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Capítulo Cinco

TaeHyung se mantuvo, una vez más, al borde de la acera, esperando pacientemente a que la lluvia cesara. Los días se habían pasado como una ráfaga de viento abrupta y molesta con la vida, con su propia vida que se destrozaba a cada minuto. Tenía a en su corazón un dolor conocido, y a JungKook junto a ese dolor. El pelinegro se había encargado de dejarle en claro las cosas: somos hermanos. Se lo repitió tantas veces mientras el castaño le miraba con esos ojos llorosos, esa mirada perdida, con esa necedad reflejada en sus manos temblorosas.

    Lo peor de todo, de todos esos problemas, era lo mal que TaeHyung dependía del corazón de JungKook; dependía de sus emociones, buenas o malas, de sus ojos y su cuerpo. ¿Importaba que él no lo quisiera? No. TaeHyung seguía ahí de pie, viéndole y sonriéndole cada mañana. Aunque todo resultó ser más confuso, pues su enojo volvía a ratos, a veces su corazón no aguantaba aquel sentimiento amargo y odiaba a JungKook con todas sus fuerzas, pero después lo volvía amar incluso si no quería hacerlo.

     — Oye —le dijeron.

    Una voz de tono medio, ni muy grave ni muy aguda, llenó sus oídos, sorprendiéndolo por completo. No era conocida a sus oídos, sin embargo, cuando giró su cabeza, se encontró con el pequeño chico HoongJoong. Lo conocía al menos de vista, un menor que él, quien era conocido por sus aptitudes y sus sonrisas amistosas. Él estaba empapándose bajo la lluvia, agitando las manos de arriba abajo, queriendo llamar su atención rápidamente. Hoong se ocultó con TaeHyung del llanto del cielo, jalándolo del brazo, y le sonrió.

     — Oh, hola.

     — Sí, ¿TaeHyung, no? —cuestiona él, moviendo su cabello con la intención de quitar el agua. Tae asiente, poco confiado pero bastante audaz ante el chico. El castaño le dedica una sonrisa fugaz y apunta hacia sus costados—. Ellos son mis amigos, te vimos solo aquí y la verdad es que no podemos dejar a nadie bajo la lluvia.

    TaeHyung mira hacia el auto, donde tres chicos se encontraban sentados sonriéndole con expresiones poco presenciadas ante sus ojos; eran rostros frescos y menores, casi aniñados. Los reconoció de inmediato: MinGi al volante, San a un costado y YunHo del otro. Los tres, junto con HoongJoong eran los chicos más extrovertidos y lindos de la escuela, eran bastante amigables y habían cruzado palabras algunas veces. El ambiente, el lugar y la incomodidad en su corazón le hicieron sentir que aquellos tres de sonrisas amigables eran adorables y las mejores personas.

    — Gracias, Hoong, pero quizá mi hermanastro pase por mí... —menciona TaeHyung. El chico sonríe tímido, esperando que no fuese una mala mentira—. Y... No sé, sería una molestia.

    — Oh, vamos. Claro que no. Dejarte aquí sería como... Ya sabes. Nos haría sentir muy mal.

Entonces iba en un automóvil con cuatro chicos realmente amigables, y aunque no los conocía, estaba cómodo con ellos escuchándolos hablar. Su corazón, por muy raro que fuese, se sentía mejor; se sentía protegido y resguardado del diluvio emocional por el que estaba pasando sin espada ni escudo. No estaba tan roto, y JungKook a pesar de seguir fijándose al borde de su corazón, no estaba golpeteando con enojo como siempre.

    Por unos minutos, sonrió y se divirtió.

     — ¡Ah, sí! ¿Qué nos dices de SooYoung? Dio una gran fiesta el otro día, ¿fuiste, TaeHyung? —cuestiona San con una sonrisa.

     La mirada de Tae se desfigura un poco, dejando saber que no había asistido y que tampoco le gustaba del todo hacerlo. No salía a fiestas a menos que JungKook lo necesitara. Todos se quedan callados por el momento, pues perciben que los sentimientos de TaeHyung han cambiado en un instante. MinGi, quien va aferrado al volante y apenas ha cruzado algunas pocas palabras, observa por el retrovisor a TaeHyung y suelta un suspiro.

     — ¿Sabes? Hoy hay una fiesta, ¿no quieres venir? —propone MinGi con su característica voz gruesa y cómica, haciendo que el castaño los mire inertes.

    Nadie lo había invitado a una fiesta antes. Es decir, nadie nunca lo invitó a una fiesta sin invitar a JungKook antes... ¿O se equivocaba? ¿Querían que fuera JungKook? Ese pensamiento lo confundió un poco.

    — ¡Sí! —Menciona el otro chico de cabello azulado, YunHo—. Que venga, es bueno tener de amigo a alguien mayor.

     — Lo creo así también, eh —San vuelve a decir.

     La conversación se anima, y TaeHyung se encuentra revuelto en dos opciones posibles. O eran demasiado buenos o buscaban a JungKook por méritos más complejos. ¿Tendría amigos? ¿Era ese el día que ni en sus sueños más locos había vivido? ¿Por fin alguien lo querría más allá de ser el hermano de Jeon JungKook?

    — Además, hyung es bastante lindo. No sé por qué no tienes pareja aún —San recalca una vez más riéndose entre todos—. Y no habla tanto.

     — ¡Se llevaría bien con los demás!

    — Supongo... ¡Ah podemos presentarle a nuestros amigos mayores! Yo creo que estaría bien... ¿Entonces sí vas, TaeHyung?

      TaeHyung guarda silencio. Pensaba cuidadosamente en JungKook, pensaba en qué diría, si eso sería relevante. ¿A caso JungKook estaría bien con eso? De pronto, se detuvo en el mar de pensamientos sin fondo que construía y excavaba, preguntándose si JungKook siquiera estaría interesado en sus decisiones... Pues no tenía que estarlo. Él era dueño de su propia vida, sí, amaba a JungKook, pero ¿tenía que ver por él en situaciones relacionadas con su propia felicidad?

    Sin pensarlo mucho, TaeHyung asintió con un gesto lento y ligero. Todos rieron, alegres por el contexto. MinGi, antes de detenerse enfrente de la casa del castaño, lo miró y le habló.

     — Haznos un favor, y deja a JungKook en casa. ¿Podrías hacer eso, Tae?

[...]

— ¿Dónde demonios estabas?

     TaeHyung miró sorprendido a JungKook, quien mantenía esos ojos fijos en él. Caían, aproximadamente las cuatro de la tarde. A esa hora Hoong y sus nuevos amigos le habían dejado justo enfrente de su hogar, no era la gran cosa, no era tarde, ni siquiera era importante. Eso no interesaba, el pelinegro estaba enojado, su entrecejo fruncido y con la respiración agitada. Muy dentro de él, TaeHyung sintió una bocanada de aire salir; pero también quedarse dentro, seguida de una risita burlona. ¿A él qué le importaba?

    Los arranques de emociones eran tan comunes en JungKook como siempre lo fueron. TaeHyung no supo cómo sentirse en aquel momento, ¿de verdad le debía dar alguna explicación? Pensó tranquilamente, con los ojos incrédulos pegados en el pelinegro de expresión tenebrosa. El tono de JungKook no le agradó en lo absoluto.

     — Eh, con unos amigos —responde nervioso dejando la chaqueta colgada en el perchero. Tira sus llaves, que estaban adornadas por un pequeño pato amarillo y deja sus zapatos por ahí.

    La sonora y poco amigable risa de Jeon, resuena en sus oídos, haciéndolo sentirse un poco más harto de su actitud cambiante. Molesta su cabeza, su corazón y sus sentimientos. Se siente ofendido y duele, muy dentro, muy espinado, como una rosa marchita.

     — ¿Desde cuándo mi tonto hermanito tiene amigos?

     Tae le mira inexpresivo. Su corazón dolía, pero odiaba demostrárselo.

     — Recuerda que soy mayor que tú —le escupe enojado, pero sin odio—. ¿Y a ti qué te importa, JungKook? Tengo suficientes problemas como para lidiar contigo ahora.

     Dejándolo ahí, emprende el camino hasta su habitación: su lugar seguro, su único lugar. El espacio donde podía estar feliz o triste y sería un secreto suyo y de aquellas cuatro paredes. Jamás se había sentido tan realizado, contestarle de esa manera, tan directa, tan audaz. Casi como si no lo quisiera, y muy en el fondo amándolo con toda su anatomía, su alma y ser. De espaldas, subió las escaleras. Sus pies livianos y su sonrisa pequeña... No duraron mucho. Aquella voz que empezaba a amar más se hizo presente de nuevo: el acto era constante, el pan de todos los días. 

     — ¿Ahora soy un problema? —la voz de JungKook es tan burlesca como siempre. El castaño se detiene en seco—. Hoy soy un problema. ¿Y ayer, qué?

     Los ojos de TaeHyung se hicieron vidriosos, al mismo tiempo que cerraba en puños sus manos con fuerza. Unas gotas saladas deseaban salir desde la esquina de su lagrimal, dejarlo al descubierto, exponiendo el dolor que recorría cada parte de su cuerpo y que lo hacían sentir un hueco en lo más profundo de sí mismo. Dio media vuelta, tenso y con un rostro nervioso.

    ¿Por qué él hacía eso? JungKook estaba tan decidido a hacerle la vida imposible que era difícil de aceptar.

     — Detente —se lo pide de manera firme, casi como una orden.

      Pero, en el momento en el que lo mira directo a los ojos, lo sabe. Tendría que aguantar el remolino que se le vendría encima. JungKook dio unos pasos, quedando enfrente del castaño. La altura del otro, debido a las escaleras era mayor. ¿Entonces por qué TaeHyung se sentía tan pequeño?

     — Ayer, ¿lo recuerdas, no?

     — Por favor, detente, JungKook.

    La persona a la que más amaba...

      — Claro que lo recuerdas. ¿Por qué hoy has de odiarme, y creer que soy un maldito problema TaeHyung?

     Era a la que, curiosamente, más odiaba en todo el mundo.

     Y lo admiraba. Que fuera tan inteligente...

     — D-detente, JungKook. Por favor. Detente.

    ... Como para hacerlo ceder.

      —... Si me has dicho ayer que me amas, TaeHyung.

    "Qué importa", le dijo una voz en su cabeza. Oh, TaeHyung... Qué importa si eres fuerte por un momento. Dime qué tanto importa esa fortaleza, si cuando él lo desea, caes a sus pies. Como una hoja en el otoño, eres sensible al viento con sus palabras.

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