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Capítulo 69



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Me encontraba en el Hotel California, estaba segura. El resplandor brillante del sol de Florida se deslizaba a través del panel de cristal adyacente a la cama, creando un ambiente de luz serena y calidez. La brisa también se filtraba en la habitación, trayendo consigo el aroma salino y fresco.

Suspiré, la atmósfera estaba impregnada de una tranquila comodidad, y cuando conseguí abrir los ojos por un breve instante,

La figura del hombre que descansaba a mi lado me hizo cuestionar si se trataba de un sueño, pero de todas maneras, necesitaba confirmarlo. Extendí el brazo para tocarlo. La sensación de su piel, tibia y sólida, estaba en sintonía con mi memoria.

Atrapó mi mano sobre su pecho con un gesto firme. Quería contemplar su rostro; sin embargo, el ambiente se desvaneció y no logré precisar en qué momento me sumergí en un nuevo estado de inconsciencia.

Cuando mis párpados volvieron a despegarse, un ligero tintineo me llegó a los oídos, proveniente del ventilador que zumbaba cerca de la cama en la que me encontraba. Al volverse hacia mí, un rayo de luz diurna se filtró por la ventana, reflejándose en él y cegándome por un instante.

Me moví, intencionada en evitar el resplandor. El gesto bastó para percibir el aroma impregnado en la tela que cubría mi cuerpo y las sábanas. Era un olor a perfume de hombre, sin duda alguna, aunque no identificable para mí.

Al sentarme en el colchón, tiré de la camiseta masculina que vestía, recordando mi sueño. Descarté que fuera de Alastor, en parte porque era negra, y él solía preferir el color blanco en su vestimenta. Además, me encontraba en un lugar que no conocía.

La habitación era una mezcla cautivadora de elegancia antigua y modernidad sutil. Las paredes de piedra con vigas de madera emanaban una sensación de historia, mientras que los ornamentos contemporáneos aportaban un toque de frescura. Una gran ventana adornada con cortinas de encaje, dejaba entrar la luz del sol, y el suelo de baldosas de terracota pulidas concedía un aire cálido y acogedor a la estancia.

Me estaba preguntando quién se habría tomado la libertad de cambiarme de ropa, y cuando levanté la mirada, una mujer cruzó el umbral, abandonando lo que parecía ser un baño a sus espaldas. La reconocí al instante: era la misma que sostuvo la camisa de Zacarria mientras se cambiaba en el yate.

Me observó con unos ojos inexpresivos y distantes, sosteniendo mi ropa en sus manos antes de salir por la puerta principal.

Me levanté de un salto de la cama, tropezando con mis talones y apenas logrando mantenerme en pie cuando un mareo me golpeó. Tuve que sujetarme del marco de la ventana para no desplomarme.

En ese momento, el sonido de un par de campanadas me atrajo hacia el exterior. Al asomarme, el paisaje se reveló ante mis ojos: una extensión de colinas ondulantes y un viñedo que se desplegaba con hectáreas de terreno en el horizonte. La luz suave del sol acariciaba el paisaje, pintando un cuadro de tonos verdes, dorados y marrones. Una torre imponente, perteneciente a una iglesia antigua, se alzaba majestuosa en la distancia. Las campanadas resonaban desde aquel lugar, creando una melodía que se entremezclaba con el tranquilo murmullo del paraíso. Peso era todo. Donde sea el sitio al que me hubieran traído, se hallaba apartado de la civilización.

Estaba en una casa rural con piscina al aire libre, situada en la cima de una colina y rodeada por un campo de girasoles. Desde la ventana, también observé el imponente portón principal, custodiado por al menos diez hombres. La sensación que experimenté fue como dar un salto de un mundo a otro.

Tenía que ser una broma.

—Eso, ¿no es contagioso?

Giré al escuchar la voz. Zacarria había entrado igual que un tigre sigiloso, y ahora señalaba un punto específico en mi brazo donde las erupciones cutáneas tenían mal aspecto. Eso era producto de cuando, contra mi voluntad, me forzaron a probar una cucharada de aquella ensalada con gluten. Aunque no la tragué, algún residuo debió quedar en mi boca.

Al observar con detenimiento sus ojos, se develó el motivo tras la familiaridad que desprendía esta persona, con un aire que evocaba a Alastor. Las similitudes eran innegables, aunque las diferencias también se presentaban de manera distintiva. Esta figura, frente a mí, transmitía una intensidad violenta y brutal, distanciándola de Alastor. Era evidente que no dudaría en infligir daño si así lo deseaba. En contraste, Alastor, en su esencia, jamás se permitiría transgredir los límites del respeto personal, comprendiendo la importancia del consentimiento.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

—Mi habitación —reveló y me atraganté—. Una de ellas. ¿Esperabas por algo más impresionante?

Preferían ser discretos, me quedó claro. Sin embargo...

—¿Dormí allí, contigo? —sospeché, ya que algunos detalles en mi sueño me inquietaban. Lo había sentido demasiado real.

—Siéntete libre de pensar lo que quieras de mí, pero si hubiera querido, podrías estar ahora mismo durmiendo en el suelo sin ninguna queja de mi parte, ¿o es que prefieres los lugares sin rastro de luz? —insinuó, acercándose, como si la idea de repente le resultara tentadora.

—¿Qué pasa con esta ropa? —Jalé de la camiseta, que colgaba de mi cuerpo como una camisola. Ese aroma, el suyo, invadió mis sentidos por segunda vez y me dejó sin aliento, no por ser desagradable, sino porque la sensación me trajo un torbellino de emociones enfermizas que preferiría mantener al límite. Requería de un esfuerzo sobrehumano para no quebrarme en ese momento.

—¿Te avergüenza que pudiera haberte visto desnuda? No te preocupes, me lo guardaré como un secreto. Ahora, ¿piensas quejarte de algo más? —Estaba irritado.

—Prefiero mi ropa —balbuceé en voz baja. Aunque su mirada no tuviera un toque lascivo, me sentía incómoda y asqueada llevando solo una fina tela en su presencia.

Terminó de acercarse, y retrocedí hasta me encontré con la pared a mis espaldas. Me sujetó de la muñeca, pero me safé de prisa.

—Deja de rascarte. Te harás daño, y no me apetece tener que encargarme de ti todo el tiempo. —Sus ojos azules guardaban un parecido inquietante con el océano del que apenas escapamos con vida. Retrocedió mientras murmuraba para sí mismo con evidente molestia—: Jamás tuve que cuidar de nadie.

En ese preciso instante, Fran irrumpió en la habitación, con su expresión ceñuda al posar la mirada sobre mí. Aunque no podía recordar el momento exacto en el que perdí el conocimiento, la imagen de cuando escupí la comida en su rostro se grabó en mi mente con la misma claridad con la que él debió haberlo experimentado. Se dirigió al otro con un gesto, indicando la puerta, y Zacarria lo siguió.

Al asomarme por la ventana por segunda vez, me percaté que era imposible escapar a través de ella. Aunque mi cuerpo cabría sin problemas, la falta de un balcón complicaba la situación.

Me acerqué a la puerta por la que ambos salieron y, al escuchar sus voces al otro lado, pegué el oído contra la madera para intentar discernir lo que decían. Ambos sostenían una conversación en inglés, lo cual me resultó conveniente.

—Parece ser que todo este tiempo, Edoardo Fontana permaneció en la misma prisión en América, esa de la que, junto a Nikolai, escaparon hace poco. Massimo encontró a Edoardo nadando de camino a la costa. Debió intuir que abordaríamos en el buque a pesar de todo e intentó escapar de la manera que fuera.

—Sabía que desde la cárcel Edoardo se las arreglaba para enviarnos la mercancía —susurró Zacarria, y apenas lo escuché—. Sin embargo, ¿se aliaron ahí?

—No. En realidad, como sospechabas, Edoardo ya le echó una mano hace treinta y seis años, porque tenía un hermano que trabajaba en el mismo viñedo que Nikolai. A través de él se conocieron, y lo ayudó a cruzar de Europa a los Estados Unidos en el buque dirigido por el capitán Carlo. Tiempo después, ambos se reencontraron en prisión. Pero Nikolai no se hallaba solo cuando llegó a América. No sabemos quiénes ni cuántos lo acompañaron, sin embargo, se confirmó que Ese estaba con él.

—Edoardo, ese hijo de puta traicionero.

—Menos mal que también diste la orden de eliminar al cabrón Carlo cuando subimos al buque. Las fuerzas especiales de los Estados Unidos están husmeando en todos lados.

—Ya, pero si buscan más profundo, hallarán algo que los dirija a nosotros. No estábamos preparados para su intromisión. Además, tendré que encontrar otro capitán. No me contenta, Fran; nada de lo que ha sucedido hasta ahora. —Un momento de silencio se apoderó del lugar, el suficiente para que un escalofrío me recorriera el cuerpo a plenitud—. ¿Edoardo mencionó algo sobre el informe del componente?

—Juró no tener idea.

—Seguro estaba mintiendo. ¿Insistieron?

—A Davide se le fue de las manos y lo mató por accidente.

—¡Carajo! Tendré que hablar con ese jodido impulsivo. Con eso, no hizo más que dificultarnos las cosas. —Sonaba enfadado en verdad.

—¿Qué sucederá con la chica?

—Me quedaré con ella. No es la primera vez que dirijo de forma remota.

—¿Me refiero, a qué harás, si el hijo de Nikolai consigue encontrar el informe?

—Quizá me divierta un poco y luego me deshaga de ella.

—Vendrá a buscarte; también lo viste. Lo provocaste tres veces.

—Quisiera ver que lo intente; entonces, le daré una cálida bienvenida. Ya encontré su punto débil.

Al escuchar eso, retrocedí sin apartar la mirada de la puerta. Estas personas no se andaban con rodeos al hablar sobre asesinatos. Como si fuera la conversación de todos los días.

Terminé tropezando con un bate metálico que no supe bien de dónde salió. Apenas me salvé de caer, pero el ruido los alertó, y sin pensarlo, alcé el objeto en su dirección cuando entraron. Resultó ser más pesado de lo que imaginaba. Ambos me observaron sin expresión alguna, como si no me tomaran en serio. Sin embargo, tampoco se acercaron demasiado.

—Vamos, suelta eso. Te harás daño. Esos no son juguetes para niñas —dijo Fran con una sonrisa ladeada, extendiendo la mano hacia mí. Balanceé el bate sin pensarlo, y él retrocedió a tiempo—. ¿Sabes siquiera que lo que haces es inútil? Incluso si logras esquivarnos, no llegarás más allá de la puerta.

Era cierto, no tenía oportunidad contra ellos. Pero tampoco permitiría su proximidad. Con el objeto todavía en manos, corrí hacia el baño y le eché el pestillo a la puerta.

—Debimos encerrarla en el pozo o ponerle un arnés. Iré por la puta llave.

—Déjala, en algún momento tendrá que salir.

Me asomé a la ventana y empujé el cristal. Aunque se abrió con facilidad y el espacio parecía lo suficientemente grande para que pudiera pasar, me encontraba en el segundo piso. Abajo, en torno a la piscina, cuatro hombres armados vigilaban el terreno, y era posible que hubiera más de ellos.

Agarrándome del borde de la bañera, me dejé caer al suelo. No había nada más que pudiera hacer.

Horas más tarde, aunque no debió sorprenderme cuando la puerta se abrió, una parte de mí esperaba que me dejaran en paz. Aun así, estaba lista. Tomé asiento apenas un par de veces para descansar, pero mantuve la atención fija en la puerta la mayor parte del tiempo. Así que, cuando la figura masculina apareció, moví el bate hacia adelante y lo golpeé con fuerza. El estruendo del metal al impactar su antebrazo, sumado a la vibración que se transmitió a través de mis extremidades, resultó abrumador.

Vi un halo de color azul que eran sus ojos. En un ágil movimiento de muñeca que no llevó más de dos segundos, el bate pasó a estar entre sus dedos, y su mirada adquirió una ferocidad todavía más intensa. Había detenido el golpe sin esfuerzo alguno, y acabó arrebatándomelo antes de que pudiera siquiera reaccionar por completo. Mi cuerpo chocó contra el suyo, y el metal resonó al caer al suelo. Al verlo levantar el brazo, me preparé para recibir un golpe, pero en lugar de eso, su mano cubrió mi frente. En el preciso momento en que nuestros ojos se encontraron, frunció el ceño, como si estuviera intentando descifrar algo.

—Debes estar deseando morir en verdad.

Con su mano aún encerrada en mi brazo, me arrastró y arrojó sobre la cama. Hice lo posible por, siquiera, aterrizar sentada, y al tratar de incorporarme, su mano se posó en mi cara, empujándome hacia atrás, de modo que caí recostada sobre el colchón, sintiéndome mareada.

—Quédate ahí —advirtió—. Serena se encargará de ti, y será mejor que no le des problemas, o reconsideraré hacerme cargo yo mismo.

Justo después de sus palabras, la mujer encargada de sus asuntos personales entró en la habitación y se detuvo junto a la cama. Poco después, él se marchó.



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Era la segunda vez que me atacaba, sin temor a ninguna represalia. Nadie se atrevió a tanto y salido impune. La sangre en mi interior de pronto había empezado a bullir con una nueva emoción; algo desafiante y molesto a la vez, como una espina clavada que comenzaba a generar un deseo desenfrenado por ser arrancada.

Fran me observó cuando salí, masajeándome el antebrazo.

—¿La ataste? —preguntó.

—No irá a ninguna parte.

—Podría intentarlo, es demasiado estúpida.

—Pero tiene el brazo de un puto jugador profesional. —Pasé por alto sus palabras.

—¿Él qué? —No comprendió de lo que estaba hablando.

—¿Alguna noticia acerca del hijo de Nikolai? —Cambié de tema.

—Sí, tenemos una idea de a dónde se dirige.

—Háblame de ello.

—Compraron tickets de tren de Sevilla a Madrid y luego a Milán; probablemente se encaminen hacia el sur de Italia. Gracias a la última llamada, nuestros hombres también monitorearon la zona norte de Milán y nos han dado pistas sobre los movimientos tras el espectáculo en la carretera.

Asentí, procesando la información. De manera voluntaria, se encaminaron hacia el colmillo de la serpiente: nuestro territorio.

—¿Qué te hace pensar que se dirigen al sur? —Fran notó el interés que me provocaba su extraño comportamiento. Después de verlo en esa habitación de hotel, estuve seguro de que sería capaz de ir a buscar a Nikolai de rodillas, quien no había vuelto a pisar Europa desde que se largó hacía tantos años. Debía pensar que encontraría el informe de este lado del continente, algo absurdo, ya que de ser así, ya nos habríamos hecho con él hace tiempo. O quizá quería llegar a nosotros primero.

Sea cual fuera el pensamiento que ocupara su mente, resultaba innegable que colocaba a esa mujer por encima de cualquier otra consideración.

—Parecen estar evitando carreteras principales. Utilizan rutas secundarias para no llamar la atención. —Me observó con cuidado, tratando de penetrar en mis pensamientos.

—Tiene sentido, considerando que no pueden volar y las autoridades estadounidenses estarán alerta en las fronteras después de la escena que montamos. Los querrá evitar. Además, es consciente de que no tenemos ningún interés en seguirlo, ya que él tiene mucho más en juego.

—¿Sigues pensando que no es buena idea desplegar a nuestros hombres tras él?

—Son solo seis de ellos.

—Hasta donde sabemos, sí. Pero recuerda que es un magnate, y tiene poder.

Hice un esfuerzo colosal por no rodar los ojos.

—Pero no de la clase que se necesita para enfrentarnos.

Si llegara a usar dinero, lo sabríamos, ya que necesitaría una suma considerable, y un simple movimiento erróneo en sus cuentas bastaría para mantenerme al tanto. Además, no se formaban grupos de aliados a la altura en cuestión de días; incluso a Nikolai le llevó muchos años lograrlo. Debía admitir que tenía coraje, especialmente al hacerlo desde prisión. Atraído por la fama que lo precedía, sentía curiosidad por conocer al hijo. No me refería al que se exhibía en la red con toda esa propaganda publicitaria barata, sino al verdadero, cuyo linaje se remontaba a nuestros más poderosos enemigos.

—Continúen como estamos, y mantenme informado de cualquier cambio.


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