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Lara (Parte I)

Mi vestido rojo siempre está abierto en los costados, dejando en evidencia a mis firmes y tonificados muslos benditos, con los que llamo la atención de cualquier hombre.

Soy Lara, una mujer casada. Conocí a Oscar cuando era muy joven, y formamos una hermosa familia juntos. No puedo tener hijos, así que adoptamos a dos hermosos niños, Facundo y Franco, quienes ya son adultos, se establecieron y dejaron el nido, quedando solos mamá y papá.

Mi esposo siempre trabajó mucho, es abogado, y yo soy contadora.  A pesar de las labores, siempre fuimos muy fogosos. Teníamos sexo en la ducha, en la cocina, living, sofá, en el auto y por supuesto en el dormitorio. Sin embargo, tengo que decir que con el pasar de los años, aquella llama que mantiene la pasión se fue apagando. Recuerdo como si fuera ayer cuando empezó a extinguirse.

Todo comenzó con las caricias en la cocina. Siempre cuando pasaba por mi lado, acariciaba mi espalda, hasta llegar a mi cintura, tomando luego mis nalgas para darles un fuerte apretón, o un audaz y sonoro azote. Aunque, una tarde de otoño, pasó por mi lado y apenas me rosó, como si nada.

La siguiente señal fue en la alcoba. Antes me tomaba como un león, no había día en el que durmiera si mi dosis de huevos, leche y carne. Luego comenzó a ponerme a dieta. Se redujo paulatinamente, de ser diario pasó a dos o tres veces por semana. Aunque me acostara con una fina tanga de encaje y mis privilegiadas tetas al aire, él solo me acariciaba y volteaba a dormirse.

Entonces intenté con lencería, encarnando fantasías muy comunes; como la colegiala, la enfermera, la mucama, caperucita y cualquier tipo de personaje que se te podría llegar a ocurrir. En un principió funcionó, la llama volvió, pero fue sólo una ilusión, así como vemos brillar en el cielo a las estrellas que ya murieron. Si intentaba tocarlo para incentivarlo, simplemente decía: “amor esta noche no estoy de humor”

Hasta que hablé con él, planteándole mis inquietudes, como sentía que ya no éramos los mismos. Aun recuerdo la luz de la lámpara que iluminaban la cama esa noche. Como también las frazadas que nos separaban del crudo invierno que azotaba tras la puerta. Crudo, igual que sus palabras desinteresadas, para él todo estaba bien. Entonces lo supe, la monotonía nos alcanzó.

En este punto me resigné a vivir, corriendo la tristeza de lado para transitar el día a día en automático. Hasta que, una mañana de septiembre, me encontraba sola en la cama, apenas abriendo los ojos, y accidentalmente mi mano rosó mis partes intimas.

Sentí un cosquilleo en ese instante, debía averiguar si era placentero. Entonces mi mano volvió a rozar esa zona, pero esta vez de manera intencional, haciendo que eleve un suspiro en la soledad y el silencio. Así las caricias continuaron, hasta que mis manos cubrieron todo mi cuerpo, estimulándome de manera gloriosa, dándome el fuego que necesitaba.

Estos momentos de satisfacción se volvieron habituales. ¿En qué pensaba mientras lo hacía? En varias cosas, así también comenzaron a surgir en mi mente múltiples fantasías sexuales. Las que anoté en mi diario secreto, y me calentaba de solo pensar en ellas.

Así fue como, en una tarde tomaba café en mi departamento junto a mi hermana menor, Melanie, (ella siempre fue mi confidente). Le conté todo lo que me estaba pasando, incluso mis fantasías, llevando así a la conversación que aun hace eco en mi interior.

—Cúmplelas —dijo con un gesto coqueto.
—Estoy casada —repuse.
—Casada con alguien que ya no te presta atención. Además tus hijos ya son grandes, se fueron del nido, hicieron su vida, como tu ahora debes hacer la tuya.
—Es fácil para ti decirlo, tu relación es abierta.
—Abrir la relación salvó mi matrimonio.
—Mi esposo no tolera esa idea.
—Lo sé, pero creo que deberías pensar en ti misma. La vida es una, podes seguir anotando mil fantasías en este cuaderno, así pasarán los años, y cuando seas anciana las leerás y pensarás “¿qué hubiera pasado si seguía el consejo de la zorra de mi hermana?”

Recuerdo que eché a reír luego de sus palabras. En ese momento, entendí que no eran simples fantasías, se trataban de anhelos. Realmente quería cumplir cada palabra que había escrito en mi libreta, sin escatimar ni una letra, hasta la línea más profunda.

Sabía que las redes sociales eran un buen medio para hacer contacto con otras personas, así que comencé a usarlas. Aprendí el lenguaje que manejan y las decoré con algunas fotos mías, sutiles, sin subir de tono, sólo dejando ver mi figura. Así en pocas semanas llegué a dar con el hombre que cumplió mi primer fantasía, un policía.

Los uniformados son un fetiche muy común. Fui directa, y con pocas palabras coordinamos un encuentro. Le aclaré que buscaba tener relaciones dentro de su patrulla policial, y eso sólo lo encendió más. Llegado el día, estaba muerta de nervios, no sabía que ponerme, desfile frente al espejo con diferentes outfits, hasta que lo resolví. No quería parecer muy atractiva, así que me pareció bien un jean azul ajustado, el que marcaba bien mis caderas, junto con una remera blanca.

Tenía conocimiento de su vida, él también era un hombre casado, estaba de trampa, como dicen ellos. Él se ofreció a pasarme a buscar, le pedí que me esperara a pocas calles de mi departamento. Me armé de valor y lo hice, con el ascensor bajé hasta la planta baja, desde ahí los temblores internos comenzaron. Estaba repleta de nervios, nunca había estado con otro hombre, hasta esa noche mi esposo era el primero y el único.

Respiré profundo antes de salir del edificio. Jalé de la puerta y una brisa primaveral me cubrió con su manto, aliviando mis nervios. Hice que resonara el ruido de mis pasos en la vereda y sonreí al ver a esa patrulla esperando por mi, con el oficial adentro, cuyo nombre recuerdo, ya que lo repetiría durante horas entre jadeos, era Eloy.

Me acerqué, y saludé desde afuera para que abriera la puerta. Me adentré al vehículo, en los asientos de atrás, donde llevan a los aprendidos, quería sentirme así, sometida. Me topé con una pequeña reja que separa a la parte trasera de la delantera, la patrulla era particularmente pequeña, y junto el olor al cuero del asiento, me hizo sentir que estaba realizando algo prohibido, lo que me excitó.

—¿Cómo estás —preguntó, intentando sacar charla.
—Bien. —respondí.

Entonces comenzó a manejar, rumbo a un lugar casi desierto, no intercambiamos más palabras, fuimos directamente a lo que vinimos. Cuando el auto se detiene, las estrellas iluminaban más que los faroles. Bajó del asiento delantero, para caminar dos breves pasos, abrir la puerta y estar junto a mi. Se veía tan varonil envuelto en ese traje, con una sonrisa confiada se aproximó a mis labios, y no lo rechacé, lo tomé en un beso, que empezó lento, y se volvió apasionado.

De pronto tenía a sus manos envolviendo mi cuerpo, me sentí deseada otra vez, olvidando en sus labios el tiempo que pasé sin sentirme así. Luego sus besos bajaron a mi cuello, haciendo que un suspiro abandone mis labios, es uno de mis puntos débiles, y él lo tomó con locura. Mis manos no se quedaron atrás, desabroché su camisa policial para hacer contacto con sus anchos y fornidos pectorales.

Hizo a un lado mi remera, y sentí a sus manos callosas erizando mi piel. Mi sostén también desaparece, y mis tetas quedaron expuestas ante un hombre que no dudó en tomarlas, lamiendo y chupando mis pezones como si fuera a sacarles jugo. Mis manos se enredaron en su pelo, empujándolo hacia mi, bramando jadeos que imploraban que siga. A la vez que su boca se daba gusto, sus manos desabrochaban mi jean.

—Espera —dije en un jadeo—. Usa las esposas, espósame al choche, y haceme tuya de la forma que quieras.

Él sonrío y lo hizo con mucho gusto, era un morboso. Después de esposarme, de deshizo de mis prendas con desesperación, y poniendo a mis piernas sobre sus anchos hombros, lamió mi vagina con intensidad, recorriendo cada centímetro de ella con su húmeda lengua. Tomó mi clítoris y la entrada a su gusto, saboreándome de forma exquisita. Sus manazas masajearon mis senos, haciendo que temblores azoten mis piernas, y aullidos escapen de mi garganta de forma aguda, sacándome los pensamientos de encima a lujuriosos lengüetazos.

Se alejó de mi un momento y bajó su pantalón junto con su bóxer negro, y sacó su miembro duro y firme. Hasta esa noche, nunca había visto otro pene que no sea el de mi esposo, y pensé que no había vergas más grandes que la suya. En ese instante, supe que me equivocaba.

Me la acercó a la boca, para que me deleitara con su sabor, mientras sus enormes dedos invadían mi vagina, sintiendo toda mi humedad. De sólo recordarlo me mojo de nuevo, sus manos eran enormes. Chupé su verga con desesperación, era exquisita. Mis ojos se mantenían fijos sobre los suyos, a la vez que mi boca se esforzaba por tragar entero ese ancho y duro miembro.

Recuerdo que perdí la noción del tiempo gracias al placer. El oficial acabó en mi boca, y lo tragué todo, sin escatimar una sola gota, hasta relamí mis labios pidiéndole más.

—Qué rica es su leche oficial —dije con voz pícara, pasando mi lengua por la punta de su pene.
—Y todavía tengo mucha más —respondió.

Sin pedirme permiso, tomó mis tetas, y se hizo una rusa con ellas, hasta que su pene volvió a estar duro como una piedra. Mi vagina estaba palpitante por tenerlo adentro, le supliqué por eso, necesitaba sentirlo dentro de mi. Él se acomodó entre mis piernas y me complació, al primer contacto sentí que me desgarraba, como si fuera la primera vez, pero no tardé en acostumbrarme a su tamaño. De repente, él se puso brusco y comenzó a darme como cajón que no cierra, bombeando duramente mientras chupaba mis senos.

Me hizo gritar su nombre, y derramar jadeos hasta que mi garganta ardió. Perdí la cuenta de los orgasmos que tuve a causa de sus embestidas y sus húmedos besos, que supieron quemarme la piel.

—Estoy cerca —me dijo.
—Por favor, acaba en mi interior —le imploré, y como un oficial responsable atendió el pedido de una desesperada ciudadana.

Como ya dije, soy estéril, así que la probabilidad de tener hijos es nula, por ende dejé que me llenara con su líquido, recibiendo gustosa su cálido jugo derramándose dentro de mi. Me retorcí del placer y tuve un orgasmo junto a él, pero la aventura no terminaba.

Liberó a mis muñecas de las esposas, entonces mis manos se vieron libres para acariciar su cuerpo. Luego me tomó en sus manos y me puso de perrito, aunque de una forma peculiar y atrevida. Sacó mi cola por la ventana del patrullero, y comenzó a cogerme sin ningún tipo de pudor, por más que cualquiera pudiera vernos.

Grité y gemí hasta volver a quedar sin aliento, aunque él seguía inmutable, solo me penetraba con fuerza y velocidad, como una maquina. Me propinó duras nalgadas con sus enormes manos, las qué disfruté como nunca antes, hasta llegué a olvidar que tengo esposo.

Siguió imparable hasta que volvió a llenarme, y volví a recibirlo gustosa. Con el pecho sobresaltado y el sudor de nuestros cuerpos emanando sexo, volvimos a vestirnos. Él se ofreció a llevarme a casa, pero preferí pedirme un Uber. Tan pronto subí, borré su contacto, no necesitaba volver a verlo, era sólo una fantasía, no busco amantes fijos.

Le había dicho a mi esposo que iba a visitar a mi hermana, al llegar a casa sólo tuve que sostener esa mentira. Esta fue la primer fantasía cumplida, la primera de muchas.

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