2
CIMA
Cada segundo es válido
Me aproximo más al cielo
Es el momento álgido
Me alzo al vuelo y llego al suelo.
El irritante sonido de la alarma me despierta como cada mañana. Resoplo antes de sacar toda la fuerza de voluntad que tengo para salir de mi cálido edredón, asearme y ponerme mi vestimenta habitual: pantalones ajustados y una camiseta o un jersey, todos ellos negros.
De hecho, todo lo que llevo siempre es negro. No he vestido con ningún otro color desde mi fiesta de cumpleaños de los trece años. A mi madre Astrid le molesta bastante que mi piel ligeramente morena vaya cubierta de un color tan oscuro, pero Elsa le hizo entrar en razón diciéndole que no podía entrometerse en mi manera de vestir, que era abusivo.
Más allá de los comentarios de mi madre Astrid, el negro me obsesiona sin ninguna razón específica, sencillamente me gusta porque combina con cualquier cosa, no llama mucho la atención y conjunta a la perfección con mis mechones oscuros y lisos que me llegan a la altura del hombro.
Acabo de ajustarme bien mi chaqueta de cuero y mis botas de tacón antes de abandonar mi habitación y salir al patio para acceder a la puerta exterior de la cocina. Sin embargo, cuando cruzo la estancia con la naturalidad de cada día, mi vista se topa con una figura inusual: Félix está sentado en la mesa con una taza entre sus manos.
Parpadeo un par de veces para cerciorarme de que me he despertado por completo y me pierdo nuevamente en sus ojos, igual que ayer por la noche.
—No, no estás soñando —indica él alzando la taza al verme allí plantada como una inútil—. Buenos días.
—Buenos días —logro pronunciar saliendo de mi ensimismamiento.
Acto seguido, también consigo reaccionar físicamente conduciendo mis pies hacia la encimera, donde empiezo a servirme café y preparar unas tostadas. Posteriormente, tomo asiento frente a él y le doy un sorbo a mi taza.
—¿Cómo has logrado dar con la cocina? —cuestiono para dar conversación.
—Me gustaría decir que ha sido mi intuición de soldado, pero lo cierto es que tu madre Elsa me ha mostrado la entrada antes de que ella y Astrid se fueran a trabajar —comenta encogiéndose de hombros—. No sabía que madrugaran tanto.
—Sí, bueno —afirmo después de tragar un trozo de tostada—, Astrid es la alcaldesa y con toda esta situación trabaja muchas horas. Evitar una revolución es algo muy complicado.
—Hablas como si ya hubieras vivido una revolución en una vida anterior.
Suelto una leve carcajada.
—¿Crees en las vidas anteriores?
Él frunce los labios.
—Sinceramente, no lo sé —admite tras quedarse pensativo—. Lo que sí creo es que madrugar —se cubre la boca con su mano libre para ahogar un bostezo— debería ser ilegal.
—¿Y qué te obliga a levantarte tan pronto?
—Hoy hay una reunión con el batallón para estudiar cómo tenemos que defender Greenhouse —expone—. Seguro que será muy teórico y aburrido —predice poniendo los ojos en blanco—, pero es necesario para conocer la zona.
Hago un gesto afirmativo con la cabeza.
—¿Y tú? —pregunta—. ¿Qué haces despierta a estas horas de la mañana?
—El instituto —respondo con desgana.
Sus cejas se levantan y por su rostro pasa fugazmente una expresión de sorpresa.
—¿Todavía vas al instituto?
—Claro —defino con confusión—. Si fuera más mayor, no estaría aquí malgastando mi tiempo. ¿A qué viene esa pregunta?
—Nada —se excusa casi avergonzado—, creía que tenías unos veinte años.
Suelto una carcajada.
—Tengo diecisiete.
—Yo diecinueve.
—¿Y qué te ha parecido Femtania hasta ahora? —prosigo para que el diálogo fluya.
—Todo es mucho más —mueve los dedos en el aire a la vez que está pensativo buscando la palabra idónea— grande y espacioso.
—Realmente no todo el mundo vive así —levanto los brazos en alusión a la casa—. En grandes ciudades como Iris o Thorn abundan más los pisos y todo es más estresante. Ya sabes, las grandes ciudades.
Él asiente lentamente sin apartar su vista de mí.
—Lo sé, te entiendo, yo vivo en una de esas grandes metrópolis de Homotania.
Ahora veo que sus ojos se quedan sin brillo, como si estuvieran activos pero apagados. Sospecho que es porque está proyectando la imagen de su ciudad en la cabeza.
—Pero —vuelve a la normalidad y me sonríe—, me gusta más esto: el campo, los árboles que se ven desde la habitación, la vegetación que se alza por los arcos del patio... En fin —suspira y clava sus ojos en mí—, eres muy afortunada de vivir aquí.
—A veces me gustaría estar en cualquier otro lugar —admito sin pensar mucho.
No sé porque le he revelado mis pensamientos a un completo desconocido que, además, es un hombre. Me parece muy ingenuo por mi parte.
—¿Por qué? —Su rostro es la curiosidad personificada.
—En muchas ocasiones, tanto espacio y tanta naturaleza hacen que me sienta demasiado sola. Sobre todo desde que mis hermanas están repartidas por Femtania. Algunas más lejos y otras más cerca, pero, al fin y al cabo, no hay nadie cuando las necesito.
Lo he vuelto a hacer. ¿Por qué no dejo de hablar?
Félix frunce el ceño y su rostro adquiere preocupación.
—¿Y tus madres? De las pocas palabras que nos hemos cruzado, me han parecido muy amables. Especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que me han acogido aquí.
—Son las mejores —le dedico una sonrisa—. Sin embargo, a fin de cuentas, no dejan de ser madres.
Él hace un gesto afirmativo con la cabeza para hacerme saber que me comprende.
—Es cierto, desde ese punto de vista todo es más frío y monótono. Necesitas más juventud cerca de ti. ¿No sueles pasar el rato con tus amigas?
—De vez en cuando —chasqueo la lengua—. Como ya habrás advertido, vivimos a las afueras, casi al borde de la siguiente ciudad, por lo que la mayoría de las habitantes de Greenhouse viven en el centro. Aunque, de vez en cuando, sí que me visita mi amiga Ayla. ¿Y tú?
—Dos amigos míos están en el mismo batallón que yo —expone tras dar un sorbo a su taza—: Lars y Munir. Los tres somos amigos desde siempre y venimos de Palace, la ciudad en la que nos hemos criado con nuestros padres.
—¿Tus amigos también son soldados?
—Sí, así es. Los tres nos formamos en la misma profesión y somos inseparables.
—¿Cómo de inseparables? —cuestiono con una pequeña nota de desesperación—. No es que me importe excesivamente—intento arreglar chapuceramente—. De hecho, no quiero entrometerme mucho en tu vida personal. No tienes por qué responder. A veces hablo demasiado, siento haber...
—No, está bien. —Niega con la cabeza y sus labios se curvan en una perfecta sonrisa—. No tenemos ninguna relación más allá de la amistad. Munir tiene novio y ya llevan juntos más de dos años, y Lars es más de cansarse e ir probando, pero yo solo soy un colega para él.
—O sea —concluyo—, que tú eres el que aún no hace nada con su vida amorosa. Siempre hay uno de esos en todos los grupos de amigos.
Ahora suelta unas cuantas carcajadas y mira hacia el techo, casi avergonzado.
—Sí —admite finalmente—. Digamos que soy bastante más reservado en ese ámbito. Nunca me he cruzado con un hombre que llame altamente mi atención.
Suspiro y me acabo la tostada.
—Te comprendo —profiero dirigiéndome al lavavajillas—. Ha sido una muy buena conversación, pero, lamentablemente tengo que subirme a un autoavión y dirigirme al instituto ahora mismo si no quiero llegar tarde.
Me quedo un instante en la puerta antes de retirarme de la estancia, mirándolo directamente a los ojos mientras Félix sigue tomando el contenido humeante de su taza. Sin embargo, cuando me vuelvo para irme, su voz me detiene diciendo:
—Espera. —Se levanta y da unas cuantas zancadas hasta donde me encuentro—. ¿Tú también eres ese tipo de personas? Ya sabes —aclara inclinando un poco la cabeza hacia un lado—, de esas que no destacan en el amor.
Frunzo el entrecejo, pensativa, sin saber exactamente qué decirle: ¿La verdad? ¿Lo que creo que desea oír? ¿Y si me invento una historia de amor pasada inexistente?
Finalmente, me decanto por responder:
—Las personas somos patrones.
A Félix no le da tiempo a deshacer la contestación rebuscada, pues su rostro presenta perplejidad y duda. Aprovecho ese aturdimiento por su parte para seguir mis planes iniciales, así que salgo de la cocina, me encamino a habitación, cojo mi sudadera climatizada para no pasar frío durante el día y me la pongo por encima de la chaqueta ajustada de cuero, cruzo el patio de arcos hacia el exterior para subirme a mi autoavión y volar hasta el centro de Greenhouse, donde se ubica mi instituto.
Una vez allí, en el aparcamiento inmenso, localizo la melena larga y ondulada de mi amiga Ayla. Como cada mañana, me espera cerca de la puerta mientras revisa algún que otro libro virtual que se proyecta delante de sus ojos grandes de color café.
Le toco un hombro, se vuelve a mí y me sonríe.
—¡Seven! —exclama con su voz alegre—. ¿Cómo ha ido el fin de semana?
—Ha sido intenso —digo a la vez que entramos al edificio—. ¿Y a ti?
—Lo mismo que tú. —Se encoge de hombros y se peina un poco el pelo—. Supongo que es por el soldado de Homotania al que le ha tocado hospedarse en tu casa, ¿verdad?
Asiento.
—Por lo que tengo entendido, mis madres me comentaron que tu familia también se había prestado a alojar a alguno, ¿no?
Las madres de Ayla y mis madres son muy cercanas. Realmente, el hecho de que ella y yo seamos tan amigas es porque nuestras madres solían quedar para merendar o cenar y, como tenemos la misma edad y siempre hemos asistido a las mismas escuelas, nos hemos criado juntas prácticamente en todos los aspectos y la considero casi mi hermana, puesto que siempre nos hemos coordinado muy bien.
—Así es —confirma—. No tenemos una casa tan grande como tu palacio de arquitectura antigua, pero de momento ha ido bastante bien. Ayer cenamos, mis madres le mostraron su habitación, la que está al lado de la mía, y desde la cena no he vuelto a verlo. Aunque he de admitir que, por lo poco que habló ayer durante la cena, parece un chico bastante amable. Se llama Munir.
Mis cejas se alzan por la sorpresa.
—¿Munir? —cuestiono retóricamente—. El soldado que hemos acogido nosotras, Félix, lo ha mencionado. Es uno de sus amigos. ¿No te ha hablado de Félix a ti?
Dejo de caminar porque Alya frena en seco y me dirige una mirada estupefacta; sus ojos se hacen más grandes que nunca.
—¿Qué sucede? —pregunto, confusa.
Ella vuelve a reaccionar, me coge del brazo y acerca su cabeza a la mía tras asegurarse de que nadie nos presta atención a la vez que caminamos apresuradamente, girando una esquina hacia nuestra aula.
—¿Tus madres te han permitido hablar con él a solas? —susurra.
Ahora lo entiendo todo: las madres de Ayla son muy conservadoras. Pese a compartir las mismas ideologías que mis madres, las de defender el sistema de la División del Mundo y exaltar el poder de Femtania, ellas son muchísimo más estrictas que las mías. Y eso que mi madre Astrid es severa. Aunque, en cualquier caso, sé que las madres de Ayla han accedido a acoger a un hombre en su casa por el mero hecho de ir en contra de las manifestaciones violentas y el rumor del experimento, que, según ellas, es totalmente falso y que solo está causando problemas. Sin embargo, por muy poco que les guste tener que interactuar con un chico y, encima, que esté en contacto con su hija, todo sea por Femtania.
—¿Por qué? —Me encojo de hombros—. ¿Tus madres te han prohibido hablar con él?
—No directamente. —Llegamos al aula y tomamos asiento en nuestras mesas contiguas, situadas en la primera fila—. Pero, por su comportamiento cortante, sé que quieren que tenga el mínimo contacto posible con él.
Pongo los ojos en blanco.
—Aunque vengan de un país distinto, siguen siendo personas. No muerden, te lo aseguro. Además, están aquí para ayudar y arriesgar sus vidas junto a nuestras mujeres en los Cuerpos de Seguridad, no es que estén de vacaciones precisamente.
—Lo entiendo —objeta sacando nuevamente su libro virtual del bolsillo de su sudadera climatizada. Yo enciendo un poco el aire en la mía porque en el edificio hace demasiado calor—. Y creo que mis madres también son conscientes de ello, pero, Seven, piensa que nos encontramos en una situación excepcional. Los hombres y las mujeres tenemos prohibido vernos o comunicarnos y, esto, este entorno de incertidumbre, hace que me sienta como una criminal, como si estuviera cometiendo un delito y no respetara la constitución cada vez que interactuamos, por muy poco que sea.
—Ya, entiendo lo que quieres decir —digo a la vez que me apoyo en el respaldo y cruzo las piernas—, pero es completamente legal, Ayla, los gobiernos de Femtania y Homotania lo han decretado y no estáis cometiendo ningún delito. Estamos haciéndolo bien, tenemos que ser buenas anfitrionas. No temas por eso.
—Sí, pero sigue siendo extraño —prosigue negando con la cabeza—. Nos hemos criado en un ambiente sin ningún hombre y, de repente, que de un día a otro se plante uno en tu casa, es difícil de asimilar.
—Pues a mí me ha parecido algo bastante natural —confieso sin tapujos—. Hemos mantenido una conversación espontánea y, no lo sé, creo que ha estado bien. No es más que un hombre. Un humilde hombre.
Ayla niega con la cabeza.
—Tienes que quitarte esos pensamientos de la mente, Seven.
No me da tiempo a replicar porque entra la profesora de Historia de Femtania y la clase da inicio.
Por la tarde, cuando vuelvo a casa tras pasar un largo día en el instituto, hago algunos trabajos que me quedan pendientes encerrada en mi habitación, con el libro virtual y su teclado configurado.
Como de costumbre, me hallo en una tranquilidad inmensa dentro de mi hogar, puesto que mis madres, tanto Astrid como Elsa, trabajan hasta muy tarde. De hecho, se pasan todo el día fuera desde que empezaron las protestas y solo las veo por la noche, cuando vienen cansadísimas y apenas cenamos juntas y conversamos un poco.
En especial Astrid, que últimamente está exhausta, sobre todo con la llegada del batallón de hombres de Homotania. Durante las dos semanas pasadas, no paraba de quejarse y darme indicaciones para que todo fuera perfecto. Sin embargo, ahora que ya han aterrizado en Greenhouse y todo ha salido bien, la veo ligeramente más relajada, aunque sigue siendo un saco de nervios.
No obstante, lo que más me extraña del día de hoy es la presencia de Félix: no lo he visto desde esta mañana durante el desayuno y desde que he entrado a casa no ha aparecido ni ha hecho ningún ruido que delate su entrada en el patio de arcos. Supongo que continuará en la reunión con el batallón y el General Erland.
Posteriormente, cuando considero que todas mis responsabilidades académicas están terminadas por hoy, me pongo ropa negra deportiva y me calzo con unas bambas adecuadas para hacer ejercicio.
Abandono mi casa cuando el sol débil de la tarde persiste en el cielo y algunos rayos son ahogados por alguna que otra nube. Respiro el aroma otoñal del panorama natural que me rodea mientras arranco a correr a un ritmo constante hacia el bosque que hay a unos kilómetros.
Para mi sorpresa, cuando ya me he alejado de mi hogar los metros suficientes como para solo poder vislumbrar la segunda planta del edificio entre la vegetación, a la vez que avanzo por la carretera abandonada que conduce al bosque, una figura inesperada se planta a mi lado.
Me aturdo momentáneamente de tal modo que casi me detengo, pero, cuando lo reconozco, después del vuelco que da mi corazón inicialmente, sigo corriendo como si nada. Se trata de Félix, que viste con ropa deportiva con el símbolo de Homotania estampado en todas las prendas de ropa y una cinta negra que destaca en su pelo rubio cobrizo retirándole el flequillo de la cara.
Corre a mi lado, a mi ritmo, con toda la naturalidad del mundo, como si fuera lo usual.
—¿Cómo ha ido el instituto? —pregunta a modo de saludo.
—Como siempre —contesto casi sin aliento—. ¿Y tú? ¿La reunión con el resto de soldados?
Él pone los ojos en blanco.
—Aburrida y teórica, tal y como predije. Nos han enseñado planos de Greenhouse y hemos localizado los barrios más conflictivos, donde hay más protestas y donde se prevé que podrían estallar golpes fuertes. También hemos colaborado con las mujeres del Cuerpo de Seguridad de Greenhouse. —Percibo cómo inclina la cabeza hacia los lados—. Son unas chicas muy inteligentes y físicamente están entrenadas para cualquier cosa, lástima que no haya tantos efectivos como ellas en Femtania para frenar todo lo que está sucediendo: son implacables, muchísimo mejores que nosotros, los hombres, pero supongo que hay demasiadas manifestantes.
—Claramente —digo orgullosa—, las mujeres no nos andamos con tonterías. Solo nos detenemos si se trata de otra mujer. ¿Habéis entrenado con ellas?
—No, hemos entrenado con nuestro batallón un poco durante las dos últimas horas.
—Entonces, ¿qué te trae por aquí si ya has entrenado?
—No he entrenado lo suficiente —aclara frunciendo la frente— y quiero reforzar lo que he perdido durante los últimos días a causa del viaje de preparación para venir aquí. Además —su tono de voz se vuelve suave y un poco más alegre—, me preguntaba si podrías mostrarme un poco esta zona.
Vuelvo a aturdirme un poco y, sin saber por qué, las palabras de Ayla aparecen en mi cabeza.
—¿No crees que esto es un poco inapropiado?
Ahora es Félix el que casi se detiene para reflexionar.
—¿Qué un hombre y una mujer dialoguen tranquilamente? —pregunta retóricamente—. No, no creo que sea inapropiado.
Me mira directamente a los ojos y yo solo rezo por no tropezarme mientras mantengo el contacto visual con él y me adentro en sus ojos marrones.
—Estoy aquí para protegerte —prosigue lentamente—. Para proteger a tu familia —corrige torpemente—. Y a tus amigas y el resto de ciudadanas de Greenhouse. No pienso que tenga nada de malo. Pero, en todo caso, si nadie nos ve y tus madres no se enteran... Si eso es lo que te preocupa...
Niego con la cabeza un par de veces.
—Mis madres no me preocupan —expongo—, se pasan el día trabajando en el ayuntamiento. Sencillamente me resulta extraño. Eres uno de los primeros hombres con los que he hablado en mi vida; una vida en la que nos han enseñado que los hombres son personas a las que no tenemos que acercarnos, solo debemos saber de su existencia y respetarla. Cada uno tiene su lugar.
—Pero...
—Sí —lo interrumpo antes de que pueda intervenir—. Lo siento, ha sido una pregunta estúpida. Sé que estás aquí haciéndonos un favor a todas y que, además, es una excepción histórica desde la División del Mundo. Hablar contigo y enseñarte esto —señalo el conjunto de árboles que hay delante de nosotros— es lo mínimo que puedo hacer.
—Disculpas aceptadas.
Me dedica una sonrisa fugaz y yo le correspondo con otra por mi parte.
Llegamos al borde del bosque en cuestión de minutos y, cuando nos adentramos entre las raíces de los árboles, dejamos de correr. Yo me excuso un momento y le indico que aguarde para que pueda recuperar el aliento. Félix espera pacientemente, fresco como una rosa.
—Por aquí —indico.
Nos volvemos hacia el este, escondidos bajo las altas copas de los árboles y caminamos un silencio denso y cómodo en el que tengo muchas tentaciones de posar mi vista en él, pero reprimo mis impulsos en la medida de lo posible.
—¿Dónde me llevas? —cuestiona.
Sus palabras vuelven a causa del efecto del eco y escuchamos el vuelo de algún ave tras su intervención.
—A lo alto de la colina.
Señalo con mi dedo índice la colina que se alza delante de nosotros y percibo un gesto afirmativo por su parte. Subimos sin grandes dificultades, caminando pausadamente y dirigiéndonos miradas discretas de vez en cuando.
Finalmente, cuando ya nos hallamos en la cima, lo conduzco hacia un conjunto de piedras dispuestas desordenadamente en la pequeña explanada cubierta de césped salvaje. Tomo asiento en una de ellas y él me imita, sentándose en la más cercana a mí.
—La cima —murmura contemplando las vistas que hay a nuestros pies.
—La cima —repito sin apartar la vista del paisaje adictivo.
Desde nuestra posición, podemos divisar mi casa a lo lejos y, todavía más allá, con kilómetros de separación, la parte superior de algunos rascacielos del centro de Greenhouse. También reparo en la cantidad de autoaviones que tienen la intención de aterrizar allí o los que salen disparados hacia el exterior de la ciudad a toda velocidad, zumbando por encima de nosotros.
Sin embargo, tras varios minutos observando la inmensidad de las vistas, lo que más atrae son sus ojos clavados en mí. Aunque, al contrario que en el resto de ocasiones, ahora es como si exigiera los míos por la presión a la que me somete.
Suspiro y, sin apartar mis ojos del paisaje, dejo ir sarcásticamente:
—¿Qué sucede? ¿Soy la primera mujer a la que has visto jamás?
Félix suelta una carcajada sonora a mi lado.
—Si descontamos a tus madres, sí. —Esa afirmación hace que me vuelva y me pierda en sus ojos—. Y, siendo sincero, me pareciste bastante oportuna.
Frunzo el entrecejo y parpadeo muchas veces seguidas.
—¿A qué te refieres con «oportuna»?
—No lo sé —confiesa. El viento ligero hace que su cabello liso se revuelva un poco bajo la presión de la cinta que reprime su flequillo—. Pero me da la sensación de que hemos empezado con buen pie.
—Sinceramente —lo miro con una amplia sonrisa y me río de él—, no entiendo qué quieres decir, pero hablas como si nos conociéramos de hace tiempo.
—Y fue ayer —complementa.
—Exacto —coincido—. No hace ni veinticuatro horas.
Él suspira profundamente.
—Han pasado tantas cosas...
—¿Ya echas de menos tu ciudad? —pregunto.
Me imagino una gran metrópolis con rascacielos enormes e infinitos y autoaviones sobrevolando cada calle llena de viandantes ocupados y estresados.
—¿Palace? —cuestiona él. Su sonrisa se desvanece poco a poco—. No, de momento no. Como ya te comenté ayer, es una ciudad bastante movida y estas semanas de calma aquí —mueve sus manos en el aire en alusión a la serenidad de la vegetación— las necesitaba desde hace tiempo.
—¿Cuánto tiempo os quedaréis?
—No lo sabemos. —Su vista, que estaba puesta en mí, baja hacia sus manos—. Tenemos que ver cómo avanza la situación. Pueden ser semanas, quizá meses. Es un misterio.
Me limito a asentir y, después de algunos instantes de debate interno, me decido a decir:
—Bueno, si no queremos quedarnos aquí atrapados antes de que llegue la noche, lo mejor que podríamos hacer es volver.
Me levanto de la roca, él también y recorremos el mismo camino de vuelta, solo que ahora la bajada de la colina es un poco más dificultosa y voy con muchísimo más cuidado para no caerme.
Pero, por desgracia, mis esfuerzos son en vano porque me tropiezo con una maldita piedra y, cuando creo que mi cara acabará colisionando catastróficamente contra el suelo, los brazos de Félix me salvan de ello a la vez que ambos nos quedamos embobados mirándonos.
De hecho, considero que es más tiempo de lo normal.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Todavía en sus brazos, él me sostiene con firmeza y me dirige una mirada interrogativa intensa.
—Por supuesto —articulo poco a poco.
No es la posición más cómoda en la que he estado, allí, en los brazos de un chico que no hace ni un día que conozco en mitad de la bajada de una colina; el primer hombre que veo en mi vida. Pero, bueno, de cualquier modo, tampoco es lo peor que me podría haber pasado.
—Esta mañana me has dicho que las personas somos patrones —comenta sin apartar sus ojos de los míos— y quería preguntarte: ¿qué parte del patrón eres tú?
Reflexiono brevemente y el pulso se me acelera cuando noto que su rostro se aproxima unos centímetros más al mío.
—La misma que tú —concluyo.
Félix asiente, me alza del suelo y me posa en el suelo de nuevo.
Parece satisfecho con la respuesta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro