Capítulo 73
❦ ❦ ❦
Nadie jamás había conseguido burlar mi sistema.
En la sala de control, que ocupaba la mayor parte del espacio en la casa, observé con rabia la pantalla. Parpadeaba con un mensaje de alerta. Tal y como Fran mencionó, consiguieron entrar en el laboratorio. Mi red había sido hackeada por un puto «PixelNinja», y la intrusión me irritaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Con movimientos rápidos y precisos, tecleé comandos en la consola.
Hasta ahora, nadie había logrado superarme. En mis habilidades informáticas, siempre me mantenía invicto. Y continuaría siendo de ese modo.
Cada línea de código fue analizada y corregida, como si el sistema mismo fuera una extensión de mi cuerpo, obedeciendo mis órdenes. Un rastro de sonrisa sutil apareció en mi rostro cuando la red volvía a la normalidad, como si el intento de hackeo nunca hubiera sucedido.
Emití la orden de cerrar las puertas, y aunque existió otro intento de invasión, esta vez duró menos de ocho segundos. Me deshice del nuevo intruso aún más rápido que del anterior, casi tan veloz que su presencia en la red podría haber pasado desapercibida.
Sin embargo, justo cuando la satisfacción se afianzaba en mi expresión, un escalofrío recorrió mi espina dorsal. De repente, como si la misma realidad me jugara una cruel broma, la señal del lugar desapareció de mis monitores.
La habitación se sumió en el silencio.
Fruncí el ceño, mis ojos recorriendo la sala de control como si pudiera encontrar la respuesta en el aire. Los indicadores luminosos, que antes parpadeaban con información vital, ahora permanecían inertes. La conexión que tan orgullosamente había restaurado se desvaneció como humo entre mis dedos.
Mi rostro se tornó de incredulidad a furia en un instante. Algo más grande que una simple intrusión digital estaba en juego.
Me levanté de la silla con pasos apresurados, mientras mis ojos escrutaban los monitores en busca de cualquier pista.
—Perdimos contacto con la fuente —alguien precisó.
Eso no era posible, a menos que...
—Tienes una llamada. —Me acercaron el teléfono, y presioné el botón para contestar casi de inmediato.
—No debiste tocarla. —Su voz retumbó en el fondo de la bocina, pero la llamada se cortó antes de que pudiera abrir la boca siquiera.
La sensación de pérdida, mezclada con la ira que bullía en mi interior, me impulsó a tomar medidas drásticas.
—¡Traigan a ese hijo de puta ante mí! —rugí, señalando a mis seis hombres de confianza. Observaban la escena, atónitos y emocionados a la vez, ansiosos por la perspectiva de tomar acción, ya fuese mediante la tortura o simplemente movidos por la idea de rastrear una nueva presa. La frustración se reflejó en cada palabra.
El ajuste de cuentas, ahora, se convertía en mi única prioridad.
—La llamada fue muy corta para que la rastreen —informó Domenico, mientras tecleaba frente a la computadora. Por otro lado, Nick dejó la sala para cerciorarse junto con Enzo.
—Es obvio que están en el laboratorio —concluyó Francesco.
—La chica; tráela, ahora —ordené, y Fran también dejó la sala con apremio.
Asenté las manos sobre la mesa, me incliné hacia adelante y respiré profundo cuando estuvo de regreso más pronto de lo esperado. Lo miré de reojo y presentí problemas, pero lo que salió de sus labios fue más impactante de lo que esperaba:
—No está.
El teléfono voló de mi mano y se enterró en el monitor del otro lado de la sala.
—¿Cómo mierda es posible que haya escapado de una casa de alta seguridad? —exclamé.
—Fue culpa mía. Debí quedarme con ella —se disculpó Fran, inclinando la cabeza. De cualquier manera, no era su error. No le asigné esa tarea porque se suponía que no era necesaria.
—Cada uno de ustedes tenía la responsabilidad de mantenerme informado sobre las acciones que él realizara, y ni siquiera notaron su entrada al laboratorio. ¿Es acaso un maldito fantasma? No asigné más personal porque confiaba en que sería suficiente con todos ustedes, mis hombres de confianza, pero han defraudado ese honor. El muy hijo de puta logró burlarlos a todos con tan solo cuatro hombres y una mujer. ¡Una mujer!
Los contemplé a todos, pero el único que logró mantener la mirada en lo alto, fue Fran.
Domenico golpeó la barra espaciadora de una de las computadoras, atrayendo mi atención. Él revisaba las grabaciones de las últimas horas, y en el monitor se perfilaban un par de siluetas en medio de un pasillo, emergiendo entre la estática que produjo la primera explosión. Ese fue el momento en el que recuperé el control de mi red.
—Al revisar las grabaciones, justo antes de que salieran y perdiéramos la señal, logramos captar el perfil de otra persona que parecía acompañarlos. Es posible que hubiera más en su grupo de los que conocíamos, pero sabían moverse entre las sombras. No lo habríamos descubierto si no fuera porque uno de los guardias casi atrapa a uno de los suyos. Regresaron para sacarlo y la cámara captó su silueta —informó, señalando la pequeña e irreconocible figura.
—¿Tienes idea de cuántos más podrían haberse unido? —pregunté con el desagradable sabor de la hiel en la garganta.
—No pudimos avistarlos —repitió—. No hay más.
Por primera vez, me vi sin respuestas. Aquí estaba yo, acostumbrado a obtener información detrás de una pantalla y a destacarme como el mejor hacker, pero en este momento me encontraba en completa incertidumbre. La furia era una ola que amenazaba con arrastrarme.
—Los guardias de la entrada están... dormidos —informó Nicklaus un segundo después de cruzar la puerta, mostrando su confusión al pronunciar la última palabra. Incluso yo llegué a pensar que había escuchado mal.
El silencio en la casa se transformó en pasos que resonaban por los pasillos, bajando y subiendo escaleras.
—¿Diez hombres en la puerta principal perdieron el conocimiento?
—No hay rastros de agresión física en ellos. —Dejó los ojos fijos en mí, y mi mirada fue directa, jocosa y personal.
—Se quedaron dormidos —repetí, sonriendo—. ¿Resulta que todo este tiempo fueron mujeres disfrazadas de hombres? ¿Es así? Porque no doy con otra explicación.
Le arrebaté el arma. Ya estaba cargada cuando abrí la ventana. Apunté hacia uno de los que yacían inconscientes en el suelo, y que un guardia revisaba de frente al portón principal. Al resonar el primer disparo, el hombre lo dejó caer y giró hacia mí. Al encontrarme con su mirada, él y los demás guardias retrocedieron. Un total de siete cuerpos inconscientes quedaron abandonados, y me deshice de ellos con una descarga en cada uno. Otros dos, que acababan de recobrar el conocimiento, se arrastraron por el suelo hasta ocultarse detrás de un muro. Al presionar nuevamente el gatillo, sonó vacío: se agotó la munición.
—Basura inservible —murmuré, al tiempo que tronaba mi cuello debido a la tensión acumulada en la zona.
—Me encargaré de esos dos —ofreció Nick, extendiendo su mano hacia mí. Ya estaba a mi lado, así que le devolví el arma. Me dirigí al armario donde guardaba las mías, tomé la primera que encontré y, mientras la preparaba, un golpe apenas perceptible sobre mí detuvo mis movimientos.
—Están en el tejado —advirtió Fran, quien también lo había percibido.
Miré absorto en esa dirección e introduje el cargador en el arma.
Al final, iba a darme más problemas de lo esperado.
—Activen el protocolo de seguridad —pronuncié, avanzando a la salida.
❦ ❦ ❦
Esa figura encapuchada hizo al miedo apoderarse de mí; sin embargo, su voz, con un extraño matiz extranjero, pronunció una promesa de libertad.
«¿Quién eres?», quise preguntar, pero el sonido se aferró a las paredes de mi garganta, temeroso por escuchar la respuesta. No estaba segura de si podía confiar.
Sus movimientos al moverse fueron una danza silenciosa, coreografiada por la oscuridad. Con una gracia inigualable, se deslizó por el suelo y, con un gesto decidido, cerró la cortina tras de sí. Luego se acercó a mí. Mis ataduras se desvanecieron bajo sus hábiles dedos, liberándome de las cadenas que me mantenían cautiva. La mano de esta persona, cálida y firme, me instó a seguir su ejemplo, y a guardar silencio mientras lo hacía. Me costó trabajo ponerme de pie y avanzar a sus espaldas.
Mis ojos se aferraron a la ventana con una débil luz de esperanza. Afuera chispeaba, pero los relámpagos habían cesado.
—¿Puedes escalar? —preguntó, y no me importó que no tuviera experiencia, asentí, permitiéndole asegurarme con un cinturón improvisado.
Antes de treparse al alféizar, vigiló el exterior con la destreza de un profesional. En un movimiento fluido, la figura encapuchada se deslizó por la ventana y comenzó a trepar por la fachada, ascendiendo con la gracia de un gato ansioso por alcanzar el tejado.
Una vez se encontró en lo más alto, asomó la cabeza, e hizo un gesto para animarme a imitar sus pasos.
El miedo a permanecer dentro resultaba más asfixiante que la posibilidad de caer, así que decidí seguir el ejemplo sin dudar. La ventana era nuestra vía hacia la libertad, y por esa razón, me tomé el atrevimiento de confiar en este desconocido.
Al sentarme en el alféizar y cruzar los pies al otro lado, el sonido de un disparo seguido de varios más llegó a mis oídos. La ansiedad se apoderó de mí, temiendo que pudieran habernos descubierto, aunque la porción del jardín y la piscina que alcanzaba a ver desde la ventana parecía desierta. O eso creía hasta que tres hombres lo atravesaron sin dirigir la mirada hacia nosotras, por fortuna. Dondequiera que fueran, podría estar relacionado con la persona sobre mí. Era una sospecha que deseaba no tener que confirmar.
Los disparos cesaron pronto, y en lugar de aliviarme, sucedió todo lo contrario.
El primer metro que escalé no resultó tan complicado, pero la fatiga comenzó a dificultar mi avance a partir de entonces. La promesa de la libertad me guiaba hacia el abrazo de la noche. Cada progreso era igual que abandonar un oscuro calabozo. No podía darme por vencida.
Antes de llegar, los brazos de la figura se extendieron hacia mí, como si anhelara alcanzarme. Traté de imitarla, pero resbalé.
El cinturón que había asegurado a mi alrededor impidió que me precipitara al vacío. Mi cuerpo golpeó el muro, y la figura desconocida se lanzó sobre el tejado para sostenerme, resistiendo el peso y evitando mi caída.
Con mis pies, me impulsé contra el muro de piedra. Ignorando el dolor en mis manos y brazos, continué ascendiendo con la ayuda de esa persona. A medida que me acercaba a la cima, noté que, en su intento por rescatarme, la capucha se deslizó de su cabeza, revelando rasgos que hasta ese momento habían permanecido ocultos en la sombra.
Tomé su mano y, con su ayuda, ascendí para llegar al tejado. Recostada de espaldas sobre la superficie húmeda, la observé. Era una mujer asiática, con facciones dulces pero letales, y se puso de pie casi de inmediato. Incluso resultaba más pequeña que yo.
—Xiao, realicé la llamada un minuto después de la detonación del obsequio. El audio pregrabado llegó al receptor. ¿Me escuchaste? Xiao, responde. —Le dijo al aire, o eso creí hasta que se arrancó el audífono de la oreja. No entendí nada, como si hablara en clave. Luego, se refirió a mí—: Debemos apresurarnos, despertarán pronto.
Me pregunté si se refería a Zacarria y Francesco, pero tampoco estaba dispuesta a perder el tiempo.
Me puse de pie, y su concentración se desvió hacia el teléfono que sostenía en sus manos: un iPhone último modelo, sorprendentemente similar al que tenía Alastor. Sin embargo, la pantalla estaba en blanco, inundada de códigos binarios y ventanas emergentes negras que aparecían y se desvanecían.
—No puedo comunicarme con ellos. Algo está interfiriendo. —Buscó alrededor hasta que su mirada se posó en varias antenas inmensas junto a la chimenea—. Activaron fuentes de radiofrecuencia para interferir con las señales de dispositivos cercanos. Qué listo, ZARP.
Se guardó el teléfono en un lugar seguro y me miró durante breves instantes. Jamás escuché a una persona hablar de temas tan complicados que estuvieran fuera de mi entendimiento, era como un nuevo idioma.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó y dejé de contemplarla al tiempo en el que una teja estallaba cerca.
Un grupo de hombres armados salió del interior de la casa, uniéndose al que acababa de errar el tiro. Ni siquiera sabía que pudiera haber tantos en un lugar tan pequeño, o si acaso falló a propósito.
—Es hora de improvisar —me dijo ella, tomándome de la mano y tirando de mí. Juntas corrimos a lo largo del tejado, de un extremo al otro de la casa, cuidando de no resbalar. La existencia de más disparos resultaba incierta, ya que los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos, casi a la par de las detonaciones. Por suerte, su calma nos guio con destreza.
Del otro lado de la casa, en el suelo, se hallaba una pileta. No alcancé a divisarla por completo, pues la voz de la persona junto a mí me interrumpió:
—Salta.
—¿Qué? —La encontré con la mirada perdida en otro punto. Un destello desafiante brillaba en sus ojos, como si acabara de comprender un detalle importante tras reconocer algo a la distancia.
—ZARP. —Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, añadió—: Debemos llegar al campo de girasoles.
Como guiados por imanes, mis ojos se desviaron hacia la misma dirección en la que ella se enfocó.
Localicé a Zacarria sin dificultad. Se había detenido a varios metros de lo que parecía ser la puerta principal, rodeado por un grupo numeroso de hombres que solo podría comparar con los jinetes del apocalipsis: robustos y con la clara intención de sembrar el caos. Cada uno de ellos personificaba el peligro en su máxima expresión. A sus pies, como un campo de rosas marchitas, reposaban los cuerpos de algunos de sus hombres. El color carmesí salpicaba las piedras.
Sin embargo, mis ojos regresaron a la cabeza del caos. La furia en la mirada de Zacarria parecía difícil de controlar, tanto que no dudó en levantar su arma hacia nosotras y accionar el gatillo.
Dentro del mismo segundo, esa mujer a mi lado, consciente de lo ocurrido, se interpuso en mi camino y me empujó con fuerza, arrojándome de espaldas. El vacío se precipitó por mis costillas primero, revolviéndome el estómago. Poco antes de alcanzar el agua, la vi caer de frente, bastante cerca de mí.
Chocar contra la superficie helada resultó doloroso, sobre todo cuando mi espalda se encontró con el suelo. La profundidad de la pileta no era excesiva, solo lo suficiente para evitar lesiones graves, pero la adrenalina recuperó su dominio. En cuestión de segundos, ambas corríamos hacia el campo de girasoles.
A medida que avanzábamos, percibía el palpitar acelerado de mi corazón, marcando el compás de la urgencia en nuestra huida. Como una sombra hábil, ella esquivaba los disparos y me instaba a hacer lo mismo. Hasta que nos introdujimos en el campo.
Pensaba que los girasoles podrían ser capaces de escondernos, pero solo unos pocos alcanzaban nuestra altura.
Nos agachamos casi hasta el suelo, tratando de pasar desapercibidas. Fue en un momento específico, mientras mis zancadas resonaban en el campo, que la perdí de vista, habiéndose sumido en el mar de girasoles que se agitaban con la brisa. Temí voltear para mirar detrás de mí.
De repente, el rugido del motor interrumpió mi carrera, y al girar la cabeza en esa dirección, vi el auto acercándose veloz, dejando a su paso un sendero de girasoles derribados.
Me quedé estática, sorprendida, cuando el vehículo pasó formando una curva precisa a mi alredor. Nuestros ojos se encontraron en el camino, conectando por un instante, hasta el momento en el que pareció recordar algo, y en una maniobra digna de un acróbata, saltó del auto y rodó por el piso antes de ponerse de pie. En ese mismo momento, su voz resonó en el campo pronunciando el nombre de Cheyanne, seguido de un:
—¡Al suelo!
Raine me alcanzó con una urgencia que no dejaba lugar a dudas. Sin tiempo para preguntas, me tiré al piso, siguiendo su comando.
En cuestión de segundos, un rastro de fuego recorrió la misma senda que el auto, y el retumbante estruendo de la explosión sacudió los girasoles a nuestro alrededor.
Al erguirme, descubrí que un muro de fuego se interponía entre nosotros y los enemigos. El automóvil, tras colisionar contra la pared de la casa de la que huimos, ahora generaba una densa nube de humo negro y espeso. En medio de las llamas, distinguí una silueta imponente, como si emergiera del mismísimo infierno, y sin duda, parecía pertenecer a mi captor. No obstante, la visión fue efímera.
—¡Vamos, rápido! —Raine me tomó del brazo con firmeza, arrastrándome consigo en una carrera frenética cuesta arriba. La confusión nublaba mi mente, pero la urgencia por escapar me impulsaba a seguirlo, confiando en que nos guiaría a un lugar seguro. A estas alturas, todo me parecía mejor que el infierno del que escapamos.
Mis pasos vacilaban mientras luchaba por seguirle el ritmo, hasta que me convertí en una carga pesada. Una sensación opresiva apretaba mi pecho, mis pulmones se esforzaban al máximo, amenazando con traicionarme en cualquier instante e inducirme el vómito.
—Necesito... Dame un momento.
—¿Te quieres morir? —me espetó con furia, aunque parecía que habían dejado de seguirnos, y tampoco resonaban más disparos—. ¡No te detengas!
Continuó arrastrándome, y justo cuando vislumbraba el final del campo, él emergió entre las filas de girasoles. Sus ojos se encontraron con los míos en un instante, y el tiempo pareció detenerse mientras se abría paso con premura hacia nosotros.
Al divisarlo, Raine disminuyó la velocidad, y yo me vi forzada a frenar debido a mi mala condición, debatiéndome entre la sensación de estar en un sueño y la expectativa de que, en medio de las flores, surgiera el mal para interponerse antes de que me alcanzara. Tal vez él compartía ese pensamiento, ya que no dudó en correr hacia mí.
Sus brazos rodearon mi cuerpo, ofreciendo consuelo y protección. Me deshice en ellos. La mezcla de emociones inundó el espacio entre nosotros, como si el mundo entero se desvaneciera por un instante.
Nos separamos lo suficiente para mirarnos en un silencioso intercambio de emociones. Alastor tomó mi rostro entre sus manos, sus ojos escrutaron los míos como si buscaran señales de algún daño, y con voz suave pero llena de afecto, murmuró palabras que solo yo podía escuchar:
—Pensé que me volvería loco, pero aquí estás. —En su mirada encontré el reflejo de la preocupación que había sentido durante mi ausencia, y luego me besó en la frente—. Nunca más pienso dejarle sola. Ni por un segundo.
Cada palabra resonó en mi corazón, como una promesa. Su aliento era reconfortante, y su presencia disipó cualquier rastro de temor que aún pudiera quedar en mi interior.
Por otro lado, el estruendo debió actuar como un imán, atrayendo hacia nosotros los autos con sus sirenas ululantes y luces intermitentes, alternando entre el rojo y el azul. Se precipitaban en nuestra dirección.
Alastor tomó mi mano con firmeza, encajando sus dedos con los míos a la perfección. No estaba dispuesto a separarse ni por un instante. Incluso cuando Cheyanne apareció y saltó sobre mí para envolverme en un abrazo rápido, no me soltó.
—Debemos movernos hacia un lugar en el que nos vean.
No esperamos más. La carretera estaba a poca distancia, así que llegamos justo antes de que lo hicieran las camionetas con luz de policía. Dos de ellas frenaron, y la persona que ocupaba el puesto del copiloto del primer auto, hizo un gesto a los demás para que continuaran hacia el lugar de la explosión. Fue poco después de que Raine comenzara a gritar que Serpente nos seguía.
Oliver, quien parecía tener dificultades para caminar por algún motivo, se acercó a nosotros. Contrario a la última vez que lo había visto en el hotel, en sus ojos ardía la advertencia cuando nos repasó a todos, deteniéndose en Alastor. Fue evidente que deseaba decirle un par de cosas, pero no era el momento ni la situación adecuada. Nos pidió que subiéramos, y en grupos nos repartimos.
Cuatro siluetas desconocidas, junto con la mujer asiática, abordaron la segunda camioneta. Alastor y yo no teníamos la intención de separarnos, así que optamos por subir al mismo vehículo en el que Oliver ocupó nuevamente el asiento del copiloto. Cheyanne nos acompañó, y dado que Raine también decidió no alejarse de nuestro grupo, Alastor sugirió que me sentara en sus piernas. Me acurruqué en ese mismo lugar igual que una niña, disfrutando de la comodidad y la seguridad que me brindaba, así como de sus besos en mi cabeza y sus caricias a lo largo del trayecto.
━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro