mano de mi James.

—¿Te duele?

—Ya no —dijo, mirando mi ceño fruncido. Su pulgar se deslizó por la arruga entre mis cejas y me sonrió para tranquilizarme.

Lo amé aún más.

Pero entonces, mi hermano tosió y volví el rostro para mirarlo. Estaba casi irreconocible, con la camisa manchada de sangre y el rostro contusionado, rojo y lleno de cortadas.

—¡¿Pero quién eres?! —chilló Ian. Se incorporó con las rodillas temblando—. ¿En quién te has convertido por su culpa? ¡La Laurie que yo conozco jamás permitiría que un imbécil como él me partiera la cara!

—Ian...

—¡¿Quién eres?!

—Ian... —le pedí otra vez.

—Te desconozco, Laurie —dijo antes de salir de mi antiguo cuarto, en donde vivía la antigua Laurie, la hermanita rara y nerd del inigualable Ian Wilson.

«¿Adónde se fue esa chica?»

Quise seguirlo, pero me contuve, sólo llegué a la puerta que aún vibraba por la fresca presencia de mi hermano. Me desmoroné, aferré a la sábana a la altura de mi pecho, y me dejé caer contra la puerta, creyendo que moriría ahí mismo de la vergüenza y la tristeza que me ocasionaron los eventos que se desencadenaron por culpa mía y de mis malditas ganas de tener a James siempre para mí.

No pensé que Ian fuera capaz de manejar una situación tan delicada como ésa de ese modo. Enloqueció y, ni tiempo me dio de explicarme, de decirle que la hermana que él creyó que era no existía más. No pude decirle que ahora soy diferente, que todos evolucionamos y jamás seremos por siempre los niños que juegan con sus carritos o sus princesas.

«Ay, madre, mis padres»

Conociéndolo, no le tomará dos minutos esparcir el chisme al resto de mis familiares. Y esos golpes y sangre en su cara y ropa, Dios... «¿Por qué tuve que hacer esto aquí?».

Lloré en silencio, y James se inclinó y se acercó a mí. «Oh, mi amor.» Su cara tenía un ligero corte en su ceja, y su pómulo estaba rojizo e hinchado. Yo hice eso. Lo herí.

«Está herido por mi culpa», pensé.

—¿Estás bien? ¿Estás bien, amor? —le pregunté, enloqueciendo, como una mujer que acaba de ver a su hombre salir invicto de un campo de batalla. Le toqué el rostro con todo el cuidado del mundo, llorando más. James asintió, y yo volví a llorar—. Perdóname, mi amor. Perdóname. Perdóname por lo que te hizo, mi amor —le supliqué mientras lo abrazaba y escondía mi cara en su pecho.

—No, amor, perdóname tú a mí. No quería asustarte.

—No, sólo querías protegerme. Está bien.

—Perdón por haberte decepcionado.

—No... No digas eso. Tú jamás me decepcionarás a propósito, mi amor. Yo sé eso.

Y aún lo sabía a pesar de los diez años que habían pasado desde ese terrible error que terminó en gritos y discusiones, cuando Ian —como sabía que haría— le fue con el chisme a mis padres y familiares.

Contó su versión de los hechos.

Y según él, James me forzó a tener relaciones sexuales en mi habitación.





NOTA:

Cielos, cielos, cielos... Capítulo largo para que me extrañen y no se olviden de mí.

Ahora sí, último capitulo hasta Año Nuevo. Ojalá lo hayan disfrutado.

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