(10 años atrás) Campo de tiro
LAURIE
«James siempre me protegerá», pensé.
Estaba haciendo esto para que él se quedara tranquilo cuando no pudiera estar conmigo. Obviamente sabía que no podía pegarme a su espalda como garrapata en un acto desesperado y obsesivo de amor. Además, jamás había deseado depender de él al cien por ciento; eso me haría una mujer infeliz. Amaba a James, pero no quería dedicar mi vida a él solamente; yo también me importaba y quería ayudarme a superar mis propios objetivos; de ser posible, a explotarlos hasta llegar a un punto en donde ni yo misma me reconociera como la Laurie que todos conocían en casa.
James siempre dijo que el mejor disfraz era el que todos subestimaban.
—Eres tierna, inocente y hermosa, nena —me dijo—. Úsalo a tu favor, engañalos, conviértete en una maldita desgraciada, nunca te conformes y jamás te detengas.
James no era un ser omnipotente e inmortal. Sabía que no era eterno o inmune a cualquier disparo o herida que pudiera ganarse de sus enemigos. Ninguno de los dos iba a vivir para siempre; tenía en cuenta los riesgos de su estilo de vida, y él sabía que yo no estaba acostumbrada a lidiar con esta manera de vivir porque jamás me imaginé en un escenario semejante.
A pesar de eso, deseaba aprender. Estaba consciente de mi propia naturaleza, de quién era y, la necesidad que habitaba en mí y no conseguía callar a menos que tuviera el control en mis manos.
Quería hacer esto. Amaba el poder casi tanto como amaba a James.
Mi esposo condujo en silencio la mayor parte del camino. Abrí la puerta del lado del copiloto, bajé, y una brisa semi fría despeinó mis flequillos castaños.
Nos encontrábamos en un campo de tiro privado. James me trajo aquí como un adelanto de regalo de cumpleaños. En dos semanas cumpliría diecinueve años, estaba casada, y la universidad me tenía con la presión hasta en las nubes pero, y a pesar de las adversidades, me gustaba mi estilo de vida.
Todo junto a James resultaba gratificante.
Con los brazos en jarras, miré a mi alrededor y descubrí a la distancia y acomodados en fila a los famosos blanco de tiro que, hasta esta mañana, creí que vería sólo en películas de acción o en programas policiales.
Vestida con mi chamarra de mezclilla y botas sin tacón color negro, me sentí como una novata militar que tiene muchas ganas de aprender sobre armas de fuego y munición en un comando antes de ir a la guerra para proteger a los suyos.
En pocas palabras, me sentí Emma James, caray.
—¿Éste lugar es tuyo, campeón?
—Sí. Lo compré cuando cumplí veintiún años. Fue un regalo de mí, para mí.
A pesar de que lo dijo sin pizca de pena en el paladar, no pude evitar sentir cierto aire de tristeza ondeando a su alrededor como moscas a los mariscos.
Se aproximó a mí y su brazo rodeó mis hombros, obviamente, sin sentir las mismas emociones que yo tenía atascadas en la garganta. Besó mi sien con amor, como si nada pasara porque, dentro de su cabeza, así eran como las cosas funcionaban.
Ignoré el sentimiento que me embargó, y caminé a su ritmo por el césped cuidado del campo de tiro y el fresco rocío a nuestros pies. James no podía sentir lo mismo que yo aunque lo intentara. Admiraba su actuación por fingir que sí la mayor parte del tiempo, pero nunca lo imitaba. Una vez me dijo que jamás viviera complaciendo su oscuridad, y le juré que no lo haría o intentaría hacerlo.
Él me creyó. Bueno, quizá sí. Pero si no... Bueno, como diría la canción de Shakira:
Te felicito, qué bien actúas
De eso no me cabe duda
Con tu papel continúa
Te queda bien ese show
Tararee la letra sin vergüenza. Por mí, James podía pensar lo que quisiera.
—Te gusta mucho esa canción, ¿no?
—No puedo evitarlo —me encogí de hombros—, me encanta Shakira.
—Y a mí cuando cantas y bailas la de Waka Waka en nuestra habitación.
—Burlate todo lo que quieras, pero nadie, jamás, superará a esa diosa.
—Conozco a varios que sí.
—Dejame adivinar: todos son hombres, ¿cierto?
—Chelistas reconocidos, sí.
—Pero, ¿hombres al fin y al cabo, no?
—Che...
—Oye —le sonreí, y él a mí—, no me imites.
—Eres mía, me puedo permitir ese privilegio.
Le puse los ojos en blanco, y él me dio una palmada en el trasero.
—No pongas esa cara de obsesa que no me gusta.
—¿Qué cara, amor? —me reí.
—Tú sabes cuál, nena.
Me reí más.
Llegamos a nuestro destino. Él se puso manos a la obra mientras yo me quedaba de pie observando sus movimientos a una distancia en la que no estorbara. Al fin y al cabo, el experto era él, yo no. Si bien yo tenía algunos logros cultivados como el acecho y la investigación, James era el que se manchaba las manos al estilo Chucky o Michael Myers. La única vez que yo herí a alguien usando un objeto filoso fue con Harry Lerman.
Fue un milagro que esa basura sobreviviera. Había pérdido tanta sangre que formó un charco debajo de su cuerpo tembeleque. Incluso el cuchillo resbaló de mi mano; por suerte, no lo olvidé en la escena del crimen.
A pesar de que sabía que había hecho algo malo, no me sentí mal por esa escoria que intentó meterme mano como si hubiese visto una invitación entre mis piernas.
¡Qué ironía! La primera vez que me decidí por usar falda corta, va a un idiota a creerse Juan por su casa con mi cuerpo. Aún siento los malditos escalofríos, y la sensación de impotencia en la boca de mi estómago. Obviamente no podía dejarlo pasar o contarle a alguien lo que me sucedió porque, admitámoslo, sólo iba a convertirme en otro archivo olvidado policial del "amado" sistema en el que vivimos.
«A. La. Mierda»
Tuve suerte de nacer sin escrúpulos, porque si no mi historia hubiese sido muy distinta.
Pero por desgracia, así funcionan las cosas: nos hacen daño, reportamos, marchamos y protestamos, y ni así nos escuchan.
Me negué a ser una víctima.
Así que sí, apuñalé a Harry como a un pobre animal en el matadero. Pensé que si se iba a comportar de ese modo, lo lógico era que recibiera ese trato. ¿No? Digo, las personas dan lo que reciben. ¿Cierto? También debería funcionar a la inversa: recibe lo que das. Y él me hizo sentir tan sucia e impotente que por poco creí que fue mi culpa lo que estuvo a punto de sucederme si no lo hubiera golpeado en los genitales y salir huyendo.
Se metió con la chica equivocada, y lo pagó caro.
A la fecha no he sabido acerca de él.
«Ojalá esté muerto»
De vuelta al presente: James me intimidó con la plática requerida sobre la munición, los tipos de armas de fuego que podía o no usar, y la práctica y constancia acerca del valor ahorrativo de una buena bala.
—No te atrevas a apuntarle a alguien a menos que quieras disparar.
—Entiendo.
—No seas vanidosa, a partir de ahora no es sólo una pantalla.
—Entiendo.
—Se acabaron los juegos, es hora de que aprendas a defenderte como es correcto.
—Entiendo.
Me mostró cuál sería mi arma personal a partir de ese día como quien le regala a su novia su primer oso de felpa de aniversario. Resultó que mi amor pensó que una Glock 17 era mi tipo de pistola. Me pesó al principio, y tembló en mi mano como gelatina en un plato. «Diosss...». Solté un suspiro que no supe de dónde había salido, y James me mostró su apoyo cuando me ayudó a sostener el arma entre mis manos y a extender los brazos para apuntar al primer blanco de toda mi vida.
—Relájate, mujercita —musitó con voz tranquilizadora en mi oído.
Seguí temblando como un cobarde mientras él guiaba mis movimientos sin sufrir las consecuencias de mis trémulos movimientos.
—Despeja tu cabecita de cualquier distracción. No debe haber rastro alguno en tu mente de odio, tristeza o alegría. Recuerda que no lo haces por venganza, maldad o porque quieres hacer de este mundo un lugar mejor eliminando a una escoria que merece morir, no, no lo hagas por eso. Controla tus sentimientos.
Respiré con la vejiga inflada y el corazón martillando en mi garganta. James, en cambio, fue un témpano de hielo que sostuvo sin esfuerzos mi cuerpo espantado por la pistola que tenía entre mis manos y las suyas.
—Lo estás haciendo muy bien. Ahora, no dudes de ti misma y jala el gatillo.
Grité cuando disparé.
Fallé, pero James no mostró ninguna reacción que pudiera darme una idea de lo que estuviera pensando. Yo, en cambio, me sentí condenadamente infeliz. Sabía que mis probabilidades de acertar sin entrenamiento eran nulas, pero, aun así...
—Lo hiciste muy bien, nena —dijo, y me dio un beso en la sien.
Un intento de sonrisa apareció en mi rostro. Realmente quería atinarle al blanco.
Lo intenté dos, tres, cuatro, cinco, seis... ¡ochenta veces más!, pero en ningún disparo estuve cerca de eliminar al blanco en la cabeza o en alguna parte de su silueta.
«Otra vez», me decía, y yo lo hacía.
«Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.» «Otra vez.»
Perdí la cuenta de cuántas veces me lo dijo, pero no de las veces que erré el tiro una y otra y otra vez como una maldita ruleta que nunca cae en el premio que quieres llevarte a casa.
Fallé.
Fallé.
Fallé.
Fallé.
Fallé...
—Cambia esa cara de penosa que me gusta menos que la de obsesa —dijo sin mirarme ni perder la concentración en armar el fusil de francotirador. Me imaginé que él también quería descargar su estrés con unos cuantos disparos.
—¿Cómo? —Me acerqué con el arma en mano; no mucho, obvio.
Aunque ya no trepidaba como antes, siguió pareciéndome un objeto amenazante.
—No sientas pena por ti ni por nadie. Eres una novata, no es sinónimo de inútil.
Sus palabras resonaron en mi cabeza, y me dejó muda por segundos que parecieron horas.
—Lo siento, yo...
—Escúchame —me interrumpió, pero no fue brusco conmigo o grosero, aunque tampoco fue amable o condescendiente en sus palabras, sólo fue... firme. Se levantó y dirigió en mi dirección, me miró con esa expresión imperturbable y prosiguió—: Estás aquí para aprender, no para llorar o a sentirte mal por fallar minuto sí o minuto no durante la práctica. Si no aciertas, está bien. Si aciertas, qué bien. Pero no te sometas a la aflicción por una pérdida. Tú ve a tu ritmo, yo estaré ahí en cada paso del camino.
Le sonreí con la mirada vidriosa, y James acercó sus labios a los míos en un beso casi casto que puso a temblar mis rodillas, y a empuñar la Glock 17 como toda una mujer ruda.
Creo que sintió el sabor salado de mis lágrimas.
—De acuerdo —dije como una promesa que me tomé muy en serio.
No nos detuvimos. Fallé una y otra vez, pero ya no existía el dolor que ascendía por mi espina cuando erraba mis tiros. Le dedicamos tres horas a mi entrenamiento, otras dos para enseñarme un arte de defensa personal llamado Krav magá, y al final venía la hora de descanso, y el resto de la tarde y de la noche nos sentábamos en el césped a estudiar. James me ayudó a pasar mis cuatrimestres con honores.
Los primeros tres días que le siguieron después de ése: acerté. Bueno, algo así, le di un roce al blanco de la silueta una única vez, pero me dio igual, porque ese fue mi primer logro disparando con mi arma y la prueba de que podía hacerlo y mejorar estaba ahí. Me sentí muy feliz.
Dos semanas más tarde, ya lo tenía dominado. Aunque aún no conseguía acertar a la cabeza del blanco, al menos ya ningún tiro salía volando de la silueta.
—Cuando apuntas y disparas te transformas en un cascarón vacío. Una emoción desconocida te corrompe, pero sólo tú decides hasta qué punto —dijo.
Sin darme cuenta, iba escalando los peldaños hacia el éxito.
Cuatro semanas después obtuve resultados satisfactorios: disparé a la cabeza. Mis tiros eran certeros. Ya no existían los temblores, y no dudaba cuando jalaba el gatillo. Recibí felicitaciones y recompensas por parte de mi esposo, el hombre que me enseñó a perder el miedo en mí misma, y que no vacilaba cuando me enseñaba nuevas técnicas acerca del Krav magá. No se contenía y me retaba siempre que podía. Lo derribaba en unas cuantas ocasiones, pero él también me daba lo mío.
Subí de nivel seis meses después. Ahora le disparaba a objetos que se movían de un lado a otro; casi nunca fallé. Mi condición física mejoró e, incluso, mis curvas se acentuaron transformando mi cuerpo en un arma letal que nadie creía que era porque, mi rostro de joyería era un camuflaje de buen ver que todos daban por inocente.
Mi James tenía razón cuando dijo que era mejor ser subestimado que temido o reconocido.
—Perseverancia, ésta es la prueba de que sí funciona —comentó con una sonrisa complacida en el rostro mientras me veía disparar con una mano a los objetos en movimiento.
También aprendí a manejar cuchillos: los lanzaba y hacía girar en el aire hasta que alcanzaban su objetivo. Esa práctica fue más sencilla que las otras. Nunca fallé.
—Eres excelente con ellos.
No permití que sus halagos me distrajeran. Siempre acerté.
¡Cuánta razón tuvo cuando me aconsejó sobre el control de los sentimientos!
Rompí mi propia marca en menos de un año. Me alegré por mí y mis metas alcanzadas con honores. También recibí cumplidos por mis buenas calificaciones en la universidad, y me regocijé sin sentirme la gran cosa por mi éxito.
Me superé como persona, y también como mujer.
Estaba muy orgullosa de mí misma, y James también.
NOTA: Diosss... Las cosas se están poniendo... Uffff...
No lo saben aún, pero pronto, muy pronto, se los prometo.
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