Capítulo 82
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Cuando desperté por la mañana, estaba envuelta en Alastor, y me encontré fascinada de verlo dormir tan profundo.
Sus pestañas espesas creaban sombras sutiles en sus mejillas, y su expresión relajada revelaba la serenidad que el sueño parecía brindarle. La luz tenue que se coló por las cortinas iluminaba su rostro, destacando la armonía de sus rasgos. Cada inhalación y exhalación suya parecía una melodía suave, y no pude evitar sonreír por la dicha que sentí al despertar junto a él de esta forma.
Pero también estaban los recuerdos vivos de sus caricias sobre mi piel, imborrables y eternos.
Cada roce, cada susurro, fundidos en mi memoria.
Lo único que nos arrancó de la ducha horas atrás fue porque su lado consciente ganó la batalla en algún momento, decidiendo que no podíamos permanecer tanto tiempo bajo el agua.
Luego, apenas me coloqué la ropa interior, Alastor me jaló hasta la cama, donde estuve robándole besos con promesas que encendían el aire, y él se apretaba contra mí cada vez que tenía la oportunidad, como si quisiera fundirse de nuevo conmigo.
Ninguno de los dos quería despegarse del otro. Todo parecía haber pasado a un segundo plano. La conexión que compartíamos eclipsaba cualquier preocupación exterior.
No obstante, alguien se empeñó en deshacer la dicha esta mañana.
Debía apresurarme a llegar a la puerta antes de que, quien sea que se encontrara llamando, también interrumpiera su sueño.
Aparté su brazo de mi cintura, y a pesar del cuidado que tuve de no despertarlo, movió los dedos como si quisiera volver a sentirme junto a él, pero por suerte continuó sumido en su sueño.
No me dio tiempo a vestirme, así que tomé lo que encontré más cerca, y eso fue una de sus camisas.
De puntillas, me desplacé con rapidez, por lo que estuve a punto de tropezar con sus zapatos al pie de la cama. No fue como si los hubiera olvidado en ese lugar, de hecho, aparentaban haber sido colocados de forma estratégica, igual que aquella vez en la que perdí la consciencia después de la escena en su baño. Parecía ser una costumbre suya. Ayer, antes de entrar juntos a la ducha, no los tenía puestos, así que debió colocarlos de este modo cuando me quedé dormida con el suero.
En la puerta, estaba lista para quitarle el seguro, pero me detuve a echar un vistazo por la mirilla antes. Lo que vi a través de ella fue como una bofetada.
En cualquier otra ocasión, no le habría abierto. Pero la persistencia al otro lado de la puerta empezaba a volverse irritante.
Bajé el picaporte y asomé la mirada.
Sus ojos se ampliaron con sorpresa al verme. Sin embargo, la incomodidad se apoderó de mí al notar que estaba acompañada de un agente que retrocedió un paso mientras sus ojos volaban alrededor.
Ambos mellizos también hacían acto de presencia a la distancia. La mujer se encontraba sentada con las piernas cruzadas en el suelo del mismo pasillo, y fue la única que me miró, pues el hombre, con la espalda arrimada a un muro, mantenía los ojos cerrados.
Que ellos permanecieran aquí era lo que más me inquietaba, como un recordatorio constante de lo que estábamos viviendo.
—Todavía es muy temprano —asumí en voz baja.
—Es pasado medio día. —Su voz temblaba, mientras de reojo observó a los presentes.
—Ah. —La pequeña molestia en mi estómago le concedió la razón. Tenía hambre.
Al ver que había algo a sus espaldas, abrí la puerta un poco más y comprobé que se trataba del carrito en el que solían entregar la comida a las habitaciones. El olor casi me puso a babear. Al mismo tiempo, el agente dio un segundo paso hacia atrás y mantuvo la vista a sus espaldas.
—Lo siento —dijo ella. Cuando la observé, descubrí que en su mirada se antepuso el nerviosismo y fruncí las cejas—. No debí delatarlas ante esos oficiales. De haberlo sabido yo...
—¿Habría cambiado en algo?
—¿Eh?
—Que si piensas que hubiéramos podido escapar si no les decías en dónde nos escondíamos. —No supo qué contestar, pero ambas sabíamos que, si acaso contábamos con la posibilidad, nos la arrebató—. Dime algo. ¿Tenías idea de que se encontraban en el hotel?
Me contempló, como si apenas se hubiera enterado de los detalles.
—No.
—Entonces, lo hiciste por Alastor —concluí, y por su silencio, pensé que no volvería a pronunciar palabra, pero se destapó.
—Estaba molesta porque me rechazó, y tampoco fue amable al hacerlo. Ni siquiera me miró. Pero de pronto contigo era diferente, y no entendía el motivo, yo solo...
—No pensaste en las consecuencias —pronunció una nueva voz, y al levantar la cabeza encontré a Alastor cernido sobre mí y a mis espaldas, casi igual que una sombra que se apresuró a deslizarse delante de mí, envolviéndome como un aire protector y obligándome a retroceder un poco—. Solicité la presencia de Susana. ¿Por qué estás aquí?
—Yo se lo pedí; el venir. Necesitaba hablar con Samantha. —Danna dio un paso hacia atrás, con el miedo aflorando en su sistema. Le temblaron los labios. Incluso el agente se había desplazado en silencio, cerca del lugar en el que se encontraban los mellizos. Continuaba sin dirigirnos la mirada.
Alastor en ningún momento la observó. Sin embargo, ya que lo conocía, por la forma en la que se desplazó para contemplar lo que había en el carrito, con movimientos fluidos, pero calculados, supe que no podía traer nada bueno.
Con sus dedos tomó una tapa de aluminio que cubría algún platillo, y el delicioso olor emergió del interior cuando la sostuvo en el aire.
—¿Intentaste ocultarlas bajo las sábanas? —Alastor soltó la tapa, de modo que esta cayó de regreso en su lugar, causando un ruido estridente al chocar con la bandeja. Cuando levantó la mirada, incluso yo pude sentir el nudo formándose en el estómago.
No tenía idea de lo que estaba hablando, intenté conectar las piezas y saber por qué de pronto lucía tan molesto.
—L-Los teléfonos sonaron. Tampoco habría podido...
Fue tarde cuando comprendí lo que ocurría. Alastor se encontraba de nuevo en frente de mí, pero miró de reojo el cochecito con los alimentos, como si lo hubiera olvidado, así que lo alcanzó con un brazo.
—No regreses al hotel a partir de mañana —sentenció, deslizándolo en mi dirección. Acabé dando un nuevo paso hacia atrás para dejarlo pasar, y la vi marcharse con la cabeza gacha antes de cerrar la puerta.
Si no entendí mal, Danna le había dicho que nos escondió bajo las sábanas, cuando lo que hizo fue decirles a los oficiales cuál era nuestro escondite. Y acabó despidiéndola por eso.
Giré sobre mis talones en su dirección.
Me miró, a la espera de lo que pudiera decir. Pero no tenía palabras para interferir en eso, empezando porque era su hotel. Y aunque Danna tuviera razón con respecto a los teléfonos habiendo sonado poco después, lo que hizo, nos habría sentenciado de cualquier manera.
Por otro lado, apenas noté que Alastor vestía una de las batas de salida de cama, incluso estaba descalzo, al igual que yo.
—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó.
—Tus zapatos —mi revelación lo tomó por sorpresa—. No he podido evitar notar que los sitúas en el mismo lugar.
Los miró durante un breve instante, con el entrecejo fruncido.
—Tienes razón, no sé por qué lo sigo haciendo. Supongo que se volvió costumbre.
Se acercó, y sin miramientos, con sus labios a milímetros de los míos, sus manos comenzaron a desplazarse bajo la camisa.
—Mi madre me enseñó a dejarlos apuntando a la salida, pues cada vez que las cosas se salían de control en ese sótano, me animaba a escapar —añadió, como si no fuera nada importante por el momento. Aunque también pareció darse cuenta de lo mismo que yo: independientemente de cómo sucedieron las cosas, lo estuvo cuidando del monstruo que tenía por padre.
Sus dedos pulgares se introdujeron en el elástico de la ropa interior que llevaba puesta, la cual era suya. Anoche ya era tarde cuando recordé que mis cosas se habían quedado en la camioneta en la que viajamos a West Palm Beach aquella vez, y aunque debía encontrarse en el parqueadero del hotel, no estaba dispuesta a dejar la habitación por eso. Así mismo, en este momento sabía que, de no ser porque tenía el periodo, se la habría quitado de en medio.
—La última vez que usabas una de mis camisas... —Su respiración me acarició la boca.
—No me devolviste el brasier —le recordé y la comisura derecha de sus labios ascendió, asumiendo la culpa como una anécdota divertida.
—Y tuve miedo —finalizó con un rastro de vulnerabilidad en su voz—. Por primera vez. Te estabas resistiendo. Jamás pensé pedirle a nadie que se quedara. Me enfadó notar que podía ser tan débil. Y tú, siempre de algún modo inalcanzable.
Tiró con suavidad del elástico antes de soltarlo.
Estuve a punto de manifestarle la posibilidad de probar con algo diferente, pero volvieron a llamar a la puerta.
Cuando Alastor se alejó, me quedé como una hoja seca que cae a la deriva, con ganas de volver a aferrarse a la rama que le dio vida.
La habitación, antes llena de calor y promesas, se sintió fría y vacía sin su proximidad.
Mis pensamientos se perdieron en el eco de sus palabras y gestos, mientras yo anhelaba más de él, más de ese vínculo que nos había unido la noche pasada. Aunque transcurrieron segundos, la espera de su regreso se volvió insoportable, como si el tiempo se hubiera ralentizado para prolongar mi deseo de estar junto a él otra vez, pero se convirtió en un anhelo imposible cuando escuché la voz de mamá.
—Alastor. Pensé que dijiste que tenías algo que hacer hoy.
Volteé hacia la puerta. Ella lo miraba entre sorprendida y avergonzada al notar que no era el mejor momento para interrumpir.
—Tuve asuntos importantes que atender primero. —Alastor levantó una ceja en mi dirección y con ello señaló hacia la habitación. No comprendí a qué se refería, pero cuando Jacob entró detrás de mamá, me dirigí corriendo hacia allí.
Había olvidado que hoy me administraría la segunda dosis de hierro intravenoso, de los tres que serían en total al menos esta semana. Un protocolo que, según Jacob, debía ser cumplido al pie de la letra. Y ya que se nos había pasado el tiempo volando...
En el baño me refugié, y al quedarme de pie frente al espejo, sentí cómo el alma se me caía a los pies. La camisa adquiría cierto grado de transparencia en los lugares que entraban en contacto con mi piel. En ese instante, comprendí la reacción de Danna, pero sobre todo la del agente, cuando me miraron.
Por eso Alastor me rodeaba y se antepuso.
Al sentir el suspiro de un fantasma furioso que se había acercado a mis espaldas, contemplé sus ojos a través del reflejo. Mamá y Jacob debían estar esperando fuera, pero apenas pensé en ello.
—¿Por qué tienes algo como esto? —indiqué.
Sus brazos me rodearon por la espalda, y asentó la quijada en mi hombro.
Todavía sin romper el contacto visual, su mano se arrastró por mi vientre y sus dedos rozaron los picos más altos de mi pecho. Cuando me apreté contra él, esta vez su cuerpo me recibió como si hubiera estado preparado.
—A veces, desearía tener la capacidad de guardarte en un cajón. Por ahora, me contentaré con envolverte en una bata —insinuó, yendo a buscarla y dejándome allí, con las piernas temblorosas y anhelando por más.
Tomó la tela entre sus manos, me miró, y supe con exactitud lo que tramaba.
Alguna vez mencionó que me haría suplicar por más.
Pronto estuvo de regreso y colocó la bata sobre mis hombros con eficiencia. Se movió alrededor de mí, deteniéndose de frente y mirándome a los ojos mientras la ajustaba. Sin embargo, no demostró preocupación por dónde estaba colocando sus manos, en lo absoluto.
—Voy a recuperar tus pertenencias —sonrió, y casi me derretí al ver ese gesto por primera vez. Una clara mezcla de inocencia, diversión y amor. También reconocí el anhelo controlado y la malicia brillando en sus ojos.
Fue en ese momento que me di por vencida en el juego y pensé: «canalla».
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