8
NO LO SÉ
No quiero saberlo
Ni entenderlo.
Solo quiero deshacerme
del fervor de mi mente.
Siguiendo el plan que Félix estructuró, a medianoche del día siguiente desfilo hacia el exterior de mi casa y aguardo envuelta en mi sudadera climatizada de color negro entre el frío otoñal, casi tiritando, hasta que la figura de mi compañero de ilegalidades aparece con una sonrisa gloriosa dibujada en el rostro.
—¿Algún problema? —cuestiono susurrando cuando ya estamos caminando hacia el bosque, alejándonos de la enorme morada en la que mis madres concilian el sueño.
Él hace un gesto negativo con la cabeza.
—Todo bien, tus madres no se han percatado de nada.
—Perfecto —valoro más para mí que para contribuir en la conversación.
Nuestros pies siguen el camino habitual hacia el bosque, aunque, a diferencia de mis caminatas habituales, mi mente está en alerta constantemente y no dejo de mirar hacia el palacio cada cinco metros. Hasta que, al fin, lo perdemos de vista en el último tramo de la carretera abandonada antes de adentrarnos en la densidad de la vegetación oscura y temible.
Enciendo la linterna de mi reloj digital para alumbrar el camino por el que andamos y Félix me imita, prendiendo también el suyo a mi lado. Deambulamos en silencio durante todo el tramo hasta que llegamos a la línea principal del bosque.
Antes de acceder a él, Félix me dirige una mirada de soslayo, gesto al que yo respondo con una mirada directa que le obliga a fijar su vista en mí. Comprobando que tengo toda su atención, asiento para hacerle saber que estoy lista; que seguimos con el plan. Él responde con una pequeña curvatura en sus labios y ambos damos un paso adelante hacia nuestro destino.
En la oscuridad de la noche, el bosque parece más peligroso, sin embargo, lo conozco como la palma de mi mano y me guío tan bien como si fuera de día sin necesidad de un mapa virtual. De vez en cuando oímos sonidos de ramas moviéndose por el viento o vislumbramos destellos fugaces de algunos autoaviones sobrevolando las altas copas de los árboles sobre nuestras cabezas.
Caminamos cerca de veinte minutos más hasta que llegamos al otro lado de la colina, casi al borde del municipio contiguo, arropados por su imponente figura alzada firmemente, dándonos la sensación de estar a salvo, seguros, a causa de que perdemos el rastro de cualquier indicio de la ciudad de Greenhouse.
Conozco un lugar donde hay una explanada repleta de árboles que están tan juntos que forman una cúpula casi impenetrable, por lo que, en caso de que pase algún autoavión, no percibirá la luz que emiten nuestros relojes. Sigo andando con la intención de girar hacia la derecha para dirigirme hacia allí, pero me doy cuenta de que Félix está muy atento mirando hacia todas las direcciones posibles con tal de advertir cualquier señal de peligro, así que tomo su mano y hago que se reincorpore por el sendero que tenemos que seguir.
Aprecio cómo el brillo de sus ojos se dirige hacia nuestras manos unidas brevemente y, tras ese casi inexistente lapso de tiempo, reanudamos la marcha hasta que llegamos a la cúpula de árboles inmensos. Una vez dentro, vuelvo a tirar de la mano de Félix para acceder hasta el centro.
—Creo que estamos más o menos a salvo —profiero por primera vez desde que hemos abandonado el palacio—. Llamémosla ya para acabar con todo esto en cuanto antes.
—Adelante —me anima él— Yo me quedaré aquí, detrás de la pantalla, para que no me vea.
Apago la linterna de mi dispositivo, hecho que nos deja con la única iluminación que proporciona el de Félix, que se encuentra frente a mí, muy quieto y enfocando hacia el suelo.
Accedo al icono de llamadas e introduzco el código que Jen me dejó en la carta: 480192. ¿Cómo olvidarlo? He leído tantas veces ese dichoso texto que esos números se me quedarán grabados en la memoria durante mucho tiempo.
Aguardo pacientemente a que la receptora descuelgue la llamada y miro a Félix con el propósito de tranquilizarme porque soy consciente de en cualquier momento puede aparecer la imagen de una mujer delante de mí. También intento no temblar y mantener firmemente mi brazo a la altura de mi pecho para que la cámara de luz nocturna perciba mi rostro.
No transcurren más de quince segundos hasta que se proyecta un holograma desde el reloj digital en el que hay una mujer pelirroja, pálida y con ojos de color verde en primer plano. Me quedo sin aliento durante unos instantes, aunque me doy cuenta de que mi pecho no deja de subir y bajar.
—Hola, Seven —saluda ella con una voz madura.
—Hola —logro formular de la manera más natural y calmada posible.
—Veo que te has animado a ayudarme —comenta instalando una expresión de superioridad en su pálido rostro—. ¿Estás sola?
Antes de contestar, trato de ejercer el control de mis nervios y no desviar la mirada hacia donde se encuentra Félix, aunque este último esté eclipsado por la imagen luminosa de Jen sobre él.
—Sí —afirmo con seguridad.
Creo que ha sido convincentemente decente.
—Bien —puntualiza Jen tras chasquear la lengua—, perfecto. Supongo que tendrás dudas, ¿no es así? Ahora es el momento de formularlas antes de que nos metamos en el asunto en sí.
—Por supuesto —admito, apoyando mi intervención con un gesto afirmativo con la cabeza—. Aunque lo cierto es que solo tengo una simple duda, dejando de lado lo obvio, naturalmente.
Jen asiente una única vez y me observa expectante e interrogativamente desde el otro lado del holograma.
—¿Cómo puedo confiar en ti? —dejo ir abiertamente.
La reacción de Jen, para mi sorpresa, es muy serena. Sencillamente se limita a suspirar y sonreír, como si lo que acabo de soltar le pareciera un chiste.
—¿Cómo puedo yo confiar en ti? —resuelve inclinando la cabeza hacia un lado.
—Mi familia y yo tenemos las de perder en toda esta cuestión —aclaro como si se tratara de algo evidente—, no quiero arriesgarme a dejarlo todo por un engaño.
—¿Quién te ha dicho que tienes que dejarlo todo? —cuestiona Jen frunciendo el entrecejo.
—No lo sé —digo pausadamente. Estoy empezando a frustrarme—. Precisamente eso es lo que me gustaría saber: ¿qué quieres de mí?
Jen suelta un resoplido y advierto que se muerde el labio inferior antes de intervenir diciendo:
—Te aseguro que no tendrás que renunciar a tu vida entera. Solo deberás aprender a jugar bien tu papel durante unas cuantas semanas, quizá menos, y todo volverá a tu bonita y tranquila normalidad.
Pongo los ojos en blanco y creo que mi rostro adquiere un ademán de irritación.
—¿Qué se supone que quiere decir eso? —pregunto.
¿Esta mujer no puede expresarse con claridad o tiene algún problema? Desconozco por qué habla de una manera tan rebuscada, dando tantas vueltas sobre lo mismo, pero lo único que está haciendo es crisparme.
Entonces caigo en que puede que justamente ese sea su objetivo: impacientarme hasta tal punto en el que salgan todas mis vulnerabilidades para poder manipularme mejor. Eso o estoy juzgándola antes de siquiera conocerla con cierta profundidad, dado que solo he cruzado unas cuantas palabras con ella en menos de cinco minutos.
—Quiere decir que te necesito para una misión —expone con el mismo gesto de superioridad presente en sus facciones.
—Oh, genial —expreso con un ápice de ironía—. ¿Y de qué trata exactamente?
Reparo en que Jen vacila antes de intervenir, como si estuviera buscando las palabras idóneas con las que dialogar conmigo, como si fuera un bebé.
—Como ya te comenté en la carta, he estado investigando acerca de ti y tu familia —empieza al fin—. Sé que tienes seis hermanas en diferentes ciudades de Femtania. La mayoría se ubican en grandes metrópolis y necesito que extraigas algo de ellas.
—¿De mis hermanas? —cuestiono con confusión.
—No —niega Jen—, de las ciudades. Hay algo muy valioso en ellas y necesito que tú las consigas mientras yo hago los preparativos para cierto... —se queda pensativa antes de soltar la palabra adecuada— evento personal.
—En resumen —concluyo—, yo tengo que robar algo de las ciudades más importantes de Femtania mientras tú estás en tu casa tranquilamente haciendo vete a saber qué.
—No es tan fácil como suena, Seven —replica—. Yo no puedo acceder a lo que necesito de esas ciudades porque no tengo una red de contactos tan amplia como la tuya. Además, en el hipotético caso de que accedas, en muchas de las ciudades te costará dar con lo que buscas, créeme.
—Al menos podrías decirme qué es —sugiero.
—No lo haré hasta que accedas a ayudarme. Necesito estar segura de que confías en mí y de que cumplirás tu parte. Y eso solo me lo puedes demostrar tú con tu palabra. Solo pido eso.
—¿Solo? —repito sarcásticamente, atónita—. No sé qué significará para ti un compromiso, pero yo no me los tomo tan a la ligera. Esto es algo peligroso. Estamos atentando contra la Constitución de Femtania y los Acuerdos Binacionales —expongo en voz baja con mucha indignación.
—Seven —pronuncia mi nombre con determinación, como haría mi madre Astrid cuando hablo más de la cuenta—, no estamos haciendo nada ilegal. Bueno —reformula sus palabras—, estrictamente tú no harás nada destacablemente ilegal porque no tendrá un gran impacto sobre nadie. Yo soy la única que tendrá implicaciones legales. Lo nuestro es un acuerdo, un compromiso: tú me darás lo que necesito y yo te daré la verdad.
—Esto no es un acuerdo —la contradigo—; es un negocio. Y como en cualquier negocio, ¿qué recibiré yo a cambio? ¿Qué es «la verdad» exactamente? ¿Cómo puedes justificármela?
—Por cada elemento que consigas extraer de las ciudades, te proporcionaré una parte de la historia de Alan y Grace, tus padres biológicos ejecutados en aquel cruel experimento llevado a cabo por las Autoridades de Femtania y Homotania —propone—. He tardado cinco días en acceder a archivos inéditos del experimento, pero, finalmente, tras muchas consultas a amigas que también se dedican a las tecnologías, he logrado dar con vídeos que podrían desatar el caos absoluto en Femtania y Homotania si salen a la luz. Serían la prueba definitiva de la existencia del experimento y la ejecución de Grace y Alan que todavía hoy muchas mujeres ponen en duda.
—¿Eso significa que...? —mascullo.
—...que serías la única aparte de mí misma en saber la verdad absoluta —me interrumpe—. Solo tú y yo tendríamos en el poder la justificación de todo lo que está sucediendo y podrías ser la portavoz de tus padres biológicos para pedir justicia una vez destapemos todo esto. Es solo cuestión de tiempo.
—¡No! —exclamo demasiado fuerte—. No quiero que nadie lo sepa. No quiero que me relacionen con ellos. Estaría marcada para siempre y el rechazo causaría odio y podría poner en peligro la reputación y la vida de toda mi familia. Este asunto no tiene que salir de aquí.
—De momento —accede Jen—. Puede que tu parecer cambie a medida que vayas descubriendo la historia de tus padres biológicos, Seven. Los rumores hacen mucho daño, pero la verdad siempre es más dura.
Sus últimas palabras dejan una estela de silencio en la que hay un eco de su frase final.
—Entonces —insiste—, ¿qué me dices? ¿Me ayudarás a cambio de su historia?
Las sílabas se estancan en mi garganta, imposibilitando mi habla, resistiéndose a salir para decir algo comprensible.
—Necesito... —balbuceo torpemente—. Necesito tiempo, Jen.
Por mi tono de voz, parece que casi se lo estoy rogando.
—Tengo que pensarlo con más detenimiento —prosigo, ahora más segura— y te haré saber mi respuesta en cuanto lo sepa.
La pelirroja, por lo que puedo observar a través del holograma, no está satisfecha, pero, pasados los instantes iniciales, vuelve a su calma habitual y asiente con los ojos cerrados.
—De acuerdo —acepta—, no hay problema. Piénsalo y en unos días contacta conmigo. Solo quiero asegurarte que todo lo que te he prometido es verídico. Confío en ti, Seven. Espero que tú también puedas hacerlo.
Imitando su ademán, hago un gesto afirmativo con la cabeza un par de veces.
—Lo intentaré —digo.
—No te preocupes —trata de consolarme—, te entiendo. Tienes diecisiete años, una familia increíble y un futuro incierto. Aunque no lo creas, yo también estuve en esa posición hace años. Pero las cosas no eran tan complicadas entonces. Tómate tu tiempo.
—Gracias —comento por el mero hecho de hablar—, esto es muy complejo.
—Sí —coincide—. Espero tu respuesta pronto. Tengo que irme. Buenas noches, Seven.
—Buenas noches —me despido antes de que el holograma desaparezca.
La luz proyectada se desvanece tan rápido como ha aparecido y conlleva varios instantes hasta que mis ojos vuelven a acostumbrarse a la oscuridad del bosque únicamente interrumpida por el débil foco que produce la linterna del reloj de Félix.
Este último se acerca a mí con decisión. Sin embargo, no profiere ni una palabra. Simplemente coge mi muñeca derecha, aún alzada para proyectar el holograma y lo configura para que vuelva a la pestaña de inicio. Seguidamente, toma mi mano y me conduce entre la vegetación, guiándose por su linterna y su intuición.
Me dejo llevar por la calidez de su mano sin ser consciente de qué camino estamos tomando. Al fin y al cabo, ¿qué más da? Sé que, de algún modo u otro, Félix sabrá sacarnos de aquí y me nubla la mente el hecho de que no puedo dejar de pensar en la conversación con Jen durante todo el trayecto hasta el límite del bosque.
En la última línea de árboles antes de pisar el asfalto de la carretera desierta, antes de dirigirnos al interior del palacio, Félix dice:
—Puede que no sea una pregunta oportuna, pero necesito saber qué piensas o me volveré loco. ¿Qué vas a hacer?
Sacando toda mi fuerza para articular algo coherente, finalmente dejo ir:
—No lo sé.
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