Capítulo 78
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No importaba qué, solucionaría el tema de su permanencia en el país. Mientras tanto, me preocupaba lo que Oliver haría a continuación.
«¿Querías un motivo de peso? Será mejor que incluyas a tus hombres en el levantamiento de ese edificio, nunca sabes la clase de pestes que puedan escapar de una tumba», le había dicho.
A mitad del camino hacia América, confiaba que él tomaría en serio mis palabras. Por otro lado, podía notar cierto disgusto en él por mi relación con Samantha, un sentimiento que Laurent también compartió conmigo en alguna ocasión. Ambos pensaban que exponía demasiado por nuestro vínculo, pero en realidad, no era su culpa. Fue por mí que acabaron arrastrándola tan al fondo de toda esta situación, y sentía que no podría liberarme del dolor que había causado, a pesar de los intentos de Samantha por convencerme de lo contrario.
Centré la mirada a la pantalla de mi teléfono, repasando el resto de la información que Méi había desencriptado. Por un lado, estaban los datos fuente del laboratorio, y aunque era de esperar que no encontrara detalles específicos sobre el contenido del informe mencionado por Luca, sí revelaba de qué se trataba.
Giovanni Rizzo, fue el científico del laboratorio que se tomó unos momentos para mirarme con desconcierto cuando entramos. Estaba inmerso en la investigación de las posibilidades de hallar el informe del componente que Moretti buscaba, dado que Rizzo se involucró en esa historia junto a la persona que lo desarrolló.
Aunque en ningún lado se mencionaba el nombre del creador, más que las iniciales "Dr. S." que se repetían en múltiples ocasiones, los informes de Rizzo sobre aquellos días contaban el proceso que se llevó a cabo, igual que un diario.
Al principio, hablaba de esa persona como alguien que desde temprano mostró un ardiente interés en el desarrollo de vacunas para combatir enfermedades cruciales. Su dedicación y pasión no pasaron desapercibidas, captando la atención de Rizzo, que fue uno de sus profesores de universidad.
Compartía su tenacidad e incentivó a Dr. S. a embarcarse en proyectos que parecían imposibles. Juntos se enfrentaron a éxitos y fracasos, pero sus esfuerzos dieron lugar a múltiples reconocimientos.
Con el tiempo, una conexión especial se forjó entre ambos gracias a su mutua ambición.
Tras graduarse, Giovanni le ofreció a Dr. S. la oportunidad de unirse a él en Italia, donde trabajarían en el desarrollo de una vacuna revolucionaria.
Sin dudarlo, su estudiante destacado aceptó la propuesta, y así llegaron juntos a la apacible Toscana, un lugar de viñedos que se extendían hasta donde la vista alcanzaba, colinas y campos interminables de cipreses.
Su destino los condujo a Nostra Vita, uno de los gigantes farmacéuticos de Europa. De forma eventual, este laboratorio cerraría sus puertas bajo la sospecha de utilizar componentes perjudiciales para la salud algunos años más tarde. Aunque la verdadera razón permaneció oculta al público. Las autoridades solo se limitaron a mencionar de manera superficial que se relacionaba con el grupo criminal Serpente, sin profundizar en el tema.
Lo ocurrido en ese laboratorio de personal reducido fue consecuencia de la persona a cargo de desarrollar este caso. Estaba siendo engañada por Rizzo, quien en uno de los informes aceptó que no podría convencerla de otro modo que no fuera haciéndola creer que estaba cumpliendo su sueño. Después de todo, una importante empresa farmacéutica había depositado su confianza en su talento.
Tras dos años de ardua trabajo, finalmente llegó el día que tanto anhelaba. Su estudiante descubrió la clave para desarrollar el componente a partir de la base proporcionada, pero su alegría se transformó en desolación al descubrir la verdadera naturaleza de la fórmula. Lo que había creado era, en realidad, un poderoso componente que, al combinarse con el ingrediente principal, la uva, se convertiría en una amenaza letal.
Era una bacteria silenciosa y difícil de detectar, capaz de ser distribuida en botellas de cristal a gran parte del mundo.
Detrás de todo este oscuro entramado se encontraba una organización que se originó en Chicago y que persistió a través del contrabando y la distribución de alcohol, liderada en su momento por Al Capone. Los descendientes de esta mafia habían estado esperando durante décadas a que alguien como esa persona descifrara la fórmula.
Se hablaba acerca de las rivalidades entre las distintas mafias y su conexión con poderosas corporaciones, como era el caso de esta farmacéutica. Aunque evidentemente tenían varios de estos grupos criminales detrás de este proyecto, no anticiparon que la persona que podría traicionarlos estaría dentro de su propio equipo.
Su estudiante conocido por el alias Dr. S. escapó, llevándose consigo el informe secreto. Ocho años después de eso murió, pero no se explicaba cómo fue que Nikolai pudo obtener ese informe.
Por mi parte, sospechaba que Lizzie tenía algo que ver. Tendría sentido que Nikolai la estuviera ocultando en el buque y que se hubiera vuelto loco buscándola. Aunque todavía quedaban cosas por revelar.
Pero además, Méi no escatimó en información. Realizó un estudio exhaustivo en el que detallaba quién era el fundador y propietario de la Pulse Web: Zacarria Pierro, con el alias ZARP.
Todo lo relacionado con ese sitio era inquietante, pero lo que me desconcertó al final fueron las fotografías y videos que, por alguna razón en particular, también almacenaban en el sistema de ese laboratorio. Seguramente todos obtenidos a través de ese mismo portal.
En dichas grabaciones, pude observar cómo abandonaba el auto en el puente que precedía al puerto, al igual que a Cheyanne, Samantha y Lizzie entrando a una tienda de ropa en West Palm Beach. Todas eran tomas capturadas por cámaras de vigilancia.
No era posible que esta información hubiera quedado almacenada en la Pulse Web sin que alguien la buscara con anterioridad a través de ese mismo medio. Después de todo, ese portal no estaba diseñado para consultas simples; más bien, era un sistema facilitador de compra y venta de servicios y productos ilegales. Todo se reducía a proporcionar facilidades para cometer actos delictivos, y no cualquiera gozaba del acceso a ello. De por sí, ingresar presuponía tener conocimientos avanzados en programación.
Al final, sin embargo, se hallaba un dato aún más revelador que todos los demás.
Méi, sin darse cuenta, al rastrear la dirección IP, había descubierto la identidad detrás del alias AGT007, quien nos salvó de quedarnos encerrados en el laboratorio, y resultó ser la última persona que habría considerado.
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Despertar del sueño que me envolvió durante el viaje fue como recibir una cucharada amarga de realidad. Oliver se había encargado de todo.
A nuestra llegada al aeropuerto, agentes de la CIA aguardaban y nos custodiaron desde el momento en que bajamos del avión. Alastor no los recibió de buena manera. Ignoró por completo al que parecía estar a cargo de todos ellos, y que se presentó ante ambos, diciendo que custodiaría nuestro camino.
Estos individuos despidieron a los oficiales de policía, agradeciéndoles por su arduo trabajo, pero dejándoles claro que, a partir de ese momento, serían ellos quienes se harían cargo de la situación.
A juzgar por sus expresiones, los oficiales no parecían contentos al marcharse de esa forma, pero tampoco podían darles la contra. De alguna manera, esos agentes eran sus superiores, y el caso estaba fuera de sus manos. No era algo que les incumbiera ni que estuviera dentro de su área.
—Fue una situación en la que terminaron involucrados por error —les comentó el agente a cargo mientras les daba la espalda.
Por otro lado, al HSI llamado Echo, le solicitaron que elaborara un informe detallado de todo. Fue la primera vez que escuché su nombre. Y él, poco después, también se marchó.
En el camino hacia el hotel, sentí que los nervios iban en aumento, no solo debido a la caravana de automóviles que nos custodiaba, sino por todo lo que conllevaba.
Ansiaba ver a mamá más que nada en el mundo. Fue la primera vez que atravesé esa experiencia de manera consciente, con mis sentidos alerta.
Reconocí el palacio costero incluso antes de que el auto entrara en el estacionamiento, pero a pesar de que no había cambiado en absoluto, percibí que algo sí lo hizo en mí, y sobre todo, en las personas que me acompañaban.
Estaba segura de que para ellos, los recuerdos que evocaba la majestuosidad de esos muros eran muy diferentes, oscuros y bastante tristes.
Raine fue el primero en bajar, seguido por Roman, el par de hombres que nunca hablaban, y Cheyanne. Su permanencia a nuestro lado fue decisión de Alastor, y ni siquiera un agente de la CIA podría decirle que no.
Solo cuando él y yo nos movimos, los mellizos también lo hicieron.
En el interior, el hotel había recibido un gran número de personas durante los últimos días, más de lo que alguna vez hubiera podido ver.
—No todos son huéspedes —oí decir a Alastor—. Hay agentes encubiertos. Me pregunto si llegaron esta mañana.
Oliver debió suponer cuánto lo odiaría, porque los disfrazó tan bien que yo no lo habría notado.
Al poner atención, en efecto, uno de ellos se presionó la oreja al disimulo y movió los labios, como si estuviera hablando con alguien en secreto. Informaba, quizá, sobre nuestra llegada.
En el vestíbulo, todo parecía marchar con normalidad, como si nada hubiera pasado.
Nos dirigimos a recepción, ya que el agente a la cabeza le informó a Alastor que tomaría una de las habitaciones contiguas a la suite 999. Aprovechando que yo me encontraba junto con ellos, Susana, después de recibirnos con una sonrisa y palabras que parecían sinceramente amables, me informó:
—Emily Galván llamó hace alrededor de una hora y me pidió que te comunicaras con ella cuanto antes, que era urgente. ¿Quieres que le marque ahora? —Tomó el teléfono.
Hubiera preferido hacerlo en un lugar menos concurrido y a solas, después de ver a mamá, incluso Alastor parecía sentir curiosidad por el significado detrás de ese mensaje. Sin embargo, la situación con los agentes y la apropiación de varias habitaciones volvió a sumirlo en el mal humor.
Terminé asintiendo, Susana presionó un par de botones, comprobé que se trataba del número de la casa de Emily en Ecuador, y luego me ofreció el teléfono.
—¿Sam? —preguntó. La noté un poco nerviosa; después de todo, ni siquiera dejó que sonara el tercer timbre antes de contestar, como si hubiera estado esperando por esta llamada.
—¿Ocurrió algo? —pregunté. De pronto el silencio, y ya sabía cuán capaz podía ser de anteceder a la desgracia—. Emily, ¿sigues ahí?
Un sollozo y después de un largo minuto volvió a hablar.
—Se ha negado a regresar conmigo.
—Ese idiota —suspiré, y de refilón, percibí que Alastor me tenía puesto un ojo encima, a pesar de estar tratando el asunto de las habitaciones con esos hombres.
—Tomó otro avión justo después de recibir una llamada.
—¿No dijo a dónde?
—¿Piensas que haya decidido volver a los Estados Unidos?
—No lo sé.
Esperaba no tener que enfrentar algo tan absurdo, pero ni siquiera supe qué responder. Ya conocíamos la habilidad de Mateo para tantas cosas, en especial, las que tenían que ver con meterse en problemas.
—¿Me dirás si lo ves?
—Te avisaré. ¿Se lo dijiste? Lo del embarazo.
—Eso es lo que más duele, que a pesar de todo, se marchó. Ten mucho cuidado, ¿sí?
—Y tú.
Colgué la llamada sintiéndome terrible por ella. No comprendí cómo podía ser tan tonto.
—Jacob se encuentra en el restaurante —me dijo Susana al devolverle el teléfono, su amabilidad incomodándome para este punto—. Alma está con él.
Al escuchar el nombre de mamá, se me aceleró el corazón, y dado que Alastor no parecía mostrar indicios de terminar pronto, con un gesto le indiqué que estaría en el restaurante. Él, a su vez, después de asentir, le hizo una señal a uno de los mellizos.
La chica me siguió a la distancia. Hubiera preferido que se lo pidiera a Cheyanne, pero ella había desaparecido junto con Raine. Quizá fueron a buscar a la niña. No obstante, su comportamiento ya me inquietaba. No era difícil deducir que algo había sucedido, y Alastor tampoco parecía dispuesto a hablar de ello.
Justo después de cruzar la puerta principal del restaurante, los hallé en una mesa apartada, en el rincón que ofrecía una vista impresionante del extenso campo de golf a través del panel de cristal.
Mi paso se aceleró al reconocer sus siluetas.
Cuando me acerqué, desaceleré al notar que Jacob sostenía la mano de mamá sobre la mesa, esforzándose por brindarle palabras de aliento en un terrible español.
Había una fuerza presente entre ambos, casi magnética, pero esa misma intensidad se disipó cuando mamá se levantó de forma apresurada, llevándose consigo la servilleta de tela y el mantel al verme. Jacob tuvo que frenar ambos objetos con sus manos antes de que los platos terminaran en el suelo.
Observándola acercarse, percibí que no fui la única afectada. La última vez que experimentó una pérdida de peso tan notable fue en Ecuador, durante los problemas económicos que nos condujeron a este lugar. En aquel momento, optó por dejar de comer para destinar lo poco que teníamos a comprar mis alimentos, que resultaban más costosos.
Las lágrimas ya empezaron a desbordarse incluso antes de que sus brazos me envolvieran, en un gesto que parecía contener todos los sentimientos acumulados durante los últimos días. En ese instante, me di cuenta del miedo que había experimentado ante la posibilidad de no volver a verla, y que era mutuo.
Se tomó un momento para contemplarme, mientras acunaba mi rostro entre sus frías manos.
—Mi pequeña. ¿Te encuentras bien? Estás tan delgada. —Rozó sus pulgares en mis mejillas, y no me importó si las personas alrededor nos miraban extraño, la abracé de nuevo y asentí, buscando las palabras con las que pudiera explicar lo que sentía. Pero al final, toda la felicidad que experimentaba por esta oportunidad de volver a verla se transformó en agradecimiento.
—Alastor volvió a salvarme.
—Hola, Sam —saludó Jacob cuando tomé un poco de distancia de la persona que me dio la vida.
Era un hombre amable, y no me sorprendía en absoluto que hubiera establecido una conexión con mamá durante mis días de ausencia. Además, recordaba que Alastor asignó una de las suites para ambos en el pasado.
—Gracias —le expresé, llegando a la conclusión de que debió haberse ocupado de ella en mi ausencia. Al principio, su rostro reflejó sorpresa, pero pronto esbozó esa sonrisa familiar que solía mostrar cada vez que se encargaba de mis curaciones. Y curiosamente me sentí como en casa.
Luego él pasó por mi lado para acercarse a saludar a Alastor, quien caminaba en nuestra dirección.
Mamá se limpió las mejillas con nerviosismo.
—Lo siento —se disculpó, sujetándome las manos—. Jacob trabaja con Oliver, para la CIA.
Su revelación no resultó impactante, aunque sí me tomó por sorpresa. Sin embargo, tampoco me incomodó.
—También te extrañé.
—Todo estará bien ahora —susurró, pero la preocupación se apoderó de ella porque no fui capaz de responderle con una sonrisa. En ese momento, Alastor llegó a mi lado.
—Te llamaré una vez que me asegure de que Sam coma algo —le dijo a Jacob, quien se retiró después de hacer un asentimiento con la cabeza y echar un rápido vistazo en dirección a mamá. Luego, los tres tomamos asiento en una de las mesas.
Mientras Alastor pedía algo de comer, ella entornó la mirada en mi cuello con preocupación. Aunque fue solo por un instante, evitó hacer preguntas o comentarios incómodos, y permaneció a mi lado. Sin embargo, en algún momento, la inquietud sobre los últimos días volvió a nublar su alegría.
No recibí preguntas de lo ocurrido ni indagaciones acerca de la presencia de tres hombres, uno de ellos con mascarilla, y un par de mellizos asiáticos en una mesa cercana a la nuestra. Estos últimos nos observaban mientras comían algo.
Era una escena dolorosa de mirar. Quizás fue a causa de la presencia de Alastor, o tal vez porque sentía que era mejor dejarlo un poco de lado y concentrarnos en nuestro reencuentro. Debía intuir que lo que sea que estaba ocurriendo no había terminado todavía.
De todas formas, mamá parecía guardar alguna clase de resentimiento hacia Alastor, y hubo un momento en el que no se lo pudo esconder más.
—Te confié a mi hija.
—Mamá. —Me atraganté con la comida. Alastor también dejó los cubiertos sobre la mesa y la observó.
—Tienes razón, debí ser más cuidadoso. —Aunque el dolor no solía proyectarse en su mirada en presencia de alguien más, estaba segura de cuánto lo lamentaba.
—Gracias por traerla de vuelta —intercedió, dejándome con la boca abierta. Alastor negó con la cabeza, como diciendo que no había necesidad de agradecimientos. Después de un breve silencio, él preguntó:
—¿José y la niña?
—Se marcharon en el mismo momento en que Jacob llegó al restaurante para hacerme compañía —explicó mamá, revelando un rastro de preocupación en su voz.
Al terminar, los tres subimos por el ascensor, y en el pasillo correspondiente a la suite de Alastor, mamá mencionó que iría a buscar a Jacob en la habitación que compartirían otra vez, y se marchó en esa dirección.
Por otro lado, Alastor extrajo una tarjeta roja de su bolsillo, probablemente obtenida de Susana, lo que me hizo recordar a los agentes, pero aunque escudriñé a mi alrededor, el pasillo estaba vacío, excepto por nosotros cuatro.
No tenía idea de qué manera procederían los agentes de Oliver a partir de este instante. También temí preguntarle a Alastor, preocupada de que pudiera ponerlo de mal humor. Sabía cuánto los rechazaba por todo lo que tuvo que soportar, así que mantuve mi curiosidad a raya.
Por otro lado, el hombre con la mascarilla y sus compañeros aún estaban con nosotros. Mamá se encogió a mi lado al notar su presencia. Compartir el ascensor con ellos habría sido inquietante, ya que de alguna manera despertaban desconfianza, y no solo en mí. El mellizo les impidió subir con nosotros, haciendo un gesto que señalaba las escaleras.
Y por añadidura, apenas me daba cuenta de cuándo los hermanos nos seguían. Era sencillo perderlos de vista, como si fueran fantasmas y tan etéreos como el viento.
Alastor tenía el teléfono en una mano, y parecía a punto de realizar una llamada mientras pretendía abrir la puerta. Sin embargo, el lector de la tarjeta falló en el primer intento, y cuando el seguro finalmente se levantó en el segundo, intercambió miradas con los mellizos
Alastor se precipitó hacia adelante, colocándose en frente de mí, y empujó la puerta. Xiao ingresó primero, mientras Méi escudriñaba nuestro entorno, como si fuera parte de un protocolo premeditado.
Me agazapé detrás de Alastor, sin comprender bien lo que sucedía.
Las luces dentro se encontraban apagadas, y dado que la noche se aproximaba, el ambiente estaba un poco menos iluminado que cuando llegamos.
A primera vista, todo parecía normal; sin embargo, Xiao preguntó desde algún lugar entre las sombras:
—¿Quién eres tú?
El silencio descendió como una cuchilla mientras busqué con la mirada hasta encontrar a la persona de pie junto a la silla detrás del escritorio, la misma que giró lentamente en nuestra dirección.
Apenas pude distinguir el par de siluetas perfiladas por la luz de la tarde al final de la suite, ya que Alastor se había colocado frente a mí como un muro inquebrantable.
—Ahora comprendo por qué te escondiste en este lugar durante tanto tiempo. Las vistas son impresionantes —pronunció la voz de uno de ellos. No fue necesario ver con claridad para reconocerla y percibir escalofríos.
Nikolai había estado esperando en la suite de Alastor.
Podía dar por sentado que no fui la única en hacerse la misma pregunta: ¿Cómo era posible que esta persona estuviera aquí, con el vestíbulo infestado de agentes de la CIA?
Sin embargo, lo más sorprendente estaba a su lado. La luz se encargó de revelarla al mismo tiempo que preguntaba:
—¿Cómo has estado, Al?
Era una mujer hermosa, con una mirada acogedora, pero al mismo tiempo, parecía haber sido azotada por años terribles.
Lo que Alastor expresó a continuación a través de sus labios fue algo que nunca imaginé llegar a escuchar, como si todo lo que había construido con el peso de su pasado se desmoronara estrepitosamente ahora, delante de nosotros.
—¿Mamá?
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¿Mamá? ¿Alguien lo imaginaba? 🤯
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