13
AMOR
Dijiste que era la clave,
Abriste todas las puertas.
No dejes que esto se acabe
Antes de acabar las cuentas.
Las sábanas envuelven tanto mi cuerpo como el de Félix, que está yaciendo a mi lado sumido en un placentero sueño con sus brazos envolviendo mi torso. La verdad es que podría acostumbrarme a esto.
Los primeros rayos de luz ya entran de lleno por la gran ventana de nuestra habitación en el albergue de Stones y me quedo mirando el exterior, el bosque que nos rodea, a lo largo de varios minutos en los que me dedico a saborear y memorizar los detalles a mi alrededor: el tacto de Félix y su respiración en el hueco de mi cuello, las sábanas blancas manteniendo nuestro calor, la chimenea encendida, la vegetación verde, el cantar de las aves contrastando con el silencio...
Definitivamente soy feliz, concluyo. No podría imaginarme nada mejor ahora mismo, solo quiero quedarme aquí para siempre sin que nada cambie, sin que nada avance.
Pero mi paz, mi felicidad y mi silencio se ven interrumpidos por unos pitidos provenientes de mi muñeca. Resoplo a la vez que me percato de que se trata de mi reloj virtual y me apresuro a deshacerme suavemente del brazo de Félix para incorporarme y dirigir mis pies hacia la butaca que hay frente a la cama, junto a la chimenea.
Esos pitidos no son nada más que el tono de notificación que, tal y como estaba pensando, indican una llamada de Jen. Antes de descolgar, bostezo e intento poner cara de estar despierta, sin éxito.
—Seven, querida —saluda Jen cuando pulso el botón de «Aceptar llamada»—. ¿Estás bien?
Me encojo de hombros y analizo su imagen: sus facciones pálidas delatan un poco de preocupación, aunque hace grandes esfuerzos de mantenerse indiferente con un gesto bastante forzado de peinarse la cabellera pelirroja.
—Sí —contesto con naturalidad—, ¿por qué?
—Ha pasado una hora y media desde la hora a la que sueles llamarme cada mañana —explica pausadamente—. Estaba preocupada. Pensaba que te había sucedido algo y que por eso no me llamabas.
Su tono de voz suena casi a un regaño típico que me daría mamá Astrid.
—Oh, no —me excuso torpemente—. Ayer fue un día bastante intenso y he dormido un poco más de la cuenta esta noche —miento.
Procuro que el color que sube a mis mejillas no evidencie mis palabras, pues por mi mente solo vagan algunas escenas con las que me apetece sonreír tontamente cuando las recuerdo: Félix, Félix y simplemente Félix junto a mí, junto a mi cuerpo y sus labios...
«¡Basta!», pienso.
—Considero que me lo merecía después del trabajo rápido y eficaz de ayer —añado con una sonrisa un tanto forzada—, pero, bueno, ya que estamos aquí —pongo los ojos en blanco—, adelante. ¿Qué me espera hoy?
No sé si Jen se ha percatado de mi pésima excusa, ya que no muestra ninguna emoción en su rostro que pueda interpretar. De todos modos, ¿qué más da? No es de su incumbencia lo que haga o deje de hacer por las noches, y tampoco es que conozca la existencia de Félix. Solo somos compañeras en el trabajo, no tengo que compartir información con ella a menos que sea de carácter «profesional».
—Hoy viajarás al sur —empieza, ignorando por completo mi última intervención—, a la ciudad de Suntown.
—Allí vive mi hermana Fallon.
—Exacto —concede—, ella será tu aliada más importante en este destino, porque, créeme, esta misión es bastante más compleja que entrar en las bibliotecas de los campus universitarios.
—¿A qué te refieres? —pregunto.
—Hay un punto débil que debes tener en cuenta para el próximo libro que necesitamos: solo existe una copia con el manuscrito original y su dueña es conocida por esconderlo muy bien.
Mi rostro se descompone levemente al no entender adónde quiere llegar. Si ayer conseguir el libro fue complicado, no sé qué será de mí en el día de hoy.
—¿Qué quieres decir?
—El libro que necesitamos se titula Necesidad de ti, de Johana Lavine —aclara lentamente—, pero es único. Se han hecho algunas réplicas, aunque estas no contienen la página que requiero para mis... estudios —completa frunciendo el ceño—. La única persona que lo posee es una descendiente de la misma Johana Lavine, la Profesora Lavine de la Facultad de Sociología de la Universidad de Suntown.
—¿Y qué tiene que ver mi hermana en todo esto? —pregunto, confusa—. No sé si habrás investigado sobre ella, pero Fallon no estudia en la universidad; trabaja en el Cuerpo de Inteligencia de Femtania. Dudo que nos sea tan útil como has comentado.
—Lo sé —me interrumpe Jen—, pero, según mis indagaciones, tu hermana Fallon se formó en para ingresar en el Cuerpo de Inteligencia y tuvo que cursar Sociología durante un semestre porque así se lo dictaba el programa en el que estaba inscrita. Durante aquel semestre, la profesora que impartía esa asignatura fue ni más ni menos que Lavine.
Mis ojos se abren como platos ante su descubrimiento, así como mi boca.
—Aunque lo mejor de toda esta historia —prosigue— es que Lavine siempre suele tener preferencias entre las alumnas de cada una de sus clases. Y, cómo no, resulta que, en la clase de formación para los Cuerpos de Inteligencia de aquel año, tu hermana Fallon fue la estudiante que conquistó su instinto académico. Lavine adoraba a Fallon. Era su favorita en la promoción y estrecharon lazos no solamente durante ese semestre, sino que se veían habitualmente más allá de los estudios como si se tratara de una relación tía-sobrina. De hecho, siguen haciéndolo. Lavine y Fallon suelen verse a menudo para ponerse al día.
Involuntariamente -o no tanto-, Jen instala una expresión de superioridad en su rostro para dejarme claro que sabe más de mi hermana Fallon que yo. Y lo cierto es que me molesta bastante, aunque no le doy el gusto de que mi semblante adquiera fastidio o sorpresa. Me mantengo impasible.
—¿Y bien? —requiero—. ¿Qué debo hacer para llegar a ella?
—Primero te recomiendo que des con tu hermana. Seguro que está en las residencias del Centro de Inteligencia —afirma junto a un asentimiento—. Luego, pregúntale acerca de Lavine y su obra. Lavine escasamente permite visitas o entrevistas, pero Fallon será tu billete de acceso a ella. Una vez se te conceda el permiso, vendrá lo peor.
—¿Lo peor?
—Sí —masculla Jen, como si por dentro estuviera maldiciendo—, porque el libro de Johana Lavine, su antepasada, lleva dos siglos en paradero desconocido. Pero yo sé que Lavine lo tiene.
—¿Dos siglos? —balbuceo. Esto será un suicidio—. ¿Cómo pretendes que lo encuentre yo si nadie más lo ha hecho en doscientos años? Y, además, ¿cómo estás tan segura de que lo tiene la Profesora Lavine? ¿Cómo es posible que no se haya perdido? ¿O que alguien lo haya tirado al mar? ¿O que realmente nadie sepa nada del libro? ¿O que nunca haya existido y todo el mundo esté conspirando? —sugiero.
—Cálmate, Seven, por favor —me pide—. Necesidad de ti es una reliquia familiar de las Lavine. Se escribió hace cinco siglos por Johana, la autora, y su pista durante tres siglos indica que se ha ido pasando de generación en generación; hasta hace dos siglos, cuando en una generación de las Lavine adoptó a dos gemelas. A partir de ese momento, lo único que se sabe es que las gemelas tuvieron una discusión, por lo que se desconoce a cuál de ellas dos se le otorgó el libro.
»Pero, siguiendo con su árbol genealógico, vemos que una de las gemelas no tuvo descendencia, así que...
—Una de las hijas de la otra se lo tuvo que quedar —completo.
—Así es —coincide Jen—, y precisamente ella es una antepasada directa de la Profesora Lavine.
—Entonces la Profesora Lavine es la única que puede tenerlo —siseo para mí misma, aunque Jen también lo capta.
—Exactamente, ella es la última en la línea de las Lavine y apuesto a que tiene ese libro por más que lo niegue frente a la prensa, la opinión pública y los medios.
—¿Qué tiene de malo ese libro para que quiera negar su existencia? —pregunto por pura curiosidad.
Jen se queda pensativa al otro lado del holograma.
—Digamos que... —empieza sin saber muy bien cómo continuar— contiene ciertas escenas explícitas que las Autoridades de Femtania y Homotania prefieren omitir.
—¿Cómo?
—La novela en sí trata sobre un romance entre un hombre y una mujer. Un romance muy intenso —se corrige—. Para cuando Johana Lavine escribió ese libro, la División del Mundo todavía no se había implantado, así que las historias de amor entre un hombre y una mujer estaban bien vistas y, de hecho, el libro fue un gran éxito.
—Pero si, según mi propia experiencia —formulo con seguridad—, no hay censura en los libros por parte de las Autoridades. He leído muchas historias de romances heterosexuales y hay miles de películas de antes de la División del Mundo con la misma temática.
—Eso es lo que tú crees, Seven —objeta, aunque su tono es más bien expositivo; no tiene intención de reprocharme nada, solo me lo explica—. Eso es lo que nos hacen creer. Las Autoridades de Femtania y Homotania dejan que existan ciertas películas y libros con parejas heterosexuales para que sintamos que no se nos ha arrebatado nada, que no hay censura. Pero lo cierto es que sí la hay, hay miles de libros y proyectos con ideas revolucionarias que nos ocultan. Sin embargo, dejan algunos que son «suaves» y que tratan temas más superficiales para que sintamos que, pese a que la heterosexualidad hoy en día esté prohibida, la aceptamos como parte de nuestro pasado. Porque, al fin y al cabo, pertenece a nuestra historia como humanas.
Sus palabras me dejan muda. Nunca me había planteado que existiera tal cosa.
—Estaría hablando de esto durante horas y horas, la verdad —me confiesa ante mi silenciosa e inexistente respuesta—, pero, volviendo a Johana Lavine y su libro, básicamente lo que tienes que entender es que las Autoridades adaptaron la novela suprimiendo las partes más polémicas o radicales, según su criterio. Y, por otro lado, pactaron con las Lavine: les propusieron destruir cualquier ejemplar de Necesidad de ti previo a la División del Mundo a excepción del manuscrito original, un único tomo que podían quedárselo.
—¿Y qué les hizo aceptar algo así? —cuestiono—. ¿Por qué accedieron a la destrucción de un libro tan vendido?
—Por la fórmula clásica de las Autoridades: la represión —contesta Jen como si fuera una obviedad—. Amenazaron con exterminar a todas y cada una de las Lavine vivas y por vivir, puesto que los gametos para la reproducción podían conservarse durante mucho tiempo.
Hago un gesto afirmativo lentamente con la cabeza.
—Comprendo, era su propia vida y, evidentemente, no querían morir.
—Sí, y por eso la Profesora Lavine se mantendrá reacia a entregarte el libro. Sigue teniendo miedo a las Autoridades; no será fácil porque teme por su vida —continúa Jen—. Con todo, estoy convencida de que en primera instancia te negará su existencia. Por eso tienes que estar preparada.
—¿Y cómo la convenzo para que me lo dé? —cuestiono casi con desesperación—. Después de toda esta historieta, dudo que me deje echarle un vistazo siquiera. Su vida está en peligro...
—No te rindas sin haber empezado todavía, Seven. Confío en ti y en tus aptitudes. Solo tendrás que persuadirla.
—¿Cómo? Soy pésima socializando y convenciendo en general —me lamento.
—Tenemos un as bajo la manga que te ayudará a dar donde más le duele.
Jen sonríe casi perversamente y la verdad es que me da un poco de miedo.
Aguardo su respuesta en silencio.
—Como ya sabrás, hace diecisiete años se celebró la última y única Semana del Permiso de este siglo —explica.
—Cómo olvidarlo... —murmullo.
Ella suelta una carcajada.
—Claro —prosigue—, es la misma Semana del Permiso en la que se conocieron Alan y Grace y de la cual derivó todo lo del experimento que ha desatado todo el caos actual. Pero lo cierto es que la Profesora Lavine, hace diecisiete años, tampoco tuvo una historia tan alejada a la de tus padres biológicos: ella también se enamoró de un hombre durante ese periodo de siete días pese a su avanzada edad.
—¿Cuántos años tiene?
—Actualmente, sesenta y tres. —Mi rostro adquiere estupefacción—. Lo sé, lo sé —dice Jen con unas cuantas carcajadas—, la mujer es bastante mayor y se enamoró de aquel hombre a los cuarenta y seis, pero es lo que tiene el amor. Ya sabes lo que dicen: «No entiende de edades».
Pongo los ojos en blanco para no tener que hablar.
—El caso es que, por naturaleza, se sabe que Lavine es una mujer a la que siempre le han encantado las grandes historias de amor —comenta, haciendo caso omiso a mis expresiones—. Y eso es lo que puedes utilizar para convencerla al principio: dile que necesitas saber qué es una gran historia de amor de verdad, que estás harta de leer siempre lo mismo. O algo así. Esa será su primera debilidad.
—¿Y si no cede?
—No cederá al principio —señala Jen como si nada—, pero servirá para que sepa adónde quieres llegar. Luego, le soltarás el bombazo: lo de la Semana del Permiso. Le dirás que no todo el mundo tiene la suerte para vivir tal acontecimiento y que tú tendrás ochenta y tres años cuando llegue la próxima Semana del Permiso, pero que, incluso así, no pierdes la esperanza en encontrar el amor en un hombre porque sientes que no hay ninguna mujer que te atrae.
—Y-Yo... —tartamudeo—. No sé si seré capaz de...
—Tienes que disparar directamente a su corazón —me interrumpe Jen antes de que profiera queja alguna—. Tienes que hacerle creer que la entiendes, que no eres tan distinta a ella pese a que podría ser tranquilamente tu abuela. Allí es cuando caerá y tú te aprovecharás. Necesitas llegar al espíritu joven y enamorado que queda en ella.
Mis pensamientos son tan densos que ni los siento.
—Y cuando me dé el libro, ¿qué? —suelto confusamente—. Lo más probable es que me lo preste justo delante de ella durante unos minutos. ¿Cómo se supone que voy a arrancar una valiosa página delante de sus ojos como si nada?
Jen suspira y, con voz firme y dura, dice:
—Solo te quedarán dos opciones: quedarte allí plantada o correr por tu vida.
No me lo puedo creer. Nada de esto tiene sentido.
—¿Pretendes que me escape cuando robe la reliquia familiar de una célebre y reconocida profesora con unas antecedentes familiares nacionalmente conocidas? —suelto sin pensar mucho en lo que estoy diciendo—. ¡Tendré a las de los Cuerpos de Seguridad encima de mí en menos de treinta segundos! Esto es una auténtica masacre.
Jen se encoje de hombros a través del holograma. No sé cómo puede mantenerse tan inexpresiva e indiferente.
—Pensé que sabías dónde te estabas metiendo... —comenta con un atisbo de provocación.
Y, evidentemente, me provoca.
—¡Claro que sabía dónde me metía! —exclamo—. Pero esto es demasiado.
—Esto es solo el principio, querida.
—¡No soy así! —replico—. Yo no puedo robar algo tan valioso. He robado en dos bibliotecas universitarias y estoy dispuesta a arriesgar mi futuro para entregarte los malditos folios que tú misma podrías haber cogido. Pero, no, tú estás vete a saber dónde mientras yo lo dejo todo... ¿Qué quieres de mí, Jen? ¿Qué te he hecho?
Contraria a cualquier reacción que me esperaba de ella, Jen sonríe abiertamente.
—¿Que qué quiero de ti, Seven? —Ahora sus labios se curvan en una sonrisa amarga—. Tú ya sabes lo que quiero. El problema aquí es que tú misma no sabes si realmente quieres saber tu pasado.
—Claro que quiero saberlo —objeto impulsivamente.
—Si estás aquí es por voluntad propia —dice ella con serenidad—, porque tú aceptaste mi oferta y porque ambas tenemos cosas que la otra necesita. No hay más. —Se encoje de hombros—. Si quieres rendirte, genial, ya sabes cuál es el camino de vuelta a Greenhouse. Pero olvídate de saber qué fue de tus padres y empieza a prepararte para las próximas semanas. Quizá podría filtrar unos cuantos vídeos de Alan y Grace y te volverías el punto de mira de toda Femtania y...
—¿Me estás amenazando? —requiero.
—Te estoy animando —me corrige—. Este solo es un bache en el camino, Seven. Avanzar no es una opción.
Esas últimas palabras retumban en mi cabeza hasta que soy consciente de que tiene razón. Ahora no es el momento de echarse atrás.
—Es por el bien de las dos —agrega—, y por Femtania. Por todas las mujeres.
Lo único que se me ocurre hacer es asentir con los ojos cerrados.
—De acuerdo —acepto finalmente—, pero si no salgo bien parada de todo este lío, tú serás la responsable de sacarme de allí con alguna excusa.
—No creo que lleguemos a tales extremos —confiesa con una expresión victoriosa ante mi respuesta—, pero así será si te ocurre algo. Estaré muy atenta.
—Perfecto —gruño—, en ese caso, espero no tener que verte esta noche en Suntown. Sería muy feo conocernos en persona por primera vez en una cárcel.
Jen suelta unas cuantas carcajadas.
—Lo mismo digo, Seven. Mucha suerte.
—La necesitaré —digo a modo de despedida—. Nos vemos pronto.
Cuelgo la llamada y no me da tiempo a pensar porque percibo los ojos marrones de Félix contemplándome tan pronto como la proyección del holograma desaparece.
Sus mechones están ligeramente despeinados, su pecho está desnudo y únicamente cubierto por las sábanas, y su rostro parece un poco adormilado, pero aun así me dirige una de sus mejores sonrisas, provocando un vuelco en mi corazón.
—¿Has escuchado toda la conversación? —pregunto al mismo tiempo que me levanto de la butaca y me acomoda junto a él en la cama.
—Sí —afirma él. Inesperadamente, pasa lentamente las yemas de sus dedos por mi rostro y, tras acariciarme, me coloca un mechón de pelo oscuro detrás de la oreja—. Pensaba que iba a despertarme con el canto de los pájaros después de la maravillosa noche de ayer —dice con una sonrisa entre divertida, pícara y adorable—, pero escuchar tu voz enfadada ha sido incluso mejor —se burla.
Niego con la cabeza y le doy un con un puño en el hombro.
—Es que nos espera algo muy grande en Suntown —me excuso para justificar mi enfado momentáneo con Jen—. Me encantaría quedarme aquí, a tu lado, todo el día —me acurruco en su pecho—, pero no hay tiempo que perder. Cuanto antes lo hagamos, antes acabaremos.
Los primeros edificios sureños de Suntown revelan la proximidad de nuestro destino. Un destino en el que quizá se termine toda esta aventura.
Al contrario que en Stones, que tenía un clima lluvioso y encapotado, Suntown parece un desierto poblado. Todo el paisaje tiene tonalidades amarillentas y arenosas, y la escasa vegetación que logro divisar está seca. Sin embargo, lo que más me sorprende es que, entre todo el panorama monótono e ininterrumpido de naturaleza, surge un cúmulo de casas blancas y pequeñas en la cima de una montaña enorme de manera completamente desordenada. Supongo que ese es el núcleo de la ciudad.
Como desconozco este lugar y realmente no sé por dónde empezar, decido que lo más eficaz ahora mismo será utilizar el localizador para ubicar a mi hermana Fallon directamente, puesto que la metrópolis me parece demasiado extensa y laberíntica como para fiarme de mis instintos. Además, tampoco me apetece perder el tiempo, especialmente teniendo en cuenta que esta vez el plan es mucho más delicado y tengo que llevarlo a cabo tan rápido como pueda.
Proyecto el holograma cuando aún estamos sobrevolando la ciudad y encuentro un punto rojo con el nombre de Fallon en el plano, que, según me indica, se encuentra a dos kilómetros de mí.
Transfiero los datos al autoavión y dejo que descienda lentamente.
—Lo siento —me excuso ante Félix durante el descenso—, hoy tendrás que quedarte otra vez en el autoavión. No hay tiempo de buscar un alojamiento ahora mismo, pero esta tarde, cuando acabe con todo esto, buscaremos una ciudad cercana a aquí y ya nos las apañaremos.
Él me dedica una sonrisa amplia que le llega hasta los ojos.
—No te preocupes por mí —dice con franqueza—, lo importante es que te hagas con ese maldito libro en cuanto antes. Tengo miedo de que esto salga mal —confiesa.
—Yo también.
—Quiero ir contigo —susurra a la vez que me mira fijamente—. No dudo que puedas con esto, pero si robas el libro a la fuerza, tendrás a los Cuerpos de Seguridad pisándote los talones. Y me siento inútil por no poder ayudarte porque, piénsalo, ¿qué he hecho realmente desde que hemos empezado con esto?
—Me niego a que vengas conmigo —formulo firmemente, negando con la cabeza—. Puedo con esto, Félix. Es solo una página más. Y tengo que protegerte. Voy a protegerte.
—Pero...
—No eres un estorbo —aclaro, interrumpiéndolo ante su queja—. Eres la única persona que me entiende y me apoya. No hay nadie en este mundo que haya hecho todo lo que estás haciendo por mí, ¿vale? —Sus facciones adquieren conmoción—. Ni siquiera mi propia madre Elsa, la persona que siempre he creído que me ha comprendido más, podría hacer algo así.
El silencio toma gran parte del espacio que hay entre nosotros, que simplemente nos miramos a los ojos mientras el vehículo sigue bajando a tierra firme.
—Pero, para que te quedes más tranquilo, si las cosas se tuercen con la Profesora Lavine —cedo—, te enviaré una señal de alarma mediante el reloj virtual.
No hemos hecho uso de comunicación virtual entre nosotros porque tememos que Félix deje un rastro de su presencia en Femtania, cuando realmente debería estar en Homotania, y que los Cuerpos de Inteligencia dieran con él, por lo que lo mantiene apagado. Sin embargo, puede recibir las señales de emergencia sin dejar ningún indicio.
—Genial, estaré atento —concede a la vez que asiente—. Y, Seven, yo...
No interviene más porque le cubro la boca con una mano y lo envuelvo con el brazo restante.
—Nos vemos esta noche —murmuro sobre su hombro.
Él me estrecha más hacia su cuerpo.
—Todo saldrá bien, confío en ti.
—Lo sé.
Separo mi cuerpo del suyo cuando el autoavión se posa con suavidad sobre el suelo, haciendo así que el zumbido de su motor cese.
Nos encontramos en uno de los bordes de la ciudad, justo donde se encuentra el límite entre las últimas casitas blancas y el seco suelo desértico, caluroso y amarillo. Precisamente allí, en la frontera entre la civilización y la nada, hay un edificio de mármol que sobresale bastante a causa de sus grandes dimensiones.
Salgo del vehículo con calma y me aseguro de que Félix no sea visto desde el exterior antes de empezar a caminar hacia el gran edificio, que es el llamado Centro de Inteligencia de Femtania. También le dirijo una última mirada de advertencia y aparente serenidad, como si quisiera decirle «No te preocupes, nos veremos pronto».
Acto seguido, ando sobre la arena, bajo el sol, encaminándome hacia el Centro de Inteligencia con seguridad, aunque ello conlleva cerca de diez minutos, pues he dejado el autoavión algo apartado.
Las puertas automáticas se abren a mi paso y me quedo boquiabierta cuando accedo al interior. Si el exterior parecía antiguo y poco cuidado, por dentro son todo luces, pantallas y aire acondicionado con mujeres uniformadas deambulando de un lado para otro. También percibo un leve murmullo que se extiende por todo el edificio, como si estuviera en un centro comercial en vez de en una de las instituciones más importantes de mi país.
Me acerco directamente a una de las secretarias que hallo en el vestíbulo y, sin andarme con rodeos y tonterías como en los anteriores destinos, me aclaro la garganta y digo:
—Buenas tardes. —La secretaria morena alza su vista apagada como si ni siquiera me hubiera visto entrar—. ¿Sabe dónde puedo encontrar las residencias de las trabajadoras?
—¿Motivo? —suelta con voz aguda.
—Visita familiar.
—Bien —se excusa—, necesito su identificación, por favor, y el nombre de la persona a la que quiere pedir una visita.
Alargo mi brazo para que tenga acceso a mi mano y pueda poner mi huella dactilar, puesto que este es el método con el que nos identificamos de manera única y obligatoria.
—Vengo a visitar a Fallon...
—Sí —interviene—, según su identificación —dice al mismo tiempo que retira suavemente mi brazo tendido hacia mí de nuevo—, veo que su hermana Fallon, la sujeto 45968723 —teclea los números en su holograma—, está en la quinta planta.
—Perfecto —dejo ir sin saber muy bien qué hacer.
—Mi compañera la atenderá para llegar hasta donde se encuentra. Gracias por su visita.
De repente, aparece una mujer uniformada con el traje oficial de Femtania y el cabello castaño recogido. Me mira con calidez y me hace un gesto con la mano para que la siga.
Empezamos a caminar entre los corredores iluminados y transitados con más mujeres trajeadas y con el pelo recogido. Lo cierto es que el ambiente que logro absorber está lleno de movimiento, conocimiento y eficacia. O al menos esa es la impresión que me da este lugar.
Cambiamos los corredores por un sofisticado y rapidísimo elevador que nos asciende hasta la quinta planta en menos de treinta segundos. Posteriormente, recorro más pasillos pisando los talones a la mujer que me guía y acabamos cesando el paso cuando llegamos a una puerta de cristal en la que mi acompañante posa su dedo pulgar en un lector de huellas que le permite el acceso.
La puerta se aparta a un lado y tanto la mujer como yo entramos en una sala repleta de mujeres dispuestas en asientos frente a hologramas y pantallas proyectadas que contienen archivos, fotografías y mapas. Sus rostros presentan concentración y reinan los murmullos y los resoplidos.
—¡Hemos localizado a otro escuadrón de «insurrectas» en Thorn! —exclama una con voz victoriosa—. Quieren dar el golpe a las diez, esta noche.
—Gracias, Liv —responde otra—. Por favor, Celia, avisa a las Fuerzas de Seguridad, diles que hagan una llamada urgente a la General Robinson. ¡Ya!
—¡Ahora mismo! —dice la aludida saliendo de la estancia precipitadamente.
Fascinada por todos los estímulos que capto, me cuesta concentrarme en lo que estoy haciendo. No es hasta que una mano me toca el hombro cuando me percato de que Fallon está delante de mí con una de sus bellas sonrisas.
La perplejidad inicial se transforma en felicidad y no puedo evitar envolverla en mis brazos.
—¡Seven! —grita con emoción en la voz—. ¡Ha pasado tanto tiempo!
Aún en sus brazos, advierto ciertas miradas discretas por parte de sus compañeras.
—Vamos —dice cuando nos separamos—, salgamos de aquí. Hay mucho trabajo confidencial aquí dentro.
Me tiende la mano y me saca de esa sala tan rápido como he entrado.
Mientras lo hace, reparo en que Fallon está tan hermosa como siempre: su figura atlética encaja a la perfección en el traje oficial de Femtania -incluidas las botas- y su pelo rizado, que solía estar suelto y volar rebelde, ahora permanece fijado en un moño bajo, igual que el resto de mujeres que trabajan aquí, ya que así es como lo marca el código de vestimenta. Asimismo, su piel negra es reluciente bajo las luces de los pasillos y sus ojos de color almendra resaltan su alegría y su verdadero carácter.
Pero son precisamente sus rizos estrujados en el apretado moño los que me devuelven un recuerdo de mi infancia: debía de tener unos cinco años cuando Fallon y yo nos encontrábamos bajo un árbol del exterior del palacio en verano. Ella me hacía cosquillas y mis carcajadas no paraban de resonar por toda la explanada. Más tarde, también me viene a la mente cómo me cogía en brazos hasta llegar a casa con sus manos firmes entorno a mi espalda mientras yo jugueteaba con sus rizos oscuros y movedizos.
Sin duda, Fallon siempre ha sido la hermana. No una cualquiera, sino una comprometida, empática y preocupada por los demás. Si pudiera tener una favorita, no vacilaría en decir que ella lo es de entre mis seis hermanas, pues todos mis recuerdos con ella consisten en su labor por cuidarme en la ausencia de mis madres y la dejadez del resto de mis hermanas cuando eran adolescentes.
Ellery y Ebba eran las más jóvenes, sí, pero aun así teníamos una diferencia de edad considerable y sentía que la única que me entendía era Fallon, que pasó gran parte de su adolescencia cuidando de mí y educándome gracias a sus dotes detallistas y observadoras. Por eso ha terminado en los Cuerpos de Inteligencia.
—Te he estado esperando —confiesa, aún recorriendo esos laberínticos corredores—. Ellery me llamó ayer por la noche y me dijo que te habías encontrado con ella. También me ha comentado que anda muy estresada con los exámenes finales.
—Sí —afirmo—, no tuve mucho tiempo para hablar con ella, la verdad. Y espero no robar mucho del tuyo.
—Oh, no, no, no. —Hace un gesto de despreocupación—. Tengo muchas horas extra pendientes. Mi ausencia no les afectará en nada, no te preocupes. Aunque estemos en una situación de revoluciones y manifestaciones en Femtania, se las arreglarán sin problemas.
—¿Y cómo llevas eso? —pregunto—. Quiero decir, todo esto del experimento y las protestas. Tiene que ser duro, ¿no? Hay tantos cabos sueltos...
—Sí —dice asintiendo—, obviamente hay mucha presión porque tenemos que dar con las «insurrectas» por orden de las Autoridades de Femtania, pero —se encoje de hombros—, hacemos lo que podemos. Ya lo has visto en la sala, ¿verdad? —Asiento—. Sabemos que lo más posible es que haya todavía mucha información oculta por ahí, pero confiamos en que la encontraremos tarde o temprano.
Los corredores cada vez se hacen más estrechos en el ala en la que nos encontramos, de modo que terminamos llegando a un pasillo iluminado con luz natural del exterior gracias a unos ventanales que permiten su paso desde el techo hasta el suelo. En uno de ellos, Fallon se detiene frente a una puerta, la abre mediante su huella y me cede el paso a una estancia enorme que incluye un dormitorio, un baño y una pequeña cocina.
Es un pequeño apartamento acogedor y equipado con todo lo necesario, incluido el ansiado aire acondicionado, vital en una ciudad tan calurosa como Suntown, aunque supongo que Fallon ya estará acostumbrada puesto que ya lleva siete años en este lugar.
—¿Te apetece algo de comer? —me ofrece después cerrar la puerta detrás de sí.
—Eh —mascullo analizando mi hambre—, no estoy muy hambrienta, sinceramente. Me gustaría tomar algo fresco de beber, mejor.
Fallon hace un gesto afirmativo y da un par de zancadas hasta la pequeña cocina, desde la cual extrae dos botellas de zumo de un frigorífico.
Doy un sorbo de la mía cuando me la tiende y siento cómo el líquido helado recorre mi garganta lentamente con esa sensación incomparable de vencer a la calidez que me envuelve, pese a la ambientación decente del aire acondicionado presente en toda la estancia.
—¿Y bien? —cuestiona Fallon con una de sus sonrisas al mismo tiempo que me invita a tomar asiento en un sofá cercano a la cama, entre la parte del dormitorio y la cocina—. ¿Qué te gustaría hacer hoy? Mamá Elsa y mamá Astrid me han dicho que estás informándote en universidades y programas de Femtania de cara al curso que viene. Seguro que habrá algo en la Universidad de Suntown que te interese.
—Sí —afirmo—, esa es la intención. He visto algunos programas de Skycity y Stones que me han parecido decentes, pero creo que no acaban de llamar mi atención por completo —miento.
Ni siquiera me he fijado en esos programas en todo lo que llevo de viaje.
—No te presiones —conviene mi hermana posando una mano sobre mi rodilla—, aún te quedan muchos destinos en los que seguro que encuentras algo. Por ejemplo, seguro que Davin podrá asesorarte bien. Rosses es un lugar en el que se encuentran todo tipo de oportunidades y...
—Ya —digo asintiendo con un interés fingido—, pero creo que últimamente estoy empezando a conocerme mejor y hay algo en particular que me parece fascinante —suelto con los ojos entrecerrados, gesticulando con mis manos.
—¿Qué es?
—La Sociología.
Fallon sus ojos de color avellana como platos.
—¡Entonces tengo buenas noticias! —exclama, emocionada—. Hay una conocida cercana que imparte clases en la Universidad de Suntown. ¡Seguro que ella puede ayudarte!
—¿En serio? —digo con una sorpresa más falsa que mi parentesco real con mamá Astrid y mamá Elsa.
—Sí, se llama Profesora Lavine, aunque a mí me deja llamarla Martha —reconoce con una sonrisa divertida—. Puede que te resulte familiar su nombre porque es una de las sociólogas más importantes de Femtania.
—¡Ah, sí! —suelto, asintiendo con demasiado énfasis—. Sé quién es. ¿Cómo es que la conoces?
Fallon empieza a relatarme toda la historia de su semestre con la Profesora Lavine y su acercamiento mientras yo me limito a mirarla con asombro fingido o alzando las cejas.
—¿Estás segura de que tendrá tiempo para hablar con nosotras?
—La Profesora Lavine siempre dice que tiene tiempo para mí —señala con una carcajada.
—Genial, en ese caso...
—Ahora mismo vamos a verla, si quieres.
El autoavión de Fallon empieza a descender en el corazón de Suntown, entre todo el cúmulo de casas caóticas dispuestas sobre la alta montaña. Allí en medio se encuentra una torre que resalta por su altura vertical por encima de todas las casitas: la Universidad de Suntown.
Abandonamos el vehículo en el aparcamiento que hay en la planta superior y dejo que mi hermana me guíe por los corredores aparentemente antiguos y transitados. Hay alumnas por todos lados y también capto ese típico murmullo de gentío alborotado a medida que voy pasando por lo que parecen ser aulas.
—Ven, Seven, estamos a punto de llegar —indica Fallon a unos pasos por delante de mí—. Aquí.
Se detiene ante una puerta de madera y, antes de repicar con sus nudillos, me susurra:
—Si no me equivoco, a estas horas de la tarde no tiene clase. Aunque creo que más tarde sí.
—¡Adelante! —exclama una voz desde el interior.
Mientras accedemos a la estancia, me percato del detalle de que Lavine no dispone de una cámara en el exterior de su despacho para ver quién la visita, sino que sencillamente no ha adoptado ningún tipo de tecnología, al contrario que el resto de despachos que he advertido de camino a este. Deduzco que esta apreciación ya la hace interesante; diferente.
Una mujer pálida, canosa y con el cabello gris recogido en un moño nos observa con detenimiento desde el otro lado de un escritorio con una mirada azul y severa visible y agrandada a causa de unas lentes. No obstante, sus ojos se relajan cuando reparan en Fallon.
—¡Fallon, querida! —profiere.
—Martha —saluda mi hermana a la vez que corre a los brazos de la Profesora para abrazarla—. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, querida, muy bien —responde con un ápice de júbilo en su voz—. Y tú, ¿qué? ¿Qué te trae por aquí?
Fallon se vuelve hacia mí y me señala con la mano.
—Mi hermana pequeña ha venido de visita —explica con una sonrisa—. Seven, esta es la Profesora Lavine.
La mirada azul de Lavine se posa rápidamente en mí con mucha cautela mientras me acerco a ella para estrecharle la mano con una sonrisa radiante.
—Oh, por favor, llámame Martha —pide con un gesto de despreocupación y una sonrisa amable.
Vuelvo a sonreír ante su intervención para hacerle saber que así será.
—Seven me ha comentado que está interesada en la Sociología —continúa mi hermana después de las presentaciones— y me ha parecido que lo más inteligente que podía hacer era traerla aquí para que la mejor socióloga de Femtania le explique un poco cómo funciona este mundo —la halaga Fallon.
—Ay, Fallon —se excusa Lavine sonriendo tiernamente—, no digas estas cosas.
Tengo muchas ganas de poner los ojos en blanco, pero me contengo.
—Es la verdad —objeta Fallon encogiéndose de hombros—. ¿Podríamos robarte un poco de tu tiempo?
—Por supuesto que sí, querida. Para tu familia y para ti siempre hay tiempo —pronuncia como si fuera una frase automática—. Anda, venid por aquí —señala las sillas que hay frente al escritorio—, sentaos, por favor.
Obedecemos su propuesta a la vez que ella alisa su falda de cuadros para acomodarse en su asiento, delante de nosotras. También percibo cómo se coloca bien sus gafas deslizando el puente de las lentes por la nariz con su dedo índice.
—Dime, querida —empieza con su vista puesta nuevamente en mí—. ¿Qué intenciones tienes para tu futuro?
Casi me atraganto cuando he de responder porque no sé exactamente qué voy a decir, ya que el propósito de esta conversación se aleja muchísimo de mi futuro académico. Solo quiero conseguir lo que necesito y volver junto a Félix cuanto antes.
Pero, de algún modo u otro, tengo que enlazar y conducir esta charla hacia donde lo necesito.
—Me gustaría estudiar algo de lo que no me canse jamás —empiezo rebuscadamente—, algo que me encante.
—¿Y qué es lo que te encanta?
—Descubrir cómo y por qué nos comportamos así —expongo con una curvatura en mis labios—. Analizar cómo se comportaba la sociedad antes, durante y después de la División del Mundo. Me parece fascinante —añado juntamente con una mueca de encanto.
—Entonces has venido al lugar indicado —comenta Lavine—. Eso que acabas de describir es precisamente lo que es la Sociología. Pero, si me permites, ¿podría preguntarte algo?
«Claro que estoy en el lugar indicado», pienso para mis adentros.
—Adelante —contesto.
—¿Por qué te interesa el estudio de la sociedad antes y durante la División del Mundo? —cuestiona entrecerrando ligeramente los ojos—. ¿Hay algún motivo en particular para ello? Porque, si no es así, también te recomendaría que revisaras los programas de Historia. Tengo el contacto de una profesora que también es amiga mía y estaría...
He aquí mi oportunidad. Es precisamente a este punto al que quería llegar.
—Oh —la interrumpo—, no, no, para nada. No hace falta que se moleste. Lo cierto es que me interesan más los análisis, aunque tampoco descarto estudiar Historia, ya que es una de mis asignaturas favoritas —digo sinceramente—. Pero, sí, hay un motivo en particular por mi interés en la División del Mundo —confieso falsamente—: las grandes historias de amor entre hombres y mujeres.
No hace falta que la Profesora Lavine hable para darme cuenta de lo que está pensando; sus pupilas dilatadas lo dicen todo.
—No me malinterprete —me adelanto antes de que ella pueda dialogar—, no es que esas historias sean inspiradoras o mi ejemplo a seguir. —Niego con la cabeza—. Yo nunca estaría con un hombre —miento como nunca antes—, pero simplemente llaman mi atención. El hecho de que alguna vez esta tierra también haya estado poblada por hombres enciende mi curiosidad.
—Sí, es difícil de creer —coincide— y cinco siglos es bastante tiempo. Pero nuestro sistema es el más fuerte de la historia y tenemos el privilegio de estar viviéndolo, ¿no crees?
¿Privilegio? Castigarme por amar a quien quiera por su orientación sexual no me parece un privilegio.
—Es —busco la palabra adecuada— estable. Y está bien diseñado —agrego—, pero también tiene sus debilidades —digo en alusión a las protestas por el experimento, hecho que tanto Fallon como la Profesora captan—. Igual que todo.
Lavine asiente para darme la razón.
—Alejándonos un poco de la Sociología, ¿qué historias de amor has leído? —cuestiona con interés.
Perfecto, hemos llegado al callejón sin salida. De aquí solo una de nosotras saldrá con vida: Lavine o yo.
—Sobre todo clásicos como Romeo y Julieta o Necesidad de ti —expreso encogiéndome de hombros—, aunque del último solo he tenido la oportunidad de leer unos fragmentos.
Ahora los ojos azules de Lavine se encienden, brillan. Pero esa reacción es pasajera porque se ve sustituida por temor y vergüenza.
Las palabras de Jen vuelven a mi mente: «Sigue teniendo miedo a las Autoridades, no será fácil porque teme por su vida».
—Son historias muy bonitas —pronuncia ahora con un tono lúgubre—. Yo también las he leído.
Tengo que ir más allá.
—Según tengo entendido —insisto al ver que ella está tratando de ocultarlo—, usted es descendiente de la autora de Necesidad de ti, Johana Lavine. ¿No es así?
Mis ojos se deslizan hasta sus manos, que tiemblan un poco encima del escritorio.
—Eso se rumorea —dice con una sonrisa tan forzada como evasiva.
—Pero todos los rumores tienen una base verídica —presiono.
—Sí, querida, eso dicen. —Ahora su voz es la que empieza a temblar—. Y, ya que estamos en confianza —dirige una mirada de afecto rápida a Fallon—, lo cierto es que sí. Ella fue mi antepasada.
—¿Y qué se sabe del libro? —pregunto sin bajar la guardia—. Del original, quiero decir.
Su mirada se detiene en la mía con firmeza.
—Nada —niega—. Hace años que no sabemos nada de él. De hecho, hace siglos.
—¿Y no piensa hacer nada al respecto? Es un manuscrito con mucho valor, Profesora Lavine. Si tal reliquia perteneciera a mi familia, removería mar, tierra y aire para encontrarla.
El color de sus facciones las abandona por completo.
—Es un absoluto misterio para las Lavine —suelta.
Sé que miente. Y no solo por las advertencias de Jen, sino por sus expresiones físicas: está demasiado nerviosa y su rostro es la perplejidad personificada.
—Mis fuentes indican lo contrario —replico descaradamente. Ahora mismo me da igual la impresión que esté dando—. Usted es la última Lavine en la descendencia directa de Johana, no hace falta que se ande con rodeos.
—Ya te he dicho lo que sé, Seven —suelta con un ademán que pretendía ser de inocencia—. No sé nada más que lo que acabo de confesarte.
En mis labios se instala una sonrisa amarga.
—Lo siento —me lamento. Hay veneno en mi voz—. No pretendía incomodarla de esta manera... —Suspiro y poso mis ojos en las ventanas, que dejan entrar la luz de la tarde—. Pero lo que más lamento es haberme hecho ilusiones.
«Tienes que hacerle creer que la entiendes, que no eres tan distinta a ella. Necesitas llegar al espíritu joven y enamorado que queda en ella», repite la voz de Jen una y otra vez.
Este es el momento de soltar el bombazo.
—¿A qué te refieres, querida? —El rostro de Lavine pasa del miedo a la confusión.
—Pensaba que usted podría prestarme una gran historia de amor original. —Niego con la cabeza—. Me da la impresión de que estoy leyendo siempre lo mismo y que el libro de Johana podría marcar la diferencia, pero, con lo que me acaba de decir, todas mis esperanzas de encontrar el manuscrito original se han esfumado.
—Pero... —balbucea.
—Lo sé, lo sé —continúo jugando dramáticamente—, he sido una estúpida todos estos años. Todo este tiempo he creído que ese manuscrito podría ayudarme a entender a nuestra sociedad pasada, a nuestros antecedentes, pero supongo que hay cosas que no se pueden simplemente leer; hay cosas que tienes que vivirlas.
—¿Qué quieres decir?
—La única manera de entender a la sociedad de hace cinco siglos, antes de la División del Mundo, es mediante la Semana del Permiso, cuando todo el mundo es libre de desplazarse por donde quiera durante siete días —explico marcando la tristeza en mi semblante—. Y no todo el mundo ha tenido la suerte de vivirla este siglo... Mi última esperanza es vivir la próxima Semana del Permiso, cuando tenga ochenta y tres años. Quizá entonces tenga alguna amistad con algún hombre que me comprenda.
Frunzo los labios para reforzar mis declaraciones y hago que mis ojos se cristalicen.
—Yo estuve allí, Seven —dice Lavine, ahora con voz suave—. Y conocí a un hombre.
La miro a los ojos y ella me devuelve una mirada de pena, justo lo que necesito.
—Y sé que está mal decirlo —susurra, pero con el silencio que hay en la estancia tanto Fallon como yo la escuchamos—, pero creo que era el amor de mi vida. Nadie me trató como él lo hizo: sin interés, siempre atento, detallista...
Igual que Félix.
En realidad, Lavine y yo no somos tan distintas.
—Pero la ley es la ley —prosigue—, y por más que me doliera separarme de él hace ya diecisiete años, tras siete días intensos, fue algo con lo que tuve que vivir el resto de mis días. Y te entiendo, Seven, sé cómo te sientes. Por eso quiero serte de ayuda —concluye, insegura—, pero tienes que perdonarme.
—¿Por qué?
—Porque te he mentido —admite con una sonrisa débil—. He mentido a todo el mundo y a mí misma.
—¿De qué está hablando? —pregunto pese a entender exactamente qué quiere decir.
Se refiere al libro, estoy segura casi al cien por cien.
Lavine suelta un suspiro, se levanta cogiendo su falda y se desplaza hacia las estanterías que tiene detrás. Mis ojos y los de Fallon siguen cada minucioso movimiento que realiza, pues empieza a sacar libros hasta que deja el estante medio vacío. Acto seguido, vislumbro una especie de caja fuerte en la que ella teclea unos números que hacen que se emita un sonido.
Fallon me dirige una mirada de incredulidad y yo le correspondo con otra por mi parte a la vez que vemos cómo extrae un tomo de la caja y la vuelve a cerrar.
—No me juzgues —pide mirándome a los ojos, todavía con el libro que ha sacado de la caja entre sus finos y largos dedos—. Y tú tampoco, mi querida Fallon. Pero este libro es una parte de mi historia que siempre he querido borrar.
Sin más dilación, la Profesora Lavine me tiende el ejemplar. Lo hace delicadamente, como si ese montón de papel fuera porcelana. Yo lo acomodo en mi regazo y me quedo mirando las letras blancas sobre el fondo negro en las que se lee: «Necesidad de ti, de Johana Lavine».
«Dichoso libro», pienso.
Pero ahora queda lo peor: operación salida.
—¿Podría ojearlo? —pido—. Comprendo que sea un libro muy antiguo y que...
La mirada de Lavine me hace enmudecer. Es una de esas fuertes y mortíferas, pero sus palabras son todo lo opuesto.
—Puedes hacer con él lo que quieras.
—¿Cómo? —requiero.
Me deja totalmente descolocada. Su respuesta es del todo inesperada.
—Tengo sesenta y tres años, Seven —se explica—. Este libro me lo dieron mis madres en secreto cuando tenía tu edad. Y me ha estado persiguiendo siempre: en cada paso de mi carrera, en mis logros, en mis fracasos... Siempre he sido «la descendiente de Johana Lavine, la célebre escritora del manuscrito original perdido», nunca Martha Lavine a secas. Quiero que te lo quedes. Quédate ese maldito libro.
Creo que mi mandíbula ha llegado hasta el suelo porque no la siento.
—¿Está diciendo que...? —mascullo—. No sé si... ¿Está segura de ello?
Tantos lamentos mentales para que me regale el libro sin razón alguna. El mundo está definitivamente loco.
—Sí —afirma—, quédatelo.
—No me lo puedo creer. —Niego con la cabeza.
—Yo tampoco, querida —dice con una sonrisa sincera—. No me puedo creer que al fin me deshaga de él y no tenga que mentir cuando diga que desconozco su paradero.
—Muchas gracias, Martha —interviene Fallon por primera vez desde que nos hemos sumergido en la conversación—. En serio. Sé que significa mucho para Seven.
—Todas salimos ganando con esto. —Lavine se encoge de hombros—. Y me encantaría estar hablando con vosotras durante el resto de la tarde, pero tengo una reunión en diez minutos y no quiero demorarme. ¿Queréis que nos veamos mañana para desayunar? —ofrece.
—Claro —acepta Fallon.
—Yo no puedo —digo atropelladamente, a lo que mi hermana me mira extrañada—. Todavía quedan tres hermanas a las que visitar y no dispongo de muchos días —miento, aunque realmente no es del todo falso.
—Ya, pero... —Fallon insiste.
—No te preocupes, Fallon. —Poso una mano en su hombro—. En las vacaciones de verano volveré a visitarte. Y a usted también —me dirijo a Lavine con una sonrisa a la vez que estrecho el libro contra mi pecho con fuerza, como si temiera que desapareciera.
—En ese caso —Fallon zanja—, lo mejor es que no te robemos más tiempo, Martha. Nos vemos mañana.
—Genial, querida, así será —dice con su tono jubiloso del principio. Parece que la tensión que hemos vivido nunca haya existido—. Y, Seven, espero con ansias tu visita este verano. Para entonces, supongo que ya habrás disfrutado de la lectura —señala el libro con su dedo índice.
Asiento y sigo a mi hermana para salir del despacho.
—Espera —su voz a mis espaldas me frena—. Seven, querida, me gustaría que me hicieras una promesa antes de irte.
Me vuelvo para mirarla a los ojos.
—Claro —accedo—, lo que sea.
—Prométeme que, después de leerlo, no harás ninguna copia.
—Así será —le aseguro.
—Y, además —añade—, quiero que lo destruyas. Me da igual el método: desgárralo, quémalo o tíralo al mar. Solo acaba con él.
—Se lo prometo, Profesora Lavine.
Un último asentimiento por su parte es suficiente para que vuelva a dirigirme a la puerta, junto a Fallon, y salir de ese maldito edificio mediante su autoavión.
—¿Qué ha sido eso, Seven? —cuestiona mi hermana ya en la intimidad de la cápsula mientras estamos de vuelta al Centro de Inteligencia—. Nunca te he visto comportarte así.
Reparo en su mirada clavada en mí.
—Siempre he sido así —me excuso con despreocupación—, llevas años sin vivir conmigo. He crecido —señalo como si se tratara de una obviedad.
—No me refiero a eso, Seven —objeta con severidad—. Es tu comportamiento. No soy idiota, sé que te pasa algo.
Pongo los ojos en blanco y maldigo para mis adentros.
—¿Qué me va a pasar, Fallon? —pregunto frunciendo el ceño.
—No lo sé. —Su voz delata frustración—. Pero tramas algo.
—Tramo mi futuro.
Fallon profiere un resoplido y advierto con el rabillo de mi ojo cómo niega con la cabeza.
—En esa sala has hablado de todo menos de tu futuro —replica firmemente—. Sabes que puedes confiar en mí, hermana —suaviza su voz.
—No hay nada que no sepas, Fallon —le garantizo con naturalidad—. No es mi culpa que tu trabajo de analizar todo te pase factura. A veces ser observadora tiene sus desventajas.
Estamos a punto de aterrizar cuando ella vuelve a hacer un gesto negativo con la cabeza. No se ha dado por vencida, sabe que estoy haciendo algo, que esta visita no es casual. Pero no tiene pruebas.
—¿Estás segura de que no quieres pasar la noche en mi apartamento? —pregunta cuando ya estamos en la recepción del Centro de Inteligencia.
—No, ya tengo un alojamiento reservado a unos kilómetros de aquí —miento— y ya se está haciendo tarde.
Señalo el exterior, que aún se halla con el deslumbrante sol en el cielo, aunque su intensidad ha cesado considerablemente.
—Bien. —Fallon suspira. Sé que sigue preocupada porque tiene el presentimiento de que le estoy mintiendo. Su sexto sentido no falla nunca, pero cuando se preocupa demasiado tiende a apagarse su espíritu alegre que tanto la caracteriza—. Nos vemos en verano, entonces.
—Gracias por todo.
Le sonrío y la abrazo antes de encaminarme a pie hacia el exterior, consciente de que tengo su vista clavada en mi nuca.
Pero una vez estoy completamente fuera del edificio, empiezo a dar zancadas con el libro entre mis manos hacia mi autoavión, donde Félix aguarda escondido. Llego allí cerca de siete minutos más tarde y abro la cápsula rápidamente.
—¡Estás aquí! —dice él con alivio a la vez que se incorpora—. Estaba preocupándome y...
Sostengo el libro en el aire y él se queda quieto.
—¿Lo has logrado? ¿Lo has robado?
Él mira rápidamente hacia los lados, como si estuviera esperando que en cualquier momento las agentes de los Cuerpos de Seguridad nos rodearan, pero enseguida la calma que reina en mí hace que relaje sus expresiones.
—Me lo ha dado con la condición de que lo destruya —comento. Él se tranquiliza por completo—. Es una historia bastante larga, te la contaré de camino a un alojamiento. Tengo que contactar con Jen para comunicarle la buena noticia.
—¡Sabía que lo conseguirías! —exclama Jen cuando le muestro el tomo—. Eres increíble, Seven.
Después de relatarle nuevamente los hechos con Lavine a Jen y recibir decenas de halagos por su parte, como cada vez que completo una misión, mi mentora en esta locura me envía el vídeo correspondiente a la historia de Alan y Grace, tal y como acordamos.
Félix y yo nos tendemos sobre la cama del alojamiento que hemos logrado conseguir a un buen precio en un municipio pequeño cercano a Suntown. Los últimos rayos de luz del día se filtran por nuestra ventana cuando, al fin, la notificación del mensaje de Jen con el vídeo adjunto llega.
Reproduzco el archivo apresuradamente.
Hoy aparecen unas imágenes de Grace vestida de blanco, como siempre, saliendo sola de su isla en un autoavión. Seguidamente, aparece una ciudad enorme con decenas de rascacielos altos. De hecho, son unos edificios bastante reconocibles para cualquier ciudadana de Femtania.
—¡Es Iris! —profiero.
Posteriormente, Grace deambula por la ciudad hasta llegar a los suburbios y adentrarse en un local en el que le atiende una chica. Esta última le enseña diferentes ilustraciones, pero Grace niega con la cabeza, cambia la secuencia, se amplía la imagen y advierto un tatuaje pequeño en su nuca inyectado con tinta negra: se trata del número siete.
De repente, la secuencia de las imágenes vuelve a cambiar y ahora sale un joven moreno, Alan, surcando el cielo en su autoavión. Cuando el vehículo aterriza, lo hace de nuevo en el castillo de Grace.
—Es su reencuentro después de la Semana del Permiso —susurro para que alguien más que yo misma tenga que lidiar con todos los pensamientos que viajan por mi mente.
Alan pisa al fin tierra firme en los jardines del castillo y aparece Grace, toda humedecida, con un vestido blanco y corto que deja entrever su cuerpo a causa de las transparencias. Ambos se quedan mirándose el uno al otro a lo largo de medio minuto, como si no supieran si lo que están presenciando es real. Esas miradas me recuerdan a cómo me mira Félix, cómo me atraviesa con sus ojos marrones.
Finalmente, corren el uno hacia el otro y se funden en un abrazo lleno de recuerdos, humedad y nostalgia.
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