Capítulo 66
❦ ❦ ❦
Estaba destrozado; un vacío habitaba en mi interior. El amor y la paz, todos habían desaparecido. La esperanza y la compasión, también se habían esfumado. Ahora, lo único que perduraba era la venganza.
Una ráfaga fría serpenteaba por la habitación, era el único respiro que me acompañaba en ese trance. Me encontraba rodeado por una neblina de incertidumbre y por sombras que resguardaban cada pasillo.
En ningún momento, durante la última hora, pude sacarme la visión de Samantha de la cabeza. Verla en esas condiciones hizo que algo desagradable se revolviera en mi interior, empezando por la culpa y acabando por el odio.
Sabían con exactitud lo que estaban haciendo, era premeditado. Samantha era mi vulnerabilidad, y pagarían por ese error.
Una voz vengativa, gestada desde la experiencia con César, reverberaba con más fuerza dentro de mí. Aunque ese hombre había partido de este mundo, no a manos de las mías, la sed por hallar al culpable que movió cada pieza, incluyéndolo a él, en nuestra dirección, persistía incluso más fuerte que antes. La búsqueda, también del responsable por la muerte de mi hermano, había llegado a su fin. El epicentro de todo y la cabeza al mando, ahora se encontraba justo frente a mí.
—Sacarlos del hotel no fue fácil —admitió Luca Moretti en su idioma, ocultando su hostilidad tras un antifaz de amabilidad. No había sido mucho desde que se presentó ante mí con su nombre de pila. Luego de una larga pausa, el hombre de cabello cano volvió a mirarme—. ¿Tienes alguna idea del componente?
Hubo un instante de silencio, hasta que alguien presionó el cañón de su rifle bajo mi mentón, obligándome a levantar la cabeza. Sus cejas se fruncieron al encontrarse con mi mirada. Me sentí mal por Samantha, porque en ese momento, aunque hubiera durado tan poco, deseé que todo terminara. Pero pensar en ella también me devolvió el valor, como la chispa de una vela que lucha por mantenerse encendida.
—Contesta —exigió este último, presionando con más fuerza el arma. La irritación comenzaba a asomarse en su rostro, a lo que inconscientemente respondí con una sonrisa de medio lado. En respuesta, él levantó el brazo, dispuesto a golpearme con el arma, pero el anciano lo detuvo en pleno movimiento.
—No así, Davide. Hablará si le damos algo a cambio; después de todo, es un hombre de negocios. Vamos, desátalo.
Lo llevó a cabo, y cuando se apartó, me incorporé despacio.
—Lamento la forma en la que mi hijo te trajo —sonrió con amabilidad, y me hizo un gesto que invitaba a tomar asiento en uno de los sofás en frente del que ocupaba, mientras hablaba con orgullo acerca del hombre que llevaba el tatuaje de serpiente en el brazo derecho.
Lo miré con ojos vacíos mientras me sentaba de forma mecánica. Mi mente volvió hacia atrás, recordando la llegada poco convencional a este lugar. La lancha acuática, con su rugido de motor y el oleaje salino golpeando contra el casco. Como si diera saltos en el tiempo, me transporté a ese momento incómodo en el que mi cabeza todavía le costaba entender lo que había sucedido. Laurent había fallecido. Oliver y Sam... No tenía conocimiento de su estado o paradero, y la incertidumbre resultaba tan angustiante como la pérdida misma.
Fui arrastrado hasta la costa en una combinación de adrenalina y el mareo tumultuoso ocasionado por los recuerdos de lo sucedido en el buque.
Me encontraba en un estado catatónico, atrapado en la parálisis de mi propio tormento. La conciencia del dolor se manifestaba con cada fibra de mi ser, mientras permanecía rígido, como un maniquí forjado en la desesperación. Una mezcla abrumadora de rabia y miedo se entrelazaba en mi interior, igual que una tormenta que amenaza con desatar su furia en cualquier momento. Cada latido de mi corazón resonaba con la intensidad de una sirena, marcando el origen de pensamientos crueles y desalmados.
Sentí que me estaba volviendo loco, y nadie más era consciente de ello.
En algún punto del camino, el millar de sensaciones caóticas y desastrosas se habían fusionado en mí, pero al tocar la costa, desaparecieron, como si un interruptor interno se hubiera apagado como medida de autodefensa, y me sentí más fuerte.
Después de ese desembarco forzado, fui transferido a una camioneta que nos condujo hasta este hotel. Las vibraciones del vehículo resonaban en mi memoria, junto con las caras serias de quienes me rodeaban. No fue un trayecto amigable ni reconfortante, pero ahora, en este entorno más relajado, era imposible reconciliar esas experiencias con la hospitalidad aparente que me mostraban.
El hombre continuó hablando, pero mi atención seguía divagando entre las palabras y los recuerdos de mi llegada.
Cuando incluso yo pensé que la mudez me había reclamado, un pensamiento me golpeó con fuerza, arrancándome de la profundidad en la que me encontraba atrapado: tenían a Samantha, el lazo que unía mi alma. No descansaría hasta tenerla de nuevo a mi lado.
Solo así, fui capaz de romper el silencio.
—No es tu hijo biológico. —Al pronunciarlo, reviví la sensación de la primera vez que me dirigí a Laurent, cuando llegué a la mansión Griffith tras los acontecimientos en ese sótano de Nueva York. Percibí el mismo peso en la lengua aquella vez.
—Pero es como si lo fuera. —Su respuesta evocó recuerdos de la persona que me crió. A pesar de no tener parentesco de sangre, durante tanto tiempo estuvo aguardando que lo reconociera como "padre".
—Il Nostro. —Hice una pausa—. Serpente es tu famiglia, y tú eres su Don; il Capo di tutti capi.
—No eres inferior a mí. Tus hoteles no son solo una cadena que ofrece atención y hospitalidad, ¿verdad? Generas empleo, aunque no de manera legal. Esas empresas que contratan a personas del continente sur de América para trabajar, son ilícitas e invisibles, y pagas por ello, aunque nadie lo sabe. Te guardas bien ese secreto. Solo alguien que colabora en la misma clase de negocio, y que tenga poder para investigar, podrá reconocerlo. Aprovechas que tienes a la CIA y el FBI de tu lado por cierto padre adoptivo. Lo que hagas con esa gente que contratas, es otra cosa, aunque también un desperdicio. Obtendrías más dinero de ellos si quisieras, pero te corrompiste al creer que podrías ser virtuoso al conservar un atisbo de luz.
—Pareces ser un excelente orador —comenté mordaz, lo cual pareció afectar a todos los que nos rodeaban, excepto a Moretti, que sonrió como si hubiera sido una excelente broma. No lo expresé de forma agradable.
—Tampoco puedes disfrazarte de héroe cuando eres, sin más, un ser humano. En realidad, es seguro que todos los que conozcas sean villanos disfrazados de héroes con el fin de complacer esta sociedad. Los auténticos somos aquellos que no tememos mostrar la verdadera naturaleza humana. ¿De qué otra forma piensas que gobernamos? Tú lo entiendes mejor que nadie; las decisiones que debes tomar no siempre son las más benevolentes. Estoy seguro de que te has encontrado en esa situación en repetidas ocasiones, y a pasar de todo fuiste capaz de llegar a la cima prácticamente solo. Puede que haya alguien sin muchas experiencias de vida que piense que lograste todo lo que tienes siendo un alma pura y samaritana, pero yo sé bien que no es así.
Nunca antes me había hallado en una situación en la que alguien pudiera conocerme tan bien. En sus ojos, podía verme reflejado de maneras que no pensé posibles.
Desde el principio, nunca fui un hombre que estuviera del todo limpio, y eso nadie más que Oliver lo sabía. Aun así, me confió a su hijo, y le fallé. Pero esta persona no tenía ni idea de por qué opté por llegar al punto en el que me encuentro ahora, ni por qué elegí este camino.
—No nos compares. No los retengo a la fuerza, ni los vendo o prostituyo.
—En eso estás en lo cierto. Formaríamos un equipo sólido si colaboráramos juntos.
Me observó por un breve momento, anticipando mi respuesta, aunque deseaba escucharla de todos modos.
—Este tipo de negocio no me interesa.
—Padre e hijo comparten esa tendencia a actuar como si fueran la última autoridad, entre otras cosas. Hace muchos años, le ofrecí trabajar conmigo, sin embargo, no estaba hecho para recibir órdenes. Pero tú accederás, porque no tienes otra alternativa.
—Aunque suene a resentimiento, Nikolai no es más que el individuo que contribuyó con su esperma para traerme al mundo —respondí reacio, leal a la convicción de que él, en realidad, nunca había considerado a nadie más que a sí mismo.
Sonrió, pero esta vez como si pudiera entenderlo.
—La sangre no nos define completamente, ¿verdad? Lazos más fuertes que eso nos unen a otra gente. Tu legado, tus negocios, hablan por ti, así como los míos por mí. Sin embargo, tú, al igual que yo, no eres de los que se apegan a la ley. Si para alcanzar tus objetivos debes pasar por encima de ellos, estarías dispuesto a hacerlo, de la manera que sea.
—De nuevo me estás comparando, Moretti.
Escuché un bufido a mis espaldas que ignoré.
—Es inevitable ser consciente de tu potencial, y que no somos tan diferentes. Tus ojos reflejan fatalidad, un'aura di morte. Estoy seguro de que no te detendrías a pensarlo dos veces en cuestión de jalar un gatillo. Pero ya no estás en tu territorio, y tampoco tienes a tu gente. No me malinterpretes, a pesar de las percepciones de nosotros que puedan tener algunas personas, lo que nos enorgullece es nuestra integridad y cumplimiento de la palabra dada. Aunque es cierto que pedimos pagos regulares por protección, estoy dispuesto a negociar contigo. Si me das lo que quiero, te ofrezco garantizar la seguridad de esa muchacha. Está claro que es lo único que te importa.
Guardé silencio para escuchar todo lo que tenía por decir, pero antes de que el hombre continuara, le hizo un gesto a uno de los suyos, quien me ofreció un teléfono celular antiguo, con botones.
—Hace un tiempo, mucho antes de que nacieras, tuve tratos con una persona que optó por faltar a su palabra y luego huyó con la información sustancial de un proyecto importante. De alguna manera, Nikolai también acabó enredándose, así que ahora la tiene en su poder, pero ya que estuvo tras las rejas durante varios años, imposibilitó nuestro contacto. Mantuvo un perfil bajo, expandiendo su influencia incluso desde la prisión y evitándome deliberadamente. Entrégame el informe del componente que cayó en sus manos, y te devolveré a la chica sana y salva.
—Estás siendo bastante escueto en los detalles.
—No es necesario que sepas más. Tampoco indagaré en los asuntos internos de tu familia, como por qué tu mujer acabó convirtiéndose en la mercancía destinada a mí. O de qué manera fue que agentes especiales de inmigración y control de aduanas de los Estados Unidos terminaron en mi buque.
Al final, acabó revelando algo de información, aunque me quedé con la duda de si fue intencional. De todos modos, resultó ser que no era el buque de Nikolai, sino de Moretti. Lo que tenía sentido, ya que sus hombres subieron con la intención de asesinar al capitán, quien también era de nacionalidad italiana. Tampoco hizo referencia a la presencia de Oliver o Laurent, porque no se quedaron para investigar y, sin embargo, después de que sus hombres vieran al agente HSI, intuyó que miembros especiales de los Estados Unidos se habían involucrado.
—¿Qué pasó con la persona con la que hiciste el trato? —pregunté.
—Perdió la vida hace mucho tiempo.
—Entonces, el único que podría tener esa información es Nikolai.
—Él la posee —afirmó con certeza.
—¿Por qué me lo pides a mí en lugar de a tus hombres? ¿No sería fácil llegar a él por tus propios medios? Tienes la gente y también los recursos. Él tampoco está en prisión.
—Pero hay algo que me falta: un as bajo la manga. Serías la única persona capaz de acercarte lo suficiente a él sin que te mate primero. Además, tengo la corazonada de que se ha vuelto a ocultar.
Gracias a sus declaraciones, confirmé que Nikolai había logrado fortalecerse a lo largo de los años, casi al punto de estar a la par del poder de Moretti. Sin embargo, he ahí otro detalle: había estado evitando a esta persona, y todo parecía estar relacionado con ese informe. Evidentemente, Nikolai no se lo quería entregar. ¿Por qué motivo? ¿Qué lo hacía tan importante?
Me resultaba particular que el mismo Capo di tutti capi atendiera esta situación de manera personal, cuando para eso tenía a sus caporegimes y soldados. A menos que fuera un sociópata. Eso explicaría la impulsividad al disfrutar del sufrimiento ajeno y el dolor, así como posibles estallidos de violencia, si es que los tuviera, aunque no parecía ser el caso. Este hombre encajaría mejor en el perfil de psicópata, dada su naturaleza calculadora y ausencia de remordimientos.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que no me matará? —ironicé.
—¿No ha sucedido ya en otra ocasión? De hecho, tengo entendido que suele ser él quien acaba buscándote al final. ¿No sería más conveniente esperar a que vuelva a ocurrir en lugar de buscarlo y arriesgar vidas y recursos innecesarios?
No pude evitar sonreír; la ironía se manifestaba en el hecho de que otra persona pretendía utilizarme como cebo para atrapar a ese hombre.
No tuve duda de que Luca Moretti era hábil en los negocios; no obstante, también había un vacío que necesitaba ser descifrado por mi parte.
—¿No has considerado la posibilidad de que me encuentre de su lado?
—Mis hombres afirman que tu intención era matarlo. ¿Puedo saber el motivo? —Su interrogante parecía ocultar algo más trascendental, pero no estaba dispuesto a ofrecerle ninguna pista sobre mis intenciones—. ¿No lo habías estado evitando al esconderte en tu hotel?
A estas alturas no me sorprendió su extenso conocimiento sobre mí, considerando el tiempo que había estado persiguiendo a ese hombre.
—Ya pareces saber la razón.
—Así es —asintió, sembrando una semilla de incertidumbre—. Solo esperaba escucharla de ti.
En ese instante, un golpe en la puerta interrumpió, y después de que le cedieran el paso, la figura que entró me miró con brevedad y luego a Moretti. El hombre que llevaba por nombre Davide se le acercó, intercambiaron algunas palabras y volvieron a fijar la mirada en mí, hasta que el anciano decidió intervenir.
—¿Ocurre algo, Lorenzo?
—Después de que el cuerpo de Marcelo desapareciera del buque, nos lo han devuelto, y tenía un mensaje —respondió con un tono preocupado, el hombre que acabó de irrumpir.
—¿Alguien lo trajo?
—Lo dejaron en la puerta.
—¿Qué decía el mensaje?
—Está grabado en su cuerpo. En ruso. —Sus palabras estuvieron a punto de erizarme la piel. En ese momento, comprendí el motivo de esas miradas intensas. Nikolai había nacido en ese país, y tampoco era un secreto la rivalidad que mantenían con la mafia local.
—Zacarria y Francesco siguen ocupados. Supongo que tendré que ir a echar un vistazo. —Moretti se puso de pie, y todos en la habitación lo siguieron. Observé cómo uno de ellos se detuvo en el pasillo justo antes de cerrar la puerta. Por supuesto, no iban a dejarme sin supervisión.
Me levanté y escudriñé la habitación en busca de algo que pudiera servir como arma, pero encontré poco más que un espacio vacío, sin ningún tipo de ornamentos que valieran la pena en ese sentido. Pronto, las luces también se apagaron, sumiendo la habitación en una profunda oscuridad. No me había percatado de que estaba desprovista de ventanas, sino hasta este momento, que viejos recuerdos de un sótano a oscuras emanaron, incomodándome. Minutos después, la puerta se abrió y un hombre se asomó.
—Vamos, volverán pronto. —Su rostro estaba envuelto en la oscuridad, pero hizo un gesto para que me acercara. La duda me asaltó con fuerza, pues esperaba que fuera la voz de otra persona. Además, al principio no logré asociar su acento, pero me resultó bastante familiar.
Al salir al pasillo, me encontré con el hombre designado para vigilar y asegurar mi reclusión, sumado a otros tres, inconscientes en el suelo. La persona de pie a mi lado debió haberlos derribado, con la asistencia de dos individuos igual de robustos y musculosos que él.
—Quieres salvarla, ¿verdad? —El hombre al mando me animó, y luego siguió por el pasillo seguido de esos dos. Si pretendía simular indiferencia hacia mí, su rápido vistazo en mi dirección y sus pasos prolongados lo delataron. Solo se desplazó con mayor soltura cuando decidí seguirlos.
Si algo querían conmigo, estaba claro que sería después de salir de aquí. Por el momento, me servirían como escudo.
Entre la oscuridad, noté que sus rostros yacían cubiertos con mascarillas y también usaban gorras. También se movían con determinación y destreza. Debieron recibir alguna clase de entrenamiento especial.
Los cuatro enfrentamos un laberinto de pasillos, evitando a los guardias armados que patrullaban. El peligro susurraba amenazas en cada sombra proyectada en las paredes, pero él sabía hacia dónde se dirigía, como si hubiera recorrido estos pasillos en repetidas ocasiones. Por otro lado, la ausencia de cualquier huésped, incluso de empleados, sugería la posibilidad de que fuese una fachada.
Mi desesperación creció al no encontrar a Samantha, mi anhelo más profundo. Las habitaciones estaban cerradas con llave. Además, tampoco parecía haber salida. Hasta que una puerta casi al final del pasillo se abrió, y me moví justo a tiempo para evitar la culata de una pistola que pasó rozando mi cabeza. Golpeé al hombre en la cara, pero se recuperó de prisa. De inmediato, sentí el aire que la bala cortó al pasar cerca de mi hombro, justo antes de enterrarse en la frente del agresor, que cayó al suelo igual que un tronco talado. Mi líder de huida le había disparado sin reparo. Portaba un arma equipada con silenciador, detalle que pude apreciar en este momento.
—Alastor. —La voz de Cheyanne me proporcionó un alivio momentáneo. Aunque aún le costaba trabajo articular palabras, había estado al borde de asfixiarse con su lengua en el barco para no revelar información que pudiera poner en peligro la ubicación de la madre de Samantha. Después de todo, la niña se encontraba con ella, y Natanael quería conocer su paradero. Al final, Cheyanne no contestó a ninguna de sus preguntas. Le agradecería por ello en una ocasión más propicia.
Cuando entré, la vi en una extraña posición en el suelo. Acababa de derribar a un hombre con una patada en las piernas, a pesar de que tenía una bolsa en la cabeza que imposibilitaba su visión. Rápidamente se la quité junto con las ataduras en su muñeca.
A su lado, yacía otro cuerpo. Al retirarle la bolsa, sus ojos me observaron con repulsión. Reconocí al chico del día en que César recogió a Sam por el hotel, pero ahora presentaba múltiples moretones en la cara, como resultado de alguna golpiza. También me molestó recordar que por su culpa Sam casi perdió la vida. Surgieron unas ganas apabullantes de propinarle una lección, pero tampoco era el momento para eso.
—¿En dónde está Samantha? —pregunté, mientras Cheyanne se ponía de pie, alerta por la presencia de los hombres que me sacaron de la habitación momentos atrás. Pude percibir su recelo hacia ellos, sobre todo al que había apretado el gatillo sin mostrar ningún titubeo.
—¡No tenemos tiempo! —exclamó el enmascarado al mando.
—¿Quiénes son? —me preguntó ella.
—Cheyanne, ¿a dónde se la llevaron? —insistí.
—¡No lo sé! —respondió con desesperación—. Hice todo lo posible por protegerla, pero en un momento nos cambiaron de habitación para despistarnos.
Estaba claro que esto se le había escapado de las manos. El entrenamiento que recibió cuando se convirtió en policía, junto con todo lo que aprendimos para sobrevivir en el orfanato, se encontraba en un nivel muy por debajo de conocimiento requerido para esta situación. Cheyanne ya no era suficiente para protegerla.
Pero ella también lamentaba no haber anticipado la situación. Con solo escucharla, lo supe.
Tres hombres entraron por la puerta, pero en un rápido movimiento, uno de mis acompañantes desarmó al primero, y otro disparo silencioso resonó en el aire. Cheyanne se abalanzó sobre el segundo y empujó al tercero. Dos descargas más y por un momento, la calma regresó.
—¿Alguien puede soltarme? —inquirió el chico que seguía atado a mis espaldas, moviéndose incómodo.
—Déjalo así —apresuró Cheyanne—. Estará mejor de ese modo.
Nadie se opuso.
—Vienen más. Tenemos que salir. —El líder anónimo de mi rescate expresó desde el pasillo, negándome el intento de buscarla.
—¿Alastor? —Cheyanne me observó y, por primera vez en todos los años que la conocía, a través de la oscuridad pude ver la súplica en su mirada.
—La buscaremos —establecí y ella agachó la cabeza. No sería capaz de olvidar que, aunque fuera por un momento, Cheyanne pensó en la posibilidad de abandonar a Samantha en este lugar.
—Si no salimos ahora, nos atraparán a todos, y ninguno conservará la vida. —Las palabras del desconocido me recordaron las amenazas de esos hombres. Planeaban deshacerse de Cheyanne y este chico. Tampoco conseguí negociar con Moretti por ellos, ni había cerrado ningún acuerdo todavía. No me dio tiempo.
—No estarás pensando en quedarte, ¿verdad? —indagó ella, y no fue capaz de sostenerme la mirada en esta ocasión.
El hombre me contempló sobre su hombro, y más que sugerirme, me advirtió:
—Debo sacarte de aquí a como dé lugar. —Estaba empezando a quedar claro cuáles eran sus verdaderas intenciones. Yo era su finalidad.
Cheyanne me empujó, y de manera automática todos nos movimos fuera de la habitación. Incluso ella comenzó a buscar a Samantha, aunque tampoco se detuvo por demasiado tiempo. Intenté contener mi disgusto por su comportamiento, comprendiendo que sus prioridades podían ser distintas, pero no lo logré. ¿Qué había cambiado en ella durante las horas pasadas?
La urgencia del escape nos empujó hacia la salida, último lugar al que tenía planeado llegar de momento, y en el que también esperaba encontrarnos con un grupo de guardias bloqueando el paso, pero no fue así. Quizás todo se había desorganizado a causa del apagón. Sin embargo, hubo algo que convirtió nuestro trayecto en un callejón sin salida.
Cerca de la entrada, yacía colgado el cuerpo del hombre que le arrebató la vida a mi hermano. Marcelo, lo habían llamado. Percibí una extraña mezcla de emociones al verlo, y en su mayoría fueron positivas. No debí juzgar a Moretti tan pronto. Por mi parte, el pensamiento de que era poco lo que le hicieron se revolvía en mi interior.
Llevaba cortes en los brazos, de modo que de las puntas de sus dedos escurría la sangre que había formado un charco en el suelo. Por otro lado, su camisa abierta dejaba al descubierto lo que habían escrito en su piel, posiblemente con el mismo objeto punzante.
Esto acababa de empezar.
N.
Las palabras estaban trazadas en ruso. Sin embargo, fue la firma lo que me detuvo por un momento. Lo más probable era que todo se tratara de una coincidencia o un despiste.
—Es una distracción que elaboré para ellos —reveló nuestro líder de huida, instándome a seguir adelante y dejando atrás cualquier esperanza de encontrar a Samantha. Quería confiar en su juicio, pero mi corazón se negaba, retorciéndose de angustia. Así que para su disgusto, no me moví.
Esta persona debió estar en el buque con nosotros, pues si dijo la verdad, había tomado el cuerpo de Marcelo y nos siguió a este lugar. Quizá se trataba de algún conocido de Oliver y, sin embargo, no podía otorgarle ningún mérito si Samantha se quedaba dentro.
El sonido de pisadas aproximándose nos advirtió que el tiempo corría en nuestra contra. Con cada paso, mi ansiedad había aumentado. Pero el desconocido, firme en su determinación, insistía en que mi libertad era su prioridad, a pesar de los latidos acelerados de mi corazón por ella.
Cuando volteé con la intención de volver, el hombre se interpuso en mi camino, negándose a dejarme pasar. Aunque no usó su arma para amenazarme, su mirada me arrojó una advertencia clara. Tampoco conocía de lo que yo era capaz. Intenté apartarlo, pero los otros dos dirigieron sus armas hacia mí, y Cheyanne gritó algo que me resultó incomprensible.
Momentos atrás, mientras intentábamos abrirnos paso a través de los pasillos en busca de una salida segura, cada instante pareció prolongarse en una eternidad de incertidumbre. Me aferré a la esperanza de escapar una vez encontrara a Samantha. Sin embargo, al hallarnos ahora en la salida, no podía abandonar este lugar sin ella.
—La sacaremos, pero no ahora. De lo contrario, ninguno de nosotros saldrá con vida.
—Alastor, deberías escucharlo.
Miré a Cheyanne de la peor manera, como nunca antes. Cerró la boca de golpe, causando un estruendo al chocar sus dientes con fuerza.
En ese instante, el hombre con el tatuaje de serpiente en el brazo apareció al final del pasillo, apuntando su arma hacia nosotros. Se encontraba rodeado por el mismo número de hombres que vi en el buque. Debían ser sus soldados, tan fieles como perros con rabia.
Por otro lado, los enmascarados se colocaron delante de mí, imitando la misma posición, bloqueando mi camino y, a la vez, obligándome a retroceder con sus cuerpos hacia la salida.
A espaldas del enemigo, el anciano avanzaba despacio, cojeando, en medio de la barricada de hombres encabezados por el tatuado. Cuando se detuvieron, Moretti acabó golpeando ligeramente el codo de este último con su bastón.
—Zacarria —pronunció, y su voz rebotó como un eco en las paredes—. Déjalo, ya sabe qué hacer.
Percibí la incertidumbre en la mirada del que arrastró a Samantha lejos de mí al tiempo que bajó el arma, pues fue en el momento justo en que la luz regresó. No obstante, también vislumbré algo más: altivez y determinación. Ese que había liderado la misión de abordar el buque, no era un subordinado cualquiera. Era, muy posiblemente, la mano derecha del Don; un subjefe.
—El tiempo se agota. —Moretti fijó su atención en mi mano, notando el teléfono que minutos antes me había entregado, y con un asentimiento, acabó por sellar un pacto al permitirnos marchar.
━━━━⊱❦ ❦ ❦⊰━━━━
Un'aura di morte: Un aura de muerte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro