Second day
A Jeno realmente no se le venía ninguna respuesta concreta a la cabeza si le preguntaran el por qué amaba tanto los días de lluvia. Quizá era su estado anímico sintiéndose acompañado por el clima o porque esos días nunca le permitían a su padre volver a casa.
¿Pensar así era cruel? Lo más probable, pero no podían culparlo al querer evadir siempre a la persona que no hacía más que dañarlo, bueno, esa palabra le quedaba pequeña a todo lo que soportaba al estar bajo el mismo techo que su padre.
Sentía envidia al mirar a esas familias compartiendo sus paraguas, riendo a pesar del crudo clima que caía sobre la ciudad esa tarde. Era injusto, pensaba Jeno, porque él todavía tenía las ilusiones de creer que sí merecía ese amor familiar que siempre le negaron, ese que después del suicidio de su madre solo perdió mucho más las fuerzas, destrozándose con el primer golpe que llego a su rostro.
Quizá era un imbécil por guardar las esperanzas, después de todo, los días seguían tan apagados como siempre, sin momentos que recordar ni frases que adorar, tampoco amistades con las cuales pasar el rato porque para los demás Lee era el simple chico raro que sufría un problema intrafamiliar.
Comenzaba a encontrarle sentido al pensamiento de que era su problema.
Estaba demasiado concentrado en sus propios asuntos para notar al chico que buscaba refugiarse de la lluvia justo a su lado, tan perdido de su situación que se asustó al escuchar un saludo que llegó sin aviso.
─ Oh, perdón por sorprenderte─ la voz dulce pero masculina lo descolocó por segundos, alejándose por reflejo al no estar acostumbrado a entablar conversaciones con desconocidos, incluso si al principio ese tono se le hizo familiar. ─ Tranquilo, no vengo a robarte si eso piensas.
Muy bien, esa broma, si es que lo era, no le causó ninguna gracia a Jeno.
─ Mierda, lo siento, hace siglos que no hago esto...─ en silencio se dedicó a mirar su expresión arrepentida, asegurándose de que no era peligroso hablar con el sujeto antes de siquiera decir algo.
─ No te preocupes, no te ves como alguien que sería capaz de eso─ la sonrisa aliviada del contrario se mostró ante el pelinegro, revolviendo su estómago cuando repentinamente comparó su rostro con un adorable conejo.
¿Adorable? ¿Conejo? Nunca había pensado así de alguien.
¿Quién era este chico y por qué le hacía pensar esa clase de cosas?
Tal como si pudiera leer su mente, el rubio contestó a su pregunta.
─ Soy... Na Jaemin─ simplemente asintió, pues no era de muchas palabras, menos si se dirigían a alguien que conoció hace unos tres minutos en la parada del autobús.
Después del corto intercambio de palabras, el silencio se hizo presente entre ambos, sin embargo, podía sentir las miradas y risitas que Jaemin al parecer no tenía ganas de disimular, poniéndolo un poco ansioso al no saber el por qué de ello, tanto así que soltó una risa de puros nervios, enrojeciendo por completo cuando el rubio solo lo observó con una mirada que no logró identificar.
¿Era admiración? Imposible, ni siquiera le conocía.
Su mano se encargó de tapar sus labios, avergonzado por mostrarse tan abierto al sonriente chico a su izquierda, el mismo que solo se quedó en su lugar porque sabía que si intentaba algo, el pelinegro se espantaría rápidamente; por lo que decidió con palabras demostrar su amor, apartando la vista para que el pálido no sospechara.
─ ¿Sabes? Deberías reír más, tienes una linda sonrisa─ murmuró, lo suficientemente fuerte para que la lluvia no se llevara su confesión y llegara a los oídos de su amado.
Debe haber sido la sorpresa, pensaba Lee, pues no encontró otro motivo por el cual las risas brotaron naturalmente de su pecho después de escuchar eso.
Jaemin estaba orgulloso de haber dado un gran paso con Jeno.
Incluso sabiendo que no duraría mucho, pues la lluvia estaba dejando de caer fuertemente contra ellos y los recuerdos de lo que aquello sugería bastaban para estremecer nuevamente al dulce chico a su lado.
Su sonrisa rápidamente se apagó y simplemente le miró oscurecer su expresión.
Oh, lo que daría por cambiar las reglas de la vida para poder darle un poquito más de tiempo a Jeno, pero aunque pudiera no cambiaría nada, pues si su maldición estaba en vivir...
¿De qué le serviría tener más de ello?
La magia se apagó cuando el autobús llegó y Jeno se marchó.
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