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Capítulo 77



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En mi mente, al cerrar los ojos, los destellos de los disparos resonaban atronadores, e incluso podía sentir el agua del mar entre mis dedos. El frío calaba hasta lo profundo de mis huesos, casi tan doloroso como recibir un disparo.

—Sam. —Alastor se encontraba de vuelta.

Abrí los ojos, retiré la mano del agua que goteaba del techo y giré en su dirección justo cuando un nuevo relámpago estalló en el cielo. Intenté no encogerme ante el estruendo, pero fue casi imposible.

La similitud entre el sonido de un disparo y el de un trueno era algo que la gente no podía comprender hasta que lo experimentaba. Habría preferido no encontrar su similitud. Pero desde las ráfagas de disparos que resonaban en la oscuridad del buque, y que habían ocurrido durante la lluvia, cada trueno traía consigo un eco doloroso de aquellos momentos.

Respiré profundo, apretando los dientes y forzando una sonrisa para mostrarle a Alastor que estaba bien. Su mirada reflejaba preocupación. Pero también un entendimiento silencioso. Era posible que supiera lo que me acechaba, sin embargo, él estaba ahí para sostenerme, incluso cuando los ecos de las explosiones y el estruendo de la tormenta amenazaran con desmoronarme. Él sabía en dónde encontrarme.

Noté que había comprado algunas cosas para el viaje, por la bolsa de papel que llevaba consigo. Me aseguró que Oliver se encargaría de todo, y tal vez por eso, apenas como llegamos a este lugar, el hombre desapareció para ocuparse de esos asuntos.

También era cierto que en medio del bullicio del aeropuerto, rodeados de personas que iban y venían arrastrando maletas, no me sentí segura hasta que Alastor regresó a mi lado.

—¿Quiénes son? —pregunté, ya que uno de los mellizos, la mujer, se quedó cerca de mí, mientras que el otro acompañó a Alastor, pero a una distancia prudente, como si lo estuviera vigilando junto con todo lo que sucedía a su alrededor.

—Agentes de las sombras, así los llaman. Xiao y Méi trabajan en colaboración con el gobierno japonés, aunque nacieron en China, una información que solo unos pocos conocen. Se consideran a la altura de la Force One, especializados en misiones de contraterrorismo y operaciones encubiertas. Sin embargo, hay una excepción importante: no eliminan a sus objetivos, solo los incapacitan.

—Impresionante.

A mis ojos, parecían dos muchachos un poco enclenques, y que pasarían desapercibidos con facilidad. Pero era así como funcionaba. No podía concebir la idea de verlos disparando armas o llevando a cabo operaciones encubiertas. Tal vez, era una forma de camuflarse.

—Entremos. Oliver consiguió hacerse cargo.

Caminamos a la cabeza, pues al volver la mirada, vi a los demás, bastante juntos y en silencio.

Emily lucía pálida, y la expresión de Mateo indicaba que habían hablado sobre el tema del embarazo. Era probable que no tuviera un buen desenlace, pero ella también se había comportado muy esquiva conmigo desde que salimos del hotel. Necesitaría un tiempo para procesarlo todo.

Por otro lado, Cheyanne estaba sumida en sus pensamientos, con un aire enfadado, y Raine parecía más preocupado por su entrada al país que por cualquier otra cosa. Alastor le había hecho un pedido especial a Oliver con respecto a él, y aunque no lo pronunció en palabras, era evidente que la niña estaría esperando por Raine, sobre todo después que César perdiera la vida.

Casi al final del grupo, se encontraba ese hombre que, desde que lo vi por primera vez, no se había quitado la mascarilla en ningún momento. Alastor estuvo hablando con él y Oliver cuando nos dirigíamos al aeropuerto. Desconocía el motivo de su presencia y por qué también vendría junto con esos dos hombres a los que nunca escuché hablar, pero parecían seguirlo a todas partes.

Mientras tanto, los mellizos avanzaban justo detrás de nosotros, a escasos metros. Y los tres oficiales cerraban la formación al final de todo el grupo, como si estuvieran protegiéndonos, junto con los agentes de Oliver vestidos de civiles que también nos custodiaban. Casi lograban convertirnos en el centro de atención, si ese era su propósito.

El embarque para nosotros no fue por una puerta regular; nos condujeron a través de algunos pasillos a una sala con filtros de seguridad, donde varios agentes cubiertos desde la cabeza hasta los pies, tanto que ni siquiera había manera de contemplar su color de cabellos. Altos e imponentes, formaban un grupo con del personal del aeropuerto.

Me sentí diminuta en comparación.

—Es rutinario, espero que no se lo tomen a mal —nos dijo Oliver, que también los acompañaba, y entendí por qué lo harían.

Nos pidieron que nos quitáramos los zapatos, chaquetas y cualquier objeto metálico que se encargaron de revisar.

Uno a la vez, pasamos bajo la máquina de rayos X. Aunque me encontraba nerviosa, no tuve ningún problema.

Primero empezó por Cheyanne, luego los agentes detuvieron al hombre cuyo nombre todavía desconocía.

—La mascarilla —le dijeron.

Hubo un silencio incómodo. Desde mi posición, solo podía contemplar su espalda, pero me percaté de las reacciones de algunos de esos cuerpos entrenados. Se tensaron o contuvieron la respiración cuando uno de ellos se le acercó con una bandeja plástica, indicándole el lugar en el que el individuo soltó la mascarilla. Incluso uno de los agentes encubiertos le susurró algo a Oliver, y este último permaneció con el ceño fruncido.

Me comía la curiosidad, pero aunque pasó a la misma velocidad que nosotras, no conseguí ver nada, porque se las apañó para recuperar la mascarilla y ponérsela. Seguido fue turno de esos dos compañeros suyos, los tres oficiales, y no hubo ningún problema.

Cuando Alastor pasó, la máquina lanzó una alarma. En su rostro, en lugar de sorpresa, vi irritación. Miré la pantalla y no parecía haber nada fuera de lo común. Oliver susurró algo al oído de ese agente a su lado. Alastor volvió a pasar por la máquina, y en esta ocasión no tuvo inconvenientes.

Con los mellizos, la alarma sonó otra vez. En la pantalla, vi que llevaban armas hasta en los pantalones y algo se retorció en mi interior. Los agentes se movieron hacia ellos, requisaron sus maletas y les hicieron varias preguntas. Xiao mostró una placa, que comprobaron en una base de datos. Después de la verificación, finalmente los dejaron en paz.

—Estoy harto de esto —se quejó Xiao al pasar junto a nosotros.

—Había una mujer entre esos agentes —le dijo su hermana.

Al intentar comprender el motivo de su asombro, observé a todos ellos y descubrí que en sus uniformes llevaban las iniciales combinadas con un logo: FO, Force One. Se me pusieron los pelos de punta. Alastor había mencionado que eran las fuerzas especiales de los Estados Unidos. Aunque, de todas maneras, no encontré a la mujer.

Al salir de aquella estancia, sentí que volví a respirar. Observé a Alastor de reojo, y él, percibiendo mi curiosidad, se apresuró a explicar:

—Cuando era niño, Laurent no paraba de llorar porque se le había quedado atorada la pelota en el techo. Estaba harto de escucharlo, así que subí.

—¿Te rompiste algo? —precipité y negó con la cabeza.

—No había ninguna pelota. Quiso asustarme y resbaló. Lo que hice para sujetarnos a los dos, resultó en un esguince en mi muñeca. Pero en el hospital, descubrieron que tenía una pequeña placa, producto de lo que pudo ser una ruptura en el hombro por alguna caída. Cuando me preguntaron qué había pasado, mi respuesta fue que por aquellos días apenas salía del sótano para ir a la escuela, tampoco tenía amigos, así que... Ni siquiera ahora recuerdo qué ocurrió. Sin embargo, resulta que los detectores de metales fijos en los aeropuertos o ciertos bancos tienden a ser los más sensibles y algunas veces lo perciben.

Tan pronto como se inclinó para mostrarme la cicatriz sobre la clavícula, del lado opuesto de la nueva herida, no necesité preguntarme qué clase de monstruo era su padre, porque ya lo había presenciado. Aunque escapó a mis ojos las veces que lo vi desnudo, pues era casi invisible a la vista.

A partir de una bifurcación en el camino, nos dividieron en dos grupos. Por un lado, Oliver entregó a Emily y Mateo un pasaporte provisional. Ellos tomarían otro rumbo, directo al país en el que nacimos. A pesar de todo, en mi interior asomó la nostalgia.

Al despedirse, ella me sujetó las manos y susurró:

—Espero que algún día puedas perdonarme. Fui una imbécil. —Las lágrimas se desplazaron por sus mejillas—. Y tú, que te preocupaste tanto por mí en el buque y a pesar de todo. Fuiste una gran amiga.

—¿Todavía conservas el número fijo de tu casa? —pregunté, pero apenas logré ver la ilusión formarse en sus ojos, porque se lanzó para abrazarme con fuerza.

—Estaré esperando tu llamada. Hazlo, apenas llegues a Estados Unidos, ¿sí? —No me dio tiempo a responder y se dirigió hacia la sala de embarque.

Al mirar, Mateo se detuvo para esperarla junto a un grupo de personas que también aguardaban su vuelo. Nos lanzó una última mirada, y la arruga entre sus cejas se profundizó al detenerse en Alastor, que rodeó mi cintura con su brazo para animarme a seguir con él.

Atravesamos un breve pasillo y emergimos directamente en la pista de aterrizaje, escoltados por ese selecto grupo de agentes de élite y los hombres de Oliver.

Allí, descansaba un avión un tanto más compacto de lo habitual, con las palabras "California Airlaines" grabadas en uno de sus costados. La simplicidad representada en su logotipo capturó mi atención, deteniéndome por varios segundos al asociarlo con mis recuerdos.

—¿Sucede algo? —me preguntó Alastor.

—Cuando te conocí, en una página de internet descubrí que no solo eras propietario de una cadena hotelera, sino también de una aerolínea.

Ese aspecto no lo tuve en mente hasta este preciso momento. Resurgió junto con la familiaridad de la tipografía. También había sido empleada para representar la imagen corporativa de su hotel.

—De momento, solo tiene conexiones con algunas de las principales ciudades de Europa y Latinoamérica —comentó mientras observaba el avión, como si no fuera ya lo bastante sorprendente.

—Me sigue impresionando toda tu capacidad —admití.

—Personalmente, me atrae más la idea de que hayas indagado sobre mí en internet.

—Bueno, de forma indirecta fuiste tú el que me impulsó a hacerlo; cuando me salvaste de ese huésped —le recordé.

En ese momento, Oliver nos detuvo para entregarle un documento a Alastor.

—Una cosa es obtener visas de trabajo, y otra es esto. Es un permiso para su entrada durante el tiempo que nos tome resolver esta situación, al igual que lo tendrán ellos cuatro. —Hizo un gesto hacia Raine, y esos tres hombres cuyos nombres todavía desconocía—. Es lo máximo que puedo conseguir en esta ocasión. Mi poder también es limitado.

—¿Vendrás? —Pude reconocer la preocupación en la mirada de Alastor, pero no fui la única.

La comisura derecha de Oliver se alzó. Si me preguntaran, podría afirmar que la sonrisa ladeada era un gesto que ambos compartían, como un comportamiento adquirido.

—Los alcanzaré pronto. Antes, debo encargarme de informar a la Force One sobre todo lo ocurrido la noche pasada —sonó disgustado por ese hecho.

Alastor se disculpó conmigo y se lo llevó por un momento. Cruzaron un par de palabras, y al cabo de algunos minutos regresó a mi lado.

—¿Todo en orden? —pregunté.

—Desde mi punto de vista, enfrentan dificultades internas en los grupos de inteligencia de los Estados Unidos.

—¿La Force One y la CIA? ¿Cómo planean resolver nada?

—Adoptan numerosas decisiones desafortunadas y desacertadas.

A medida que subíamos a bordo, quedé asombrada por el interior. También era lujoso y minimalista.

Cheyanne, Raine y los tres oficiales ocuparon casi todos los asientos individuales. Pero eso no importaba, ya que Alastor me ofreció el puesto junto a la ventana en un conjunto de sillas. Estaría con él.

Al sentarme, una verdad poderosa me embargó: vería a mamá, por fin y después de tanto tiempo. La emoción casi no cabía en mi cuerpo.

El resto de asientos vacíos se ocuparon por agentes que Oliver asignó para nuestra protección, por lo que no cabía otra persona.

Mientras el avión se preparaba para despegar, Alastor llamó mi atención al colocarme el cinturón, luego extrajo dos objetos de la bolsa de compras que obtuvo. Uno de ellos, que tenía pinta de ser un teléfono muy viejo, se lo guardó en el bolsillo, pero el otro se ganó mi completo cuidado.

Tomó mi mano, deslizó las mangas de la camiseta que usaba hacia arriba, y empezó a esparcir una pomada sobre las erupciones cutáneas en mis brazos. Además, me entregó el resto del contenido: toallas sanitarias de diferentes tamaños, y más chocolates. Después de haberme visto la noche pasada devorármelos con satisfacción, solo debió suponer lo que me gustaba.

Sonreí como una idiota.

A estas alturas, ya no tenía que sorprenderme cada vez que él hacía algo por mí, pero seguía cautivándome. ¿Cuántas personas existían en el mundo con el mismo nivel de atención de la que yacía sentada junto a mí?

—Gracias.

—Le dije a Jacob que estuviera en el hotel cuando volviéramos.

No tuve que preguntar el motivo por el que lo hizo, ya lo intuía.

—Tú también lo sabías; lo de Emily. ¿Cómo? —Cambié de tema.

—Dejaste caer una prueba de embarazo en mi auto. Fue fácil suponer que no era tuya.

—Lo había olvidado. —Contemplé sobre su hombro, hacia la silla que ocupaba Cheyanne. A lo largo de todo este tiempo, estuve buscando su contacto visual. Quería expresarle mi agradecimiento por lo que Alastor me había contado que hizo por nosotros. Sin embargo, parecía una tarea imposible, y empecé a preocuparme de verdad.

—¿Ocurrió algo entre ustedes? —le pregunté.

—Laurent. —Solo fue capaz de pronunciar su nombre, y pronto me sentí como una tonta por haberlo olvidado.

Tomé su mano cuando acabó de ajustarse el cinturón y me apoyé en su hombro. No sabía de qué otra manera ofrecerle el consuelo que él me había proporcionado desde que lo conocí. Él terminó acomodando mi mano sobre su muslo, la cubrió con la suya, y respiró profundo. Como si hubiera leído mi mente y con aquello fuera suficiente para relajarlo.

Por otro lado, a este punto casi parecía que todo lo malo había terminado; sin embargo, a pesar de encontrarnos juntos, no podía deshacerme de esa sensación amarga de mal presentimiento que se aferraba a mi pecho con mayor fuerza cada vez, incrustándome las uñas hasta el punto de causar que sangre.

Después de todo, la calma siempre precedía la tormenta.


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