˖⸙̭❛╰► capítulo dos
Era un lunes por la mañana, un día que había reservado exclusivamente para estudiar durante todo el fin de semana, preparándome para la prueba que debía rendir ese día. Desde la pelea con mi madre, no habíamos vuelto a hablar. He escuchado a las mellizas murmurar sobre lo «mal que me había comportado» con mamá, simplemente porque Sae Ri cambió su actitud con el resto de la familia desde nuestro enfrentamiento.
Como resultado, mis hermanas me han estado juzgando desde las sombras, sin molestarse en preguntarme qué provocó el altercado o por qué había gritado a nuestra madre. Sin embargo, no me importaba su desaprobación. Mi única preocupación era aprobar esa asignatura. Después de desayunar, subí al auto de mi padre junto con las mellizas y Joo Hwa para que nos llevara a la escuela. Al llegar, me despedí rápidamente de mi padre, ansiosa por llegar a mi aula a tiempo.
Lo último que escuché de mi padre fue un simple: «Tengan un buen día y cuiden de su hermana». Esperaba fervientemente que no se estuviera refiriendo a mí. Me sentía perfectamente bien en mi soledad. Sabía que mi padre y yo teníamos nuestras diferencias. A él no le gustaba que pasara tanto tiempo sola, está convencido de que la falta de amigos podría ser perjudicial para mí. Para calmar sus preocupaciones, le dije que tenía amigos. Empero, una de mis hermanas, específicamente Joo Hwa, reveló que en realidad nunca tuve amigos y que siempre estaba sola en la escuela. Esa revelación aumentó considerablemente su preocupación por mí.
Durante el primer receso, salí de la biblioteca para comer algo en la cafetería del colegio. Desde donde estaba sentada, podía ver a mi hermana con su grupo de amigos. Parecían tan felices, tan unidos, como esos grupos de amigos que se ven en las películas o series, ese tipo de amistad que yo nunca parecía poder alcanzar. Así que, una vez que obtuve mi comida, abandoné la cafetería y me dirigí al campo de rugby. Nuestro colegio era uno de los pocos que ofrecía este deporte para los chicos.
Lo que más me gustaba de este lugar era que contábamos con un campo en el patio trasero, un sitio en donde podía pasar todo el tiempo que quisiera, sentada, sola, con mis pensamientos y mi música como única compañía. Estaba a punto de dar el segundo mordisco a mi sándwich, comprado con el poco dinero que tenía, cuando un grupo de chicas apareció. Parecían tener como único objetivo hacerme sentir aún peor de lo que ya me sentía.
Al frente del grupo está Kim I Jung, la némesis de mi hermana Hyo Min. Ellas dos nunca se han llevado bien, siempre yacían en constante competencia, incluso por las cosas más triviales. Era como si estuvieran atrapadas en una rivalidad perpetua, una lucha de poder que parecía no tener fin.
—Oh, miren a quién tenemos aquí—dijo, su voz llena de burla—. A la eterna solitaria Choi. ¿No te cansas de ser la única en tu fiesta, Min Jun?
—No me molestes, I Jung.
—¿Y por qué no lo haríamos?—continuó Kim I Jung, su tono lleno de desprecio.—Tu rostro prácticamente nos invita a hacerlo. ¿Por qué siempre estás tan sola? Parece que no has logrado ser como tus hermanas.
Aquellas palabras, precisamente esas, fueron las que más me molestaron. Detestaba que me compararan con alguien, y menos aún con mis hermanas. Ya no estaba teniendo un buen día, de hecho, hacía mucho tiempo que no tenía uno, y ella ha decidido fastidiarme justo en este momento.
Me levanté de las gradas.
—No me provoques, Kim—advertí, mi voz tensa—. No estoy de buen humor.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Eh? ¿Golpearme...?
Sus grandes faroles negros se abrieron de par en par, las cejas se alzaron y me miró con una sonrisa psicótica. Estaba cruzada de brazos, riéndose con su grupo de amigas. Eso solo logró irritarme aún más. Dejé mi comida en las gradas y bajé, decidida a darle su merecido. Pensó que estaba bromeando o algo por el estilo, porque no vio venir el golpe que le di en la cara. El impacto hizo que Kim I Jung cayera al suelo de inmediato.
No iba a esperar a que se levantara para defenderse, así que me subí encima de ella y comencé a golpearla con el puño cerrado. Tenía tanta rabia acumulada y ella iba a sufrir todas las consecuencias de haber decidido molestarme.
—¡Suéltala!—gritó una de sus amigas.
—¡Llamen al director!
—¡Déjame! ¡Estás loca!—chilló I Jung, tratando de liberarse.
Sabía que solo han pasado unos segundos desde que había comenzado a golpear a una compañera de mi escuela. También era consciente de que una de mis hermanas está entre la multitud que se formó en el patio trasero de la institución.
—¡Min Jun, déjala!
—¡Hyo Min, ayúdame!
Fueron las mellizas las que finalmente me apartaron del cuerpo de la adolescente, cuyo rostro estaba enrojecido y los ojos apenas entreabiertos. La última cara que vi fue la del director, gritándome que me presentara en su oficina de inmediato. Si mi madre ya me odiaba, no quería ni imaginar lo que sentiría cuando se enterara de lo que le había hecho a esta estudiante. No estaba prestando atención a nada más que a mis propias piernas, que temblaban nerviosas, y a mis manos, que no dejaban de moverse.
Al fin escuché la voz del director, indicándome que esperara a su oficina a esperar a mis padres, quienes ya estaban en camino al colegio.
—Adelante, por favor.
Cerré los ojos con fuerza, tratando de recuperar el aliento. Podía sentir la tensión en el despacho, y aún más palpable era el mal humor que emanaba de mi madre. Me dirigió una mirada tan aterradora que, por un momento, pude entender cómo se sentían mis hermanas más pequeñas cuando están en el extremo receptor de esa mirada.
Cuando el director terminó de relatar lo sucedido a mis padres, me miraron con una mezcla de sorpresa y desconcierto, sin comprender del todo por qué había reaccionado de esa manera. El director me pidió que saliera de la oficina, ya que necesitaba hablar a solas con mis padres. Aunque me hallaba en la sala de administración, no pude evitar escuchar la conversación que estaban teniendo. Suspiré, agotada. La tensión era casi palpable, y podía sentir el peso de las miradas de mis padres y del director sobre mí.
—¿Estás bien?
Elevé la cabeza al frente. Había escuchado una voz muy reconocida y cerca de mi rostro.
Era el hombre que me atraía en todos los sentidos. Sabía que cuando llegara a casa tendría muchos problemas con mis padres, pero no podía evitar mirar al apuesto hombre que estaba frente a mí. Lucía tan tranquilo, como si nada malo estuviera sucediendo en su vida. Mis ojos recorrieron su cuerpo, vestido con el uniforme de la escuela, y no pude evitar pensar que incluso así, se veía increíblemente atractivo.
Negué con la cabeza varias veces, tratando de disimular. Para tener dieciocho años, parecía que estoy descubriendo mi sexualidad bastante tarde. No podía dejar de admirar el cuerpo de ese hombre de 1,80 metros. Me miraba con una intensidad que sugería que me está viendo con nuevos ojos. Y no podía ignorar sus labios hinchados, que en este momento parecían aún más atractivos.
—Min Jun, ¿estás bien?—preguntó de nuevo, pero esta vez levantó su dedo índice, señalando mi rostro. Supuse que I Jung me ha dejado una marca en la cara cuando intentó alejarse de mí, ya que sentí sus uñas en un momento.—Parece doloroso.
—Estoy bien, no es tan importante.
Hyun Jin frunció el ceño, y vi cómo relajaba sus manos sobre sus piernas, que estaban abiertas y desparramadas, dejando a la vista un cierto bulto entre sus largas extremidades. Mis ojos decidieron desviar la mirada.
—¿Siempre dices eso?—cuestionó, mirándome directamente a los ojos.
Eso fue lo que me puso nerviosa. Tanto que me costó hablar por un momento.
—N-no entiendo.
—En el supermercado dijiste exactamente lo mismo, cuando me confundí con tu nombre. ¿Siempre minimizas tus problemas?—indagó seriamente.
Así, me quedé sin palabras ante su pregunta. Pero tampoco tuve tiempo para responder, porque la puerta del director se abrió y mis padres salieron. Mi mamá me dirigió una mirada, una mirada que entendí por completo. Me despedí de Hyun Jin con un simple movimiento de cabeza, mientras mi padre colocaba su mano izquierda sobre mi hombro derecho para guiarme hacia la salida.
Durante todo el camino a casa, mi madre no dijo una sola palabra, y mi padre mucho menos.
Simplemente me miraba a través del retrovisor con una expresión de lástima, una que solía tener conmigo. Al bajar del auto, me dirigí directamente a la casa, ignorando la voz de mi madre que me llamaba. Pretendí no escucharla y seguí caminando a las escaleras. Solo que eso empeoró las cosas, ya que mi madre estaba al límite y pude escuchar los pasos de mi padre detrás de mí.
—¿Qué te sucede, Min Jun?
«Ahí vamos». Pensé. Me di media vuelta, observando a la mujer mayor que me miraba con los brazos cruzados. Parecía estar muy decepcionada por lo que había hecho esa tarde en la escuela. Mientras tanto, mi padre está apoyado en el umbral de la puerta, con la mirada clavada en el suelo, pero muy atento a la conversación que estábamos a punto de tener.
Sin embargo, conociendo a mi madre, sabía que no íbamos a tener una conversación normal. En cualquier momento, ella empezaría a gritar.
—Nada.
—¿Nada...? ¿No te pasa nada?—habló Choi Ho Yul, mi padre.—No puedes decirnos que no te pasa nada cuando acabas de ser suspendida de la escuela por golpear a la hija de la vicedirectora, Min Jun.
Bajé la mirada al suelo de inmediato. No me gustaba cuando mi papá empezaba a hablar, porque era el único en la familia que decía las cosas como eran. Sus palabras solían dolerme, porque siempre iban al grano, sin rodeos.
—Perdón.
—¡¿Perdón...?!—chilló mi madre. Parecía estar muy sorprendida por mis palabras, y pude notar que sus ojos ya estaban brillantes.—Golpeaste a una chica sin parar, Min Jun, ¿qué te pasa? ¿Ves a lo que me refiero? Así es como llamas la atención, niña. No es la manera.
—Por eso—continuó mi padre, su voz más calmada—, tu madre y yo hemos decidido que es momento de que alguien más nos ayude contigo.
—¿Cómo...?
—Irás a ver a un terapeuta.
—Sí, irás a ver a un psicólogo. Esperamos que pueda ayudarte, quizás más de lo que yo he intentado.
—Tú ni siquiera lo has intentado.—repliqué.
—¡Min Jun! Ya basta.—intervino mi padre.
—¡Pero es verdad!
—Basta. Ahora quiero que te quites el uniforme, te des una ducha y te cambies. Iremos al consultorio de inmediato.
—¡¿Ahora?! ¡No estoy loca para ir a un psicólogo, papá!—protesté, elevando la voz. Buscando esperanza en la mirada de mi padre.
—Un psicólogo no es solo para personas «locas», eso es un estigma. Los psiquiátricos son para casos de salud mental más severos, y si continúas comportándote de esta manera, podrías terminar necesitando uno.—advirtió mi madre, su tono de voz firme y serio.
15:30 p.m
No quería entrar.
No era lo que necesitaba en este momento. En realidad, nadie podría ayudarme, y nadie me entendería, menos una señora mayor que no sabe nada sobre la adolescencia. La voz autoritaria de mi padre me hizo tomar asiento en una de las sillas de la sala de espera del consultorio. Mientras ellos se acercaban a la recepción, observé a la mujer que está allí. Era de la edad de mi hermana, quizás unos 25 o 26 años, con el cabello recogido en una coleta baja de color castaña. Llevaba un vestido color beige y tenía una gran sonrisa en su rostro.
Mientras mis padres conversaban con la mujer en recepción, yo me dediqué a observar mi entorno. La clínica era pequeña, pero lujosa. Era de dos pisos: la planta baja albergaba la administración, donde se realizaban los pagos de las consultas. El segundo piso era la sala de espera, donde me encontraba en este instante. El tercer piso, según lo que había oído de las personas a mi alrededor, albergaba las oficinas privadas del resto del personal que trabajaba allí. La sala de espera yace pintada de blanco, con cuadros de pintores mundialmente reconocidos adornando las paredes, así como algunas pinturas abstractas que no lograba entender del todo.
Nunca fui muy buena entendiendo el arte, lo que me recordó a mi profesor de literatura, un apasionado del arte en todas sus formas.
—Min Jun.
La voz de Sae Ri me sacó de mis pensamientos y no tuve más opción que acercarme a ella. Mi padre me informó que debíamos subir al tercer piso, donde la persona que me atendería nos esperaba. Así que nos metimos en el ascensor y llegamos en cuestión de segundos. Yo suponía que subiendo las escaleras hubiéramos llegado igual de rápido.
Al pisar el último piso, un aroma a café inundó mis fosas nasales. El color de las paredes era el mismo que en la sala anterior, pero en lugar de cuadros de pintores, hay floreros con diferentes tipos de flores en cada esquina y elegantes sillones. Solo había tres sillones al lado derecho, que daban justo a la enorme mesa de recepción. Mi madre se acercó a la mujer para hablarle, mientras yo me dirigía a los sillones para observar un poco más la decoración.
Sin embargo, una de las puertas se abrió, dejando salir a una mujer que parecía ser una estudiante universitaria, llorando y despidiéndose de la mujer que la ha atendido. Voy a ser sincera, eso me asustó. Observé la escena con terror y no me gustó para nada. Decidí dirigirme hacia el ascensor, con la intención de abandonar el lugar.
—¡¿A dónde vas...?!—me preguntó mi mamá en susurros, pero con un tono enojado mezclado con una exclamación. Trataba de no hablar muy fuerte, ya que el único sonido en la sala era el del calefactor encendido.
—Me voy, no quiero estar aquí.
—¿Desde cuándo eso importa...?
—No voy a estar aquí, Sae Ri.—insistí.
—Ya dejen de disc...—la voz de mi padre fue silenciada por él mismo. El sonido de una puerta abriéndose llamó su atención, al igual que la de mi madre y la mía.—Ahí está...
—¿Choi Min Jun?
Mis labios se entreabrieron en una expresión de sorpresa al ver al hombre que pronunciaba mi nombre con una media sonrisa en su rostro. Era alto y de complexión delgada, su cabello está ordenado en un estilo casual y sus luceros reflejaban una calidez que me hizo sentir un poco más cómoda en este lugar desconocido.
En respuesta, le devolví la sonrisa.
—Creo que me acostumbraré...—murmuré más para mí misma que para los demás.
—¡Niña...!
—Por favor, pasa.—me invitó, con un gesto hacia la puerta abierta de su oficina.
Asentí ante la invitación del psicólogo a su despacho, aunque no pude evitar sentirme nerviosa e incómoda. Nunca me había encontrado en una situación como esta antes, y no sabía qué esperar. A pesar de mi ansiedad, no podía negar que él era atractivo. Su presencia parecía llenar la habitación, y hay algo en su sonrisa que me hacía sentir un poco más a gusto.
Caminé a la puerta de su oficina.
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