Capítulo 61
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Hombres salieron de todas direcciones, emergiendo como una marea inagotable de sombras en medio de la tormenta. Los gritos, el estruendo de la lluvia y el retumbar de los disparos parecían ecos distantes, reverberando a través del vasto espacio abierto en el que nos hallábamos.
De lo que pude ver, solo tres hombres luchaban a nuestro favor, y la incorporación de Oliver a ellos, como un guerrero más en la frenética danza de la muerte, no requirió que los mirase para identificarlos. Eran apoyo, al fin y al cabo.
Nikolai ancló sus ojos frenéticos en mi rostro. Un abismo de intensidad chispeaba en su mirada. La complejidad de sus pensamientos y la profundidad de su búsqueda por su hija superaban mi comprensión. Sus motivos permanecían en las sombras, pero en ese momento, tampoco me importaron. En mi mente solo existía Laurent y el hombre que había apretado el gatillo en un acto de condena.
Después que el último vigilante cayó al suelo, los sonidos que me rodeaban se disolvieron. Mi atención se centró en Nikolai, como si un abismo de odio y deseo por la muerte ardiera en nuestro entorno.
—Ah, esa mirada. —La risa de ese hombre se percibió igual que veneno en mi sangre. Mi deseo de acabar con esta persona era abrumador—. Es innegable que llevas mi sangre en tus venas.
El arma que traje del hotel y que Nikolai me había arrebatado al llegar, seguía en su poder. Por lo mismo, tenía conocimiento de cuántas balas utilizó, y las que todavía quedaban a mi favor para metérselas en el cráneo.
Podría poner fin a esto, pero fue como si Nikolai pudiera leer mis pensamientos, porque retrocedió con dificultad cuando me acerqué a él. La pierna de la que emanaba sangre, marcada por una bala que apenas le rozó, era una confirmación de que él también fue el objetivo, pero alguien debió fallar su disparo. Ese error coincidió con la intervención de Laurent.
Sin dudarlo, me precipité hacia él, y luché por arrebatarle el arma que, con astucia, intentaba mantener alejada de mí. Aunque cambió de mano, alcé el brazo justo a tiempo para desviar su próximo golpe. No estaba intentando dispararme, y tampoco me importó descubrir la verdadera razón.
Pero él tampoco estaba dispuesto a soltarla. Incluso después de propinarle un golpe en el rostro con el codo, su empeño por mantener el control del arma era inquebrantable. Respondió con rapidez a mi tentativa de desarme, y un instante después, el dolor en mi mentón alimentó mi deseo por destruirlo. Y a su nuevo intento por golpearme, logré esquivarlo y contraatacar con un impacto en sus costillas. Se llevó las manos a la zona afectada y retrocedió.
De pronto, su sonrisa destilaba malicia al revelar una verdad que ya conocía: nunca tuvo ninguna buena intención. Fue en ese momento que lo agarré por el cuello y lo empujé contra el contenedor más cercano.
—¿Harás conmigo lo mismo que hice con esa zorra? —se burló, y aunque mis dedos se encontraban alrededor de su garganta, él seguía riéndose, como si fuera una pesadilla. Siguió aferrando el arma, agitándola en mi dirección, y yo apreté con más fuerza antes de que pudiera alcanzarme con la fuerza suficiente como para dejarme aturdido.
—Parece que quieres golpearme como lo hice contigo años atrás. Pero aunque me mates, no saldrás de aquí, Alastor. Te sorprendería descubrir quién viene de camino.
Con ambas manos, apreté su garganta de tal manera que el único sonido que salió de ella fue un gorgoteo. Su rostro se volvió rojo, casi púrpura, mientras sus venas se hincharon y sus ojos... Me arrastraron años atrás, cuando hizo lo mismo con mi madre, solo que en esta ocasión tampoco encontré rastro de humanidad. Estaban vacíos, tan apagados que, aun presintiendo su muerte inminente, no habría diferencia mientras la vida los abandonaba.
—Se acabó —anunció Oliver, bastante cerca—. Alastor, suéltalo.
Lo miré de reojo, él mantenía un arma dirigida a la cabeza de Nikolai. Mi apretón no cedió, pero mi arma se derrumbó a mis pies.
—Que te conviertas en él es lo que quiere. No le des ese gusto.
Luché contra mis ataduras. El dolor que sentí cuando sus manos rodearon el frágil cuello de mi madre fue igual al que experimentaba ahora. No le dio respiro. Solo apretó más fuerte. Ella no resistió tanto como él. Le arrebató la vida como si no valiera nada, no obstante, era su existencia la que debía extinguirse. Yo podía ponerle fin, aquí y ahora. Estaba seguro.
—Laurent te necesita. —El simple acto de mencionar su nombre me hizo soltarlo. En ese momento, pensé que quizás Oliver tenía razón. Pero no pude anticipar que existiera la posibilidad de arrepentirme después.
Retrocedí, con los pies de plomo. Las balas no habían cesado de rugir, pero el eco de la batalla se desvaneció en un silencio sepulcral.
En el suelo, donde los charcos reflejaban el cielo como espejos, yacía su cuerpo inmóvil, igual que un muñeco roto flotando en una gigantesca laguna de hormigón.
Mi corazón latió con frenesí mientras corrí hacia él, mi mente negándose a aceptar lo que mis ojos estaban viendo.
Me arrodillé a su lado, temblando mientras sus ojos se posaban en mí con pesadez. Intentó esbozar una sonrisa, pero solo pudo lograr una mueca debido al dolor. Traté de no mirar aterrado cómo su sangre se mezclaba con la lluvia.
—Con esto... —Su pecho se elevó y descendió en busca de aire, sus palabras llenas de esfuerzo—. Acabo de demostrarte que no soy un niño, ¿verdad?
Mis ojos ardieron mientras presenciaba cómo su vida se desvanecía ante mí.
—¿Por qué te preocupas por algo como eso en este momento? —susurré, tratando de mantener la voz firme a pesar del nudo en mi garganta.
Él tosió, y una espeluznante oleada de sangre brotó de su boca.
—Eres mi hermano. Papá ha estado esperando que lo llames así, ¿podrás hacerlo por mí?
Asentí con la cabeza, habiendo perdido la capacidad para decir una palabra.
—Esta fue mi... decisión. Tú no tienes la culpa de cosas que no puedes controlar —susurró con mucho esfuerzo, a la vez en que sus ojos fueron perdiendo brillo. Una última sonrisa se dibujó en su rostro, y su mano, que había estado aferrando mi muñeca, cayó con un suspiro.
—¿Laurent? —Mi voz fue trémula y llena de desesperación. Mi mano temblorosa buscaba su pulso, pero no encontré nada. Su rostro estaba pálido.
Mi hermano, aunque no compartiéramos sangre, yacía inerte frente a mí, y la sensación de pérdida me golpeó como un puñetazo en el estómago.
Mis sollozos llenaron el aire, mezclándose con el sonido de la lluvia que caía sobre nosotros. Alguien había abierto mi pecho por segunda ocasión, arrancando una parte importante de mí.
—No, no, no... —murmuré, ahogado por la angustia. Acaricié su rostro con manos temblorosas, como si esperara que ese gesto pudiera traerlo de vuelta.
De mi garganta brotó un alarido. Despedazó y destrozó mi interior.
La impotencia me abrumaba, y la desesperación se apoderaba de mí. Alguien más que se iba, y al que no fui capaz de proteger. Me pregunté por qué, por qué debía perderlo a él también. Habíamos compartido tantos momentos juntos, y ahora todo se desvanecía en un instante.
La lluvia comenzó a estancarse, pero apenas lo notaba. Todo lo que veía era a él, lo único que sentía era la inmensa tristeza que me envolvía. Las lágrimas caían sin cesar, y mientras miraba su rostro, deseaba desesperadamente que pudiera abrir los ojos y sonreír una vez más.
Pero Laurent permanecía inmóvil, sus ojos vidriosos y sin vida. Permanecía quieto, como un testigo mudo de la brutalidad de quienes nos rodeaban.
Dos disparos cercanos resonaron, seguidos del sonido hueco de un arma que se había quedado sin balas. Antes de girarme, sentí la fría presión de una pistola en mi sien. Nikolai me miraba con los ojos llenos de furia.
—Hace tiempo, debí mostrarte quién manda en nuestra maldita familia —susurró, mientras el cuerpo de Oliver inmóvil yacía en el suelo, detrás de nosotros.
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