5
OPINIÓN
No me importa, pero está en todos lados,
Usuario, ve con mucho cuidado
O vendrán los sangrientos soldados.
El futuro no está desactivado.
Déjalos perder, muertos, apilados,
Siempre triunfa alguno más destacado,
Todos se ofenden y son aliados
Solo está mi ojo en el techo agrietado.
Tras la masiva protesta armada, la situación no se relaja ni una pizca en Greenhouse. Todo lo contrario: las calles no son seguras, hay algún que otro altercado entre las «insurrectas» y los defensores del sistema, y da miedo estar en el instituto porque las mujeres de los Cuerpos de Seguridad custodian cada puerta de cada aula con armas de última tecnología en todos los pasillos.
Félix continúa reuniéndose y entrenando a diario con su batallón y mis madres trabajan a contrarreloj, cada día más horas.
—Se avecina algo grande —expone Félix durante una tarde.
Últimamente vuelve a casa sobre las cinco de la tarde, cuando yo ya he vuelto después del instituto. El General Erland les ha ordenado que completen el entrenamiento por su cuenta, dado que, con el incremento de conflictos armados en las calles, temen que algunas «insurrectas» puedan asaltar el centro en el que se congregan cada mañana, por lo que han reducido la jornada guiada por el General, suprimiendo las horas que solían pasar allí por las tardes. Además, Félix continúa recuperándose de la herida de su brazo y el hecho de quedarse más en casa ayuda a que se tome las cosas con más calma y menos presión.
—¿Quieres decir que será peor que la última manifestación? —cuestiono.
Me hallo en uno de los salones de la planta superior del palacio que mis madres han habilitado para Félix para practicar sus ejercicios. Antes era un antiguo gimnasio que yo utilizaba ocasionalmente. Está iluminado abiertamente por unos ventanales por los que se filtra la luz que se refleja en espejos enormes que se hallan frente a ellos, permitiendo así que parezca incluso más espacioso.
La estancia está dotada de algunos sacos de boxeo, un par de máquinas de correr, algunas pesas y esterillas dispuestas ordenadamente en un rincón. También hay barras de ballet en uno de los laterales y sillas cerca de la puerta.
Yo me hallo estirada en las esterillas mientras él me coge los pies para hacer bien los ejercicios para los abdominales.
—Posiblemente —masculla él—. Levanta más la espalda —indica. Obedezco y siento punzadas de dolor en el abdomen—. Si la anterior manifestación fue una locura, no quiero saber qué está por llegar, sinceramente.
Dejo de moverme cuando completo los cincuenta ejercicios. Entonces él deja de presionar mis pies y nos intercambiamos los papeles: él se tumba; yo sujeto sus pies contra el suelo.
—Estamos locas —me lamento cuando se pone en movimiento—. Nos estamos hiriendo unas a otras sin sentarnos a dialogar y razonar.
—Muchas creen que no hay nada que dialogar —contrapone Félix con voz irregular a causa del ejercicio.
—Pero no saben si es cierto, las Autoridades no han declarado nada respecto al tema. Estamos sacando las cosas de contexto cuando ni siquiera sabemos si la información es verídica.
—Créeme, un movimiento que podría derivar en una revolución no se provoca con un informe falso.
—O sea —frunzo el ceño—, ¿tú crees que es verdad?
Él suspira y sus labios se curvan en una sonrisa.
Termina su tanda de abdominales y se alza del suelo. Me tiende una mano, me ayuda a coger impulso para levantarme y, cuando ambos ya estamos de pie, nos desplazamos hasta la zona más abierta del gimnasio. Sé que eso significa que es la hora de enfrentarme a él en un duelo, como ya llevamos haciendo desde hace unas cuatro tardes atrás, cuando le pedí que me enseñara a luchar.
—No lo sé —admite.
Se peina hacia atrás los mechones rubios cobrizos con los dedos y se coloca firmemente frente a mí. Posiciona su cuerpo esbelto frente al mío y, con una señal de sus dedos, me anima a hacer el primer movimiento.
—Quiero decir —insisto antes de empezar—, ¿todo esto es necesario?
Doy un paso hacia adelante precipitadamente y me dispongo a golpearlo en el hombro. Como no podía ser de otro modo, él esquiva mi puño.
—Si lo que esos rumores esconden es cierto —indica él trotando delante de mí, esperando cualquier movimiento por mi parte—, sí. La verdad es siempre necesaria.
—No siempre —digo en desacuerdo.
Acto seguido, alzo mi puño hacia su rostro con el propósito claro y firme de que colapse casi con toda probabilidad en él, aunque, nuevamente, previsor de mis movimientos, retrocede un paso y logra deshacerse de mi puñetazo.
—No hagas maniobras tan obvias —me recomienda—, sé creativa.
—De acuerdo —profiero en un susurro.
Me detengo un momento para pensar mirándolo fijamente. Él espera pacientemente, aún en tensión. Por mi mente pasan decenas de estrategias para golpearlo, pero, finalmente, descarto la mayoría porque, tal y como ha indicado, todas son previsibles.
Por ese motivo, decido improvisar y moverme como mi cuerpo quiera. Dejo de lado a mi cerebro y permito que mis impulsos físicos fluyan por sí solos: inesperadamente, arranco a correr hacia él para derrocarlo mientras se mantiene en pie, lanzándome hacia Félix como si no hubiera un mañana, sin miedo a colisionar con su macizo cuerpo atlético.
Evidentemente, es lo que sucede: él prosigue fijamente plantado en el suelo, como si mi cuerpo jamás hubiera impactado con el suyo; yo, en cambio, acabo tirada sobre las tejas de madera del gimnasio, con los hombros doloridos y un leve zumbido presente en mi cabeza.
Félix se agacha junto a mí y me observa con preocupación.
—¿Te encuentras bien?
Lo único que consigo hacer es asentir y, con todos mis esfuerzos, ponerme en pie como si no hubiera sucedido nada. Aunque por dentro siento que me estén clavando setenta cuchillos.
—Creo que lo mejor es que tú me muestres algunos ejemplos —sugiero cuando me recupero notablemente—. Considero que se me dará mejor esquivar que atacar.
—Trato hecho —acepta—. ¿Lista?
Su cuerpo adquiere una posición de ataque y centro todos mis esfuerzos en él, siendo consciente de que en cualquier momento avanzará hacia mí e intentará darme. Sin embargo, me resulta complicado porque sostiene mi mirada y me quedo atrapada en ella momentáneamente.
—¿Por dónde íbamos? —cuestiona a modo de distracción con una sonrisa.
—Por la verdad —expreso con un todo desafiante—. Decías que era necesaria.
—Cierto. Es necesaria.
Sigue sin moverse ni un centímetro y yo estoy más en alerta que nunca. «En un momento u otro se moverá bruscamente y he de estar preparada», digo para mis adentros.
—¿Para conmocionar a más gente?
—No —niega Félix.
Entonces es cuando lo hace: da un par de zancadas hacia donde me encuentro y su puño se alza cerca de mi clavícula. No obstante, antes de que me toque, logro frenarlo con mi antebrazo.
—Para hacer justicia a los tales Grace y Alan, los ejecutados —justifica tras su fracaso.
Ahora su otro brazo se acerca peligrosamente a mis costillas, pero, de nuevo, evito que me dé gracias a mi movimiento lateral.
—Y, por cierto —aclara deteniéndose un instante. No sé si lo hace para examinar cuál será su siguiente estrategia o para distraerme—. Acabas de dar por hecho que los rumores son verídicos porque has deducido que la verdad será algo que conmocionará a la gente.
—Yo no he... —me quejo.
Aunque justamente en este momento sus dos manos se dirigen abiertamente a mi cabeza a gran velocidad. Con tal de impedir su victoria, me agacho, hecho que provoca que sus palmas choquen entre ellas y emitan el sonido de una palmada en el aire.
—Yo no he dicho eso —reformulo alzándome del suelo—. Solo me estoy poniendo en la peor de las situaciones.
—Ya estamos viviendo la peor de las situaciones —objeta volviendo a esa posición inicial de ataque—. ¿Qué podría ir peor?
—No lo sé —señalo sarcásticamente—. El hecho de que llegue a Homotania y los hombres empiecen a manifestarse también...
Lo hago con ese tono de voz porque fue el propio Félix el que me presentó ese argumento hace unos días.
Vuelve a las andadas, esta vez teniendo como objetivo mi abdomen. En esta ocasión me cuesta un poco más esquivarlo, por lo que sus nudillos rozan mi camiseta fugazmente.
—Coincido en eso —aprueba con un asentimiento—, pero aquí, en Femtania, las cosas no podrían ir peor.
—Estoy de acuerdo —acepto torpemente, recuperando el equilibrio—, pero, entonces, yendo más allá, ¿qué haces tú aquí? Quiero decir —reformulo mis palabras—, estando tan tecnológicamente desarrollados como deberíamos, ¿por qué no han inventado un sistema de difusión de manifestantes más moderno? No lo sé —reflexiono—, con máquinas o algo. Autoaviones que dispararan agua a presión desde el cielo —sugiero encogiéndome de hombros.
—Están prohibidos —explica—. Los Acuerdos Binacionales y las Constituciones de Femtania y Homotania dejan bien claro que, en caso de alarma, el pueblo tiene que enfrentarse a él mismo. Y precisamente es lo que está sucediendo en Femtania: la población está fraccionada entre las que apoyan a las Autoridades y las que las condenan.
Se acerca a mí y empieza a lanzar una serie de puñetazos seguidos a una velocidad superior a la que estoy acostumbrada y, no sé cómo, ninguno me alcanza. Lo único que no veo venir en su estrategia contiene algo bastante importante: está acorralándome en un rincón del gimnasio, contra el ventanal.
—Este sistema no está diseñado para la guerra —prosigue con naturalidad—, los Cuerpos de Seguridad existen para hacer creer a los ciudadanos y las ciudadanas que están protegidos y para catástrofes naturales imprevisibles. Tanto Femtania como Homotania saben qué rol tienen y no está en sus planes ampliar territorios o declararse la guerra porque son fieles seguidores de las leyes.
Mi espalda colisiona contra el fío cristal del ventanal y él se detiene. Deja de lanzar puñetazos y simplemente atrapa mi cuerpo entre el suyo y la ventana. Nos mantenemos en silencio, esperando cualquier movimiento del otro, plantados a escasos centímetros el uno del otro.
—¿Y tú crees en el sistema? —cuestiono casi en un susurro.
Sé que Félix puede escucharme porque sus ojos reparan en mis labios.
—¿Sinceramente? —pregunta.
—Sinceramente —lo animo.
—No debería expresar mi opinión, especialmente teniendo en cuenta mi oficio de soldado y dando por sentado que mi «jefe» es el propio estado de Homotania —empieza aún con su vista puesta en mis labios. La sube lentamente hacia mis ojos y se detiene en ellos—. Pero, como ya te dije, confío en ti, Seven. Por eso quiero que sepas que no confío en la causa. Bueno —sonríe un poco—, confío ciegamente en ella.
—Si realmente es así, ¿por qué has venido?
Poco a poco, noto cómo sus brazos se posicionan a mis lados y mi respiración empieza a acelerarse.
—Porque al principio estaba indeciso —se encoge de hombros—, y no sabía qué creer. Hasta el día de la manifestación: vi a todas esas mujeres furiosas e indignadas disparando contra las mujeres de los Cuerpos de Seguridad y supe que algo así no se hacía sin justificación. El sistema está fallando catastróficamente y eso solo es el inicio de su fin. Creo que lo de la experimentación es cierto, si quieres mi humilde opinión —concluye—. Y tampoco me gusta estar en el bando de los opresores, reprimiendo protestas con las que estoy de acuerdo.
—Pero no te queda otra opción —complemento, verbalizando sus pensamientos—. Tienes que hacer tu trabajo una vez ya te has comprometido.
—Exacto —dice con una nota de fastidio—, no queda otra opción —repite mis palabras.
Respiro hondo y trato de relajarme.
—¿Y cuál es tu opinión? —cuestiona.
—¿Mi opinión?
Félix hace un gesto afirmativo con la cabeza.
—No... —mascullo con confusión—. No tengo opinión.
Él ahoga una carcajada.
—No intentes ser correcta, es imposible que no hayas juzgado y reflexionado sobre ello. Es inevitable.
—¿Sabes? —empiezo con franqueza—. Nunca puedo opinar sobre nada, soy la hija de una política y solo tengo que saludar, sonreír y asentir.
—Sé que tienes una opinión —insiste.
A regañadientes, suelto las ideas sueltas que cruzan mi mente:
—Sería muy raro vivir en un sistema distinto a este y, aunque no tenga nada que ver, me da pena lo que ha sucedido con Alan y Grace, pero no creo que pueda cambiar nada. Opino —remarco esa palabra— que la situación se pasará dentro de poco y que todo volverá a la normalidad. Es algo pasajero.
Cuando termino de hablar, siento su presencia más cercana a mí y me encojo un poco sobre mi propio cuerpo. Es entonces cuando también noto cómo mis piernas se despegan del suelo y mi cabeza se dirige peligrosamente hacia el suelo a causa de un gesto rápido de Félix para hacerme caer, pero precisamente antes de hacerlo, cuando solo estoy a unos centímetros, sus manos amortiguan lo que iba a ser un golpe muy doloroso, sujetando con firmeza mi cabeza.
Este hombre no se ha olvidado del duelo y ha ganado. Yo he bajado la guardia a la primera de cambio.
—¿Crees que nos habrían enviado a nosotros, hombres, desde Homotania fuera del período de la Semana del Permiso para algo pasajero? —pregunta retóricamente—. Lo dudo mucho.
Él tiene la mirada clavada en mí, con sus manos entorno a mi cabeza y ambos persistimos en silencio durante más tiempo del que considero normal.
Finalmente, me sonríe y, apartando un poco su rostro del mío, dice:
—He ganado el duelo. Tenemos que mejorar tus estrategias. ¿Quieres hacer otro?
Asiento y me deshago de sus manos suavemente para alzarme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro